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Secreto 13- Mi suerte en forma de helado.

Estoy tirado en el suelo de mi cuarto, lanzando una bola de beisbol hacia arriba y atrapándola. ¿Por qué? Porque mi mejor amigo me dejó plantado para irse de viaje con su novio y ahora no tengo más que hacer que jugar con la bola de beisbol que mi hermano mayor me regaló cuando se fue para la Universidad hace cuatro años.

Era su tesoro más preciado porque fue un regalo de papá cuando ganó su primera Liga en la preparatoria, pero él sabía que yo me sentiría triste cuando se fuera, así que me la dio. Nunca he sido muy de deportes, no es que esté en mala forma, hago ejercicios moderadamente, pero practicar nunca me fue atractivo.

— Elian— la voz de mi mamá por fuera de la puerta de mi habitación hace que falle al atrapar la bola.

— Pasa— digo sin moverme del suelo.

— Querido ya que no vas a salir, pensé que te gustaría venir conmigo al centro comercial— propone muy contenta.

La verdad a veces me parece que mi mamá es una niña chiquita, ríe por cualquier tontería, tiene gestos adorables, hace pucheros, berrinches y es adicta a las golosinas. Ha sido una madre responsable siempre, pero esa forma suya de ser causó que la veamos también como una gran amiga y por eso sonrío ante su propuesta. Cualquier otro joven de 22 años estoy seguro que no aceptaría tan fácilmente una salida con su madre.

— Claro, suena genial— digo, poniéndome de pie de un salto y riendo cuando la veo dar saltitos sonriente y aplaudiendo.

— Voy a vestirme, ponte bonito, aunque salgas conmigo uno debe de verse bien— dice inflando los cachetes y yo me río, mi madre me levanta el ánimo en todo momento.

— Entendido, mamá— asiento con la cabeza y me dirijo al closet cuando ella sale de la habitación.

Me cambio a unos pantalones negros sencillos, unas zapatillas blancas y un suéter gris al que le subo las mangas hasta la mitad de mi antebrazo. No soy de usar joyería, pero siempre uso el reloj negro sencillo que me regaló mi mamá y la pulsera que comparto con el resto de la familia, los cuatro tenemos la misma en la muñeca izquierda, por supuesto que fue una idea de mi madre a la cual no pudimos negarnos cuando empezó a hacer pucheros tristes.

Acomodo mi cabello castaño, que es más largo arriba y por tanto lo peino hacia adelante y elevo las puntas de forma despreocupada, básicamente este es mi estilo diario, nada sorprendente considerando que soy delgado y me veo ligeramente pálido.

Cuando bajo las escaleras mi madre está con un vestido amarillo de falda esponjosa, unas botas carmelitas y un abrigo ligero por encima, que es largo hasta el límite de su falda  y tiene botones en forma de flores. No puedo evitar reírme cuando ella da una vuelta para que yo la alague, es una lástima que ya no pueda bailar, fue una excelente bailarina de ballet, al menos hoy día todavía enseña.

Pasamos todo el camino hacia el centro comercial cantando las canciones aleatorias que salían en el reproductor del auto, abarcando diferentes épocas musicales, siempre ha sido divertido viajar con mamá, aunque lo era más antes, cuando yo no tenía edad para que ella preguntara cosas innecesarias.

— Entonces— dice en ese tono sugerente y ya sé que tema va a tocar— ¿No te gusta nadie?— una risa traviesa se le escapa y yo volteo los ojos.

— Ya te dije que no, mamá— respondo en tono cansino, últimamente pasamos tanto tiempo solos que esta es una conversación fija entre nosotros.

— Vamos, Elian, alguien tiene que atraerte siquiera— insiste y yo niego con la cabeza.

— Pues no— afirmo.

No es que no me atraiga nadie, eso es mentira, pero todavía no sé cómo decirle a nadie en mi familia que no podré sentir atracción hacia las chicas. Sé que todos son muy buenos, pero ese tema es algo que nunca hemos hablado entre nosotros y por increíble que parezca, no tengo ni idea de qué piensan mis padres y hermano sobre la homosexualidad, por eso nunca he dicho que soy gay.

— Elena, la amiga mía que antes vivía en la casa al lado de nosotros, ¿sabes cuál?— pregunta, me sorprende un poco el cambio de tema brusco.

— Sí— contesto inseguro.

— Está dando una fiesta este fin de semana por el cumpleaños número 21 de su hija, Stella y está muy insistente en que vayas, mandó la invitación esta mañana— comenta como si nada y ya entiendo el motivo, no era un cambio de tema.

Stella era nuestra vecina hasta hace dos años, solíamos jugar juntos de niños y cuando teníamos 16 ella se me declaró, besándome. Por supuesto que le dije que no y a partir de ese día comprendí que debía dejar de engañarme con que tal vez era bisexual, ciertamente no me gustaban para nada las chicas.

Cuando se mudaron, ella y su madre empezaron a visitar mucho la casa, pero como yo ya había empezado la Universidad pocas veces coincidimos. No puedo creer que todavía insista en tener algo conmigo.

— No voy a ir para crearle expectativas a Stella de algo que no pasará, mamá— afirmo firmemente y la veo endulzar su expresión.

— Entiendo si la chica no te gusta, pero creo que deberías ir de todas formas— dice con suavidad y sé que terminaré diciendo que sí, nunca le hemos podido negar nada cuando habla así— Podrías dejarle bien en claro que no te gusta y la chica seguirá adelante, o eso espero porque si no sería bien preocupante, además de paso te diviertes un rato. Habrá muchos invitados que conoces de la preparatoria— suspiro negando con la cabeza, por una parte tiene razón, pero ciertamente no quisiera que la tuviera.

— Está bien, iré solo por un rato, confirma mi presencia— accedo finalmente y mi mamá sonríe con suficiencia mientras aparca el auto.

La conversación queda totalmente olvidada en los segundos que le toma a mi mamá sumergirse en el mundo de las compras, aunque terminamos con más bolsas para mí que para ella. Le encanta comprar diferentes ropas y estilos para nosotros, pero como solo yo vine, prácticamente me usa para suplantar la cantidad que les compraría a mi padre y mi hermano.

Luego compramos una cantidad excesiva de zapatos para ella, son su obsesión, no tengo idea de cuántos tendrá en total. Pasamos por la sección de cosas de escritorio y casi tengo que sacarla arrastrada de allí, si por mi madre fuera compraría la tienda entera para decorar el cuarto de estudio. Antes de darme cuenta ya llevamos unas tres horas aquí y mi cuerpo pide azúcar.

— ¿Qué quieres comer?— pregunta mi madre mientras metemos más bolsas al auto, es el segundo viaje que hemos hecho para esto.

— No sé, la verdad quisiera algo dulce— lo dulce es mi debilidad.

— Podría ser pasteles, chocolate, helado, carame…— empieza a nombrar ella, pero la interrumpo emocionado.

— ¡Helado!— exclamo sonriente, la verdad tengo más rasgos de ella de los que estoy dispuesto a admitir.

— Pues vamos— dice tomándome del brazo.

Caminamos hasta el puesto de helados, es uno de los últimos donde hacen las barquillas, queda justo en el parque central para que las personas lo coman sentados en los bancos, descansando de sus compras y puedan pasar un rato agradable. Nos ponemos en la fila, que afortunadamente no es muy larga, y mi vista divaga por las personas que están delante de nosotros.

Por un instante me quedo observando la espalda de un chico alto, que se encuentra a dos personas por delante de mí, usando un abrigo negro, pantalones negros y unos tenis carmelitas. No pudo verlo, pero me pierdo en su cabello castaño oscuro que al sol tiene destellos rojizos atrayentes.

— Le voy a echar al mío chispas— comenta mi madre parándose en puntas de pie para observar hacia el puesto de helados por encima de las personas. Esto me trae de vuelta a la realidad, no puedo dejarme llevar cuando no ando solo. Toso para aclarar un poco mis pensamientos y me apresuro a hablar para que no note mi distracción.

— Sí, yo también.

— Qué bueno, así te alegras la vida— dice sonriente y yo me río.

No dejo de mirar el suelo o hacia el lado durante los tres minutos que pasan hasta que estamos delante del heladero. Mi mamá pidió uno de chocolate con crema y chispas, aplaudiendo bajito antes de tomarlo y moverse un poco hacia el lado, yo pedí uno de pistacho con chispas y caramelo y pagué, yendo donde mi madre.

Apenas me detengo al lado suyo y veo que ya ella se ha comido la mitad de su helado, no entiendo cómo puede comer tan rápido. Me dispongo a comerme el mío cuando el llanto de una niña capta mi atención, se le había caído el helado al suelo.

— Beth, tranquila, iré a comprar otro— le dice el chico que anda con ella y veo que es el mismo al que estuve mirando, desvío la mirada rápidamente. La pequeña se queda delante de su helado que se derrite en el suelo y se sopla la nariz en un pañuelito de Hello kitty— Perdone, puede darme otro helado de pistacho—escucho que pide el chico, su voz es fuerte desde donde estamos parados y yo me limito a mirar a mi mamá, que observa a la niña con atención. Siempre ha tenido una debilidad por los niños.

— Lo siento chico, ese sabor ya se acabó— dice el heladero y el muchacho asiente, pidiendo disculpas.

— Malas noticias, Beth, el pistacho se acabó— dice cuando regresa con su hermana, se agacha delante de ella para hablarle y ella se sopla de nuevo la nariz y asiente— ¿Quieres otro sabor?— la niña niega con la cabeza y el chico sonríe con pesar, puedo detallar su rostro desde donde estoy, tiene rasgos delicados, su cabello cae en ondas alrededor de su rostro y sus ojos oscuros se muestran tristes por su hermanita. Maldita sea, esto es demasiado.

Camino el metro que nos separa lentamente, no quiero asustarlos, el chico me ve y se pone de pie, pero yo lo evito por si algo en mi rostro pudiera delatar que lo he estado mirando, me agacho a la altura de la niña e inclino mi helado hacia ella.

— No lo he probado, pero este sabor no me gusta mucho, creo que tú lo disfrutarás más— le digo con una sonrisa y ella me mira impresionada, levanta la mirada hacia el chico por un momento.

— Hermano, ¿puedo?— pregunta con voz angelical y no escucho que él responda, pero parece que asiente con la cabeza porque ella me mira con su rostro destellante de alegría y toma el helado entre sus manos. Yo me pongo de pie y la miro, vale la pena dárselo si eso la hace así de feliz— Gracias, niño bonito— me agradece luego de darle una mordida a su helado y no puedo evitar sonreír.

— Y vaya que lo es— comenta con un rastro coqueto su hermano y yo lo miro fijamente, impresionado por sus palabras.

Él me observa con una sonrisa ladina y me quedo perdido en sus ojos oscuros fijos en mí con esa expresión atrayente antes de darme cuenta de lo que ha dicho, desviando la mirada y sintiendo el calor expandirse desde mis mejillas hasta mis orejas y mi cuello.

— Una lástima que nos tengamos que ir, sería bueno verte de nuevo, chico bonito— dice tomando a su hermana de la mano y yo sigo sin poder hablar, me limito a mirarlo avergonzado y feliz mientras los veo irse.

— ¡Oh, vaya!— exclama mi madre y de repente me acuerdo que andaba con ella, toda la emoción de hace unos segundos se esfuma de mi cuerpo. No puede ser que esto me esté pasando— Así que por eso no tenías novia ni estabas interesado en ninguna chica— comenta y  yo miro con escrutinio su rostro buscando algún rastro de desagrado— Debiste de habérmelo dicho, bueno, sería igual de bueno que vayas a la fiesta de Stella, estoy segura que algunos de los presentes serán chicos apuestos con los que coquetear— afirma fingiendo pose pensativa y luego al ver mi rostro impactado se ríe abiertamente.

— ¿Estás bien con esto?— pregunto, temeroso de que solo lo esté imaginando.

— Eso explica muchas cosas— dice volviendo a engancharse de mi brazo y caminando hacia la salida— Elian, estoy bien con eso, me interesa que seas feliz. Ahora solo prométeme que no te recluirás más y me buscarás un yerno— demanda con un puchero y yo me río, mi madre es única.

El resto de la semana pasa con mi madre diciéndole casualmente a mi padre que soy gay, mi padre escupiendo su comida, medio atragantándose y luego riéndose diciendo que cómo era posible que mi madre no lo supiera, cuando él se había dado cuenta desde que yo era adolescente, afirmación que fue secundada por mi hermano que estaba en videollamada con nosotros en ese momento y mi madre peleando en la casa porque había sido la última en enterarse, todo esto mientras yo me reía de lo ridículo que había sido al creer que lo había escondido bien todo este tiempo.

Después de unos días de enfufurramiento, como le dice mi padre a los berrinches de niña chiquita de mi madre, finalmente ha llegado el viernes y tengo a mi madre en mi cuarto escogiéndome la ropa para la fiesta de Stella esta noche.

Posterior a vestirme con unos pantalones negros que tienen un corte a nivel de la rodilla en mi pierna derecha, unas botas negras y una camisa azul con pequeñas equis blancas, cuyas mangas largas arrugué por la mitad de mi antebrazo, mi madre cree que estoy listo y peinado, por lo que me envía a la fiesta, luego de gritar que por favor le consiga un yerno esta noche.

A estas alturas mis vecinos deben de saber mi orientación, pero que mi familia se lo tome tan natural me es suficiente para que no me importe, así que sonrío y me voy a la casa de Stella.

Para cuando llego, la fiesta ya ha empezado, la música suena alta y dentro hay cientos de personas. Nunca ha sido mi ambiente, ni siquiera en la Universidad, pero de cualquier manera es divertido, la música es buena y por el momento nadie está borracho.

Me dirijo a la mesa de las bebidas y cojo una cerveza, apenas le he dado un trago cuando unas manos delicadas me abrazan por la espalda. Doy un brinco de la impresión y me giro para ver a Stella con su cabello rubio perfectamente peinado y su vestido con exceso de brillos.

— Elian, me alegra que vinieras— dice sonriente.

— Muchas felicidades, Stella— le digo, aunque no la abrazo ni le devuelvo la sonrisa, no voy a darle esperanzas.

— Espero que te lo estés pasando bien— comenta y se acerca más a mí.

— Apenas acabo de llegar— respondo, dando un paso atrás.

— Me encanta esta canción, ¿bailas?— pregunta y extiende la mano hacia mí. De repente me doy cuenta de que hay algunas chicas mirando en nuestra dirección, es su cumpleaños, no quiero hacerle sentir mal, menos aun con audiencia, así que asiento con la cabeza tomando su mano.

La canción es de un ritmo rápido que se baila pegando los cuerpos unos con otros, nada de eso me gusta, pero hago un esfuerzo por seguirle el ritmo entre el mar de cuerpos que empujan y se mueven. Me siento incómodo y esa sensación aumenta cuando sus brazos se aferran a mi cuello y ella tira de mí, haciendo mis labios impactar en los suyos por segunda vez desde que nos conocemos.

Como si mi cuerpo reaccionara de forma automática, con fuerza me echo hacia atrás, sujetándola firme por los brazos y empujándola lejos de mí. Me mira sorprendida y yo me limito a aprovechar que por el baile y las bebidas nadie nos prestaba atención para salir de entre la gente, choco con alguien en el proceso, pero no le miro, solo murmuro unas disculpas y me pierdo en dirección a la cocina, saliendo por la puerta trasera hacia el jardín.

La música llega lejana en estos momentos y yo me aparto más, terminando sentado en los asientos de piedra que hay cerca de la piscina. Paso unos segundos solo, mirando el agua calmada y pensando si debo irme.

Unos pasos calmados se escuchan detrás de mí y giro la cabeza esperando ver a Stella, por eso me quedo de piedra al ver al chico del centro comercial, enfundado en unos pantalones negros, con un pulóver blanco encima del cual lleva un abrigo a cuadros negros, grises y blancos que le da un aspecto más relajado del que recuerdo.

— Pensé que eras tú, chico bonito— sonríe en mi dirección y yo me sonrojo, devolviendo la vista hacia la piscina— ¿Puedo?— pregunta, señalando el espacio al lado mío en el banco.

— Sí— logro responder, todavía sin mirarlo.

— Parecías necesitar una escapatoria allá— comenta, señalando con su mano la dirección de la casa y me doy cuenta que él vio lo que sucedió. Maldita sea, que vergüenza.

— Bueno, ella a veces es muy…— me quedo espaciado en mi intento de respuesta.

— Insoportablemente pegajosa— termina él por mí y sonrío.

— Intensa— le corrijo, sintiendo como la tensión se escapa, sigo nervioso por tenerlo cerca, pero me voy relajando— No debí de haber venido— comento, más para mí que para él.

— Yo por mi parte estoy muy feliz de que vinieras, ya tenía pensado un plan que consistía en ir todos los fines de semana al centro comercial a esperar que aparecieras, empezaba mañana— me dice sonriendo y mirándome fijamente— esto me ahorró el tener que esperar indefinidamente, chico bonito.

— Elian, mi nombre es Elian— le digo, sonrojado por su confesión, no sé si será verdad, pero igual me acelera el corazón con lo que dice.

— Anthony— dice, extendiendo la mano hacia mí para que se la estreche. Hago un vago intento por controlar mis nervios antes de tocar su mano, sintiendo mi cuerpo estremecer cuando da dos firmes sacudidas— Aunque todos me dicen Toni.

— Mucho gusto, Toni— lamo mis labios por el nerviosismo y por un instante me parece que su mirada se concentra en ese gesto, pero rápido vuelve a mirarme a los ojos.

— ¿Qué tal la noche entonces?— pregunta, apartando parte de su pelo con su mano en un gesto lento que me hace babear mentalmente.

— Pues la cerveza estuvo buena, pero ni siquiera llegué a terminarla, la música es agradable, pero no es mi estilo, soy gay y la única persona que me coqueteó fue una chica y si en algún momento pensé en besar a alguien esta noche, no contaba terminar con un empalagoso sabor cereza de brillo de labios en la boca, así que no es la mejor noche de mi vida— puntualizo con soltura.

Cierto que soy un chico tímido que se sonroja ante los cumplidos, pero no significa que sea introvertido y antisocial. Su risa ligera y alegre se escucha con claridad y yo le veo mirarme mientras se ríe, haciendo que termine riéndome.

— La verdad es que es una noche de mierda— afirma— pero quizás puedo solucionarlo.

— Te escucho— digo, exhortándolo a que se explique.

— ¿Qué música te gusta?— pregunta, sacando su celular.

— Rock electrónico— contesto y él sonríe, busca en su celular y pronto suena una canción de mis favoritas.

— Solucionado lo de la música, ahora vamos a lo del sabor de cereza— su mirada se agudiza y yo me pongo nervioso en un muy buen sentido— Cierra los ojos.

— ¿Qué?— pregunto impactado.

— Cierra los ojos— repite lentamente con suavidad y mi piel se eriza.

Hago lo que me pide, confiando en él no sé por qué motivo, paso mi lengua por mis labios nuevamente en un gesto nervioso y siento su presencia más cerca de la mía, su aliento chocando contra mi rostro y luego algo frío tocando mis labios, por lo que entreabro la boca, sintiendo el sabor de helado de leche con chocolate.

— Abre los ojos.

Abro los ojos, tragando la cucharada de helado que me dio, ni siquiera me había dado cuenta de que él sostenía una bolsa de plástico cuando llegó. Sus ojos están fijos en los míos, su boca tiene una sonrisa ladina demasiado excitante y tiemblo cuando él baja un poco la cabeza, rozando su nariz con la mía.

— Ahora ya no sabes a cereza— susurra, con su cálido aliento chocando contra mis fríos labios— Y por si no lo sabes, chico bonito, yo estoy coqueteándote— trago grueso cuando dice esas palabras, entreabriendo mi boca para respirar porque siento que no me llega suficiente aire a los pulmones— No te voy a besar esta noche— continua sin dejarme hablar— porque por más que lo deseo- arrastra la s un poco más de lo usual y mis ojos están fijos en sus labios— prefiero hacer esto más lento, la expectativa aumenta el placer al momento de alcanzar lo deseado.

Y con esas palabras se aleja de mí, volviendo a sentarse en su lado del banco, dejándome desconcertado, deseoso de más, intrigado y frustrado a la vez. Esa incongruencia de emociones me hace sonreír.

— Ahora come— dice, soltándome el resto del pote de helado con una cucharilla plástica— No es una cerveza, pero esto sí te lo vas a poder terminar— sonríe, sacando un pote para sí mismo.

— ¿De dónde lo sacaste?— pregunto, comiendo parte de mi helado e intentando que una conversación casual me ayude a no pensar en lo mucho que desearía tirármele encima a besarlo.

— Te vi salir de la fiesta y pensé que podría hacer honor a nuestro primer encuentro con helado, a fin de cuentas fue gracias a eso que nos conocimos— responde, encogiéndose de hombros como si fuera algo simple.

— Estoy empezando a creer que sí pensabas esperarme todos los fines de semana— comento y él me sonríe de forma traviesa, comiendo más de su helado y yo sonrío, sabiendo que de no haber venido hoy, nos hubiésemos visto mañana, porque yo sí tenía planes de ir al centro comercial con la esperanza de quizás volver a verle en el puesto de los helados.

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Pequepinkypitufos holiiiis. Espero que les haya gustado la actualización. Disculpen la demora, por motivos de internet se me está haciendo difícil encontrar secretos, entonces si alguno tiene links de donde encontrarlos o quiere sugerir alguno me ayudaría mucho.

Dicho esto, ¿qué opinan del secreto de hoy? No se me da mucho la comedia, pero cuando edité el capítulo encontré ciertos párrafos graciosos, ustedes me dirán.

Nos leemos mañana🥰😘.

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