Capítulo 9: 'Herida acérrima'
Adrer.
Domingo.
-¡Vajillas, juegos de té, juegos de tazas! -grito haciendo aspavientos con las manos. -¡Platos, vasos!
Un grupo de turistas interesados en mis objetos, y sobretodo, en mi nueva colección de recuerdos de la Antigua Constantinopla la cual me llegó el viernes, se amontonan enfrente de mi puesto y el de Hassu, que hoy no está, pues está estudiando, sin embargo, Ahmed la cubre.
Hoy a la mañana Fatma regreso donde Yendal: me prometió tener cuidado con lo que hacía y decidí creerla, era lo mejor y además yo tenía que trabajar y no podía quedarme con ella.
-¿A cuánto cuestan los platos bordados con el nombre de la ciudad? -pregunta uno de los ancianos turistas en inglés.
-300 liras es su precio inicial, señor. -le contesto acelerado y una mano me toca el hombro.
Otro turista me pregunta por las bufandas de la zona de recuerdos.
-¿Cuánto por la bufanda? -pregunta una anciana.
-¿Los imanes de nevera? -cuestiona otra.
-¡245, señora! -contesto a la que me preguntaba por la bufanda.
-¡Madre de Dios, que caro! -dice la que me había preguntado por el imán.
-¡No, señora, eso es por una bufanda!
Cuando tanta gente y el barullo me estresan, agarro el megáfono que guardo para las jaurías de turistas que visitan el Bazar.
-¡Vamos a ver, señores! -grito por el megáfono, calmando a la muchedumbre que calla poco a poco. -En fila de uno en uno, dividanse con el puesto de al lado, por favor.
Los turistas obedecen, esparciéndose por los dos puestos y colocándose en una ordenada fila frente a mí.
-Bien. -murmuro para mí mismo, un poco más calmado.
Comienzo a atender a los viajeros.
Vendo dos juegos de té, tres imanes, dos bufandas tejidas a mano con la inscripción <<Çok yaşa istanbul>>, una vajilla entera a un nativo y ahora, cuento el dinero tras la barra.
-Tres mil, tres mil quinientas, cuatro mil... -digo para mi mismo, guardando el fajo en la caja registradora.
Hoy está siendo un gran día, llevo estas cuatro mil liras y otras seis mil durante el resto de la mañana.
Miro el móvil, queriendo engañarme de que miro la hora cuando, en realidad, aguardo por que aparezca mi valor para escribirle a Bella.
El resto del día sigue en la misma línea. Vendo miles de objetivos e incluso tengo que abrir cajas con más mercancías para vender.
Hoy fue un gran día, sin duda alguna.
Sobre las ocho de la noche, el Bazar está vacío y sólo se ve a sus trabajadores recogiendo sus bolsas llenas de especias, llenas de dulces turcos o de baklavas.
-Ahmed, -me acerco al umbral de la puerta corrediza que separa mi puesto con el de mi hermana- ¿qué tal?
-Bastante bien, hermano. -contesta. -He contado ocho mil liras, tío.
Me quedo ojiplático.
-¿Tantas?
Asiente lentamente.
-¿Tú, cuántas?
Sonrío mostrando los dientes.
-Doce mil, Ahmed. -abre la boca, sorprendido.
Rápidamente, se lanza a mis brazos.
-¡Tío, veinte mil liras en un solo día! -murmura entre mis brazos.
-¡Sí!
Segundos después se separa de mí y anda hasta el pequeño cajón debajo de la caja. De allí, saca un fajo de billetes y se acerca hasta mí de nuevo, entregándomelo.
-Toma, aquí está.
Niego con la cabeza.
-Eso lo has trabajado tú, Ahmed.
Se queda pasmado durante unos segundos.
-A-Adrer... son ocho mil liras, es mucho...
-En serio, Ahmed. Quédatelos. Los has trabajado tú, te los quedas tú y no hay más que hablar.
Vuelve a abrazarme agradeciéndome mil veces por darle el merecido del trabajo que ha hecho.
Una hora después, ya hemos recogido todo el desmadre que se ha formado en nuestra zona del Bazar. Tenemos un contrato con el gobierno que nos obliga a limpiar y recoger las zonas cercanas a nuestro puesto de trabajo, así, no dejaremos todo hecho una mierda.
-Bien, yo ya estoy listo. -le digo a Ahmed, que esta bajo el umbral de la puerta. Bajo la valla del puesto y apago la luz. Me guardo la bolsa llena de fajos en el bolsillo.
-Bien, tío. Espérame en el coche. -murmura y asiento, saliendo de mi puesto y cerrando con llave.
-Te dejo aquí las llaves. -informo, dejándolas sobre la barra del puesto.
Me dirigo hacia la salida del Bazar. La oscuridad de la noche me envuelve y continuo andando hasta llegar a mi coche, pulsando el botón de las llaves que hace pitar el coche, indicando que está sin seguro.
Subo y meto las llaves, metiendo la bolsa de dinero en la guantera.
Suspiro y me tumbo sobre la silla, dejando caer la cabeza.
Me relajo durante unos segundos, pero no dura mucho cuando oigo unos golpes afuera del coche. Abro los ojos y miro, sintiendo el verdadero terror cuando me encuentro a uno de los matones de Don Kemal con su característica sudadera negra, golpeando el cristal de la ventanilla con los nudillos.
-No, no, no, no... -titubeo, tratando de coger las llaves pero es inevitable hacerlo cuando abre la puerta y me toma del cuello, sacándome a regañadientes del coche. -¡Déjame!
Es alto, grande, y por primera vez desde que me endeudé con ellos, logro verle la cara con claridad, pues la luz del parking me permite hacerlo. Es moreno, tiene rasgos marroquíes y tiene el pelo rizado y oscuro, que sobresalen ligeramente de la capucha. Yo soy alto, mido uno ochenta y ocho, pero este hombre debe medir cerca de los dos metros ya que me saca unos cuantos centímetros, aparte de un cuerpo musculoso -demasiado, diría yo-.
-Bueno, bueno, Adrer. Se acabó el tiempo. -dice con total frialdad y oigo una risa detrás mía.
-¿Ahora qué debemos hacer contigo, Bulshoy? -la voz de otro suena y me giro aún con las manos del grandullón sobre mi cuello.
-Yo... yo pagaré, lo juro. -tartamudeo con el corazón a mil, el cual, amenaza con explotar cuando el que me sostiene saca una ganzúa que me acerca al cuello. Esta pincha y ejerce fuerza contra mi cuello, haciéndome sisear.
Alejo la cara tratando de evitarlo y el otro muchacho se coloca enfrente del capó del coche. Lo veo de rojo, saca unas llaves de coche y toma la parte de las cortas discontinuas, acercándolas al coche.
-¡No! -grito cuando comienza a rayar la pintura.
-Sí, Adrer. -dice el que me sostiene y en ese momento me alza mientras el otro matón raya mi coche.
Siento como el aire comienza a faltarme, y a pesar de que pataleo, los golpes que recibe en las piernas le dan igual.
-Dadme... una semana... más. -trato de decir con la falta de aire que siento, mis ojos se llenan de lágrimas y me arde el pecho pues la necesidad de aire que mis pulmones claman está quemándome por dentro.
-Oh, claro que tienes una semana más, Bulshoy, sino te la damos, no nos pagarás. -ríe el grandullón, mostrándome una sonrisa perfecta. Me baja poco a poco y el otro pasa a nuestro lado rayando toda la pintura del coche. -Pero mereces un castigo por impuntual.
No me da tiempo a reaccionar cuando alza su enorme rodilla, que impacta contra mi estómago llevándose el aire que había conseguido retomar en esos segundos.
Me retuerzo doblándome sobre mi mismo, el chirrido de las cortas de la llave contra mi coche ha cesado pero mis oídos comienzan a pitar cuando recibo un gancho que siento que me desencaja la mandíbula. Mi cuerpo se echa hacia atrás y caigo sobre el capó del coche, me resbalo hasta caer contra el frío suelo.
Sin embargo, parece que no ha terminado conmigo, pues me toma de una pierna pero en ese preciso instante, logro distinguir unos zapateos en el suelo y alzo la cabeza, distinguiendo a Ahmed echarse sobre la espalda del matón enorme, el cual, comienza a moverse cuando mi amigo se engancha a su cuello.
-¡Dejadlo en paz! -grita Ahmed, golpeando la espalda del otro que trata de librarse de él.
El otro, que es un poco más bajito, aparece y la adrenalina me permite levantarme cuando logran bajar a Ahmed de la espalda del matón, pero lo hace tomándolo del cuello y lanzándolo por encima de su espalda contra el suelo.
El golpe suena fuerte y Ahmed grita y se retuerce de dolor, en ese momento me levanto pero ambos matones se van alejando.
-Tienes una semana más y son veinte mil, Bulshoy. Si tardas, serán cuarenta mil y no seré tan suave. -escupe el grandullón antes de irse junto a su amigo y perderse entre los coches del parking del Bazar.
Me doy la vuelta, limpiándome la sangre que cae por mi labio roto y girándome para atender a Ahmed, tirado en el suelo.
-Dios... -se queja cuando me acerco y trato de ayudarle a levantarse.
-Tío, no deberías haberte metido... -murmuro.
-Estaban atacando a mi mejor amigo, Adrer, ¿cómo no iba a meterme?
Sisea cuando se levanta del suelo del tirón con la ayuda de mi mano.
-¿Cuánto te falta para los veinte mil? -murmura.
Hago los cálculos rápidos.
-De estos diez mil ganados hoy, guardaré mil quinientos para el alquiler de la casa, cuatro mil para la universidad de mi hermana menor, aproximadamente tres mil quinientos de gastos alimenticios... y creo que me quedarían mil quinientas liras de hoy, Ahmed. Pero tranquilo, de las doce mil que tengo, tengo dieciséis mil de estos días y...
-No sé si puedas conseguir cuatro mil liras en una semana y con esos gastos, Adrer. -saca de su bolsillo el fajo de billetes de ocho mil liras que ha ganado y niego inmediatamente. -Dios mío Adrer, tómalos y ahórrate estos putos problemas.
-Que no, Ahmed. No puedo hacerte esto.
Abre mi mano y lo deja ahí a la fuerza, pero no lo dejo y los devuelvo a su mano.
-Te estoy diciendo yo que sí.
-No, Ahmed. Me las arreglaré, pero jamás te quitaría lo que te has ganado, hermano. -suspira, accediendo a no rechistar más y se enfurruña. -Venga, vamos. Te llevaré a casa, amigo.
√
Había dejado a Ahmed en su casa hace un rato, estaba arribando a la casa de Yendal, pues hoy iba a hablarle por fin sobre la clínica de rehabilitación.
Miré la hora, eran las nueve y siete, así que me di prisa y antes de las nueve y cuarto arribé a la casa de Yendal.
Ahora, me encuentro con el móvil en la mano, buscando el valor que me hace falta para escribirle a Bella, pero no lo encuentro.
Así que guardo mi móvil en el bolsillo y salgo del coche. No sé si será por Yendal, porque aún... ¿La quiero?
No, eso tengo claro que ya no. Le guardo aprecio, pues aún siendo cómo es, es la madre de mi hija y por eso tiene un pequeño espacio en mi corazón, pero tengo claro que todo lo sucedido con Yendal es una herida acérrima, que sanó pero aún duele y no desaparecería.
Me acerco hasta la puerta y la toco con los nudillos.
No recibo respuesta y repito la acción.
-¡Yendal! -la llamo desde fuera. -¡Soy yo!
Sigo tocando y nadie me dice nada.
-¡Yendal! -toco la puerta con más intensidad, hasta que oigo una vocecita desde dentro.
-¿Pa-papá...? -oigo a Fatma titubear desde dentro.
Frunzo el ceño por instinto y entrecierro los ojos.
-Si, hija, soy yo. Tranquila, abre. -murmuro con los nervios a flor de piel.
La puerta se abre lentamente, dejando un pequeño hueco por el que veo a mi hija asomarse.
Al comprobar que sí soy yo, abre la puerta del todo.
-Hola, papi.
-Cariño. -la saludo, tomándola en brazos. Cierro la puerta y ando hasta el sofá, sentándome con ella al lado -¿Dónde está Yendal?
-¿Mamá? -titubea y la conozco: eso es porque está nerviosa.
Asiento.
-Sí. -contesto. -¿Está dormida?
La niña no contesta nada, hasta que segundos después se decide a hablar.
-No. -es lo único que dice.
Ladeo la cabeza a la misma vez que frunzo el ceño.
-¿Y dónde está?
Fatma mira para todos lados antes de contestarme.
<<¿Qué le pasa a esta niña?>>
-Está... mmmm... haciendo recados, me dijo que ahora vendría.
<<¿Recados?>>
-¿Recados? -repito lo que mi mente piensa. -Si tú madre no hace recados ni aunque le paguen.
Me levanto, yendo al teléfono.
-Papá, ¿que haces?
-Voy a llamar a la policía, ¿a que hora se fue?
-Mmm, papá, hace un rato, cálmate.
Finjo que aprieto los botones con desespero, sin embargo, no lo hago.
Me llevo el teléfono a la oreja.
-¿Hola, policía? -finjo una conversación.
-¡Papá!
-Quería denunciar una desaparición. -sigo. -Si, porfavor.
Salchicha corretea de lado a lado sin hacer ruido.
-¡Papá, está en un bar! -confiesa Fatma finalmente. -Me dijo que se iba a hacer recados, pero vi una conversación en su móvil cuando veía dibujitos con una amiga suya, que decía que luego se encontraban allí.
Dejo el teléfono sobre la mesa y me acerco hasta Fatma.
-¿Que cojones tiene esa mujer en la cabeza? -tomo a mi hija en brazos. -¡Te deja sola para irse con sus amigos...! -replico, enfadado. Hasta que una bombilla brilla enfrente mía. -¡Está fatal!
-Lo sé, papá...
-¿En qué bar está? -pregunto, serio.
Fatma parece pensar durante unos segundos, hasta que finalmente alza los hombros. Me desespero por completo, perdiendo la paciencia.
-¡Dime la verdad, Fatma! -digo, agarrándola de los hombros y zarandeandola un poco. -¿Dónde está? -repito la pregunta. -Y no te atrevas a mentir, hija.
Sus ojitos se llenan de lágrimas y suspiro profundamente, acariciándome el puente de la nariz.
-Está en el Just Bar. -musita segundos después. -Cankurtaran, Akbıyık, número 28
Me levanto del sofá inmediatamente, tomándole la mano.
-Bien. Vamos para allá.
√
Just Bar se encontraba pegado a la costa austral de Estambul, en el lado europeo, a diferencia de Night Club. Este estaba al lado del mar, en la zona de bares de la ciudad estambulí, así cómo el famoso Rounder Irish Pub, o el Albura Kathsrima Bistro.
Tardé quince minutos en llegar, a pesar de que desde la casa de Yendal eran, mínimo, cuarenta minutos.
Detengo el coche y saco el móvil.
-Papá, ¿vas a ir por mamá? -pregunta Fatma detrás.
-Sí, hija, tú espérame aquí, ahora vengo con ella. -murmuro. -Es que... -la miro por el retrovisor delantero. -mañana tiene que trabajar y ya lleva mucho divirtiéndose.
Mi hija hace una mueca.
-No soy tonta, papá. -contesta segundos después. -Sé que está bebiendo de nuevo. -siento mi corazón acelerarse y mis ojos se llenan de lágrimas. -Venga, ve por ella.
-Voy, hija.
Me meto a mi móvil, buscando el contacto que tengo guardado cómo Bella.
Su foto de perfil hace lucir lo hermosa que es; es una foto con una americana negra, sus ojos están tapados con gafas del mismo color a su chaqueta, mas no los tapan en su totalidad, se alcanza a ver el color de sus orbes y está sonriendo, mostrando los perfectos dientes que tiene. Podría quedarme embobado viendo esa foto, que muestra cuánta es su beldad, inspirando de la misma forma esa inteligencia, suspicacia y el poder que tiene, usando sus palabras para manipular a quién ella desee, pues usa las dos primeras para envolverte en su parlería y luego hacerte creer lo que ella quiera, ese es su poder sobre todos nosotros. Utiliza su lengua afilada y venenosa tal y cómo le conviene, convirtiéndonos a los demás en lo que ella anhela.
En resumen: Bella Jones, la Terrible Jones o la víbora que se puede convertir en tu peor pesadilla si le da la gana.
Así se puede ver su modus operandi; los casos de personas famosas que ha llevado y han sido televisados permiten ver su astucia y entereza a la hora de llevar las cosas por dónde le conviene y por dónde es.
Hincho el pecho y salgo de la foto para ir al chat.
<<¿Qué demonios le escribo yo ahora a esta mujer?>>
Pienso en algo sutil, pero tampoco soso.
'Buenas noches, Bella' 'Siento no haberte escrito antes, el Bazar me quita todo el tiempo. ¿Qué tal tu día, querida cantante?' Son los dos mensajes que mando mientras me tiemblan las manos del nerviosismo, justo antes de apagar el móvil, meterlo a mi bolsillo y bajar del coche en dirección a Just Bar.
El haber mandado el mensaje sigue en mi mente aún cuando entro a Just Bar, un club bastante amplio dónde hay bastantes mesas circulares y un escenario al fondo. Las luces están apagadas y me muevo del umbral de la puerta cuando un hombre que desprende hedor a marihuana y ron pasa a mi lado emitiendo un gruñido.
<<Dios, qué asco.>>
El bar entero huele a ron, tabaco y marihuana a partes iguales y es completamente vomitivo.
-Dios, que repugnante... -murmuro en voz baja.
Observo la zona como el atisbo de luz que traspasa las cortinas oscuras me permite. No veo nada, pero no puedo evitar tambalearme cuando anuncian la siguiente actuación y la persona que la va a llevar a cabo sube al escenario. En ese momento, un chorro de vómito sube por mi esófago quemando todo a su paso cuando reconozco a Yendal subiéndose al escenario, tambaleándose.
-Y el día de hoy, recibimos a la cantante urbana Yendal Kozlova, con la canción Pensé que era amor, de Hande Yener.
La luz de un enorme foco amarillento la enfoca, entrecierra los ojos y se frota la sien con molestia.
<<Madre mía, está borrachisima>>
Empieza a cantar, bueno, si a eso se le puede llamar 'cantar', pues emite sonidos que encajan con el ritmo mientras va inventándose la letra de esa famosa canción en turco.
(En mí, el sol salió antes de la mañana) Bende bi' güneş doğdu sabah olmadan
Desafina como una rata siendo decapitada y no soporto ver a una persona que quise tanto haciendo tal ridículo, así que corro hasta la parte trasera del escenario. El olor a marihuana y ron se torna insoportable, y subo las escaleras del escenario para sacarla de ahí cuando alguien tira de mi brazo.
(Puedo sentir que es hora) Hissedebiliyorum artık zamanı
(Y sin llevar nada acumulado) Ve biriken hiçbir şeyi almadan
(Voy por los caminos sin cansarme) Yolları yormadan gidiyorum.
-Ey, ¿qué hace usted aquí? -murmura un guardia de seguridad cuando me gira con fuerza. -Está cantando una muchacha, déjela.
Yendal sigue desafinando y en ese momento pienso rápido. Miro hacia todos lados, y veo una caja registradora al fondo del lado de la barra, dónde hay un camarero.
-¡Ey, mira! -me zafo de su agarre y señalo la caja registradora. -¡Alguien robando en la caja!
-¿Qué? -grita, dándose la vuelta. -¿Dónde?
(Todos los días, todos los días te conviertes en...) Her gün, her gün dönüştüğün
(Hay alguien más con quien comparto la noche) Bir başkası var geceyi bölüştüğüm.
Aprovecho su distracción para girarme rápidamente y subir al escenario corriendo. Me giro, viendo a Yendal seguir cantando. Durante una décima de segundo, miro hacia los espectadores, los cuales graban el espectáculo que está dando.
Emite la última línea antes del coro antes de desplomarse, cayendo hacia atrás, sin embargo logro agarrarla, sosteniéndola entre mis brazos por debajo de las axilas. La pongo de pie y la tomo por debajo del estómago, llevándola sobre mi hombro.
-¡Ey, tú! -grita el hombre de seguridad, subiendo las escaleras. Los flashes me ciegan pero logro salir por las otras escaleras. -¡Deja a la chica!
Me escabullo entre las mesas corriendo como el peso de Yendal sobre mi espalda me lo permite.
-Da...dame otro trago de whisky... o de ron... -titubea a mi espalda y se me parte el alma sólo de oírla. -Te he cantado... dame el trago... más alcohol...
Llego a la puerta y me giro viendo al de seguridad acercarse corriendo, entonces salgo y cierro la puerta justo en su cara. Corro con Yendal hacia el coche, pulsando el botón de abrir las puertas y dejándola sobre el asiento del copiloto. En ese momento, el de seguridad sale, buscándonos con la mirada y me meto rápido al coche.
-¡Mamá! -oigo gritar a Fatma cuando entro al coche, zarandeando a su madre desde atrás. -¡Mami! ¿Qué te pasa?
-Déjala, Fatma. Está enferma y puede que vomite.
Miro a mi hija con los ojos brillosos, apretando al peluche entre sus brazos. Doy un leve asentimiento y ella me entiende.
Bajo la ventanilla del lado de Yendal, que sigue murmurando que ha cantado su canción y rogando por que le den más alcohol. Tiene los ojos cerrados, los mechones de pelo castaños revueltos y esta apoyando la cabeza sobre su propio hombro.
Enciendo el coche y me pierdo por la calle, avanzando por ellas y alejándonos de Just Bar.
Decido frenar e ir más lento cuando nos hemos alejado del club nocturno, sin embargo, no sirve de nada cuando doy un frenazo y una arcada ataca a Yendal, la cual, abre los ojos y vomita echándose hacia adelante, manchando todas sus botas y parte del vestido largo azul que porta.
-Mierda... -murmuro, saliendo un segundo de la carretera y aparcando en el primer sitio que veo.
Sigue vomitando y oigo a Fatma llorar detrás. Me acerco hasta Yendal, cogiendo su cabello en una maraña para que vomite. Lo hace repetidas veces, manchando por completo su calzado y parte de la oquedad donde se ponen los pies. Alza la cabeza, pasando su mano por las comisuras de sus labios pero otra ráfaga de vómito la ataca y mancha el salpicadero también.
-Madre mía... -me quejo moviendo la mano enfrente de mi cara, tratando de evitar el tufo a ginebra, whisky, ron... una mezcla de todo tipo de licores.
Fatma sigue llorando, apretando cada vez más a Elefantito, el pequeño elefante de peluche que lleva en sus brazos cual bebé. Le susurra cosas ininteligibles.
Después de varias arcadas más, parece que ya es suficiente y toda esa zona ha quedado manchada de vómito.
Salgo del coche, yendo hacia el lado dónde está Yendal. Abro la puerta.
-Sal. -ordeno, serio.
Me hace caso a regañadientes, saliendo del coche. Se asoma a la valla que separa la carretera de la playa arenosa.
-Estate quieta. -la regaño, apartándola de ahí. -Toma el aire y ahora vamos a casa.
-¿Por qué no me has dejado allí? -balbucea. -Si tanto me odias...
-Deja de decir gilipolleces... -la corto.
-¿Gilipolleces? -se pega a mi y aparto la cara, el tufo a alcohol es insoportable.
-Sí, gilipolleces.
-¿Entonces, por qué no vuelves a casa, Adrer? -musita, tratando de llegar a mis labios pero lo evito a toda costa.
-Porque me pusiste los cuernos y encima no sabes lo que haces. -la aparto bruscamente. -¿Te das cuenta de cómo estás con tu hija delante? -siseo con los dientes apretados.
Bufa.
-Sólo estoy siendo feliz...
-¿Feliz? -respondo. -¿La felicidad para ti es ponerte así de borracha? Te has desmayado en medio del bar, Yendal. Estás al borde del coma y sino fuera porque te he sacado ahora estarías tirada echando espuma por la boca. ¿Eso es lo qué quieres?
Abre mucho los ojos y pone cara inocente.
-Sí. -titubea. -¿Algún problema en eso?
La cólera corre por mis venas.
-Sí te quieres ahogar en alcohol y vómito hazlo, maldita sea. -siseo cuando la tomo del brazo con fuerza. -Pero a tu hija dale una vida feliz, que es lo que se merece. Renuncia a su custodia, sé alguien decente. Muérete de un coma si es lo que deseas, pero a Fatma la cuidas cómo es debido o te pongo una denuncia por maltrato y descuido y te meten a la cárcel, Yendal. -su cara se torna seria y río. -Y ahí no hay alcohol, querida. -la suelto, alejándome de ella. -Sube al coche.
Me meto al vehículo y ella hace lo mismo, tambaléandose y apoyándose en el capó del coche pero lo logra.
Enciendo el coche de nuevo, miro a Fatma por el retrovisor interior. Está mirando por la ventana y no dice nada.
No hay más desgracias ni ataques de vómito, llegamos a la casa de Fatma y Yendal. Miro la hora en la radio del coche, son las diez menos diez.
-Hoy me voy a quedar a dormir con mi hija. -le digo a Yendal cuando baja del coche. Sigue tambaleándose y tropieza con una piedra, cayendo al suelo.
Fatma baja del coche sin ni siquiera mirar a su madre, tendida en el suelo. Anda hasta la puerta sin murmurar una sola palabra. La levanto y la agarro del brazo, llevándola hasta la puerta.
-Dame las llaves.
Me hace caso sacando las llaves del bolso. Abro la puerta y la niña entra a su cuarto con Salchicha, que después de saludar a Yendal, sostenida por mi para que pueda andar, se va con Fatma.
La suelto y cae rendida en el sofá.
Se duerme al instante, ni siquiera me da tiempo a decirle ni reclamarle nada y cae en los brazos de Morfeo.
-Que pesadilla... -susurro para mí mismo.
Me meto a la cocina. Abro la nevera y sorprendentemente, hay comida y no latas y latas de cerveza.
Agarro productos de limpieza después de inspeccionar, saliendo de la casa y dejando la puerta entreabierta. Es una casa de adosado, y esta zona es bastante segura. Además el coche está justo enfrente.
Paso toda la noche limpiando el coche, tratando de dejarlo bastante limpio y sin olor a vómito y ginebra. Cuando parece que he terminado, pues ahora brilla y no tiene tufo, miro la hora. Son las doce y diecisiete y en la pantalla de inicio sale el mensaje de Bella.
Bella: Buenas noches, querido mercader. Bueno, ha sido un día movido, la verdad. Pero mañana lo será más, estoy segura. ¿Qué me cuentas tú, Adrer?
<<Pues mi ex casi se muere de un coma etílico, ¿qué te parece?>>
No lo abro todavía y cierro el coche, metiéndome de nuevo a la casa de Yendal. Le mando un mensaje a Hassu, informándola de que hoy no voy a ir a dormir a casa.
Cuando cierro la puerta de la casa de Yendal detrás de mí, cierro con llave y me giro, encontrándola bostezando.
-Madre mía... -se frota las sienes.
-¿Madre mía, no? -murmuro, acercándome.
Se asusta y me mira, extrañada.
-¿Qué demonios haces aquí?
-Pues mira, cómo te parece que dejaste a tu hija sola, y tuve que ir a buscarte a un bar para evitar que te murieses de un coma etílico, ¿qué opinas?
Abre los ojos y aprieta los labios.
-Estás exagerando, Adrer, no fue para tanto...
-¿No fue para tanto? -siseo, sentándome a su lado en el sofá. -Me has vomitado todo el puto coche, Yendal. Todo. Lo estabas haciendo de una forma tan brusca y tan... tan... vasta -encuentro la palabra- de vomitar, que has hecho llorar a tu hija. -la miro, parece que ni se inmuta. -¿Te parece normal?
-Adrer...
-¡¿Te parece normal?! -grito, desatado por su indiferencia. -¿¡Estar al borde del coma y dejando a tu hija sola en casa?!
Me levanto del sofá, alterado.
-Escúchame, Adrer, estaba estresada...
-Una persona alcohólica no puede volver a beber. -murmuro. -Debí haberte denunciado cuando encontré las botellas de cerveza y así acabaría esta mierda.
-¿Qué cojones estás diciendo? -responde.
-¡Lo que oyes! -grito. -¡Mierda! -me giro, tomándola del mentón con brusquedad. -Más te vale meterte a una clínica de rehabilitación si no quieres pagar las consecuencias de tus putos actos.
Aprieta la mandíbula y me mira con desdén.
-No voy a ir allí, Adrer... -manotea mi mano y se zafa de mi agarre. -No soy una enferma ni mucho menos para ir a un sitio para locos y drogados. -se levanta poniéndose a centímetros de mi boca. -Ha sido un puto desliz y ya está, Adrer.
Suspiro con ira.
-Te he avisado, Yendal.
La muevo ligeramente apartándola, dándome la vuelta y entrando al cuarto de Fatma. Está dormida, abrazada a Elefantito y con Salchicha, que me saluda moviendo la cola a sus pies.
Cierro la puerta y trato de no golpear nada con el cólera que me corroe. Saco la cama debajo de la de mi hija, tapándome para dormir, sin embargo, no lo logro, así que decido contestarle a la abogada.
'No tengo mucho que contarle, querida cantante/abogada. No obstante, sí que le tengo una pregunta importante, y es... ¿cuándo nos vemos, Bella Jones?'
Le doy a envíar antes de caer en la profundidad del mundo de los sueños.
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