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Rétame si te Atreves


Fui retada por Srta20Hennet en el concurso  Rétame si te Atreves. El mismo consistía en escribir una historia en el género de drama. Adjunto la historia que acabo de escribir. Espero que les guste. 

La Muerte de una Flor

Por K. Rodríguez (ThePlusGirl en Wattpad) 

Tomo el periódico en mis manos con la intención de leer la noticia de primera plana, pero no se me es posible. No cuando el barrio está de luto. Su muerte dejó consternados a todos los de la cuadra. Ella apenas comenzaba a vivir, estaba en plena primavera; comenzaba a florecer. Toda ella era un capullo que empezaba a abrirse, exhibiendo su belleza de a poco. Pronto la pubertad le llegaría y sería la envidia de todas las muchachas y señoras de la barriada. Eso ni dudarlo. Recuerdo su rostro enmarcado con una sonrisa tranquila, sus ojos profundos color avellana, su cabello azabache; tan oscuro como la noche en que murió. Recuerdo que también este se meneaba al compás del viento que la acariciaba cuando pasaba por estos lares. Mi esposa solía decir: «mira cómo va esa, exhibiéndose sola por la calle. Esa termina como su tía». Nunca supe porque decía que terminaría como esa tía, pero bueno, la muchachita estaba en todo su derecho a pasearse por ahí y alimentar la pupila de los codiciosos que fantaseaban con robar sus pétalos. A mí no, porque ya yo soy un viejo como para ponerme a desear chamaquitas en pleno desarrollo, pero admito que era una hermosa flor; única, brillante, colorida.

¿Cómo es posible que la autopsie revelara que se trataba de un ataque cardiaco masivo?

— Dios, ¿pero por qué habrá muerto así tan de repente? Era una muchachita llena de vida. Ni siquiera era obesa como para sufrir un infarto así — le digo a mi esposa.

— Como si para sufrir un infarto fuera requisito ser obeso — me dice.

— ¿De qué hablan? — Sale mi prima hablando. ¿En qué momento llegó?

— Del tema por obligación — dice mi esposa con fastidio.

— Eduvina, ¿no le has contado a tu marido la historia de esa?

— ¿Qué historia? — Cuestiono.

— Bueno, la razón por la que la pobre sufrió un infarto.

— No, cuéntamelo todo — le digo con desespero.

La prima Hilda se acomoda en la silla del comedor, toma un suspiro y comienza el relato.

«Dicen que se conocieron en el baile que dio doña Pura en su casa»

— Espera, ¿quiénes se conocieron? — Interrumpo.

— Pues Julián y Marisela.

Al escuchar ese nombre mi mandíbula se contrae. Rápidamente miro a mi esposa y esta no me devuelve la mirada; ella mira fijamente a un punto. No tiene el valor de hacerlo, no con la historia que tiene con el Julián ese. Decido tragarme mi orgullo y dejo que mi prima continúe.

«Pues, como decía, se conocieron en ese baile. No hace falta decir que las faldas de Marisela se movieron cuando lo vio. Bueno, ¿pero quién no se pone a temblar con semejante hombre? Como era de esperarse, la muchachita se enamoró de Julián. Comenzaron su aventura. Según sé, ella se entregó a él. Pasó el tiempo y siguieron viéndose...»

— ¿Pero él no es casado? — Le pregunto.

«Sí que lo es. Pero ella no lo sabía y el día en que le dijo que esperaba una cría de él, ella se enteró de que era la otra. Fue entonces cuando se sumó en una profunda tristeza. No pudo con tanto y ahí fue cuando murió.»

Me he quedado con la boca abierta con lo que acabo de escuchar. Ese imbécil es el picaflor del barrio. Todas mueren por estar con él, sin excluir a mi mujer, que hace dos años lo metió en nuestra cama. Si hubiese sido otro hombre, la hubiese dejado y descreditado por todo el barrio. Pero no, yo seguí con ella después de lo ocurrido, más que por amarla, por nuestros hijos. No me pareció justo que crecieran sabiendo que su madre era una adúltera.

Julián, el idiota de treinta y tantos, le robó la pureza, la castidad a tan preciosa flor. Nunca podría culparla a ella. Ella era demasiado dulce, demasiado inocente como para reconocer las intenciones de un cerdo con cara bonita. Qué muerte tan triste, tan injusta... Y todo por culpa de aquél...

— Nadie la manda a enredarse con un tipo casado— dice mi prima.

— Pero ella no sabía que lo era, Hilda— le contraargumento.

— Qué ilusa, pensando que un hombre la amaría— dice mi mujer.

Yo las miro incrédulo. ¿A caso no se dan cuenta de que el culpable de la muerte de esa flor fue Julián?

Decidido no escuchar una palabra más, salgo a la calle y camino hasta el chinchorro de la esquina. No dejo de pensar en Marisela y en su trágica muerte. Por alguna razón, me duele como si se tratase de una hija propia. Llego a la tiendita de Don Guelo y pido una cerveza. A mi lado hay unos cuantos hombres y la esposa de Miguel, el dueño de la tienda.

— Es una pena, ella tenía una vida por delante — escucho decir a Don Papo.

— Ese maldito mujeriego... Claro, como ya las viejas no le hacían caso, tuvo que meterse entre las piernas de una nenita — dice la esposa del dueño de la tienda.

En una esquina hay otro hombre escondido, como si no quisiera ser parte de la conversación, refugiado entre las sombras y un sombrero que le cubre el rostro. Nadie parece notarlo, pero yo sí. Sigo doblando el codo, pero pendiente de aquél tipo que me provoca curiosidad.

Luego de más o menos una hora, lo veo pararse del lugar en el que está. Se va retirando en silencio, como quien no quiere ser descubierto. Lo observo retirase y me fijo que tiene una leve cojera. Ese andar es inconfundible, es la manera en la que camina el ex amante de mi mujer, el causante de la muerte de la hermosa flor. No lo dudo ni en un segundo y pongo marcha detrás del susodicho.

Lo sigo por unos cuantos kilómetros hasta que él se detiene en un lugar oscuro. La verdad no sé porqué emprendí camino detrás de él, pero en estos instantes quiero gritarle lo poco hombre que es, lo imbécil y lo infeliz que es. Quiero gritarle que es culpable de la muerte de Marisela... Quisiera darle muerte por acostarse con mi esposa, por dañar a la hermosa flor.

— Hazlo... Mátame. Sé que quieres hacerlo... Merezco morir. Pero antes de que lo hagas, tienes que saber que la amaba. Que nunca quise dañarla. Ni nunca lo hice.

— Eso sería fácil... Vive para que sufras por lo que hiciste. Vive con la culpa.

— Ese es mi mayor condena... Vivir con la culpa por no haber hecho nada.

— ¿De qué hablas? — Le pregunto confundido.

— Nada... Nada...— me dice moviendo la cabeza en negativa. Él se voltea y camina como alma que lleva el diablo cuesta arriba.

Me quedo en medio de la calle confuso y sin entender nada. Luego de largos segundos doy por loco y trastornado a ese hombre y sigo mi camino de regreso a casa.

Los días pasaron y no se supo nada de Julián. Las personas dejaron de hablar de la muerte de Marisela y por consiguiente, superaron su deceso. Todos, menos yo; había algo que no me encajaba en la historia, algo que no me hacía sentido... Nunca lo sabría, pero en mi corazón siempre estaría la sonrisa tranquila e inocente de aquella muchachita y la mirada de aquél hombre cargada de culpa y de algo que nunca lograré descifrar.


Número de Registro en Safecreative: 1611249907136

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