Capítulo final: 'El último suspiro'
El 28 de noviembre del año entrante fue cuando recibí la primera amenaza. Estaba aterrada, dos días antes habían apresado a Deniz y la sonrisa de Adâo era algo que sabía que no podría olvidar. Había sido absolutamente aterrador.
—Nena, estás temblando. ¿Estás bien? —me preguntó mi mejor amiga, uno de los dos ángeles de la guardia que yo tenía: Martinee Statham.
No pude musitar palabra, es cierto que estaba aterrada. Me dolían los huesos, la cabeza se me quería explotar y todos los ruidos que sentía por la casa me ponían con taquicardia.
Durante esos dos días, no había podido dormir. En absoluto. Tenía miedo: tenía miedo de que esa gente irrumpiera en mi casa y me hiciesen de todo, todo lo sádico, inimaginable que se le pudiese ocurrir a una mente enferma.
Los policías que me escoltan habían ido a descansar; no podían protegerme las 24 horas del día, a pesar de que así lo dictara la ley de protección de testigos.
Hasta que llegó. Esa misma noche, la primera amenaza llegó.
Martinee me sostenía en sus brazos, mientras yo lloraba en silencio, aterrada. Me moría de hambre, de sueño, pero sentía que si cerraba los ojos durante un solo segundo, me encontraría en la mazmorra de Los Seixal, o de los Padrinos de la Noche, siendo torturada, violada o ambas a la vez.
<<Mierda...>>
—Nena, si duermes algo no va a pasar nada... —susurró mi mejor amiga, pero yo no quería. No podía exponerme así. —Yo me quedaré despierta, vigilando, tranquila...
En ese momento, la puerta del ático se cerró con fuerza. Como si alguien hubiese tirado el portón con fuerza. Fue entonces cuando reaccioné; alcé la vista, no encontré a mi mascota, Max, así que salí disparada hacia el piso de abajo. Martinee vino detrás mía. Mi corazón latía como si fuera a explotar.
Bajé las escaleras tan rápido como mis piernas me lo permitieron, y llegué al primer piso, donde, por suerte, Max comía en su comedero con calma, aún vivo.
Volví a respirar. Fui hasta él y lo acaricié, lo besé, después de haber temido por su vida era lo mínimo que podía hacer.
Ahí me percaté de su primera amenaza, dentro del bowl de comida de mi mascota, ví una carta de color ocre. La tomé, abriéndola y encontré letras de sangre dictando un mensaje más que claro.
Menina, vas a pagar por lo que has hecho. Ten en claro dos cosas, Bellita...
1. Esta amenaza no es directa del hombre al que has dejado sin mano derecha, sino de su amigo.
2. Él es mucho peor que yo. Huye.
Mi corazón latía desbocado. Se me secó la boca, los ojos se me inundaron en lágrimas. Entonces Martinee tuvo su idea.
—Bella, tengo que hacerlo. —insistió.
—Es que me niego, Martinee. —le dije yo. —¿Es que acaso crees que Adâo te tomará con importancia? Recuerda que ni siquiera te contó sobre su matrimonio con Elsa. —le recordé —Prefiero morirme a arriesgarte de esa forma.
Logré que desistiera de esa idea de ir a hablar con él. Si bien era cierto que Martinee se había liado con él, no estaba al tanto de sus fechorías ni mucho menos, pero estaba claro que no la tomaría en cuenta sabiendo que tampoco le contó que estaba casado con Elsa Sandoval mientras se acostaban.
Ese día, ni los siguientes, logré pegar ojo. Era peor de lo que me había imaginado.
√
30 de noviembre.
Lo que más me dolió fue dejar de ver al hombre que, aunque me negara a aceptarlo por la rapidez de las cosas, amaba.
El 30 de noviembre, día que, casualmente, recibí la segunda amenaza y él me visitó a Nydia. Eran las diez de la noche.
—¡Mierda, mierda, mierda! —grité al verlo llegar en su coche. —¡Adrer! —le grité desde la ventana para que se detuviera. —¡No subas, espera, que bajo!
Y así lo hice, bajé tan rápido como mis piernas me lo permitieron, llegando en menos de un minuto abajo. Asfixiada, lo regañé.
—¿Qué cojones haces aquí? —le chillé molesta, o al menos fingiéndola, al verle.
—¿Por qué no me contestas los mensajes? —me recriminó. —Hace unos días nos adorábamos y ahora ni siquiera me hablas. —notó mi demacrado estado por la falta de sueño y se detuvo a observarme. —¿Qué demonios te pasa? ¿Estás bien, Bella?
—Estoy perfectamente. —le aparté la mano de un manotazo que me dolió más a mí que él. —Simplemente se me acabó el amor y ya. ¿Qué quieres?
—Quiero que me digas la puta verdad. —se vino contra mí y la cercanía de su cuerpo emanaba una tranquilidad que, aunque fuese lo que más deseaba, no podía permitirme tener por lo riesgoso que era para él. —¿Estás bien?
Me quedé mirando sus labios, embobada. Pero desistí y me regañé mentalmente. Era por su bien, no podía devolverme a su cariño.
—Sí. No me hagas repetírtelo una tercera vez. Lárgate. Es la primera y única vez que te lo digo. —miré al portero que observaba la escena disimuladamente. —Sáquelo de aquí y que no vuelva.
Mis palabras le dolieron, y aunque no lo creyera, a mi me mataban. Eran dagas ardientes, congeladas, hasta tal punto que quemaban como la puta lava. Lo amaba y no quería hacer esto, pero tenía que hacerlo.
Me tomo de la muñeca, se acercó hasta mí de nuevo y sus ojos estaban en llamas. Los clavó contra los míos y gruñó:
—Dime que no me quieres. Dímelo mirándome a los ojos, y te juro que me olvido de lo que hemos tenido para siempre. Te prometo que ya no sabré quién eres.
Pasé saliva, tratando de tomar las fuerzas que me hacían falta, pero durante unos segundos me quedé en silencio.
—BElla, no hace falta que hagas esto para que esté a salvo... —murmuró contra mí dejando sus labios muy cerca de mi oreja.
—No te quiero, Adrer.
Las palabras que logré conjugar salieron disparadas de mi boca.
No era una simple frase: era una bala, un dardo envenenado que primero le golpeó a él para después rebotar, y golpearme a mí para matarme con el ardiente dolor que poco a poco corrompía mi alma. Me quemaba el pecho, sentía un dolor indescriptible que hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas sin quererlo. Aletee las pestañas para disimularlas.
—Simplemente no te quiero. —repetí tratando de confirmar lo que sabía que era completamente incierto. —Asúmelo y ya está. No quiero saber nada más de ti, Adrer. Se acabó.
Durante toda esta sarta de mentiras, no había despegado los ojos de los suyos. Y los vi encharcarse. Esa imagen terminó conmigo: ver cómo había hecho llorar a este hombre terminó con lo poco que quedaba de mí.
Pero tenía que hacerlo. Tomé aire, dirigí mi mirada al portero y asentí. Luego me giré, sin mirarlo más y oí su último gemido lastimero: tres simples palabras que se clavaron en mi corazón denotando lo que realmente le quería.
—Yo te amaba...
Era el ultimátum: si entras a ese ascensor, no volverás a saber de mí. Y lo hice. Entré al ascensor.
No quise decir nada más. En el elevador, grité, lloré y me desinhibí lo que más pude. Porque sin duda, había partido el corazón del hombre que había sanado el mío.
Subí con el alma rota, las lágrimas se deslizaban sin decir nada más, pero los resquicios de mi corazón roto se alteraron al ver la puerta de mi ático abierta.
—¡Martinee! —chillé al entrar. No oí nada. Corrí hasta el salón y entonces lo vi.
En el suelo, con un corte que cruzaba todo su cuello, Max estaba tendido sobre un charco de sangre, sin vida.
Mi corazón terminó de partirse, las lágrimas salieron sin control alguno agachándome hasta llegar al animal. Encontré un papelito en su boca que decía: 'La próxima serás tú'
—¡No! —tomé al animal embarrándome de su sangre. —¿Por qué? —chillé queriendo suicidarme. —¡No, no es justo!
Levanté la mirada y ví a Martinee bajando las escaleras con una brecha en la cabeza, la cual, indicaba que ella también había sido atacada.
Sus lágrimas no tardaron en aparecer y la abracé, con dolor en el alma, de ponerla a ella en peligro, de perder al hombre que amaba y de perder al que había sido mi compañero desde hace unos años.
¿Sabéis el dolor que es perder a una mascota? Imagínate lo mismo, pero sabiendo que ha sido asesinada injustamente, ya que era un animal inocente que ni siquiera sabía en dónde estaba metido. Era el ser más puro y leal que había tenido a mi lado.
Mi conciencia no iba a dejarme en paz: eso lo tenía claro. Sin duda alguna, tenía motivos para sentirme culpable, Max había muerto por mi culpa. La compañía más noble que había tenido había dejado de respirar. Lo apreté contra mí al volver a abrazarlo y Martinee lloraba enfrente mía.
—No ha sido tu culpa... —le dije sabiendo que se sentía culpable, pues ella era la que estaba aquí. Las brechas en su cabeza seguían emanando sangre. Me levanté lentamente dejando al animal en el suelo. —La culpa de todo es mía.
—Bella, no... —intentó detenerme.
—¡La culpa de todo esto es mía! —exclamé con el ferviente deseo de arrancarme las cuerdas vocales. —¡Mía! ¡Mía, y solo mía! —dirigí mi mirada al cuerpo inerte de Max. —Perdóname. —le rogué. —Perdóname por no evitar que te pasara esto. ¡Tú no lo merecías! ¡Tú no!
Martinee vino hasta mí y me abrazó mientras yo lloraba al perro que, sabía que jamás olvidaría, y que había muerto por estar cerca mía.
√
2 de diciembre.
Ese día sucedió mi némesis: mi tope había llegado. Al despertarme de la cama, con ella al lado, jamás pensé que ese día todo sería tan fatídico. Nunca llegué a pensar que el 2 de diciembre de 2019 sería esa fecha que, aunque pasaran los años, jamás olvidaría.
Me levanté con dolor de cabeza, tenía la boca seca como el desierto y respiraba, sí eso era posible, con aún menos devoción que antes.
Le eché de menos: extrañe que, al verme despierta, viniera corriendo hasta aquí para lamerme la cara y molestarme hasta que me levantara a darle su comida.
Eche en falta que la sábana quedase llena de su pelo, o que su olor a canela me activase para el resto del día. Si creía que estaba mal, no había llegado nada aún.
Había ido a visitar a la policía, pero había sucedido un asesinato con arma de fuego y la comisaría apenas estaba habitada, pero yo necesitaba hablar con Staffordshire, con Caistar o con JJ.
Conducí de vuelta a casa, aunque tardé veinte minutos más de lo que debería, pues a cada rato me paraba con una taquicardia a un lado de la carretera para poder recuperarme. Había sido igual al ir para allá.
Veía los coches seguirme durante veinte segundos y se me nublaba la vista, me ardía el pecho y sentía que iban a salir con un arma y me pegarían un tiro. Por chivata.
Logré aparcar en Nydia con las manos temblorosas. El Ferrari de Martinee tenía un sitio resguardado en el parking del hotel, así que lo menos preocupante era que le pasara algo al vehículo.
Cuando entré al edificio, saludé al portero y entré al ascensor que me llevó hasta la planta del ático.
Al entrar, encontré a mi mejor amiga, mi otro ángel de la guarda, tirada en el suelo, boca abajo. Había sangre alrededor, jarrones rotos, platos rotos.
Corrí hasta ella dejando el bolso en el suelo. Ella no podía morir. No ella. No podía dejarme aún más vacía de lo que me había dejado la muerte de Max.
—Martinee, Martinee... —le di la vuelta encontrando la puñalada que tenía en el costado, del lado izquierdo. Estaba toda empapada de sangre, sabía que no aguantaría. Pero era intentarlo o morir con ella. —Martinee, ey... —toquetee su cara para despertarla. Abrió los ojos con suavidad y no pude más. —Perdóname. Perdóname, nena, por favor...
—Bella, no... No me pidas perdón, por favor...
—Es todo culpa mía. —lloré desconsoladamente. —Yo debería estar ahí, herida. Tú no tenías nada que ver. Perdóname, por favor, Martinee... Necesito que me perdones...
Ella me sonrió.
—No tengo nada que perdonarte —me sonrió mostrándome sus dientes embarrados en sangre. Arranqué una tira de mi camisa para hacerle un torniquete. —, te amo Bella.
Las lágrimas salían sin control de mis ojos.
—Yo también te amo, amiga.
Me sonrió de nuevo.
—¡Ayuda, por favor! —chillé con todas mis fuerzas. —¡Ayuda, Dios mío!
Empecé a oír unos zapateos por el hotel. Le devolví la mirada a mi amiga.
—Ey, ey, ey, ey. —musité. —Aguanta, todo estará bien, Martinee, por favor... no me dejes tú también, te lo suplico.
Ella me sonrió. Estaba amando esa sonrisa más que nunca.
—No... —tosió con tanta fuerza que temí que muriese por los empellones de la tos. —No me has dado tiempo a decirte que estoy embarazada.
Sus palabras me dejaron helada.
—¿Qué...? —ella comenzó a reír. Se veía feliz por la noticia, se veía que quería tenerlo. —Nena, me alegro tanto...
La abracé y fue entonces cuando apareció el portero del hotel.
—¡Llame una ambulancia! —le chillé. —¡Rápido, por favor! —le devolví la mirada pero sus ojos se cerraban, se apagaban. —Nena, aguanta, anda, ya viene la ayuda. Tienes que cumplir tu deseo de ser madre.
Noté sus ojos encharcados.
—De esta no salgo amiga...
—No, no, no, no, no por favor. —le supliqué. Sus ojos se cerraban y luché por mantenerlos abiertos. —Ahmed te espera, vuestro hijo os necesita. ¡Martinee!
Abrió los ojos de nuevo y la esperanza corrió en mí. La apreté contra mí lo más que pude.
—¿Han sido ellos? —pregunté y asintió, partiéndome el alma, es todo mi culpa. —Perdón...
—No quiero que mis últimos momentos sean oyéndote pedirme perdón. —hablaba haciendo fuerza. —Ha sido un placer ser tu mejor amiga, Bella.
—No, no, no puedes irte, Martinee. —le dije acariciando su carita pálida. —¡No! ¡No! ¡Por mi culpa, no! ¡Martinee despierta! ¡Te necesito! ¡No te vayas! ¡No me dejes! ¡Amiga!
Pero era demasiado tarde. Habían asesinado a Martinee Statham. Y se habían llevado con ella una gran parte de mí.
√
Presente, 3 de diciembre.
La tumba con el nombre y los veintidós años de Martinee (del 11 de enero de 1997 al 2 de diciembre de 2019) estaba matándome. Necesito justicia, o más bien, necesito que me devuelvan a la amiga que me habían arrebatado. Esa gran parte de mí que yo amaba.
Hay muchos tipos de dolor en esta vida.
Está el dolor físico, ese que surge cuando te golpeas el dedo pequeño del pie o cuando te salta una gota de aceite mientras cocinas.
Está el dolor que causan las enfermedades, que es el que no es una zona cuadriculada de tu cuerpo, sino que es por dentro.
Y luego está el dolor que no me ha abandonado en todo estos días, el dolor emocional. ese dolor que sientes cuando una puta mafia asesina a tu perro y a tu mejor amiga, al animal que te ha acompañado en tus peores momentos y a la persona que considerabas una hermana, una parte de ti.
No sé cómo no he perdido el norte por completo: creo que estoy al borde de volverme completamente loca. Aún le pregunto que quiere que cenemos aún sabiendo que estoy sola en Nydia o cuando le echo a Max su pienso en su bowl verde pistacho.
Tomo aire. Me arde la nariz, me duelen los pulmones y la tráquea se me contrae con las lágrimas que llevo días soltando sin parar.
—Bella, vámonos. —dice Demir detrás mía. —Tenemos que ir al cuartel de Staffordshire.
Asiento sin decir nada. La necesito: no es lo mismo despertar en Nydia y no verla a ella con su pijama de camaleón o a Max corriendo por la casa.
Les he advertido, tanto a ellos como a la policía. No hicieron algo cuando Martinee estaba viva, y juré que sí no lo hacían, ahora que ya no lo está, me cortaría las venas en directo diciendo al mundo lo mierdas que son. Y no es ningún farol.
Se habían llevado al setenta y cinco por ciento de mí, y al otro veinticinco, yo me había encargado de apartarlo de mi vida: así estaría mejor.
Ahora, duermo en casa de Demir. Es más seguro. He recuperado algo de sueño y no sé por qué, no me deja deshacer la maleta.
Llegamos a Police Department en unos minutos y entramos. No hablo nada, por no decir que no digo nada.
Llego al cuarto donde me explicaron el maldito plan que aún me persigue en mis pesadillas, encontrándome con Stafford.
—Buenos días, Bella.
—Hola. —es lo único que digo con una voz muerta, vacía.
—En base a lo que nos has contado esta mañana, Demir, la policía y el conjunto directivo en sí de Cebi International —miro a Joan Alveiroa, el director de todos los bufetes que acarreaba su empresa, entre ellos, los Cebi. —hemos tomado una decisión sobre que hacer contigo en esta situación. Siéntate, por favor.
Hago caso sentándome en una silla sin decir nada.
—Bella, —me habla el brasileño. —el asesinato de Martinee es algo que no va a quedar impune. Adâo Caveira está en busca y captura, él y toda su gente, así que ellos ya no son empresarios para este país, sino mafiosos. ¿Eso está claro?
Dejo caer unos segundos de silencio. No quiero tanta parafernalia. Quiero justicia.
Asiento.
—Bien. —Ahora es Demir quién me habla. —El asesinato de Martinee ha marcado algo importante, Bella...
—¿Podéis dejaros de tanta mierda y decirme ya que coño vais a hacer conmigo? —rezongo molesta. —Ya sé lo que ha marcado la... —no soy capaz de decirlo. —lo de Martinee.
—Vale, vale. —continúa Demir. —Hemos decido que lo mejor que podemos hacer es volver tus servicios en pasantías.
Lo miro frunciendo el ceño pero sin una expresión clara.
—¿Qué es eso?
—Lo mejor para ti, y para que nadie a tu alrededor corra peligro, es que cada semana visites un lugar del mundo y resuelvas un caso. —me explica Joan. —Así no tendrás un lugar fijo donde vivir.
—¿Y vivir como una jodida nómada? —me quejo. —Prefiero que me maten.
—No bromees con eso. —me regaño Stafford.
—No bromeo. —y es cierto. Solo quiero morirme e ir a beber Rakl con Martinee.
—Es lo que hay. No tienes otra opción. —me dice Alveiroa.
—Prefiero morir. —repito. —No quiero ir de lado a lado por el mundo como una pelota de plástico en un partido de voley playa.
Joan respira con profundidad, los ojos de Demir me escudriñan y Staffordshire pasa la lengua por la parte delantera de sus dientes.
—No vamos a dejarte morir. —refuta él. Abro la boca para hablar. —Mañana tienes el primer vuelo. No hay más que hablar.
—No quiero ser una don nadie. —me quejo otra vez. —¿Qué pasa? ¿Qué ahora aparte de dejar morir a mi mejor amiga queréis que desaparezca o qué?
—No vas a desaparecer. —rezonga Stafford. —Seguirás siendo Bella Jones, solo que nadie sabrá de tu paradero exacto. Vivirás en hoteles pagados por Joan y la empresa. Podrás seguir hablando con tus padres, con Demir...
—¡No tenéis derecho a decidir sobre mi vida! —chillo enfadada. —¡He dicho que no!
—No podemos dejar que te maten a ti también, Bella. —comenta Demir con palabras que se me clavan en el corazón.
—Cuando eres una inconsciente sí tenemos derecho. —contesta Joan. —No tienes otra opción. Es eso o estás despedida de Cebi y dejarás de ser abogada. Ahí sí que serás una don nadie. —se levanta y ambos se dirigen a la salida. —Te esperamos fuera. Te dejamos sola para que lo asimiles.
Salen del cuarto y pateo la mesa rabiosa. Por eso Demir no quería que deshiciera la maleta. ¡Joder!
Me duele todo. A mí me da igual donde me manden. Lo único que quiero es recuperar mi vida cuando era feliz; con Martinee, con Max y con Adrer. Tiro la cabeza sobre la mesa largándome a llorar, sabiendo que a partir de ahora voy a ser peor de lo que ya era ahora y es que, de tanto dolor, me he quedado sin corazón, o si lo tengo, está hecho trizas que no sé si voy a poder reparar.
No quiero irme, al menos no ahora. Pero sí sé que Joan, Staffordshire y Demir tienen razón: es lo mejor para mí.
Las palabras de mi jefe se quedan en mi mente <<No podemos dejar que te maten a ti también>> ¡Y una mierda! Ya mataron a Martinee, no voy a ponérselo tan fácil. Voy a sobrevivir aunque sea huyendo por el mundo.
Me levanto de la silla y salgo del cuartel mirando a los tres hombres con sorna.
—Acepto. —accedo finalmente. —Vamos a jugar al gato y al ratón con estos hijos de puta.
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