El Infiltrado - El final de Nicolás Altamirano
A los dieciocho años tenía claro lo que quería hacer con mi vida, si bien siempre fui un joven destacado en el liceo en el cual estudié y tenía la posibilidad de estudiar la carrera universitaria o técnica que me propusiera, mi gusto por la adrenalina y los viajes me hicieron tomar la decisión de postular al ejército, y cumplir mi sueño de servir en las fuerzas especiales. Era tan grande mi sentido de vocación hacia ese futuro que durante mi juventud la preparación física y el hacer deporte eran fundamentales, ya que tenía claro que el sacrificio lo debía dar al máximo para cumplir con los objetivos que me había propuesto para mi futuro. Ser seleccionado desde muy chico en la selección nacional de basquetbol no era suficiente para mis ambiciones, así que desde los 10 años y en forma constante practique artes marciales mixtas, con un instructor que sacaba lo mejor de mí he intentaba controlar mi excesiva violencia cuando me salía de control, por lo que a él le debo, no solamente mi preparación física, también me ayudo en el camino del control aplicando la psicología desde que era muy pequeño.
Mi familia no entendía mi vocación, y mis padres constantemente caían en pequeñas depresiones debido a mi forma de ser y mi complicado carácter, siempre retraído y muy alejado de la emocionalidad, ya que no era un hijo cariñoso ni muy apegado al amor tradicional he incondicional que un hijo profesa por sus progenitores, a los cuales quería mucho pero no tenía las habilidades blandas ni la consciencia de demostrarles de gran forma mi cariño. Todo lo contrario, ocurría con mi hermana, Margarita, dos años menor que yo, ella era solamente amor y entrega a los demás, siendo la que estaba siempre preocupada de nuestros padres y atenta de lo que pasaba conmigo, dándome un apoyo incondicional, aunque yo no fuera de entregarle cariño.
No era una persona de amigos, ya que el tiempo libre lo ocupaba completamente para estudiar y entrenarme, siendo una persona muy competitiva, me gustaba ser de los mejores en los deportes que practicaba, nunca me gusto ser uno más del montón, lo que creo me sirvió para ir avanzando por la vida, y postular con éxito a la rama del ejército que movía mi corazón.
Nunca fui de romances formales, si bien me encantaban las chicas nunca fue el romanticismo lo que me guiaba hacia ellas, era mucho más carnal y transaccional, no me interesaban los noviazgos ni el atarse a una persona, prefería a las chicas lujuriosas y de fácil acceso, de esas que no te complican la existencia pidiéndote una segunda cita o queriendo que te quedes con ellas. A más fueran de solo tener sexo por un día, más se acomodaban al perfil que me gustaba, eso sí, no es que cualquier joven de esas características me sirviera, ya que me gustaba que fueran bellas y provocadoras en todo momento, a más fuerte su carácter mayor atracción provocaban en mí. No me costaba encontrar ese tipo de chicas ya que por mi forma seria y el físico que había logrado con mis entrenamientos había obtenido como resultado una altura de un metro ochenta centímetros y un físico muy bien trabajado, lo que las atraía bastante.
El paso por el ejército fue más duro de lo que esperaba, la exigencia era alta y el nivel de entrega también, por lo que las horas de sueño eran escasas y los días de libertad casi no existían, no había ningún término medio, ya que el empuje que daban los instructores era para quedarse solo con los mejores y lograr que los que no iban a aguantar se rindieran y renunciaran lo más rápido posible, lo que para mí era un deshonor que no quería vivir por ningún motivo.
No me molestaba esa forma de actuar ruda de los instructores, todo lo contrario, a más me desafiaran y mejor yo respondiera a ellos, más posibilidades de llegar a la élite tendría. Por lo que voluntariamente me quedaba entrenando en la escuela de oficiales cuando todos los demás salían de días libres, eso me alejo aún más de mi familia y acrecentó mi desapego hacía ellos.
Los instructores siempre valoraron mis esfuerzos y mi disciplina, por lo que me mantenían a cargo de un pelotón o una unidad, y en las prácticas de combate me daban roles de liderazgo, lo que me acomodaba ya que el manejar equipos lo aprendí durante los años que fui capitán de la selección de basquetbol. Eso sí, era dictatorial y no permitía errores de los que me tocaba liderar.
Me mantuve aplicado en los estudios y en las horas de descanso entrenaba en los campos de tiro con distinto tipo de armamentos de combate, además ingresé al equipo de artes marciales de la escuela de oficiales, destacándome rápidamente por los años de trabajo en las disciplinas asiáticas que había conseguido mientras estaba en la escuela y el liceo. El nunca perder un combate, jamás rendirme por muy golpeado que estuviera, entregando todo en cada uno de mis golpes de puño y patadas, admiraron a algunos generales, por lo que en lugar de postular a las fuerzas especiales ellos fueron los que me solicitaron formar parte de ella.
A los veintidós años ya me encontraba en las campañas de instrucción en pleno desierto de atacama, sin comida y muy poca agua, soportando el rigor de prepararse para una guerra y defender a tú país en las misiones más complejas y peligrosas. La instrucción era terrible ya que nos llevaban a los mayores límites que puedes llevar la mente y el cuerpo de un ser humano, con muy pocas horas de sueño, comiendo las ratas o animales que encontráramos en los lugares que estuviéramos realizando campañas, y venciendo todos los miedos que uno pudiera tener ya que debíamos transformarnos en perfectos deportistas, nadadores, buzos y paracaidistas. Había días en que los instructores solo se dedican a golpearnos sin piedad y a torturarnos de la misma forma que lo haría un enemigo si éramos atrapados en combate.
El transformarse en una máquina para matar es un proceso lento y metódico en el cual debes estar completamente dispuesto a sufrir, lo cual vale la pena, cuando tienes claro tus objetivos. Así fue como logre cumplir con el proceso de instrucción más exigente que había vivido en mi vida y orgullosamente pase a formar parte del equipo de elite más importante del ejército de Chile, lo que me llenaba de orgullo ya que logre salir con honores.
Rápidamente me solicitaron ser instructor de campo, para preparar en batalla a los nuevos postulantes de las fuerzas especiales a lo cual accedí con un poco de reparo ya que mi vida estaba en el campo de batalla, pero no había guerras y eso me incomodaba, tantos años preparándose para salir a luchar por tu bandera, pero en un país sin guerras y había que conformarse con ser instructor. Al tener buena llegada con los generales de mi batallón, a los dos años pude acceder a formar parte de los cascos azules en Haití, la situación era delicada en el país caribeño y había que mantener la paz y el orden lo que me permitió estar en la línea de fuego, pero no en cantidad ni la intensidad para la cual me sentía entrenado y preparado física y mentalmente.
Fueron muchos meses de reflexión para decidir qué hacer con mi vida y llenar los vacíos que embargaban mi espíritu, sentía que tanta preparación no estaba trayendo beneficios a la sociedad y se estaban desperdiciando. Fue así como con mucho dolor, pero a su vez con convicción tuve conversaciones con el alto mando para cambiar mi destino, les explique que necesitaba más trabajo de campo, pero en situaciones de conflicto real y eso gracias a dios no lo obtendría en el ejército, lo cual era bueno ya que significaba que el país no vivía situaciones de conflictos bélicos. Pero sentía que lo bueno para el país no era algo bueno para mí.
Al contrario de lo que pensaba, el alto mando entendió mi posición y colaboraron directamente en las conversaciones con la policía de investigaciones para pasar a formar parte de sus filas. Yo sabía que en ese lugar habría acción real y podría entregar beneficios al país sacando criminales de las calles, pero había aprensiones hacia mi persona por el bajo nivel relacional que mostraba con los otros, mi perfil no era muy semejante al que se buscaba lo que detuvo mis ambiciones por un tiempo. Debía mostrar ciertos avances en el contexto social para ser considerado, por lo mismo salí en busca de soluciones. Fue así como una noche conocí a una chica muy hermosa, la química física entre ambos fue instantánea por lo que al contrario de lo que frecuentaba hacer con otras chicas a ella la llamaba para volver a juntarnos y pasar de aventuras de una hora a algo un poco más parecido a una relación, en la cual había amistad y no amor. Pero sabía que el seguir era la llave para mis aspiraciones, así que mantuve la relación en el tiempo hasta casarnos. Mis padres y hermana no podían creer que tomara una decisión así, pensaban que iba a ser una de esas personas que prefieren mantenerse solos por la eternidad para buscar su satisfacción personal sin crear vínculos ni familia.
Una vez casado se cumplió lo que pensaba, la policía de investigaciones veía mi perfil con otros ojos y me dejaron migrar a sus fuerzas, siempre y cuando partiera con el proceso de instrucción desde cero, lo cual no fue un inconveniente para mí, ya que si quería cumplir con lo que me había propuesto había que tener la disposición de hacer lo que me ordenaran y más allá. Por lo cual me transforme en la mejor clase de mi promoción, logrando las mejores calificaciones en todo desafío que me pusieran por delante.
Mi matrimonio era completamente sexual, lo pasábamos bien y disfrutábamos de nuestras interacciones, pero no iba más allá de eso, mi decisión era no tener hijos y mantenerme con ella hasta que me soportara, total, ya había cumplido con mi objetivo de ingresar a la policía, así que, lo único que mantenía con ella era la carne. Suena completamente frio de mi parte, pero es la realidad y nunca me complico asumirlo, en parte era un maquiavélico de esos que están dispuestos a todo con tal de lograr lo que quieren, si hay heridos en el camino es parte del juego, no hay avance sin dolor, ni batalla que se gane sin dejar víctimas en el camino, por lo que estaba completamente tranquilo de mis decisiones sin sentir pena ni culpa.
Por mucho que estuviera casado, no me consideraba una persona apta para ser monógamo y la palabra fidelidad no estaba en mi diccionario, por lo mismo era de encuentros casuales con otras chicas, de salir y tener sexo sin importarme que hubiera alguien en casa esperándome, prefería seguir con mi vida como cuando era soltero, sin apegos, ataduras, sin nada. El único apego que debía tener era mi trabajo y cumplir con creces lo que se me encomendara, para eso me había preparado y eso era lo que en parte me hacía feliz sin conocer plenamente lo que esa palabra significaba, ya que no le daba importancia o no era un estado anímico que fuera importante para mí. La felicidad era para los débiles y para mantenerla alguien tenía que hacer el trabajo sucio para que los civiles se sintieran seguros y pudieran vivir una vida de tranquilidad y dormir tranquilos.
Mis aptitudes fueron rápidamente valoradas en la policía, mi entrenamiento militar y frialdad a toda prueba era lo que algunos inspectores estaban buscando hace mucho tiempo dentro de la fuerza, fue así como el encargado de la brigada de narcóticos me solicito una reunión, el veía en mí mucho potencial y le parecía interesante el poco apego que tenía por el mundo y lo invisible que era por las calles, era un fantasma sin amigos, con pocas relaciones y muy preparado para sufrir, para él era un animal, el depredador perfecto para llevar a cabo las misiones más delicadas y peligrosas que a la policía pudieran llegar. El nivel de criminales que había en el país era variado, pero existían personajes altamente cruentos, violentos y preparados que eran difíciles de capturar, por la habilidad que tenían, los recursos que manejaban por su trabajo delictivo y el círculo de protección que los rodeaban.
En el mundo de las drogas había mucho por hacer y faltaban los recursos idóneos para hacer lo que fuera necesario y la convicción del ir más allá de lo que se había hecho para resolver de una vez por todas los problemas sociales que traía el cáncer de la drogadicción en los barrios y calles del país. Fue así como me ofrecieron ser agente encubierto de la policía, lo que significaba infiltrarse en las más peligrosas bandas criminales vivir con ellos, ganar su confianza participando en sus crímenes y desbaratarlos en el momento justo, cuando las pruebas reunidas no permitieran que volvieran nunca más a las calles. El desafío me gusto y accedí sin pensarlo dos veces, lo que produciría mi rompimiento matrimonial, ya que ella no estaba disponible a que yo me desapareciera por meses o años para cumplir una misión. Se necesita una convicción muy grande para ceder tu vida a la fuerza, pero la individualidad era lo mío y el irme de casa fue una liberación más que un dolor. No lo veía como un problema, todo lo contrario, por fin llegaría la acción para la cual había estado dispuesto toda mi vida.
Me di dos meses de descanso antes de la primera misión, uno para prepararme y otro para reponerme, la preparación sería sencilla pero dura, viaje a una casa de campo en el sur del país, lejos de la civilización y de los ojos de mis superiores y durante ese tiempo consumí todo tipo de drogas, desde las más duras hasta las más simples. La razón era clara, necesitaba poder controlarme, luchar y ser certero disparando en ese estado, ya que si intervenía una banda criminal y no tenía la capacidad de razonar estando drogado no podría lograr mis objetivos ni podría generar confianza en los delincuentes. Tenía que transformarme en uno más de ellos lo que fue un proceso terrible, ya que lo que hacen algunas drogas con la mente es impresionante, los primeros quince días estaba desquiciado, pero con meditación y las enseñanzas que obtuve con las artes marciales logre llegar a controlar esos estados mentales incluso mezclando las drogas con el alcohol, después debería darme un tiempo para que mi cuerpo se limpie para poder pasar limpio los test de drogas que hacen frecuentemente a los miembros de la policía para ver sin están cumpliendo con las exigencias y te encuentras apto para el campo. Debía cuidarme de no ser dado de baja sin haber podido demostrar realmente mis aptitudes en terreno, y así fue, después de dos meses regresaría en búsqueda de mi primera misión, lo que me tenía realmente ansioso, ya que había pasado demasiado tiempo desde que había estado en medio de la línea de fuego en Haití. Además, mi nombre se borraría y me transformaría en distintas personas de ahí en adelante, lo que alguna vez fui se transformaría solamente en una sombra de en lo que me debía convertir, eso genera ansiedad por muy preparado que uno este.
Pasaron los años entre criminales y me sentía bastante satisfecho con mi vida, la relación con quien alguna vez fue mi esposa se mantenía de forma cordial ya que nos veíamos cada cierta cantidad de meses o años, ya que al estar de infiltrado en alguna misión debía desaparecer completamente. Cuando nos veíamos más que conversar recuperábamos el tiempo perdido en la cama sin hablarnos. Teníamos sexo del más duro.
Los años en la policía me habían entregado nuevas aptitudes, como la capacidad camaleónica de transformarme en distintas personas para ganar la confianza de los delincuentes más avezados de distintas bandas y organizaciones criminales del país. El trabajo también había traído secuelas en mi cuerpo, entrenado pero lleno de cicatrices producto de los enfrentamientos a los cuales me había expuesto duramente en esos años, habiendo casos que dejaron más marcas que otros, como el del valle de la luna en el cual los límites a los cual debí someterme me llevaron al filo de la muerte por la cantidad de disparos y cuchilladas a las cuales me vi expuesto para desbaratar al grupo criminal más peligroso con el que me había enfrentado. Mi cuerpo estaba lleno de heridas de guerra, y estúpidamente atesoraba cada una de ellas.
Mi trabajo era bien valorado en la policía, sin embargo, durante mi carrera me vi sometido constantemente a peritajes, auditorias y exámenes psicológicos por parte de asuntos internos, ya que cuestionaban mis métodos y la cantidad de víctimas que quedan en mi camino cada vez que resolvía un caso, también me cuestionaban por las acciones delictivas que realizaba para ganar la confianza de los criminales con que interactuaba. Encontraba completamente injusto que policías de oficina cuestionaran mis métodos cuando nunca habían salido al campo y no sabían lo que era vivir día a día rodeado de asesinos y delincuentes, no podía comprender como una vida llena de éxitos resolviendo casos terminara frecuentemente en una oficina cerrada donde era interrogado como un delincuente. Era un animal de cacería y para poder hacerlo debía permitirme ciertas cosas y si ellas traspasaban el límite de la ley consideraba que era correcto hacerlo. Mi jefe me protegía, pero me advertía que las cosas podrían terminar mal en algún momento por mi incapacidad de rendirme, retroceder y dejar casos cuando las cosas se ponían feas. Él encontraba que los resultados que obtenía eran excelentes pero que de no ajustar los métodos terminaría en la cárcel o asesinado en alguno de los casos que llevaba, se preocupaba por mí ya que sabía que era resolutor y que mal que mal en el equipo no era malo contar con alguien así. Además, nadie manejaba de mejor forma el armamento que yo, y siempre me preparaba para ser mejor. Por lo mismo estudie idiomas, conducción profesional y química para aprender a fabricar desde drogas a explosivos.
Con el tiempo fui mutando a un tipo cada vez más violento y mi aspecto lleno de tatuajes y heridas de combate me hacían parecer un criminal más, ya había perdido la noción de los límites, sabía que el resolver casos en el mediano plazo terminaba salvando vidas y era lo único que me importaba, cuando niño mi aspiracional era proteger a los inocentes y a la nación, por lo que para mí cualquier delincuente era alguien desechable y si habían hecho sufrir a alguien consideraba justo que pagaran con dolor sus culpas. De a poco me fui transformando en un criminal y psicópata, me daba cuenta, pero no me producía culpa. El fin justifica los medios y en un mundo de tipos duros y desalmados te transformabas en cazador o en presa, la verdad no estaba disponible para caer en las mandíbulas de nadie, eso lo sabía mi jefe y era lo que aún me mantenía con vida. Es curioso lo poco que duraban mis pares que hacían lo mismo que yo, o terminaban corrompiéndose rápidamente o fallecían demasiado jóvenes por no accionar de forma correcta, aplicaban la moral en momentos complejos, el peor de los errores, solos se entregaban a las manos del enemigo y por querer llevar una vida normal fuera de la fuerza, con sus muertes dejaban esposas y huérfanos sufriendo en el camino, empobrecidos a causa de las bajas pensiones que recibían los que se jubilaban, lo que era completamente injusto para la dureza del trabajo que realizaban, pero esa era la realidad y lo que sentía me mantenía con vida. El echarme al bolsillo la moral y la ética en momentos difíciles, actuando bestialmente si era necesario para proteger mi identidad o no poner en riesgo una misión, me tenía aún de pie y en eso no dudaba ni un instante, si pe ponían al límite podía llegar a ser más brutal que el peor de los asesinos.
La última misión en que me encontraba involucrado era bastante desafiante, ya llevaba dos años como infiltrado en una banda de narcotraficantes y vendedores de armas, era una gran organización creada por los hijos del líder de una antigua pandilla de barrio llamada "el último deseo". Los tipos eran unas fieras y fue muy difícil ganar la confianza de ellos. Estaban demasiado bien organizados y era tremendamente complejo navegar dentro de la banda sin ser descubierto, este caso me estaba resultando más difícil que mi trabajo en san pedro de atacama y por más que llevaba al límite mis capacidades sentía que cada paso que daba estaba siendo cuestionado. Los tipos eran demasiado listos comparados a una organización delictual común en el país, la lideraba un tipo al cual nunca pude acceder ni en fotos apodado La Bestia y sus cuatro hijos conocidos como los perros asesinos. Por más que me esforzaba en acceder a las identidades de todos, durante dos años sólo pude interactuar y ganarme la confianza de dos de ellos, el Pitbull y Doberman, de los otros no podía obtener ninguna información de lo que hacían ni de cómo eran, lo cual me desconcertaba y ya estaba recibiendo presiones de mi jefatura para capturar a la banda después de permanecer dos años de infiltrado en ella. Mi actuar en este caso tenia a asuntos internos de cabeza presionando a mi jefe de que debían arrestarme, que me había transformado en un verdadero peligro para la sociedad, estando al borde de que me den de baja.
La verdad, si bien no me sentía seguro, la interacción dentro de la banda se me fue dando un poco más fácil, llegando a tener un extraño nivel de amistad y afinidad con dos de los líderes, los cuales con mi trabajo fueron tomando confianza nombrándome uno de sus capitanes, lo que fue un logro ya que era una organización muy hermética.
Tome riesgos altísimos para avanzar en mi investigación, incluso transformándome en amante de la esposa de uno de los líderes, ella era guapa pero la sensación después de tener sexo con ella era que me estaba suicidando, a nadie se le ocurre involucrarse con la esposa de uno de los criminales más agresivos de Chile, solo a mí, que en mi búsqueda por lograr resultados era capaz de jugarme todas las cartas que pudieran existir sin medir riesgos.
Después de dos años y rendido de no poder averiguar la identidad de los otros líderes de la banda, aproveche una oportunidad para detener a dos de sus líderes, ellos me habían invitado a participar en la transacción de drogas más grande en la historia de la policía, la operación tenía aristas de carácter internacional al ser un negocio con criminales holandeses, debía ser cauto ya que conocía muy poco de la operación y debía alertar a mis superiores solo cuando tuviera toda la data de lo que iba a ocurrir. Lo único que tenía claro es que el acto criminal seria en el puerto de la ciudad de Valparaíso en la costa central chilena y que los equipos de fuerzas especiales de la policía tendrían que estar esperando las instrucciones en esa ciudad con la mayor cantidad de armamento posible y en el más absoluto secreto. Lo que no me esperaba para nada es que los dos perros asesinos que estaban a cargo del trabajo ya estuvieran enterados de mi romance con la esposa de uno de ellos y que ese día me esperaba un tiro en la cabeza si no lograba hacer las cosas bien. Y si salía vivo lo más probable es que me dieran la baja y terminara de por vida en una cárcel cumpliendo el sueño del director de asuntos internos.
Viaje en solitario a Valparaíso en el Dodge Challenger que utilizaba en carreras clandestinas para hacerme un nombre dentro de los criminales, la verdad amaba ese auto, había sido comprado con dineros fiscales pero lo quería como si fuera mío, el sonido de su motor y su fuerza me daban seguridad de poder huir de lo que fuera necesario si las cosas se ponían feas, ese viaje lo realice con una sensación extraña, sentía que esta vez sería distinto, que no dependía solo de mí, ya que al involucrar a las fuerzas especiales un solo error de ellos podría revelar mi identidad lo que sería mi fin, ya que estos tipos si se daban cuenta de todo lo que había hecho eran capaces de recorrer el mundo para atraparme y no me matarían en forma inmediata, gozarían torturándome de las formas más aterradoras antes de acabar conmigo. Yo ya sabía de torturas y no quería pasar por eso nuevamente, prefería morir antes de caer atrapado por criminales, lo cual era una decisión que había tomado desde que ingrese a este trabajo, si mi identidad era revelada y mi vida entraba en riesgo mi plan siempre era hacer todo lo posible para mandar al infierno a mis contendores y el darme un tiro en la cabeza si veía posibilidades de ser atrapado. Así de sencillo, la verdad no tenía un apego a la vida de esos que te permiten soportar el castigo de una tortura, no me interesaba y el perder la vida era parte de las decisiones que uno tomas como opción cuando ingresas al ejército, así que más da, prefiero darme un tiro en forma personal a que me lo den otros, por lo menos me puedo agregar como una de mis víctimas siendo a la vez mi propio victimario.
Fue así como estando en un bar en la ciudad donde sería la transacción, me enteré de que la contraparte estaba conformada por holandeses y que seriamos ocho los que participaríamos por parte de la organización que había infiltrado, además, se me aclaraba la forma en que sería la operación, que nos moveríamos en cuatro camiones y el lugar exacto del puerto donde mis colegas debían preparar el operativo.
Debía ser discreto al entregar la información a mis superiores, así que en el baño y cerciorándome de que nadie se diera cuenta tome mi teléfono y di las instrucciones necesarias solicitando a mis superiores que ni por nada revelaran mi identidad, sin importar lo que yo hiciera en el operativo para ocultarme. Si todo salía bien yo seguiría perteneciendo a la banda criminal y podría llegar a los otros líderes para desbaratarla completamente.
Me molestaba no conocer quiénes eran los otros dos generales de la organización, tenía claro que, acabando a las cabezas, la organización se destruía completamente. La banda era demasiado dependiente del líder y de los cuatro perros asesinos.
Fui elegido para ir en el primer camión, junto a Doberman, uno de los delincuentes y generales de la banda y hasta el momento mi amigo, quien en el camino me advertiría que mi romance con su cuñada ya era conocido, sentí miedo de que también se hubieran enterado de que era policía, aunque mi vida ya estaba jugada porque había violado el principal principio de ese grupo, que era la lealtad. Por lo que mientras nos dirigíamos al puerto tenía claro que mi vida ya no valía nada, que estaba en un ataúd si no estaba alerta en todo momento. Lo que me obligaría a tomar las medidas más drásticas de ser necesario.
Ya en el puerto y frente a los holandeses, lo que se inició como una transacción de drogas se transformó en un operativo policial que rápidamente se salió de las manos de todos los que estaban ahí y se convirtió en una carnicería humana, peor que lo que había vivido en el campo de batalla estando en Haití. Las incontrolables balas cobraban cada vez más víctimas por parte de los tres bandos, ya que, en un acto reflejo, con un solo grito hice creer a los perros que los holandeses eran los que nos habían traicionado, así que todos disparaban a todos.
Para proteger mi identidad, mientras sabía que Pitbull y Doberman me observaban dispare a uno de mis colegas policías en una pierna, situación que complicó aún más mi futuro y sabía que era el argumento que la policía interna esperaba para secarme en la cárcel. Pero no me quedaba otra, el enfrentamiento era el momento idóneo para desaparecer y la oportunidad se dio cuando vi caer muerto a Doberman y su hermano enloqueció por esa situación. Si no huía en ese momento sería un estúpido, por lo que comencé a correr por entre medio de los conteiner mientras la policía a la cual pertenecía me disparaba para matarme, atrás dejaba a la banda, mi querido auto y años de policía. Mis decisiones me obligaban a desaparecer lo que tenía preparado y planificado hace un buen tiempo. En mi huida me acompañaban dos compañeros de armas de los narcotraficantes, que hasta ese momento pensaban que yo era uno más de sus compañeros. No podía arriesgarme así que acabe sin dudar con sus vidas para poder liberarme.
Para borrarme volví a la capital, debía esconderme en una casa segura ubicada cerca de la cordillera, nadie sabía de ella y durante años había hecho desaparecer las pruebas que la ligaban a mí. Era el lugar que había preparado para desaparecer. Lo había comprado hace años con otro nombre y otra identidad.
Fueron días de dolor por los golpes que sufrí mientras huía del enfrentamiento, mi teléfono no sonaba y si lo hubiera hecho tenía decidido no contestar, tenía claro lo que me esperaba cuando me encontraran mis colegas o los perros. Por la televisión satelital podía enterarme del arresto del resto de los participantes y me dejo completamente preocupado cuando la joven defensora dejo libre al Pitbull ya que sabía que iría tras de mí por haberlo engañado con su esposa.
Pero mi preocupación creció más cuando el dieciséis de septiembre suena mi teléfono y me doy cuenta de que el número que me llamaba era el de la que fuera mi esposa. Al contestar ella me dice que estaba asustada que un tipo la había llamado y le había dicho que la asesinaría ese día, que el culpable de esa situación era yo, ya que era un maldito policía que merecía sufrir. En ese momento me di cuenta de que la joven abogada había filtrado a la pandilla mi identidad, por lo que con su líder y tres de los perros vivos no me quedaba mucho tiempo de vida, más si conocía la identidad tan solo de uno de ellos.
A pesar de no existir amor, mi exesposa no era responsable de mis actos y sabiendo que sería la última vez que me armaría, tome mis tres pistolas automáticas, una cantidad exagerada de balas y me subí al vehículo que tenía escondido hace un año en la casa segura para ir a proteger la vida de la que algún día me amo ciegamente. Tenía tanta claridad de que no volvería de esta misión que rocié combustible en la casa segura y con un fosforo elimine toda huella de mi existencia. Tenía claro que tras de mi estaban los perros y la policía, que todos sabían mi identidad y la de mi esposa, así que no tenía tiempo que perder.
La conducción por la autopista fue frenética, mi participación en carreras ilegales me había dado la habilidad de correr a alta velocidad esquivando todo vehículo que se interpusiera a mi paso, solo debía correr, pasar la cuesta de la pirámide y parapetarme fuera del domicilio de mi exesposa hasta cobrar la vida de los que más pudiera, para después entregar la mía para que ella estuviera segura.
El motor del vehículo ya iba al máximo de la exigencia que lo podía llevar sin que se incendiara, ni se fundiera, era el momento de despedirse de este mundo y mis armas estaban suficientemente bien cargadas para llevar conmigo a varios más ese día, íbamos a aumentar el censo en el infierno, toda una vida de preparación la utilizaría para morir llevándose conmigo a la mayor cantidad de delincuentes posible.
Este sería el día de guerra que esperaba mientras entrenaba en las fuerzas de élite del ejército, ahora que estaba realmente fuera de la ley podría no poner ningún límite en mi accionar, si iba a ser una zona de guerra no habría compasión alguna.
Fue así, cuando llegue a la última curva de la pirámide y me encuentro a gran velocidad con un accidente en cadena del cual no pude huir, el golpe fue tremendo y mi auto se volcó a gran velocidad. Cuando abrí mis ojos vi la dantesca escena, muerte por todos lados y una joven que se arrastraba sin una pierna fuera de su vehículo. No aguante más y perdí la conciencia transformándome en el último de los dos pasajeros del segundo helicóptero de emergencias que se dirigía hacia la clínica.
Pasé días en coma, postrado en una cama, calcinado y sin una mano, la cual perdí en el accidente. En mi sueño inducido no había paz, solo escuchaba que me hablaban todo el tiempo. Era una enfermera que pasaba casi todo el día conmigo y me contaba datos sobre la vida de los otros cuatro pacientes que habían caído en coma al igual que yo a causa del accidente.
Como les había comentado, durante muchos años de mi vida trabaje como agente encubierto infiltrándome en distintas bandas criminales para resolver los casos policiales de más alto riesgo en el país, mi olfato para detectar situaciones anómalas se había pulido de forma tal, que estaba más cercano a ser un perro sabueso que un ser humano normal.
Gabriela, la enfermera que cuidaba de mi todos los días, me hablaba y hablaba pensando que yo no podía escucharla por estar en coma postrado en una habitación de la clínica, ella ni se imaginaba que a medida que me hablaba de los otros pacientes, rápidamente me daba las pistas necesarias para deducir que Cristóbal Pradenas, por su bestial intolerancia por la vida y estilo de vida de las otras personas, había sido el causante del accidente que me tenía moribundo no solamente a mí sino también a cuatro personas más incluido él. Ella me había contado que la prensa lo culpo por mucho tiempo y que nunca más se supo de la vida de la familia de quien manejaba el camión y había sido encontrado culpable. La enfermera pensando que yo dormía hablaba y decía. "Lo que hace la plata, no el primer poderoso que mata a alguien manejando y sale libre gracias a su dinero"
Eso me daba claridad de que desde la seguridad de la clínica en que nos encontrábamos, el empresario, había planificado y cometido los crímenes homofóbicos contra su hijo Facundo, la pareja de este y sus amigos. Él veía y justificaba sus actos como una venganza a lo que consideraba traición por parte de su primogénito, ya que, para Pradenas, el centro del universo no era más que su propia persona y no sentía remordimiento alguno por las muertes causadas en forma directa e indirecta, incluyendo la de su esposa.
Siendo completamente franco, yo tampoco me considero un santo y tengo absolutamente claro que he cometido atrocidades en mi vida personal y policial, pero creo que el castigo de las personas por sus males, en lo cual me incluyo, debe ser un castigo ejemplificador en vida, y en mi letargo tenía el absoluto convencimiento de que Pradenas nunca llegaría a la justicia.
Cuando ingresaba Gabriela a la habitación me hacía el dormido para escuchar y enterarme quien más estaba en esa clínica, así fue como en sus conversaciones con la nada me comento "Que lastima tener que mantener viva a la abogada de mierda, que dejo libre al asesino y violador de esas niñas, esa Messias debería haber muerto". Era interesante saber que ella también estaba ahí, sin embargo, mientras descansaba mi mente solo debía preocuparse de cómo acabar con Pradenas.
Gabriela también me hablaba del extraño doctor que no dejaba que nadie se acercara a su paciente, que este era altamente conocido por ser el casi dueño de una Isapre y que algo había escuchado de que el doctor bebía mucho y había perdido a su esposa. La enfermera estaba loca y hablaba sola, decía estar preocupada porque se hablaba de que el médico algo hacía con su paciente, que algo era extraño pasaba ahí.
Días antes también me había contado que el ingeniero de la Isapre al parecer había sido amigo íntimo del médico y se lo había cagado cuando su esposa estaba enferma. Hay entendí un poco y deduje que en esa habitación un mal tipo estaba recibiendo venganza y uno bueno se había transformado en un criminal. Pero el cansancio y mi foco en Pradenas y ahora en Messias no me permitían cerrar muy bien lo que pasaba en la habitación de Franco, lo que, si tenía claro por lo que decía la maniática enfermera, es que él era un tipo que no merecía estar vivo.
Fue así como el quince de octubre y con la falta de mi mano izquierda a causa del accidente, ya podía moverme sin que médicos ni enfermeras se dieran cuenta. Por precaución preferí mantener escondidos ciertos avances de mi recuperación, debe ser a causa de que durante demasiados años me he movido en base a la desconfianza. Cada movimiento que realizaba me producía un tremendo dolor, casi intolerable sin embargo debía seguir intentando.
Con dolor y con diez días de práctica en los que me esforzaba por caminar cuando se realizaban los cambios de turno de los equipos médicos, encontrándome solitario en mi habitación a altas horas de la noche, pude comenzar a realizar lentas y furtivas fugas desde mi habitación a distintos lugares de la clínica.
Durante semanas que venía estudiado los horarios de la escolta policiaca que protegían mi habitación, sabía que tarde o temprano irían al casino a cenar y por su olor fumarían un cigarrillo en la calle mientras esperaban al nuevo turno policiaco que los reemplazaría. Fueron cinco días de estructurar las rutas y estudiar los movimientos de la gente, que en las conversaciones coloquiales que mantenía con Gabriela podía ir afinando con más detalle por la información que su mente desquiciada me entregaba cada día, sin darse cuenta alguna de que la estaba manipulando.
El castigo para Pradenas debía ser ejemplar y ese veinte de octubre era el día elegido, los turnos estaban estudiados lo que hizo demasiado fácil llegar donde mi víctima. La dosis eterna de morfina mantenía a Pradenas drogado y en una condición en que era muy fácil abordarlo. La oportunidad estaba dada y la ventaja de que se encontrara a dos habitaciones de la mía simplificarían mi trabajo, el merecía castigo por haber sido el responsable de un accidente donde sufrieron setenta personas, de los actos que llevaron a su esposa al suicidio, la planificación y asesinato de su hijo, sumado a la muerte de las cincuenta y seis personas que donaron sangre para él, en supuestos accidentes que la verdad fueron crímenes profesionalmente ejecutados por gente acostumbrada a hacer desaparecer. Es decir, su irresponsabilidad dejo ciento veintiocho damnificados, entre los que me encontraba Yo. Además, la posibilidad de que posteriormente asesinara a su hijo menor era tan cierta como que el mar tiene agua salada.
Tenía absolutamente claro que debía detener los crímenes de ese maldito, ya que si lograba salir de la clínica no se frenaría y seguiría manchando sus manos con sangre. Sin embargo, en mi mente ahora también se me aparecía la imagen de la despiadada Messias y de que también se justificaba castigarla. También pensaba en el maldito ingeniero que con su Isapre cago a medio chile y a su mejor amigo, y del médico que se había vuelto loco. Mis vecinos de habitación resultaban ser lacra social tan sucia como los perros asesinos he incluso como yo.
Así fue como la noche del veinte de octubre a las tres horas de la madrugada, sin ningún obstáculo gracias a la planificación que había realizado logre llegar hasta la habitación de un Pradenas que se encontraba altamente drogado gracias a sus dosis de morfina habituales. Basto ahogarlo un pequeño instante con su cabecera para que tuviera su atención, me rogaba que si le perdonaba la vida me transferiría parte de su fortuna y nadie se enteraría, ya que su cuenta estaba en el extranjero y era indetectable, ruegos a los cuales accedí. Transferí dos millones de dólares a una cuenta dirigida a mi esposa Natalia, y dos millones de dólares más a la cuenta de mi amante, Alejandra, sin saber que estaba muerta. Mi vida había sido así, lo cortés no quita lo caliente, perdón lo valiente. Ellas no tenían ninguna culpa de mi mal vivir, de mis deshonestidades y de los crímenes que había llevado a cabo durante mi vida.
La verdad no cumplí con mi parte del trato y ese veinte de octubre a las seis horas de la mañana las enfermeras encontraron a Pradenas sin vida con ciento veintiocho jeringas enterradas en su cuerpo. Nadie supo cómo ocurrió, cada una de las jeringas tenía drogas y medicamentos, las cuales mezcladas unas con otras generaron una reacción que fue explosiva dentro de él, causándole una muerte solitaria, lenta y dolorosa, muy parecida a la que tuvieron cada una de sus víctimas. Todo debía ser rápido, ya que sabía que faltaba poco para que vinieran por mí, mis actos debían ser limpios y ejemplificadores.
Jugar al verdugo nunca me fue difícil, menos ahora, era parte de mi formación y de mis deformaciones profesionales, cuando se trabaja de infiltrado en cruentas bandas criminales durante tantos años como yo lo hice, estas obligado a hacer cosas feas para ganar su confianza y más feas aún para desbaratarlas, lo que va transformando a los que hacemos este trabajo en personas insensibles.
Para mi tranquilidad debo aclarar que por lo menos salve la vida de Tomás, cobre revancha por mi mano izquierda y las quemaduras que el accidente había causado en mi cuerpo.
Me había demorado demasiado tiempo con Cristóbal, pero al no haber nadie cerca sabía que podía seguir haciendo mucho más, existía la ventaja de que la habitación de Daniela estaba justamente al lado de la de Pradenas, eran muy pocos metros. No mentiré, ella no era para nada de mi agrado, como defensora pública había logrado liberar a uno de los delincuentes que más me había costado atrapar y por los cuales estoy esperando que en algún momento de la noche vengan por mí. Tuve que vivir casi tres años con esos narcotraficantes y asesinos, hacer miles de cosas despiadadas para validarme ante ellos, hasta que esa joven ambiciosa tomara el caso y dejara en libertad a Pitbull, sólo a semanas de haberlo atrapado. Me había demorado todo ese tiempo desde el accidente para entender por qué cuando se cruzaron nuestras miradas y aun estando en shock de alguna forma habíamos logrado reconocernos. Esa desgraciada me vendió.
Gabriela, la enfermera, odiaba a muerte a la joven y la maldecía cada vez que podía, ya que recordaba muchos de los casos en los que la joven había liberado a criminales terribles, de hecho, cuando me encontraba en coma me hablaba de la salud de la abogada, la enfermera pensaba que Daniela merecía haber estado en el accidente pero que no era justo que haya salido viva de él. Día tras días descargaba su ira contra la joven mientras en mis sueños escuchaba como me comentaba todo lo que se decía en la prensa con respecto al caso que estaba llevando y como dejo libre al asesino de esas niñas. La verdad, me daba felicidad darle su castigo, sólo demore diez minutos, ella estaba dormida ya que no logro salir más del coma. Yo estaba un poco cansado después de mi encuentro con Cristóbal, pero quería cumplir mi cometido, por lo que con bastante ingenio y la ayuda de un buen bisturí corte el cuello de la abogada para que se desangrara lentamente, que era lo mismo que Ogalde hacía con sus víctimas antes de descuartizarla.
En su defensoría a Ogalde, la joven había dejado sin justicia a treinta y dos chicas menores de edad que habían perecido en las manos del psicópata de forma escalofriante, eso, sin contar los crímenes que realizaron todos los delincuentes que dejo libres en la calle en sus años como defensora, por lo mismo no dudé ni me di oportunidad de hacerlo. De hecho, esa noche yo sería una víctima más de su trabajo, ya que tenía claro que los perros asesinos estaban cada vez más cerca, y que no sería lindo el final que me esperaba por haberme infiltrado en su banda y haber asesinado a uno de sus hermanos.
Todo lo que me ocurriría esa noche seria por culpa de esa odiosa pero bella joven, que no tenía sentimientos ni sabía lo que era la bondad, su alma estaba tan podrida que sabía volveríamos a encontrarnos en el infierno, y de hecho no dude en pensar que a la hora de mi muerte ella estaría a la derecha del demonio y seria quien enjuiciara mi alma y determine la purga que debía tener por mis pecados. Sabía que volveríamos a encontrarnos, pero me quedaban pocos minutos hasta que llegaran esos desgraciados asesinos y tenía aún más por hacer, estaba cada vez más cansado y los cortes que se hacían en mi piel quemada a medida que me movía y caminaba me provocaban un dolor insoportable, pero debía seguir, ya que esa noche era el ángel negro de la justicia. Las horas de conversación con Gabriela sin ninguna respuesta de mi parte por encontrarme en coma, me habían dado una misión, mi última misión y de esta al igual que las anteriores no quería claudicar.
Ya eran las tres horas con cuarenta minutos de la madrugada cuando llegue al interior de la habitación de Arturo Franco, seguía atado de pies y manos, el excelente trabajo de Marcos hacía que no hubiera marca alguna de torturas en él. En un comienzo me había costado deducir lo que estaba ocurriendo en esa habitación, ya que los relatos de Gabriela solo hacían referencia al tipo malvado de las Isapres y del daño que había hecho a la gente, también me había comentado que era conocido y alguna vez amigo de su médico. Me parecía completamente extraño que este último pasara día y noche cuidando a su paciente, generalmente los médicos no actúan así. Al recordar que el médico había perdido a su esposa me permitió atar los cabos sueltos. En ese momento Marcos no se encontraba en la habitación ya que era el tiempo que se daba para ir a ducharse, cambiarse de ropa y comer algo en forma rápida para volver a sus torturas, eso para variar lo había dicho Gabriela.
Al acercarme a Franco este abrió sus ojos, y cuando me vio ensangrentado frente a él, desfigurado a causa de las quemaduras del accidente, creo que pensó que tenía una pesadilla de terror. Era ventajoso que no hablara y ya estuviera amarrado a la cama, eso me permitía recuperar tiempo, y para mí era preferible que una víctima se diera cuenta de su final, ¿si no que gracia tenía aplicar justicia?, fue así como a medida que introducía los billetes que había en su maletín uno por uno en su boca, el comenzaba a desesperarse ya que cada vez le costaba más respirar, sabía que lo estaba asesinando y eso lo tenía desesperado. Ya tenía billetes desde su garganta a su boca, había tomado la precaución de apagar la máquina de saturación que mide la oxigenación del paciente, al igual que había hecho en los otros casos, para así evitar que sonaran las alarmas.
Es raro ver morir a un hombre ahogado en billetes, pero en el caso de Franco me imagino que fue una muerte que lo hizo feliz, después de toda su vida era estar entrampado y hundido en su dinero, sin ver nada más allá.
La última habitación estaba frente a mí, el plan iba a la perfección, los perros asesinos iban a llegar en cualquier momento a vengarse de mí por haber infiltrado su banda y haber enviado al infierno a Doberman, uno de los cuatro hermanos que lideraban el grupo. Quedaban tres hermanos y el mayor estaba en la habitación, Akita como se hacía llamar era desconocido para mí porque estaba a cargo de otros negocios delictivos de la familia y se mantenía completamente alejado del narcotráfico.
Si bien sentía mucho dolor por el esfuerzo que estaba realizando, los años de preparación en las fuerzas de elite del ejército y posteriormente en la Policía de Investigaciones ya me habían puesto frente al sufrimiento en varias oportunidades de mi vida. Tantos casos resueltos en mi vida policial para terminar acabado por un maldito accidente de tránsito. Tenía claro que mis pecados los iba a pagar en vida, pero jamás de esta forma, por lo mismo aprovechaba mi oportunidad de cerrar el último de mis casos y acabar con los perros asesinos de una vez por todas, había pasado demasiado tiempo trabajando en el caso como para dejarme desfallecer en ese momento.
Hace día que estaba enterado de que Akita estaba ahí, la loca enfermera mientras balbuceaba y hablaba sin callarse, me hablo de él, de sus heridas y de quien era. De que la policía había venido muchas veces a verlo. Pradenas, Messias y Franco eran objetivos altruistas, pero Akita era cerrar un caso, mi caso.
También sabía que Akita sólo había recibido la visita de su esposa y de nadie más, pero que ese día lo vendrían a ver dos familiares durante la noche. Yo tenía claro que eran sus hermanos, que más que venir a ver al mayor del clan, venían a hacerme mierda a como dé lugar.
A ingresar a la habitación Akita, este estaba despierto, un poco sedado ya que lo habían operado en demasiadas oportunidades, así que, sus movimientos eran tan lentos como los míos. Cuando me vio sabía perfectamente quien era yo y lo que hacía en la habitación. Creo que me estaba esperando, sus ojos me demostraron el odio que tenía hacia mí por haber asesinado a uno de sus hermanos menores y por haberme involucrado sexualmente con la esposa de otro de ellos. Sin lugar a duda, para él mi destino merecido era la muerte. Mientras me acercaba a Akita, en un movimiento que no esperaba, él saca su mano derecha de debajo de las sábanas, tenía su revolver preferido empuñado en su mano. "Por fin llegas hijo de puta, sabía que en algún momento vendrías a matarme como lo hiciste con mi hermano.
Eres un cobarde, te acostaste con la esposa de uno de nosotros y acabas con otro de ellos, después de haber pasado dos años siendo uno más de nosotros, de hecho, comiste en nuestra mesa y conociste a la familia. Te entregamos toda nuestra confianza y tú dejaste de lado todos los códigos, era de esperarse de un maldito policía.
¿No me digas que no te gustaba matar para nosotros?, creo que fuiste feliz con la banda y que eres igual de criminal, a todo esto, me da gusto ver como quedaste luego del accidente, me parece perfecto que hayas perdido tu mano más hábil y que tu cuerpo se hiciera mierda con el fuego. ¡Es realmente asqueroso verte!", eran las palabras que decía Akita mientras molesto me apuntaba con su arma, sabía que iba a disparar y nos separaban sólo dos metros de distancia, yo no estaba con la agilidad ni las energías necesarias para acercarme a él y quitarle el arma. El desgraciado me había estado esperando todos los días y todas las noches por lo que se veía cansado.
"Veo que ya no correrás nunca más Akita, dos piernas menos debe ser doloroso", le dije con una sonrisa en mi rostro calcinado, mientras él seguía apuntándome con su revolver. Decidí comenzar a avanzar hacía el delincuente, mi oportunidad no llegaría si seguía de pie frente a él, su revolver tenía el silenciador puesto para no alertar a nadie, el arma vibraba en la mano del criminal, estaba cansado y su pulso no le permitía apuntar bien, lo que me daba una chance para poder acabar con él.
"¿Dime cuál es tu último deseo?" me dijo Akita, lo que me alerto de que en ese momento apretaría el gatillo, por lo que logre ponerme un poco de costado mientras percuto su revólver, el disparo llego directo a una de mis piernas, el calor de la bala quemaba mis músculos pero logre llegar hasta su lado y golpearlo con el urinario metálico que había en la habitación, lo golpee con todo lo que mi devastado cuerpo podía, descargue mi ira en su cara, sintiendo otro disparo desde su arma que llego directamente en mi estómago mientras lo golpeaba. Un pequeño descuido me permitió quitarle el arma. Al mirar mi estómago ensangrentado sabía que mis oportunidades de vivir eran nulas, cuando me puse a toser sentí como mis entrañas estaban destruidas y comenzó a salir sangre por mi boca, mientras la herida me desangraba sin freno alguno. Se me estaban acabando las energías y temí desfallecer, ya que era importante terminar la misión en la que había trabajado durante tanto tiempo.
Acerqué el revólver a la cabeza de Akita y en mis últimos minutos de vida le dije lo mismo que como capitán de la organización le decía a alguna víctima cuando era su verdugo. "¡Deseo concedido hijo de puta!" y apreté el gatillo del arma tres veces, destrozando su cráneo en forma certera.
Lo estaba consiguiendo, gracias a mí, la mitad de los hermanos ya habían sucumbido, había hecho justicia al acabar con Pradenas, Messias, Franco y Martínez. Era más de lo que había esperado, era un logro resolver tantos casos en un solo día, lo que consideraba una forma digna de morir, por muy desgraciada que allá sido mi vida. Fui una mala persona y lo acepto, hice cosas de las cuales cualquiera se arrepentiría, pero jamás creí en la compasión ni en que la gente cambiaba con el tiempo. No era de los que les perdonaban la vida a los criminales, ya que el riesgo de que salieran rápidamente de la cárcel era alto, por mujeres como Messias volvían a la calle a seguir asesinando, por lo mismo prefería acabar con ellos sin titubear. Si bien no tenía licencia para matar, siempre podía inventar una buena justificación que me permitiera seguir en la fuerza siendo el asesino que era, mis compañeros lo sabían, siempre fui capaz de todo para limpiar las calles, me daba absolutamente lo mismo que eso me trajera algún tipo de problemas, para mí el fin justificaba los medios.
Con una sola mano en mi cuerpo me encontraba imposibilitado de apretar la herida en mi estómago para frenar un poco el sangrado, ya que, si lo hacía tenía que dejar el arma y no me podía dar ese lujo, menos con los asesinos que venían a acabarme. Lentamente salí de la habitación de Akita y me dirigí a mi habitación, había tenido el cuidado de cerrar todas las puertas para que nadie ingresara a las habitaciones de mis víctimas, sin embargo, la sangre que caía desde mis heridas de bala marcaba un camino en el piso de esa clínica. Me demore un poco más de una hora en ajusticiar a las cuatro víctimas, y en cada una de las habitaciones había dejado como regalo las válvulas de oxigeno abiertas al máximo.
Al ingresar a mi habitación, me sentía cansado, débil ya que me estaba desangrado hace minutos, abrí las válvulas de oxígeno de mi habitación y me senté en el suelo a esperar. Al mirar mi estómago sabía que la herida era mortal.
Cinco minutos bastaron para que se comenzaran a sentir los gritos de Marcos, el médico al entrar a la habitación de Pradenas y encontrarlo fallecido, enloqueció, el antes médico y ahora psicópata no podía creer que alguien hubiera acabado con su juguete personal. El verdugo era él y alguien le había quitado el placer de seguir vengándose.
Desde el primer piso de la clínica se comenzaron a sentir disparos de armas automáticas, Rottweiler y Pitbull ya habían llegado al lugar a vengar a sus hermanos y su honra, no tuvieron piedad con los guardias y el ruido de los disparos avanzaba, acercándose velozmente hacia la escalera que llevaba a las habitaciones donde me encontraba. Ya había un charco de sangre donde estaba sentado y sentía como mi vida se iba marchando lentamente, por lo que me esforzaba lo más posible en no sucumbir y desmayarme. Ese día me había propuesto eliminar a toda la lacra que pudiera de la sociedad, los quería enviar a todos al infierno para que dejaran de hacer daño. Yo cómo criminal, también tenía que entregar mi vida, lo merecía. Todos los que estábamos en ese lugar habíamos acabado con vidas he ilusiones de gente inocente, era justo que pagáramos nuestros pecados.
Los disparos de los criminales se sentían cada vez más cerca de la escalera, al igual que los gritos de pánico de la gente, nadie pudo pedir ayuda ya que los perros habían destrozado las líneas telefónicas y mientras todos corrían por su vida era difícil que a alguien se le ocurriera hacer una llamada telefónica a través de su equipo celular. Me imaginaba la cantidad de muertos que estaban dejando esos dos desgraciados mientras avanzaban hacía mi habitación.
Marcos siguió el rastro de mi sangre hasta llegar a mi habitación, cuando abrió la puerta me impresiono su cara de desquiciado, era locura y odio puro: "¿Qué hiciste?, no sabes lo que te hare, no me importa que estés sangrando, te hare sufrir mucho más de lo que puedas imaginar", me decía el médico mientras sostenía un bisturí en su temblorosa mano derecha. El médico ya estaba mentalmente perdido, era un criminal más, que seguiría torturando o asesinando en el futuro, ya había visto esos ojos de locura en otras oportunidades y era obvio que ese tipo no pararía por el gusto que había adquirido en la sangre.
De fondo se sentían los disparos y los gritos de las enfermeras que ingresaban a las habitaciones de Franco y Messias, la clínica se había transformado en un lugar digno de una película de terror, lo mismo ocurrió cuando corrieron a ver las habitaciones de Pradenas y Martínez, las enfermeras perdieron el control, un asesino en serie estaba suelto. Pero se les olvido todo y corrieron por sus vidas cuando los disparos de las armas automáticas comenzaron a producir ruidos de muerte en el piso donde me encontraba, las que sobrevivieron a los disparos de los perros asesinos huyeron despavoridas sin que les importara para nada lo que ocurriera con sus pacientes.
Ya estaban ahí, "¡¡¡¡¡Déjalo estúpido que es nuestro!!!!!", sale un grito al lado del médico que provenía de la boca de un desconocido, Marcos al darse vuelta recibe una puñalada a pleno corazón propinada por el mismísimo Pitbull, lo cual me dio una satisfacción tremenda, ya no tenía las fuerzas para hacer el trabajo, con su actuar me habían ahorrado el trabajo de enviar a otro criminal más al infierno, me salvo de matar a Marcos ya que no tenía fuerzas y estaba al borde de morirme.
Pitbull movía violentamente su corvo militar en el corazón de Marcos, quien se fue apagando lentamente, sorprendido de la puñalada que había recibido, así fue como el médico fue entregando su alma lentamente a un demonio que gozaba de un día lleno de nuevos moradores en el infierno, bendita limpieza de criminales.
El médico cayó al piso sin ninguna señal de vida, los últimos dos perros asesinos que quedaban con vida pusieron su mirada sobre mí y se sorprendieron al ver que los apuntaba con el revolver de su hermano: "me estoy dedicando a reunir a toda su querida familia en la otra vida", les dije mientras tosía sangre, casi desvanecido y apuntándolos con las últimas fuerzas y suspiros que quedaban de mi patética vida. Pitbull corrió hacia la habitación de Akita y al ver el cráneo destrozado de su hermano volvió enfurecido a acabar con mi vida. Las enfermeras habían dejado las puertas abiertas de todas las habitaciones, ya no quedaba nadie más que nosotros en esa ala del hospital, los policías que hacían guardia en mi habitación fueron las primeras dos víctimas de los hermanos que tenía frente a mí. Las válvulas de oxigeno seguían abiertas al máximo, fue una suerte del destino que los disparos no las hayan activado.
Cuando sentí que la vida se me iba y mi alma quería abandonar el cuerpo, mire a los hermanos que me apuntaban con sus armas automáticas y en tono sarcástico dije "Pitbull, estaba muy rica la caliente de tu señora, ja jajá", lo que descontrolo a los hermanos quienes me gritaron "no mereces ningún deseo policía hijo de la gran puta" percutando sus armas hacia mí, y eso era justamente lo que yo quería, estaba esperando que lo hicieran. Mientras recibía sus balas en todo mi destrozado cuerpo no paraba de reír a carcajadas, a más se me iba la vida con muchísima más fuerza me reía, estaba gozando ese momento. Estaba feliz de que me acribillaran. Era una muerte tan dulce.
Desde hace más de una hora que salía oxígeno, con máxima fuerza desde todas las cañerías de las habitaciones. Entre disparos y homicidios, ni las enfermeras ni los médicos se habían percatado de la situación y la ráfaga de disparos que los perros asesinos utilizaban para matarme, era la chispa que necesitaba para volar por los cielos toda el alá del edificio. Benditas física y química, no era la primera vez que utilizaba el inflamable y explosivo gas para acabar con la vida de criminales. La explosión fue gigantesca, sin saber se me paso la mano y la clínica exploto completamente, asesinando a todos los pacientes que estaban en ella, adultos y niños. El estallido fue tan grande que termino dañando todos los ventanales de los edificios que se encontraban a cuadras del lugar.
Por fin cumplía mi última misión, si bien había acabado con muchísimos inocentes en ese lugar, por fin me llevaba a los perros asesinos conmigo, los cuatro hermanos podrían reunirse mientras purgaban sus almas por cada uno de los crímenes que habían cometido, tendrían una eternidad de sufrimiento que por fin se encargaría de ellos.
Nuevamente sentía el calor del fuego envolviendo mi cuerpo, quemándome, mientras cada vez más a lo lejos escuchaba los gritos de dolor del Pitbull y el Rottweiler que se calcinaban rápidamente, mientras los escuchaba iba dejaba mi cuerpo, sentía la satisfacción del trabajo realizado, la misión, mi última misión era todo un éxito. Yo también debía morir por mis pecados. El calor abrazador de las llamas me acompañó hasta mi último suspiro, estaba tan desvanecido que no grite mientras mi cuerpo se calcinaba y perdía la vida, con dolor y merecimiento.
Las llamas del accidente lo iniciaron todo, de la misma forma debía terminar la vida destructiva que habíamos llevado absolutamente todos los que estábamos ahí. Ya no existía la culpa, solo silencio. El fuego que nos encontró en el accidente seria el mismo que nos llevaría a todos a las tinieblas.
Sólo ruego que la explosión se haya llevado a la loca de mierda de Gabriela.
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