¡Cucú!
Alba se despertó en el que sería su hogar durante la próxima semana. Después de la muerte de su madre se vio obligada a volver a su vieja casa en el pueblo para recoger algunas de sus pertenencias y deshacerse de otras. Veinte años habían pasado desde la última vez que escuchó su voz, sin embargo, la noticia llegó a ella como si de un cuchilla se tratase, pues había tenido la esperanza de recuperar la buena relación que solían tener antaño, la cual se destruyó cuando Alba decidió abandonarla para irse a la gran ciudad.
Los tres primeros días sucedieron sin incidentes, los armarios de la cocina se encontraban totalmente vacíos, al igual que los del salón, donde el único adorno restante era un viejo reloj de cuco estropeado, marcando las doce de la noche, que pesaba demasiado para ella. El siguiente paso era el desván, lleno de cajas y reliquias que habrían tenido mucho valor en otra época, pero que ahora resultaban inútiles. Entre tantos enseres hubo un baúl que llamó la atención de Alba, con una nota en su tapa que no tardó en leer:
"Cuando el tiempo avance
cuando llegue la hora del demonio
lo oculto volverá para quedarse"
Una vez abierto el baúl tres objetos salieron a relucir: una llave, una lámpara de aceite y un puñal. Ninguno de ellos le resultaba familiar, pero sabía de donde era la llave, y es que durante toda su infancia y adolescencia hubo una habitación al fondo del pasillo cuya entrada se le tenía prohibida.
Alba se encontraba incluso emocionada, tanto secretismo por parte de su madre por fin sería revelado, pero no duró mucho, pues la llave hizo clic dejando la nada al descubierto, la falta de luz le impedía ver más allá de su nariz. La sorpresa llegó, cuando ni linternas ni cerillas funcionaron, era como si aquella oscuridad fuera tan profunda que todo intento de luz era absorbida por ella.
Cucú!
La incertidumbre no cabía en Alba, la cual se dirigió con prisa el salón, donde pudo comprobar que el roto reloj se había movido, las varillas ya no marcaban las doce sino la una de la madrugada.
El quinto día llegó sin más sorpresas, exceptuando por aquella puerta, era indiferente cuantas veces se intensase cerrar y cuantas veces se girase la llave, esta siempre se abría a los pocos minutos.
Toc, toc...
Alba se sobresaltó ante la idea de que el reloj hubiese tenido más movimiento, sin embargo, esta vez lo que sonaba era la puerta, detrás se encontraba una diminuta figura con cabellos rojizos, piel clara, ojos oscuros y pecas en sus mejillas.
- Hola, ¿En qué te puedo ayudar? - pregunto Alba desconcertada.
- Vengo a ver a Isabel.
Era evidente que aquella niña desconocía que su madre había fallecido, lo cual era extraño tratándose de un pueblo de ese tamaño, "quizá si se lo ocultaron para que no sufriera", pensó Alba.
- Lo siento pequeña, pero se ha ido de viaje - después de unos segundos de dudas había decidido que ella no era la más indicada para darle esa noticia.
- Jopé, ¿Podría entrar a recoger al señor bigotes? Isabel me lo estaba cosiendo.
Alba asintió y se hizo a un lado dejándola pasar, la niña le había parecido de lo más adorable. Esta salió corriendo escaleras arriba en busca de su peluche, pero pasaban los minutos y no regresaba, de manera que decidió ir a buscarla. Miró en todas las habitaciones, incluso en los armarios y debajo de las camas, sin resultados. Solo quedaba un sitio sin revisar, lo que hizo que se le helará la sangre. Se acercó al umbral de aquel oscuro cuarto, asomándose poco a poco, pero el miedo le impedía entrar.
- ¿Hola? ¿Estás aquí? ¿Has encontrado al señor bigotes?
Sin respuesta. Entonces recordó aquella lámpara de aceite que encontró en el baúl, fue a por ella y en solo casi segundos se encontraba otra vez delante de aquella puerta entreabierta, muerta de miedo. Cerró los ojos y encendió la lámpara con el poco aceite que tenía, temiendo que vería al abrirlos. Cuando se decidió a mirar la vio, sentada en medio de una habitación completamente vacía y con un peluche entre sus brazos, agitándolo y hablando con él, sus músculos se relajaron al instante y un suspiro de alivio se escapó de sus labios advirtiendo a la niña de su presencia. Se arrepintió de aquello al instante, cuando miró a unos ojos completamente negros y a una sonrisa poco propia de una niña pequeña su cuerpo se paralizó, dejando así que aquello se acercará lentamente a ella hasta tener su rostro a pocos centímetros. Un solo sonido rompió aquel abrumador silencio: Cucú!
El sexto y penúltimo día llegó. Alba no pudo conciliar el sueño después de aquella escena que aún rondaba su cabeza, aquella niña se había esfumado justo delante de sus ojos, no obstante, no descartaba la idea de que todo hubiese sido producto de su imaginación, pues su raciocinio no le dejaba aceptar aquellos hechos como reales. Necesitaba respuestas, estaba vez estaba decidida a llegar hasta donde hiciese falta, por mucho que su consciencia la gritase que no era buena idea.
Allí se encontraba, de nuevo delante de aquella habitación, dispuesta a entrar en busca de cualquier pista o señal que aclarase la situación actual. Cogió aire, y entró, nada parecía anormal a simple vista, esta vez solo estaban ella y el vacío. La lámpara de aceite no iluminaba mucho más allá de un metro de su cuerpo, obligándola así a caminar con cuidado alrededor.
Llevaba allí dentro un par de horas, sin resultados y apunto de rendirse. Cuando se acercó a la puerta con la intención de salir de dio cuenta de que estaba dañada, la alumbró dejando al descubierto una frase tallada en ella: "Yo lo provoco y tú lo sufres". Leyó aquella inscripción en alto, provocando que la puerta se cerrase repentinamente dejándola atrapada con la única compañía de aquella luz que iba disminuyendo a medida que se agotaba el aceite. Intentó abrir la puerta con todas sus fuerzas pero esta no cesaba ni un milímetro, una vez se dio por vencida se giró, observando unos pies con mocasines negros a pocos pasos de ella, con el terror invadiendo su cuerpo fue levantando la lámpara muy poco a poco, temiendo que se iba a encontrar. Iba por el cuello de la camisa, estaba a punto de visualizar el rostro de aquello que la había estado aterrorizando, pero el aceite se acabó, dejándola en la más absoluta oscuridad.
Alba lloraba e imploraba que se la dejase marchar, sin ninguna respuesta de vuelta, sin embargo, ella notaba su presencia, sabía que no estaba sola, que fuera lo que fuera esa cosa se encontraba ahí acechándola. Fue entonces cuando una pequeña esperanza apareció en ella al recordar el acertijo de la puerta, sabia la solución, pues lo estaba viviendo en ese mismo instante, era el miedo. Alzó el puñal que había cogido cuando fue a por la lámpara y empezó a tallar en la puerta aquellas palabras. Se escuchó un gruñido, aquello sabía que estaba encontrando la salida, y no estaba dispuesto a permitirlo. La cogió del cuello, haciendo cada vez más fuerza y dejándola sin respiración, Alba sabía que iba a morir, pero no iba a dejar de luchar, y con las ultimas fuerzas que le quedaban escribió la última letra. Su cuerpo se desvaneció en el suelo por la falta de oxígeno.
Cucú!
Aquel sonido fue como una señal, la señal de que el peligro había pasado, o eso parecía. La cabeza de Alba empezó a levantarse lentamente, dejando a la vista unos ojos más negros que la mismísima oscuridad, y una sonrisa, que resultaba muy familiar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro