Belluce pensó internamente sobre sus asuntos. Quitó un libro del estante para ver únicamente su contenido. Allí la pluma roja de pintas azules posaba bellamente como marcador.

No tuvo tiempo para devolvérsela ese día. Se tuvo que ir antes de tiempo.

Suspiró de frustración algo cansado al acordarse.

Mañana es de nuevo su aniversario. Cumplirá 102 años. Ya sabe, quizás no debería recordarlo constantemente después de tanto, igual, él lo atesorara como parte de aquellos días en los que él estaba cuidándola al lado de su cama y escribía cuentos con la pluma que le prestó.

Solo logró contarle la mitad de ellos para finalizar la historia narrada entre otras historias.

A los pocos minutos convulsionó frente a sus ojos y lo sacaron para afuera. Desde ese día que no pudo ver más su bella sonrisa. Jamás.

La acarició con el amor que tanto le profirió sin importarle el daño. Por accidente, derramó una gota sobre las marcas azules. Cómo brillaban tanto al igual que la primera vez.

Guardó el libro entre los demás del estante, seguro de que Kiku no lo vería. La comedia romántica lo aburrían tanto que lo hacía dormir a las primeras dos líneas. A partir de allí esta era otra de las historias que nunca le contaría.