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#4

Aquí estoy de nuevo. Una llana e infinita capa de agua cristalina, con un suelo fácil de alcanzar sumergiendo tan solo la mitad de mis pies como si fuera una fina ola de mar.

No reconozco mi ropa, aunque supongo tener puesta la pijama que me coloqué antes de llegar a ese lugar con sol poniente para el resto de la eternidad, pues tengo la suave sensación del material de la ropa, ignorando la sudadera vieja y pequeña que tenía antes.

Comprobando mi teoría casi por accidente, escondo las manos en los bolsillos de mi ropa, y me dispongo a caminar para dejar a mi paso ondas temblorosas como huellas de mis pisadas. 

¿Cómo me llamo? 

No lo sé, no lo recuerdo, no me importa. 

¿Cómo llegué ahí? 

Sueños. Lo ultimo que recuerdo es haber cerrado los ojos encima de una cama que llaman como mía, la cual no es nada mas que un colchón gastado con cobijas lejanamente familiares y frías. 

¿Estoy en peligro? 

Noto mi piel erizarse, un escalofrío me llega por detrás. El brillo del crepúsculo color fuego salvaje me deslumbra al bajar la guardia y el cuidado, por lo que me tapo la cara con el brazo derecho.

No. Yo conozco esa zona, mi lugar seguro, mi reino. Un lugar donde la corona jamás me quedaría demasiado grande ni resbalaría de mi cabeza. Un lugar donde podría ser tan reina como quisiera sin correr peligro. 

Porque ese lugar es solitario, a medias, solo puede entrar la gente que quiero. 

La gente que quiero.

—¿Dónde estuviste? —pregunto en voz alta, esperando a que él me escuche, de una otra manera. Guardo silencio con la esperanza de ser respondida, a pesar que el único sonido es mi voz cortando el silencio como un cuchillo sobre mantequilla. 

Continuo mi caminata interminable, sin esperar a llegar a algún lugar. Vagando por encima del agua y la ausencia de ruido tras mi comentario inundando y calmando el alboroto de mi cabeza insana. 

Es entonces que alguien habla. Giro la cabeza, pues reconozco la voz. Pero no puedo distinguir las palabras, como si fuera algún balbuceo extrañado de un niño aprendiendo a hablar. 

No me importa, así como el hecho de no ver a nadie. Yo sé que está ahí. Y él no me hace daño. No tanto como los demás. 

—Ya no he tenido pesadillas —cambio el tema con una sonrisa nerviosa que hace mis mejillas doler. No había reparado en lo mucho que me faltaba hacer una mueca alegre —; de ningún tipo. 

—No mientas —las primeras palabras que logro distinguir me hacen bajar la cabeza, su voz es algo ronca sin dejar de ser joven —. Aún sueñas mal.

No es una pregunta, pero aun así asiento suavemente.

—He prometido enfrentarlas, pero... —se me corta la voz, y no entiendo la razón. Es otro sueño, no debería poder sentir físicamente el nudo en la garganta —...es difícil.

—Lo sé —noto la cálida sensación de un brazo rodeándome. No es la falsa ilusión de alguien abrazándome cuando en realidad solo son las sabanas. Es piel, es una persona, es conocido y desconocido. 

Mis piernas flaquean cada vez más débiles, pero no cedo y permanezco de pie. No es por el agua o el miedo a mojar mi ropa. Es solo el no querer aparentar ser inútil frente a él, frente a ese ángel. 

¿Ángel sería un insulto para ese ser? Es probable, porque se merece un título mejor. 

—Ellos están ahí para ti —menciona él en voz baja, casi un simple susurro —. Afuera.

—¿Y tú? —me rehuso aun a creer que no es real todo lo que he creado. Todas las historias bellas en mi mente, el mundo ideal... 

—También —responde con simpleza. Se me es algo difícil, pero alcanzo a detectar un suave tono de tristeza y melancolía. A él tampoco le gusta la situación —. Pero yo estoy dentro.

—Y dentro y fuera no pueden estar siempre juntos —termino sus pensamientos, restregando mi cabeza contra su brazo. Su aroma es difícil de explicar y recordar a pesar que está frente a mi nariz, mis ojos se encuentran con su par de helados témpanos con pupilas alertas. 

—Correcto —asiente él, tragando saliva de manera casi imperceptible. Aún así lo escucho, su nerviosismo se nota a través del constante temblor en su brazo.

Tiene frío. Yo también. 

—Debes... ir por ayuda —agrega él, cosa que me hace extrañar el silencio —. Que los demás se vayan de aquí.

No se refiere a este espacio, porque este es seguro. Se refiere al campo de batalla que hay fuera. Un mal paso fuera y podría terminar bastante herida. Él me ha salvado y ha muerto varias veces por ello. Aunque él es inmortal en esa zona, existe una forma de acabar con él. 

—No —respondo casi con horror. Me aferro a su brazo, a su cuerpo, me concentro en su respiración —, te matarán si...

—Tú eres de afuera —repite él, dejándome sobre él —, y yo de adentro. Tú eres la importante aquí, por ti hay gente dispuesta a sangrar. 

—También aquí. Y yo... —estoy dispuesta a perder la cabeza por ti. No me dan palabras para decirlo en voz alta, y no hace falta.

—Oye —suspira él, sus ojos como el mar me hipnotizan entumeciendo mi alma —, eres una reina por dentro y fuera. Pero es mejor que aprendas a vivir afuera para saber conllevar lo de adentro. Y si eso significa exterminar todo, exterminarme a mí, entonces hazlo. Por ti.

Siento mis ojos lagrimear, y desvío la mirada para que no se note. 

Una reina, sin reino. 

No importa. Crearé uno.

Me vuelvo a apoyar contra él, un gesto amistoso mas allá de otra cosa.

—No te olvidaré. Jamás —le aseguro con la terquedad que me caracteriza —. Y si para eso tengo que ir y regresar del mismo infierno, dentro, fuera o en el medio, lo haré. Para que todos estemos felices. Y jamás tengamos que llorar de nuevo.

Él permanece en silencio, y el sol brilla sin ponerse del lado de nadie. Estoy hablando en serio, y no me importa mi tono frágil. 

Después de un rato, alcanzo a ver una sonrisa juguetona, y unos ojos azulados burlones.

—No te lastimes —es lo único que dice.

Y ya no me da la voz para responder antes de empezar a sollozar. 

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