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Secreto 15- Mi acompañante en la parada.

Es invierno, el frío marca todas las actividades que las personas realizan, la forma en la que se visten y hasta lo que comen. Tengo un café latte caliente entre mis manos, sintiendo su calor pasar a través de la tela de mis guantes felpudos. El viento sopla con fuerza y los pantalones azules con botas carmelitas a juego con el abrigo que traigo no me cubren lo suficiente como para no temblar por un momento.

Sabía que debía de coger el suéter rojo en lugar del blanco, pero mi madre dijo que no podía ir a una cita sin estar correctamente arreglado y por tanto el rojo no era una opción. Al menos me dejó usar el gorro gris, que es el único con éxito en cubrir mi cabello negro.

Por un momento mi mente divaga en recuerdos de Christian, de nuestra infancia y la cantidad de veces que salimos en invierno a hacer muñecos de nieve, porque me encantan. Han pasado dos años desde que no sé de él, sé que es feliz con ese chico, Raúl, siempre supe que él le daba algo a Christian que nadie más había podido, por eso me había alterado en aquella época. De cualquier manera, usé esa experiencia para salir del armario con mi familia, así que hay que verle el lado positivo.

Con la cita de hoy, ya van más de 14 citas a ciegas que he realizado, esperando que tal vez alguno de esos hombres me atraiga lo suficiente, desde que Vanessa cortó conmigo y Christian me rechazó no he vuelto a tener nada con nadie, y lamentablemente, cada cita es una decepción. Ni siquiera sé si estoy buscando algo, paso dos horas con ellos hablando y no siento nada, al final me retiro sin darles esperanzas.

Termino mi café y me pongo de pie, dando movimientos rápidos en el lugar para mantener el calor. Mi auto decidió descomponerse de repente y sin motivo, así que estoy esperando a que llegue el autobús. La parada está desierta, quizás sea por el clima o porque a esta hora casi todos están en sus casas o trabajos.

Escucho pasos que se acercan y miro disimuladamente, un chico alto con un gran abrigo verde azul y orejeras camina hasta detenerse debajo del toldo de la parada, mirando hacia la calle y sin decir nada. Me pierdo de forma rápida en su cabello rojo oscuro y rasgos delineados, creo que trae delineador de ojos, pero no estoy lo suficientemente cerca para corroborarlo.

Trago en seco y me fuerzo a mí mismo a mirar hacia otro lado, no puedo permitirme pasar a ser un acosador en la parada del autobús. Saco mi celular y me pongo a ver memes, teniendo que regañarme mentalmente a mí mismo un par de veces, cuando desvío la mirada hacia el chico que espera pacientemente a tres metros de mí.

Él pisa de forma rítmica el suelo, como si estuviese llevando el compás de una melodía en su cabeza y esto me hace sonreír. Lo siento mirarme, al parecer notó mi sonrisa, rápidamente le doy la espalda y finjo estar entretenido con mi celular.

¿Podrías dejar de pasar vergüenza un segundo? ¿Neuronas? ¿Hola? ¿Están allí? Necesito que se activen y dejen el lado acosador fuera.

Debo de estar medio loco para andar regañándome mentalmente de esta manera tan ridícula. Aun contra mis propios deseos, vuelvo a mirar en dirección al chico, pero ahora me encuentro solo. ¿En qué momento se fue? Siento una punzada de decepción, antes de convencerme de que esto es lo mejor. Retomo el asiento en el banco de espera, una notificación me entra y saco el celular para ver de qué se trata.

Siento un nudo en la garganta a medida que leo la imagen que un amigo me ha enviado. Jonathan el chico al que le solía dar tutorías antes, tenemos unos años de diferencia, pero su madurez, y mi falta de esta, hicieron que nos volviéramos amigos. Él personalmente me dio una cachetada cuando yo no dejaba de sumirme en una profunda depresión ante el rechazo de Christian.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos y guardo el celular, sacando un pañuelo para limpiármelas antes de llorar en la parada del autobús. Uso varios minutos para calmarme, respirando profundo por la boca e intentando poner mi mente en blanco, por eso me toma unos segundos darme cuenta de que no estoy solo.

Giro violentamente la cabeza, para darme cuenta de que el chico pelirrojo está de regreso con un paquete de churros entre sus manos. Me sonrojo ante la idea de que haya notado mi lamentable estado, justo antes de percatarme de lo hermoso que se ve con pequeños copos de nieve adornando su cabello.

Es entonces que veo que ha empezado a nevar, observo la calma a mi alrededor y vuelvo la mirada hacia él. Por momentos sostiene mi mirada y luego vuelve a enfocarse en sus churros, pero yo me he quedado prendado de esos dedos largos que tocan sus labios ocasionalmente, llevando un churro a su boca.

— Ehm— lo escucho murmurar, mirándome— ¿Quieres churros?— pregunta de repente y siento el calor recorrer mi piel, enrojeciendo mi rostro, orejas y cuello. Me le he quedado mirando tanto que me ha tomado por un hambriento que le golosea la comida. ¡Mátenme ahora!

— Disculpa— me apresuro a contestar, girándome hacia el otro lado. Siento el sonido de pasos y la presencia de alguien sentándose al lado mío.

— No pasa nada, compartir no está de más— comenta, sonriéndome y noto como dos adorables hoyuelos adornan su rostro. Inclina el paquete de churros hacia mí— Adelante, toma— indica y sigue comiendo. Vacilo unos instantes, antes de quitarme el guante de la mano derecha y tomar el primer churro.

— Gracias— murmuro por lo bajo. Pasamos varios minutos en silencio, simplemente comiendo, hasta que yo vuelvo a mirarlo sin control y él me sonríe.

— Soy Tiago— quizás sea su intento de una conversación y no negaré que es mejor que el silencio.

— Robert— respondo, algo cohibido.

— ¿Y qué haces en la parada del autobús, Robert?— es una pregunta sencilla, pero su forma de decirlo, con una marca de misterio, me da a entender que no aceptará la respuesta obvia.

— Soy un joven disfuncional, incapaz de dar un mantenimiento apropiado a su auto y que vuelve a casa luego de una desastrosa cita a ciegas— respondo sinceramente, ni siquiera sé por qué lo hago— Tú turno.

— Soy un adulto funcional con una hermana loca que tomó mi auto sin permiso para pasar su prueba de conducir. Decir que reprobó es poco, si fuera yo no permitiría que la tomase más nunca, especialmente cuando mi auto pagó las consecuencias— me río genuinamente ante su respuesta— y vuelvo a casa con la esperanza de que, tal vez, pueda ordenar comida a domicilio porque cocinar para mí solo no me gusta.

— Probablemente ordene también comida, pero es que ya quemé mi cocina una vez y no es agradable— comento sin procesar lo que digo, enrojeciendo al darme cuenta que he admitido un momento vergonzoso y verlo carcajearse alegremente.

— ¿Qué cocinabas?— pregunta luego de unos segundos riéndose.

— Intentaba…hacer huevos hervidos— murmuro y ahora Tiago sí se ríe con fuerza, pareciera que se asfixiaría en cualquier momento. Quiero protestarle, pero el sonido del autobús que se acerca capta mi atención— Este es el mío— comento y él asiente, calmándose, el autobús se detiene y las personas bajan, yo me pongo de pie y me acerco a la puerta, con Tiago siguiéndome— ¿Vienes?

— No— niega con la cabeza— el mío es el próximo.

— Entiendo— intento que mis palabras no salgan tan decepcionadas e inmediatamente me doy cuenta de que fallé por la manera dulce en que me mira.

— Por si te da hambre— dice, dándome el paquete de churros lleno por más de la mitad. Intento protestar, pero el conductor pita y Tiago me coloca una mano en la espalda, empujándome hasta que subo al autobús— Hasta la próxima— dice en voz alta, y yo quiero responderle, pero el autobús ya está lejos.

Tomo asiento en la parte del fondo, mirando por la ventana y comiendo los churros lentamente, apenas me he comido cinco cuando noto que no tengo mi guante derecho. Rebusco entre mis bolsillos, pero no aparece. El vago recuerdo de quitármelo y haberlo dejado en el banco de la parada me llega y maldigo por lo bajo. Termino los churros, pensando en la extraña compañía que tuve hoy en la espera del autobús y en lo divertido que fue hablarle. La pasé mejor en esos minutos que en todas las citas juntas.

El autobús llega a mi parada, me bajo y desecho el cartón de churros vacío en el cesto antes de meter mi mano derecha en el bolsillo de mi abrigo, siento algo al introducir la mano, tanteo notando la textura de algo similar a cartulina y al extraerlo veo que es una tarjeta, más importante aún, es la tarjeta de presentación de Tiago.

Una sonrisa estúpida me adorna el rostro y no puedo contenerme de dar dos brincos de alegría antes de correr hacia mi apartamento. Por primera vez en mucho tiempo, estoy emocionado por alguien.

Llego a casa, me baño para entrar en calor y luego marco a un servicio de comida tailandesa, soy un desastre cocinando. Después de ordenar, introduzco el contacto de Tiago en el celular y siento mi pulso dispararse cuando marco, respirar se vuelve difícil, hasta que su alegre voz contesta.

— Dígame.

— Hola, ¿Tiago? Soy Robert— digo, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no tartamudear.

— El chico de la parada— me parece escuchar una sonrisa, por raro que eso suene— Tengo tu guante— comenta y yo sonrío, claro que lo tendría él.

— Pues me interesaría recuperarlo— digo. ¿Esto cuenta cómo coquetear?

— Bueno, se me ocurre algo— afirma y escucho el sonido del refrigerador siendo abierto— tengo que ir a comprar víveres este sábado, podrías acompañarme como pago por mi servicio de entrega de churros y cuidado de guantes, y luego puedo cocinarte algo para que veas que no es necesario quemar una cocina hirviendo huevos— me río ante su propuesta, no sería una primera cita muy usual, si es que siquiera se puede considerar así, pero suena atractivo.

— Me parece bien— accedo sonriente, conocedor de que esa simple frase es el paso al cambio en mi vida.

Durante los siguientes tres días Tiago y yo pasamos mucho tiempo mandándonos mensajes en el trabajo, y cuando llegamos a casa nos llamamos. No hablamos nada profundo, cosas sencillas como nuestros gustos en música, entretenimientos y comida, además de mis alergias, pues él dice no querer matarme.

Nos contamos cómo nos ha ido el día y sobre nuestros compañeros de trabajo, puede que para muchos no sean la gran cosa, pero Tiago ha sido un cambio de ritmo agradable en mi rutina.

— Ya estoy saliendo— digo, cerrando la puerta de la casa.

— No me estás haciendo eso de “Voy llegando” cuando apenas se están bañando, ¿cierto?— insinúa jocoso. El sábado ha llegado más pronto de lo esperado y llevamos 15 min debatiendo por qué ir a comprar a un centro que está lejos de su casa solo porque le gustan más los productos de allí.

— No— aseguro, entrando al auto— ¿Escuchaste? Es la puerta del auto, ya voy en camino.

— Estaré esperándote allá, recuerda que sigo sin auto— comenta y puedo escucharlo subir al autobús.

— Está bien, nos vemos en un rato, besos— lo siento tirarme besos como si fuera un niño antes de colgar ambos y partir rumbo al centro comercial.

Soy un conductor miedoso, así que me toma más tiempo llegar a los lugares, cuando llego, obviamente tarde, le envío un mensaje a Tiago, quien me responde que ahora me alcanza, pues fue a comprarme algo. Yo me sonrojo por la idea de que algo que vio le hizo acordar a mí y me siento tranquilamente a esperarlo.

El invierno siempre había sido la estación que más odiaba, no solía salir a ninguna parte en esta época a no ser que fuera necesario, no puedo evitar sonreír al saber que ahora estoy voluntariamente sentado en un banco, en un clima frío, solo por salir con alguien que me agrada.

— ¿Robert?— esa voz me paraliza. Giro lentamente la cabeza, viendo el rostro de la persona que menos pensé encontrar.

— Christian— me sorprendo de lo relajada que sale mi voz, él se acerca vacilante y queda delante de mí— Tiempo sin verte— comento, es algo idiota, pero no sé qué más decir.

— Sí, así es— concuerda y puedo ver que está igual de incómodo. Me fijo en los detalles, se ve mucho más maduro y su cabello ahora está más largo.

— Supongo que las personas cambian en dos años— ¿Cómo te ha ido?

— Bien, mi trabajo es satisfactorio y la comida rápida no está mal— respondo, él sabe lo mucho que detesto cocinar, lo veo sonreír quedamente por mi respuesta y me relajo. Fue mi amigo durante toda mi vida y perderlo fue difícil, lo miro ahora y soy consciente de cuánto lo he extrañado— Por lo que sé a ti te va de maravilla.

— ¿Te enteraste?— pregunta sorprendido, como si no esperase que yo supiera algo de su vida.

— Sí, mis felicitaciones para ambos, estoy muy feliz de que vayas a dar este paso— estoy siendo sincero, saberlo feliz me trae una calma que no había hallado en este tiempo.

— Te he extrañado— confiesa y yo sonrío, aunque puedo sentir las lágrimas acumularse en mis ojos.

— Y yo extraño a mi amigo, al chico loco que me protegió durante toda mi vida, a quienes éramos antes de que yo mandase todo a la mierda— se ríe, nunca fui de decir palabrotas, las consideraba ofensivas en todos los aspectos. Supongo que mucho ha cambiado, pero para él debe verse extraño escucharme decirlas.

— Quiero recuperar lo que teníamos— su voz baja varios grados y me mira como un cachorro apaleado, mi cuerpo tiembla y es aquí cuando me doy cuenta, ya no le amo de esa manera.

Ambos tuvimos un amor reciproco en momentos diferentes, pero no por ello teníamos que perdernos uno al otro. Me pongo de pie cuando percibo el movimiento de una cabellera roja oscura a mi derecha, observo a Tiago pacientemente esperándome, se ve relajado y trae una bolsa en la mano, probablemente lo que compró para mí.

— Yo también, mi número es el mismo, ¿todavía lo tienes?— pregunto, devolviendo la mirada hacia Christian, quien me observa con una expresión coqueta y una sonrisa insinuante.

— Lo tengo, te escribiré. Además, quisiera tenerte en la boda— añade y yo asiento con la cabeza— ¿Debo ponerte más uno?— y allí está, ese tono con doble sentido que él siempre usaba cuando notaba que me gustaba alguien, no puedo evitar reírme.

— Sí, hazlo— acuerdo y él me sonríe ampliamente antes de despedirme.

Lo veo irse a donde Raúl, el chico trae el cabello más largo de lo que recuerdo y el abrigo rosado con estampado de colores le hace resaltar entre tantos colores fríos. Puedo entender qué vio Christian en él, y cuando los veo sonreírse e irse de la mano, lo que único que siento es una calma feliz por mi amigo.

Camino hacia Tiago con una sonrisa, nuevamente hay nieve en su cabello, no sé cómo se las arregla para que eso pase aun cuando no está nevando.

— ¿Todo bien?— me pregunta sonriente.

— Todo correcto— afirmo y luego desvío mi mirada hacia la bolsa.

— Ah, no— niega rápidamente, moviéndola hacia atrás— esto es para más tarde, ahora vamos a comprar todo lo que necesito para hacerte probar comida casera decente.

Me río cuando infla los cachetes y empieza a caminar, balanceando la bolsa como si quisiera restregarme en la cara que no lo tendré ahora. Lo sigo hacia las múltiples tiendas a las que entra, no sabía que había tantas. Pasamos horas recorriendo corredores, con Tiago haciendo comentarios sobre cada tipo de carne, verdura y demás, obviamente es un gran apasionado de la cocina.

¿Comprar alguna vez fue divertido? Antes de este día mi respuesta hubiese sido no, pero luego de varios chistes, anécdotas graciosas y un viaje deslizándome en el carrito de las compras como si fuera un niño de cinco años, idea del pelirrojo que no mide consecuencias, la respuesta definitivamente es sí.

El camino hacia su casa en mi auto fue más divertido aún, nos contamos anécdotas sobre la escuela, nuestra infancia, tonterías que hayan pasado en nuestro trabajo y mis muchos accidentes de cocina, es así como descubro que Tiago es hijo de un cheff, por eso su habilidad al cocinar.

— Aprender no era opcional, una persona funcional tenía que saber cocinar, porque una buena comida podía mejorar el estado de ánimo de cualquiera— me dice, narrándome la historia de su padre enseñándole las artes culinarias.

— Yo no aprendí absolutamente nada, aunque mi amigo Christian si es muy bueno en eso, así que él me alimentaba— por primera vez en todo este tiempo, vuelvo a hablar sobre él y no me es doloroso, Tiago me sonríe.

— Entonces siempre has sido un bebé polluelo al que alimentar— comenta y yo protesto como un niño chiquito, haciéndolo reír. Entramos a su casa, está decorada de forma simple en colores pasteles que ayudan a relajarse— Por norma general no dejo a principiantes entrar en mi cocina, pero estoy seguro de que puedes ayudarme a cortar sin quemar mi casa, ¿cierto?— su tono coqueto y divertido me hace reír, me sonrojo ligeramente mientras muerdo mi labio inferior en un gesto nervioso que creí haber dejado.

— No prometo nada— digo divertido, alzando los hombros.

— Eso me pone nervioso— asegura, guiándome hacia la cocina.

De pequeño me encantaba observar a mi mamá o a Christian cocinar, se veía divertido, sin embargo, mientras la figura delgada y elegante de Tiago se desplaza por la cocina me doy cuenta que también puede ser algo hermoso.

Mis ojos lo siguen en todo momento, sé que él lo nota, de vez en cuando me mira y sonríe y yo me sonrojo, con tanta distracción no es de extrañar el siseo que suelto por lo bajo al cortarme picando unos ajíes. Me levanto rápidamente y voy hasta el fregadero, abriendo la llave y lavando la herida, es pequeña, pero algo profunda y sigue soltando sangre.

— Creí habértelo dicho, en la cocina tienes que atender lo que haces— comenta, acercándose por detrás y tomando mi mano— Déjame ver— mi dedo ya no sangra tanto, pero puede ser porque toda la sangre de mi cuerpo se ha concentrado en mi rostro, no puedo dejar de observar sus dulces rasgos, su llamativo cabello y la forma en delicada en que sostiene mi mano— Ahora mismo tampoco estás prestando atención— dice, elevando la mirada y sus oscuros ojos me miran profundamente.

— Sí lo hago— afirmo y no me refiero a la cocina, a la herida o a nada que no sea él, por como sonríe suavemente creo que me entiende.

Nuestros rostros se acercan, respiramos el mismo aire, mezclando nuestros alientos y casi puedo sentir sus labios sobre los míos. Ambos pegamos un brinco cuando suena el ding del horno, indicando que la carne estaba lista.

— Ehm, hay curitas en el baño— comenta, señalándome la dirección y salgo rápidamente de allí, avergonzado.

Luego de varios minutos en el baño, lavando bien el corte, colocando la curita y calmando mi nerviosismo, regreso a la cocina, para ver como Tiago ya ha servido la mesa. Todos los platos se ven deliciosos y él está parado detrás con una botella de vino en la mano, descorchándola.

— ¿Me hace el honor?— dice, indicando hacia una de las sillas, yo me río y me acerco, sentándome y dejando que me sirva la copa— Espero que te guste, es obvio que cocinar no es lo tuyo, pero tu rostro demuestra que comer sí.

— Lo siento, es que todo se ve apetitoso— me disculpo, el olor y apariencia de los platos me hacen la boca agua.

— No te disculpes, es un elogio para mí.

El almuerzo pasa con nosotros haciendo chistes, yo casi atragantándome, Tiago riéndose de mí y ambos pasando un gran momento. Luego de que yo insistiera por fregar, Tiago se fue a la sala a poner la televisión y sacar otra botella de vino, la primera la acabamos mientras comíamos.

Volví a la sala luego de dejar todo en su lugar, y vi a Tiago observando una entrevista que se le había hecho a Ryan, el modelo que actualmente estaba revolucionando la industria, al lado de su esposo, tengo entendido que se casaron el año pasado. Tiago sonreía y pude notar en su rostro el mismo sentimiento que yo tuve hoy en la mañana.

— Parece que tenemos más en común de lo que pensé— comento y él me sonríe, se levanta y me entrega una copa, luego camina hasta la ventana de cristal que muestra una vista de la calle.

— Mira hacia afuera— pide, yo me acerco y observo a las personas que caminan tomadas de la mano, a quienes ríen entre amigos o van en familia— ¿Cuántos de ellos crees que han superado momentos difíciles?— le miro sin entender totalmente— Para cada persona, un momento es difícil acorde a sus propios sentimientos y capacidad para enfrentarlo, todos pasamos por momentos así. ¿Cuántos crees que han amado y sufrido ese amor? ¿Cuántos se han levantado?

Entiendo lo que dice, a veces es cuestión de dejar pasar el tiempo, llega un punto en que te no te das cuenta, pero te has levantado y ya es el final. Lo observo tranquilamente, viendo como su mirada sigue fija en la calle afuera, donde los copos de nieve empiezan a caer. El invierno se ha vuelto mi nueva estación favorita.

Él gira a verme, y esta vez no me sonrojo, pasivamente me acerco y alzo en puntas de pies, lo suficiente como para que mis labios rocen suavemente los suyos, sin dejar de mirarnos a los ojos.

No es un beso apasionado, ni extenso, es solo mis labios sobre los suyos, sintiendo nuestro calor, y sin embargo, mi cuerpo se siente como si flotara. Desciendo, separando el beso, aunque no me alejo, solo nos miramos y de repente todo es tan sencillo y natural que me doy cuenta de qué es lo que me faltaba en las 14 citas anteriores con extraños.

Me faltaba él y con ese pensamiento, sonrío, sabedor de que mi vida acaba de tomar una nueva dirección y esta vez es definitiva.

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Hola, pequepinkypitufos, ya sé que el capítulo de hoy no es muy dramático, pero me sentía inspirada para algo más soft y fluff. Además, quería transmitir el mensaje claro de que a veces solo hay que dejar al tiempo ser.

Otra cosa, no se me ha olvidado que Tiago tiene un regalo para Robert, en la siguiente historia se hace una mezcla con esta y se menciona lo que era el regalo, no es una incongruencia mía.

Recuerden que si tienen algún secreto que gusten que yo vuelva un OS me pueden escribir sin problemas, deben su estrellita y comentarios.

Por último, quería comentarles que si a alguna de ustedes les gusta la pareja de Magnus Bane y Alec Lightwood de Cazadores de Sombras, tengo un fanfic ya terminado al cual le han hecho este maravilloso booktrailer por haber ganado el primer lugar en un concurso. Si les gusta, la obra está en mi perfil. Nos leemos💜💙💜💙

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