Secreto 3- Mis horas de tutorias.
Un suspiro cansado sale de mi boca, estoy agotado de corregir exámenes, no puedo entender cómo los alumnos se han vuelto cada año más desorganizados, prestan menos atención a las clases y no tienen interés por nada. Recuerdo mis épocas de estudios, teníamos tiempo para salir y disfrutar nuestra juventud, pero también pasábamos largas horas estudiando, nuestro futuro dependía de ello. Quizás fue eso lo que me llevó a convertirme en maestro, podía ayudar a otros alumnos a buscar su talento real y desarrollarlo.
No soy el típico profesor que se piensa que su asignatura es la más importante y que no salir bien en ella te hace un bruto. En su época yo también fui malo en algo, la literatura se me daba de pena y no hablar de recordar fechas históricas, sin embargo las matemáticas eran tan fáciles que ni siquiera podía considerarlas un reto. Me creo muy afortunado de haber logrado ejercer como profesor de Matemáticas, o al menos lo pensaba al inicio, cuando mis clases todavía eran escuchadas por los alumnos.
Supongo que la preparatoria se ha convertido en un lugar para desfilar modas en complementos, pues el uniforme no permite que sea en ropas, mostrar el último celular, quién anda con joyería cara, quienes son pareja y demás chismes.
Miro el reloj acomodándome los espejuelos, ya es casi la hora de salida, no me siento muy motivado a ir a casa. Hace seis meses rompí con mi novio y a mis 34 años encontrar el apartamento vacío no me hace ninguna ilusión. Las cosas entre nosotros se habían enfriado, ni siquiera noté el momento en que ya apenas nos hablábamos, pero igual el saber que hay alguien en casa cuando llegues o que no pasarás la noche solo era algo que nos mantenía allí, hasta que él se enamoró de un compañero de trabajo suyo. No lo culpo ni le guardo rencor, es algo que entiendo.
Reunifico los exámenes para guardarlos en una carpeta y llevármelos a casa, pretendo dedicar el resto de la noche a calificarlos todos. Siento dos toques en la puerta que me distraen de mi labor, de forma concisa acomodo mi oscuro cabello peinado con gel, aliso la chaqueta de mi traje y reviso que mi escritorio esté en orden, pues no me gusta dar malas impresiones nunca. Me acerco a paso seguro hasta la puerta de la oficina y al abrirla me llevo una muy grata sorpresa.
— Buenas tardes, señor Torres— saludo cortésmente y lo veo sonreírme con los labios cerrados y esa expresión afable que siempre tiene.
Roger Torres es el padre de una de mis mejores estudiantes, Melissa Torres. Lo conocí el año pasado cuando su hija entró en la escuela, vino a hablar personalmente con cada uno de los profesores pues es un hombre muy ocupado, pero a la vez responsable con la educación de su hija.
La primera vez que lo vi me quedé embobado con ese cabello castaño claro que siempre trae desordenado y ojos miel que parecen ser de un osito cariñosito. La verdad es un hombre que en otras circunstancias parecería imponente, pues es considerablemente alto, debe de estar por los 190 cm, pero siempre trae una expresión tranquila y su voz es suave y madura, viste sencillo, con colores claros, casi todos pastel hasta donde yo he visto.
— Buenas tardes, profesor Ríos— me saluda tranquilamente.
— Por favor, adelante— le digo, moviéndome de la puerta y dejándolo pasar.
— Perdóneme por venir sin notificarme— se disculpa adentrándose en la oficina.
— No se preocupe, siéntese por favor— indico con una mano el asiento delante de mi buró. Por unos instantes mis ojos se pierden apreciando lo fuera de lugar que se ve en mi oficina. Todo lo que tengo dentro es en tonos blancos, negros o grises, incluso mis trajes de trabajo son en esos colores. Él parece un rayo de luz en medio de esto— ¿Qué puedo hacer por usted?
— Venía a preguntar por Melissa— me aclara, asiento con la cabeza y me dispongo a buscar el examen correspondiente, es una de las primeras chicas que siempre califico porque es fácil ver una prueba sin errores.
— Justamente estuve calificando los exámenes que se hicieron ayer, Melissa sacó la nota más alta en contenido— le informo mientras paso la mirada por la hoja con letra delicada y números perfectamente hechos— trabaja de forma muy limpia y organizada, aunque me temo que tuve que restarle puntos porque sigue haciendo corazones en algunos números o cuando puntúa la letra i. Se lo dejé pasar en el primer examen, pero ya en este no puedo.
— No sabía que hacía eso, hablaré con ella en casa— asegura y le veo como frunce el ceño levemente, solo le he visto cambiar su expresión tranquila con temas referentes a Melissa.
— No sea muy duro con ella, los demás profesores aseguran que tiene un desempeño ejemplar en sus asignaturas, supongo que esto será cosa de una nueva moda entre adolescentes— le digo para tranquilizarlo.
— Lo comprendo— comenta mientras sonríe— yo también fui adolescente— no debo hacerlo, pero me veo a mí mismo sonreírle también— Aunque no fue eso lo que trajo hasta aquí.
— Pues usted dirá— afirmo y me acomodo en el asiento de la forma más profesional que puedo.
— Melissa tiene planes para universidades muy importantes, yo no tengo problema con ello, a fin de cuentas es su futuro. El caso es que ella quiere tomar tutorías de las materias más importantes para los exámenes de ingreso y las futuras materias de la universidad. Ya hablé con algunos profesores que han aceptado, acorde a un pago justo de su tiempo, pero ella insiste en que para Matemáticas sea usted, pues es el profesor al que mejor ha entendido.
Su rostro sigue relajado, pero ha juntado las manos entrelazadas delante de sí mismo, se nota que se siente incómodo haciendo este tipo de ofertas. Le miro unos segundos antes de hacer un gesto de indecisión.
— La verdad no sé yo si sería lo mejor— comento— Mi agenda es muy ajustada y…
— Por favor, profesor Ríos, ella en serio quiere mejorar y yo me siento con la obligación de ayudarla en todo lo que pueda— me pide, sus ojos mirando fijamente los míos con una expresión de súplica, me siento derrotado con solo unos segundos de observarle.
— Está bien, le pasaré mi horario y usted acomódelo junto con las demás tutorías— accedo finalmente y él sonríe, se le ve feliz, por un instante puedo sentir como mis mejillas se calientan, así que desvío la mirada y me centro en otra cosa para evitarlo.
— Muchas gracias— me dice con alegría— yo le informaré de todo y del pago también. Perdone por quitarle su tiempo.
— No se preocupe. Le acompaño hasta la puerta— nos ponemos de pie y él camina unos pasos delante de mí. Tiene un olor a canela que no he olido antes y que por instante me desconcentra, sacudo ligeramente la cabeza para poder centrarme— Nos mantendremos en contacto.
— Claramente— asegura y luego de que yo le abra la puerta él se retira.
— Mierda— afirmo cuando vuelvo a estar solo en mi oficina.
Mi vida cambió la rutina luego de esa conversación, daba clase durante los días y luego de 5: 00 pm a 7: 00 pm los lunes, miércoles y viernes le daba tutorías a Melissa. Tuvo que ser ese el horario para que su padre pudiese estar en casa, algo que además de comprender, yo agradecía.
Mientras pasaba esas dos horas sentado en el salón con Melissa, me dedicaba a observar la casa de la familia Torres. Era un hogar cálido, lleno de fotos de mascotas, de Melissa y también del matrimonio Torres, Roger y Sandra, por lo que leí en el marco de una foto. Pero lo que más me gustaba era el poder observar tranquilamente a Roger, como le decía en mi mente con confianza, mientras hacía su trabajo en casa o adelantaba la cena.
Era una vista para nada despreciable, aunque sabía que no podría llegar a más que eso, me gustaba poder hablarle casualmente y sostener pequeñas charlas en los minutos posteriores a las tutorías.
— Eso sería todo por hoy— le digo a Melissa cuando termino de revisarle el último ejercicio de Matemáticas avanzadas.
— ¿Está seguro, profesor?— me dice acercándose más a mí.
Nos habíamos movido al sofá porque su papá nos había pedido que le prestáramos la mesa por el día de hoy, claro es su casa, no podía decirle que me sentía incómodo con ello porque a veces Melissa hacía gestos acercándose a mí, o me hablaba en tonos más bajos, ocasionalmente incluso había llegado a tocar mi mano.
— Estoy muy seguro— afirmo poniéndome de pie de forma rápida y nerviosa. En ese instante Roger entra al salón estirándose y nos mira con una sonrisa.
— ¿Ya han terminado?— pregunta, pasando una mano por su cuello y moviendo la cabeza, debe de dolerle.
— Sí, ya terminamos— me apresuro a decirle antes de que Melissa diga algo equivocado.
— ¿Entonces por qué no se queda hoy a cenar, profesor?— me pregunta y por un instante me parece notar un brillo esperanzado en su mirada.
— No creo que sea apropiado— niego, como es mi deber.
— Solo por esta noche, tómelo como un bono de su pago por el excelente trabajo que hace con Meli, lo único que ella sabe hacer es hablar maravillas de sus clases— por un momento siento la fuerza de voluntad impulsarme para decir que no, pero esa mirada que él me da, la misma que pone un niño ante una golosina que quiere mucho, no me permite negarme.
— Está bien— accedo y él me sonríe.
— ¡Excelente!— exclama Melissa con mucha energía y en ese instante empiezo a arrepentirme.
La cena no fue tan mala como pensé, temía que Melissa hiciera algo inapropiado, pero se limitó a añadir pequeños comentarios a la conversación que su padre y yo sostuvimos sobre el trabajo de él, pues Roger es editor de una famosa editorial, y de la escuela por mi parte.
La comida estuvo deliciosa, me pareció increíble que él cocinase tan bien, a mí apenas me sale bien la comida frita y casi siempre se me quema. Nos estábamos parando de la mesa para recoger las cosas cuando finalmente sentí como si mi corazón se detuviera.
— Melissa, es hora de que subas a tu habitación— dijo Roger, ella hizo un puchero y fue a protestar, pero una mirada basto para que se limitara a irse con un vago buenas noches— No tienes que ayudarme con la mesa.
— No, por favor, después de tan agradable cena es lo mínimo que puedo hacer— insistí ayudándolo a recoger, él se me quedó mirando unos segundos y luego me sonrió.
Nos encaminamos a la cocina para enjuagar todos los platos y ponerlos en el lavavajillas. Me quedo mirando un delantal rosa durante unos segundos de más y cuando Roger me lo hace notar me sonrojo de forma avergonzada.
— ¿Te gusta?— me pregunta sonriendo.
— Disculpe, no quería mirar de más— le digo dejando los platos en la meseta.
— No pasa nada, era el favorito de mi esposa antes de morir.
— Lamento haber mirado— me disculpo una vez más.
— Tranquilo, Sandra fue una mujer feliz durante su vida, su enfermedad fue difícil, pero misericordiosa, se la llevó rápido, no sufrió. Lo único que lamento es que no haya podido estar con Melissa mientras crecía, hemos sido ella y yo solos desde hace 10 años— yo no tenía ni idea de que eso había pasado, pero veo la tranquilidad con la que Roger lo cuenta y puedo decir que su corazón ha sanado.
— Pues ha hecho un trabajo increíble, señor Torres.
— Por favor, llámame Roger— me dice tomando los platos y acomodándolos— llevas todo este tiempo viniendo a mi casa, creo que es normal tomarnos un poco más de confianza.
— Eh, está bien, Roger— digo y el nombre suena raro en mi lengua, nunca lo había dicho en voz alta hasta el momento.
— Entonces te puedo llamar por tu nombre, ¿cierto?— pregunta acercándose un paso a mí, yo me acomodo de espaldas a la meseta, apoyándome en esta con los dos brazos y le miro.
— Sí, mi nombre es Samuel— accedo y no sé por qué, pero se me hace que el ambiente ha cambiado varios tonos de repente.
— Y dime, Samuel, ¿cómo te sientes en tu trabajo?— es una pregunta casual, no debería de ponerme nervioso, pero siento como sus palabras resuenan en la cocina y llegan hasta mí de una forma distinta a como me ha hablado hasta el momento.
— Está bien, no digo que lo amo todo el tiempo, pero sí me gusta— respondo y percibo el titubeo en mi voz.
Él se limita a hacer un sonido corto con la garganta aceptando mi respuesta y su sonrisa se ladea un poco, no me quita los ojos de encima y yo paso mi lengua por mis labios en un gesto nervioso.
No sé si iba a decirme algo más, percibo que se incorpora un poco más firme y va a caminar hacia mí cuando una brisa entra por la ventana. El frío me hace erizar, tiemblo ligeramente y el momento se rompe cuando siento que algo ha entrado en mi ojo. Me levanto los lentes y restriego un poco, pero me detiene una mano cálida que se cierra sobre mi muñeca y el calor corporal de alguien más muy pegado a mí.
— No hagas eso, te puedes hacer daño— dice Roger con firmeza.
Me retira los lentes y me guía con su mano hasta el fregadero, abriendo el grifo para que enjuague mi ojo. Repetimos el proceso un par de veces hasta que ya no siento la molestia.
— Te secaré— avisa y antes de poder protestar siento la suavidad de una toalla rozar mi rostro, siendo sostenida por sus manos. Mi mente solo se concentra en la forma en que las puntas de nuestros zapatos se tocan.
— Podía hacerlo solo— se supondría que diría gracias, pero esa frase es la que sale y me doy cuenta que mi cerebro se ha cortocircuitado.
— Pero yo prefería hacerlo— cuando habla siento su aliento en mi rostro, estamos más cerca de lo que creí. Alzo la mirada intentando enfocarlo, es inútil, sin mis lentes no veo más que borrones, pero puedo sentir el aire que me llega cuando sonríe— Pensaba que tus ojos eran marrones, pero sin lentes y tan de cerca me doy cuenta que son ámbares.
— Sí, bueno…— digo bajando la mirada, el color de mis ojos no era algo que mencionaran de mí. Su cálida mano se posa en mi mejilla y como un instinto innato acerco mi rostro hacia su toque.
— Es hermoso— me susurra.
Lo escucho perfectamente porque está muy cerca, porque su aliento choca con mis labios, nuestras narices se rozan y yo creo que me desmayaré en cualquier momento, tengo el impulso de tirarme hacia adelante y acabar de cerrar el espacio que cada vez es menos. El roce de sus labios en los míos me recorre el cuerpo como electricidad.
— ¡PAPÁ!— el grito de Melissa nos hace brincar a los dos, miro a todas partes creyendo que nos ha visto, pero parece que ha gritado desde el pasillo.
Observo a Roger nervioso y sin saber qué más hacer, me limito a recoger mis cosas apresuradamente y salir de la casa. Creo que dijo mi nombre, pero no llegué a escuchar claramente y no me iba a detener a comprobarlo. Me subo a mi auto y acelero hasta que estoy a una distancia que mi cuerpo irracionalmente considere segura.
Siento mis mejillas arder y el calor recorrerme mientras repaso cada detalle de lo que sucedió. Estoy seguro de que me iba a besar, de que faltó menos de un segundo para besarnos. El pensamiento de que es algo incorrecto, que es el padre de una alumna y no debo de hacerlo ataca rápidamente. Empiezo a darle vueltas y me doy cuenta que Roger me gusta mucho, pero no puedo hacer nada al respecto. Para cuando me detengo delante de mi edificio, mi corazón se siente pesado y yo estoy derrotado con la realidad.
Paso los siguientes dos días así, creo que se nota que algo anda mal, pues algunos de mis compañeros me comentan que puedo tomarme un descanso y que si algo sucede que se los cuente. No tengo como contar esto, así que me limito a asentir y dar una sonrisa falsa. En la tarde estoy en mi oficina sin hacer nada cuando siento los toques en la puerta. Me levanto y abro para ver a Melissa delante de mí, mirándome de forma extraña.
— Melissa, ¿qué sucede?— le pregunto manteniendo las formas, pero la verdad es que preferiría no estar hablando con ella en lo absoluto.
— Profe Ríos, ¿puedo pasar?— se ve algo nerviosa, no quiero acceder, pero quizás esté pasando algo. Me limito a moverme de la puerta, cuando ella se adentra en la oficina mantengo la puerta totalmente abierta y sujeta, no voy a dar pie a malos entendidos.
— Bueno, cuéntame qué sucede— le exhorto con tranquilidad, dirigiéndome a mi buró.
De repente siento un empujón que me toma por sorpresa y sacándome de balance, lo siguiente que percibo es el cuerpo pequeño de Melissa presionado contra mí y sus labios rozando los míos. Mis manos reaccionan rápido y la aparto de forma brusca. Puedo decir que mi rostro revela la furia que me causa esta situación y soy incapaz de sentirme mal por la mirada de cachorro apaleado que ella me da.
— ¿Qué demonios haces?— prácticamente le gruño la pregunta, soltando sus brazos al fin.
— Profesor, usted me gusta mucho y yo pensé…— camino un paso hacia atrás, alejándome más de ella y la miro iracundo.
— Estás confundida, tienes 16 años y en esta etapa es normal que estas cosas pasen, pero no está bien y además ciertamente yo no siento lo mismo.
— ¿Ya le gusta alguien?— pregunta ella y su voz se rompe por un momento, pero no me da lástima, tiene que aprender a medir sus acciones.
— Eso no viene al caso, señorita Torres, le pido que se retire de mi oficina, obviamente las clases de tutorías quedan suspendidas y en el futuro, diríjase a mí en horario docente y de forma apropiada— digo firmemente mientras avanzo hasta la puerta indicándole que salga. Ella da unos pasos vacilantes hacia mí y luego me mira.
— Por favor, solo dígame si le gusta alguien y me retiraré— suplica, yo estoy cansado y solo quiero acabar con esta locura, así que cedo.
— Sí, me gusta alguien, ahora váyase— exijo.
— Supongo que debe ser una mujer hermosa— comenta y percibo la rabia en sus palabras, decido sacarla de su dolor, a fin de cuenta es la hija de Roger y no quiero lastimarla.
— No, es un hombre maravilloso y lastimosamente no es alguien con quien pueda estar— afirmo y ella me mira consternada, no esperaba eso— ahora que he aclarado sus dudas y he dejado en claro que no siento ni sentiré atracción hacia usted o ninguna mujer, repito, retírese.
— Melissa, vete de aquí— la orden dura de Roger nos toma a los dos por sorpresa, siento como si me hubiese congelado, mi corazón se ha detenido por un instante y ya voy imaginando mi funeral— Ahora— esa voz gutural que no conocía de él me deja en claro que hay más allí de lo que yo he visto. De reojo veo a Melissa salir de mi oficina y cuando Roger avanza hacia dentro, yo retrocedo y luego le doy la espalda.
— Lamento lo que sucedió— empiezo a hablar de forma nerviosa al percibir el sonido de la puerta cerrándose— le aseguro que mantuve las formas y que nada ha pasado, aunque comprenderé si desea llevar el caso a la directiva de la escuela. Yo…
— Ese hombre que mencionaste— su voz al interrumpirme vuelve a ser esa melodía cálida que le conozco— ¿Soy yo?
— ¿Qué…?— la voz me falla cuando intento negarlo, todavía no puedo mirarle y tengo la sensación de que el corazón me late tan rápido que va a salir de mi pecho en cualquier instante— No sé de qué habla— respondo vagamente, pegándome a mi escritorio y estirando la mano hacia el cubo de rubik que está allí. Percibo el calor de su cuerpo contra mi espalda, la firmeza de su pecho, su mano sobre la mía, su aliento detrás de mí oreja.
— ¿Soy yo?— repite la pregunta de forma simple, hay algo en la seguridad con la que habla que termina por derrumbar mi muro y me limito a asentir con la cabeza.
Su mano sigue sobre la mía y su otra mano se apoya en mi espalda, presionando ligeramente hasta hacerme girar y encararlo. Mi rostro está rojo, tengo un nudo en la garganta y siento un cosquilleo en mis dedos, tardo cerca de cinco segundos en darme cuenta que ese cosquilleo es el temblor de sus manos que se han entrelazado con las mías.
Levanto la mirada y veo esa ternura que lo caracteriza en su mirar, de repente entiendo que tal vez esto no está mal. Me sonríe tranquilamente y esta vez no niego del impulso que tenía hace unos días. Alzo mi estatura poniéndome en puntas de pie y uno nuestros labios, es suave y cálido, la humedad de su boca se siente como si fuera algo que siempre estuve buscando y cuando su lengua toca la mía forzando un baile lento, me doy cuenta de que finalmente estoy en casa.
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Holaaaaaa💙💜💚 pequepinkypitufos, aquí les traje el fic de hoy, que es más maduro en cierta medida.
Espero les haya gustado. No olviden que si tienen algún secreto que sugerirme puedes hablarme al privado.
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