Capítulo 8: 'Destino'
Bella.
El destino es una basura como una casa.
¿Qué probabilidades había de que el mercader estuviese justo aquí, hoy?
¡No sé me da bien ligar, y menos con varias margaritas encima!
—¿Yo...? —tartamudeo.
—No te hagas la loca, Bella. — <<¿Cómo demonios sabe mi nombre?>>
—¿Cómo sabes mi nombre?
El hombre me mira de arriba abajo para después ladear la cabeza
—Es imposible no conocerla, Terrible Jones.
<<Cómo odio ser conocida.>>
—Oh, Dios...
—Sólo quería saber si... bueno... —se frota la nuca. —me darías tu número. —ladeo la cabeza. —Para hablar y... quedar algún día fuera de este ambiente.
Quiero decirle que sí y recitar los dígitos, sin embargo, me pierdo en la oscuridad de sus orbes y no doy respuesta. Observo cada parte de sus pupilas y aprieto los ojos volviendo en mí segundos después.
—¡Oh! —emito un sonido, me caigo hacia atrás pero logro sujetarme a una viga y me toma del brazo, evitando también que me caiga. —¿Mi... mi número?
—Claro. —me sonríe.
<<Esa sonrisa es una perdición.>>
—Ah, si... mmmm, bueno, vale... —titubeo, como una tonta. Me quedo mirándole durante unos segundos más y vuelvo a reaccionar. —¡Voy, voy!
Ríe ante mis despistes.
Saco el teléfono, ya que no me sé el número de memoria. Me meto a WhatsApp, buscando mi número y se lo recito.
—Muchas gracias, Bella. —me sonríe de nuevo y siento que me derrito. —Te escribiré.
Se da la vuelta para irse y lo tomo del brazo.
—Espera.
Se gira de nuevo hacia mí.
—Dime.
—¿Cómo te llamas? —pregunto. —Para agregarte cuando me escribas.
Me sonríe de nuevo, ¡y Dios! Cómo vuelva a hacer eso juro que lo secuestraré.
—Adrer. Adrer Bulshoy. Mucho gusto de por fin hablar contigo, Bella. —contesta.
Me sonrojo levemente y ahora sí, desaparece entre la multitud cuando se interna entre la gente que hay en la pista.
Mi corazón late desbocado y Martine sale del baño.
—¡Pensé que te habías perdido, soputa! —me grita. —¿Qué te pasa?
La miro, tiene un cubata en la mano el cual me tiende segundos después. Lo tomo y lo bebo de un trago. Las chicas salen detrás.
—Le ha dado mi número al mercader. —aprieto los ojos. —Se llama Adrer. Adrer Bulshoy.
—¿En serio?
Asiento.
—Sí, lo he hecho. Madre mía. Voy a vomitar.
—¿De verdad?
Agito la cabeza, apoyándome en la viga que tengo al lado. El vomito arrasa en mi garganta pasando con ferocidad. No puedo evitarlo y sale disparado por mi boca con la arcada que me hace soltarlo todo en la maceta al lado de la viga.
—Normal, si es que has bebido mucho... —titubea Martine.
Sigo sacándolo todo con Lara tomando del cabello para no mancharme.
—Madre mía...
Una lágrima rueda por mi mejilla por los pinchazos que azotan mi estómago cuando sigo soltando vómito.
√
Domingo.
La luz del sol traspasa la ventana, clavándose en mis ojos como cuchillos y despertándome al instante.
—¡Cierra! —me quejo diciéndole a Martine, que descansa bajo el umbral de la puerta.
—¡Buenos días! —murmura contenta, acercándose hasta mí. Me quita las sábanas y maldigo su existencia. —¡Venga, a despertar!
—¡Quita! —abro los ojos por fin, agarrando mi sábana de nuevo. Alzo la cabeza y la miro, sorprendida. Lleva unos leggins azules claros y una blusa blanca y porta un vaso de algo que no sé que es. —Asquerosa, ¿cómo no tienes resaca?
—Porque soy perfecta y sólo me desacato con un hombre por la noche. —sonríe fingiendo ternura. —De mañana vuelvo a ser la lady perfecta.
—¡Agh! —gruño con un pinchazo de dolor atacándome la sien. —¡Maldita resaca!
—¡Vamos! —me quita la sábana de nuevo para después desaparecer por la puerta, decido levantarme de la cama; pues si no lo hago no me dejará en paz en toda la mañana y la acabaré matando.
Me sobo la cabeza, mirando que llevo la ropa del día de ayer. Busco mi teléfono, sin embargo, no lo hallo y salgo del cuarto con el mismo vestido de ayer.
Bajo las escaleras para encontrarme a Martine haciendo zumba en el salón. Bueno, zumba o movimientos sumamente extraños por los cuales debería pensar que es epiléptica.
—¡Venga, un poquito de zumba!
No me da tiempo a contestar cuando resbalo, tropezandome con la doble altura en la que están construidas las escaleras. Caigo de frente, poniendo las manos contra el suelo pero es inevitable llevarme el golpe en las rodillas.
—¡Mierda!
—¡Cuidado con la doble altura! —me dice Martine, acercándose a ayudarme.
Me levanto con su ayuda y me lleva hasta el sofá, tirándome ahí.
—¡Uno, dos, tres! ¡Y... vuelta! —dice la mujer de la televisión con música de fondo, provocándome dolor de cabeza.
—Ay, callate. —lo paro con el control.
Martine aparece segundos después con un vaso de agua.
—Toma, anda.
Agarra el control poniendo la pesadilla sonora de nuevo, bebo del agua fría que sabe a gloria.
—¿Qué pasó ayer?
La pregunta del millón; no recuerdo la gran mayoría de las cosas y es que los margaritas y los Rakls tienen su efecto.
—Pues mira... saliste a cantar...
—Si, eso sí lo recuerdo. —de eso sí que tengo memoria. Canté una de mis canciones favoritas y creo que me salió bien.
—...bebimos margaritas, bailamos, de todo... —sonrío. —Apareció el mercader y le diste tu número.
Me pongo rígida al instante.
—¿C-cómo? —balbuceo.
—Sip. —contesta ella, imitando los movimientos de la profesora de zumba. —Se te acercó después de cantar y te pidió el número, y pues... se lo diste. —cuenta. —¡Más lento, puta, que no te cojo! —le dice a la monitora.
Una gota de sudor cae por mi frente y rueda por mi mejilla.
Me levanto del sofá y agarro el teléfono de Martine, abriéndolo con la contraseña.
Me meto a WhatsApp buscando mi número y me llamo a mi misma.
Oigo mi tono de llamada a lo lejos, me levanto como una loca buscando por cada parte.
—¡¿Dónde estás?! —grito al cabo de recorrer todo el piso del hotel, pero no encuentro nada.
Hasta que llego a la cocina.
Allí, oigo el tono de llamada más alto y me mareo cuando encuentro el móvil pegado a la trituradora.
<<No puede ser verdad.>>
Me acerco hasta la trituradora, viendo el móvil en la bandeja de esta misma.
—¡NO! —grito corriendo hasta el dispositivo, que vibra en la bandeja donde se ponen los objetos para triturar.
Logro cogerlo lo más rápido posible, sacándolo de la zona de peligro.
Miro y hay siete llamadas perdidas de mi madre hace cuatro horas, tres de mi padre, y una de Deniz, cosa que me extraña.
Decido llamar a este último, pues prefiero saber que pasa y comerme los regaños de mis padres después.
Tomo el teléfono y marco su número, acercándome a mi amiga poco a poco.
—¿Tenemos un periódico? —pregunto y niega lentamente siguiendo los pasos de la instructora.
Maldigo y el teléfono repica varias veces antes de que lo cojan.
—¿Sí? —oigo la voz de Deniz al otro lado de la línea.
—Buenos días, Deniz. —lo saludo. —He visto que tenía una llamada perdida de tu número, ¿era algo importante?
—Hola, Bella. —dice. —Mmmm, pues sí. Te había llamado para ver si podíamos reunirnos hoy, sé que hoy no trabajas y mañana vas a la fiscalía pero he encontrado unos papeles que creo que podrían ayudarnos de cara al juicio. Por cierto, ¿ya tiene fecha?
—Mmmm, sí. —murmuro. —La dieron para el veintidós de noviembre, sino me falla la memoria. En cuanto a lo de reunirnos...
—Si no te causa mucha molestia por la resaca, claro está. —ríe y siento mi cara ponerse del color de un tomate.
Suspiro y trato de no llorar de la vergüenza.
—No, claro que no. ¿A... a qué hora nos vemos? —tartamudeo.
—Mmm, ¿te parece bien que a las 19 pase por ti? —propone.
Sonrío aún sabiendo que no me ve.
—Vale. —acepto. —A las siete pasa por mi al Nydia Hotel.
—Oh, claro. —susurra. —Se me había olvidado... que no sabía dónde te alojas.
Río con suavidad.
—Adiós, Deniz.
—Nos vemos luego, querida cantante.
Es lo último que dice antes de colgar el teléfono, dejándome sorprendida.
Me aparto el teléfono de la oreja rápidamente, metiéndome a Google dónde busco mi nombre.
A los pocos segundos, me sale una noticia de la International News.
'La conocida abogada Bella Jones, en un bar estambulí cantando por Adele, la canción Rolling in The Deep con esta nueva cover que está encantando a todo el mundo'
Menos mal que no dicen nada de que estaba bebida.
Me meto a la noticia, viendo una foto mía en el escenario.
Me siento en el sofá, leyéndola en alto.
—La abogada estrella del Chicago's National Buffete, que ahora habita en Estambul, ha sido vista en un bar de la antigua Constantinopla, cantando por la británica Adele con uno de sus mayores hits, Rolling In The Deep. —sonrío y sigo leyendo. —Una cover demasiado buena para la situación en la que se encontraba la abogada... —tartamudeo. —borracha en toda regla.
Martine ríe, parando a la instructora de la televisión.
—Vaya, no te salvas de una.
Niego lentamente hasta que de repente, el móvil comienza a vibrar y el nombre de mi madre aparece en la pantalla, <<¡Mierda!>>
Agarro el teléfono lentamente, llevándolo hasta mi oreja y pulsando el botón verde que lo contesta.
—¿S-sí? —titubeo.
—Hola, Bella. —dice en un tono seco que me asusta instantáneamente.
—Hola, mamá. —la saludo. —¿Qué tal estás?
—Bien. —contesta con la misma sequedad. —Mejor que tú con resaca, supongo, ¿no?
Trago con fuerza.
—Mami, no...
—De mami nada, eh. Te has ido a vivir a una ciudad alejada de la tuya y ya la estás liando en menos de una semana. —dice. —¡Aprende a comportarte! Aunque sea que no te pillen toda bebida. ¡Y encima cantando! A saber que berridos diste.
—Está el vídeo. —trato de calmar la cosa. —Puedes verlo.
—¡Eso no ayuda! —me riñe y bajo la cabeza. —Es la última vez, Bella y te lo he advertido, por Dios. Ten cuidado que lo que más importa es la imagen. —dice. —Tu padre está furioso. Te estás cargando el apellido Jones, y eso le molesta. Y no nos has dejado otra opción. Adiós, hija.
Cuelga el teléfono y frunzo el ceño, tratando de entender sus palabras.
—¿Qué te dijo? —pregunta Martine.
—Bueno, pues me ha reñido...
—Preocupaciones de madres, déjala. ¿Y lo bien que lo pasamos ayer, qué? Tú ahí, con el mercader...
Sus palabras se interrumpen con el sonido de un mensaje arribando a mi móvil; lo abro inmediatamente al ver que es con mi madre y es una foto.
Una foto que me deja gélida cuando veo un tiquete de vuelo, desde Augusta, la capital de Maine, hasta Estambul, vuelo con destino hacia aquí el tres de noviembre y sin vuelta hacia Maine aparentemente.
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—¿Cuándo te llega el Porsche? —le doy un sorbo al café frío que reposa en mi mano.
El líquido pasa por mi garganta, refrescándome al momento. Aguardo pacientemente la llegada de Deniz; porto un vestido negro (sí, es mi color favorito) simple, pegado a mis curvas y abierto por atrás junto unas botas negras altas.
Hoy el día en la oficina ha sido bastante suave; tuve que tomarme tres pastillas para poder ir, llegué a la oficina un poco tarde. Por suerte, Demir no estaba. Volví a mi hora, las doce del mediodía y aquí estoy, tomándome un café frío a ver sí me quita el dolor de cabeza que amenaza con
—Me parece que falta menos de un mes. —alzo una ceja. —¿Qué te crees? ¿Qué te voy a estrellar el Ferrari? No soy tan gilipollas.
—Uy, menudos humos... —murmura, acercándose a mí con un vaso con líquido espero verde dentro. —Cómo se nota que no te ha hablado el mercader, ¿eh?
Mi cara se torna del color de un tomate al instante.
—No es por eso. Simplemente no estoy de humor.
Martine se acerca hasta mí y se apoya en la mesa, frotándose las sienes.
—Ay, nena, todavía te crees que no te conozco. —suspira. —Sé que es porque no tienes noticias del mercader.
—Se llama Adrer.
—Adrer, Adrer. —corrige. —Llevas sin saber nada de Adrer todo el día y por eso estás así.
Aprieto los dientes y suspiro como si me desinflase segundos después. En cierta parte tiene razón y me jode.
<<En cierta parte no, completamente.>>
—¿Es que para que me da su número si ni siquiera me llama? Son las seis y media, y ni un mensaje. ¡Para eso no me des tu número!
—Bueno, no te dió su número, tú se lo diste a él.
—Ay, ya me entiendes. —bufo, molesta. ¡Yo no puedo escribirle!
—¿Y si vas a quedar con Deniz?
Tomo otro trago de café y lo dejo en la mesa para asentir lentamente.
—¿Por?
—Es que... —murmura, carraspeando. —No sé si sea buena idea.
Ladeo la cabeza.
—¿Por qué? —digo, riendo.
—Porque es un criminal al fin y al cabo, Bella. —dice y veo la preocupación en su semblante. —Me da miedo que te pueda pasar algo, mmm, no sé, ¿que se vuelva loco? ¿Que te secuestre, o que arme un atraco contigo?
Río sin ganas.
—Deniz no es así, Martine. Si es cierto que es un criminal, eso es evidente. —murmuro. —Pero él no haría eso conmigo, simplemente voy a ir con él porque me ha dicho que tiene información del caso que podría servirnos, no es que seamos amigos ni nada.
Martine me mira con ojos de cachorro.
—¿De verdad?
—Nuestra relación es estrictamente profesional. —sonrío.
Mi amiga se acerca y me pasa el brazo por detrás de la nuca, apretándome contra ella. Le devuelvo el abrazo.
Cuando nos separamos segundos después, miro el teléfono otra vez.
—¡Y este gilipollas no me ha escrito todavía! —me enfado, agitando el dispositivo, que salta con la alarma de 'Demasiadas sacudidas, ¿necesitas ayuda?'
—Estás obsesionada.
Jadeo, ofendida.
—¡No estoy obsesionada, Martine! —me defiendo. —Nada más es que, cuando Adrer está cerca, siento unas mariposillas revolotear por dentro de mi estómago, implorando salir. Un fuego que consume mi alma, que quiere reducir a cenizas mi corazón para juntarse con las suyas. Y él también lo siente. Y eso es una conexión que no se va a perder jamás. Y es especial, en serio.
Ella pone un puchero, para luego reírse.
—Que poética, Bella.
—Cuando sientas eso con alguien ya me reiré yo de ti.
—Sí, sí.
Mi móvil comienza a vibrar con el nombre de mi defendido en la pantalla, Deniz. Miro la hora, son las 18:33.
—Hombre, hablando del rey de Roma. —dice Martine desde el fregadero, dónde lava su vaso de líquido verde vacío.
—No, el rey de Roma es Adrer. —contesto. —Este es el criminal de Roma.
Me acerco el teléfono a la oreja y pulso el botón verde.
Martine aprieta los labios y ladea la cabeza.
—¿Sí?
—Hola, Bella. —oigo la voz de Deniz al otro lado de la línea, aunque con algo de dificultad. Hay viento y música de fondo. —Estoy llegando al Nydia, bonita.
—¿Cuál es tu coche? —pregunto, saliendo al balcón.
—Un descapotable blanco.
<<Guapo y con dinero para mi te quiero.>> <<No mientas, quieres a quién todos sabemos que quieres>>
Literalmente tiene dinero por robar.
Veo el coche aparecer al final de la calle, al filo de la arena, pues va por el paseo marítimo.
—Ahora bajo.
Digo antes de colgar y andar hacia mi bolso.
—¿Ya está? —cuestiona Martine, sorprendida.
—Sip.
—Que puntual... —dice, mirando su reloj imaginario. Se asoma al balcón y vuelve a entrar en modo fangirl. —¡Que tiene un descapotable!
—Y nosotras un Ferrari. —contrarresto, pero me ignora.
—Si tú no te lo ligas, me lo ligo yo. —Ruedo los ojos. —¡Que a mi no me voltees los ojos!
—Que sí, hija, que sí. Me voy.
Me giro, dándole un beso en la mejilla.
—Cualquier cosa llámame, ¿vale? —dice, preocupada. Asiento cogiendo mi bolso. —Es más, mándame tu ubicación en tiempo real.
—Martine, —la corto. —relájate, ¿sí?
Cierra los ojos y asiente lentamente.
—Vale, vale. Pero eso, llámame si pasa algo.
—Que sí. —contesto con fastidio, moviéndome hasta la puerta. —Yo te digo.
—Vale, chao, cielo.
Cierra la puerta del hotel y siento mi mente descansar un minuto: a veces esta mujer se pasa de intensa y me pone de los nervios.
Bajo todos los pisos llegando al número cero. Salgo del edificio y siento el pequeño impulso de dirigir mi mirada hacia arriba: logro ver a Martine segundos antes en el balcón, sin embargo, al verme se escabulle metiéndose a la casa. Esta chica es tonta, de verdad.
Devuelvo mi mirada a la carretera, encontrando a Deniz en el descapotable blanco de marca Ford.
Me abre la puerta desde dentro y silbo cómo cuando pasa un guapetón delante mía.
—Wow, menudo coche, ¿eh? —murmuro admirando el blanco impoluto de la pintura.
—¿A qué sí? —entro al coche e instantáneamente inhalo su olor. Es varonil, amaderado... estoy segura de que es el perfume Tom Ford, Oud Wood. <<Sí, soy una experta en perfumes. ¿Y qué?>> —Un millón quinientas sesenta liras. ¿Qué te parece? Nuevecito, de marca.
Mi mente convierte, pues aún no me acostumbro del todo a decir si eso es mucho, poco, o un precio razonable.
<<Ochenta y cinco mil dólares.>>
—Está bien, la verdad. Es... bonito.
—¿Y yo qué? —se queja y lo miro. Me pone un puchero y la verdad es que está para comérselo.
Con una americana oscura y unos pantalones de cuadros y rayas más claras que el color caqui del pantalón. Afeitado, acicalado y si ya era atractivo con barba ahora esta en su punto.
—¿Quieres que te diga que estás guapo? —me hago la tonta.
—Vamos, Bella. Dime algo bonito de vez en cuándo.
—Es que no soy de mentir. —susurro, acercándome ligeramente a su cuello.
Se gira, pasando la lengua por su dentadura con chulería. Su boca queda a centímetros de la mía y de repente, me toma de la nuca pegando su nariz al arco de mi cuello. Su olor invade mis fosas nasales, llenándolas por completo y disfruto de la fragancia que desprende. Mis muslos se rozan calentando mi cuerpo.
—Yo tampoco, por eso debo decir que estás preciosa. Ese vestido negro te favorece cómo el infierno auspicia al diablo, bonita. —suelto un suspiro necesitado y en ese preciso instante se separa de mí.
Dejo de sentir ese calor físico cuando se separa de mí, sin embargo, en ningún momento logré sentir ese calor en el alma que siento cuando Adrer está cerca.
Me retuerzo en el asiento, carraspeo la garganta y trato de acomodarme.
—¿Dónde vamos? —pregunto segundos después y arranca el coche, dando un acelerón por toda la recta dónde se encuentra el Nydia que me descoloca al instante.
—A ver, ¿te miento o te digo la verdad?
Lo miro y me abrocho el cinturón con el frenazo que casi me saca volando carretera adelante.
—Dime la verdad, ¿qué pregunta es esa?
Alza los hombros y aprieta los labios.
—La verdad, la verdad... —me mira y ríe desvelando la sonrisa de dientes perfectos que me provoca un no sé que. —no tengo ni la más mínima idea.
√
Al final, fuimos a un bar pegado a la playa. El suelo era de arena, había una hoguera del cual bramía un ávido fuego.
—Wow... —admiro sorprendida.
Hay unas luces azules en unas farolas, desprenden un luz de color azul celeeste y me recuerda a unas que mencionan en un libro de fantasía que leí, <<Luces de fuego de alma.>>
La playa, al lado del bar, permite oír el sonido de sus olas chocando con las rocas. Es realmente precioso.
—Es precioso, ¿verdad? —murmura él.
Asiento lentamente.
—Podría morirme aquí, y moriría feliz.
Nos acercamos hasta una mesa con un mantel blanco perfecto; hay una silla/hamaca detrás con forma de atrapasueños, había un puff enfrente de color anaranjado. Me siento en el atrapasueños con la ilusión de una niña pequeña.
—¡Me encanta! —digo feliz, sentándome en él sobre el cojín blanco. Está en la posición perfecta, pues alcanzo la mesa con facilidad.
—¿Te gusta? —Asiento. —Eso me alegra. ¿Qué vas a pedir? Venden unos refrescos que son una delicia, te lo aseguro.
—Pues...
Ojeo la carta viendo todas las bebidas que amenazan con llevarme al coma etílico.
—El Bloody Mary turco es una delicia, te lo prometo. Yo voy a pedir uno.
—Pues que sean dos. —sonrío. Me apoyo en la mesa, acercando el atrapasueños hasta la mesa. —Y, ¿qué era eso tan importante que habías descubierto?
Ladea la cabeza y estira los labios hacia adelante.
—Oh, claro. —toma su americana, jalando de ella hacia adelante y sacando un portafolios del bolsillo amplío de dentro. —No te creas que era una excusa para verte, ni mucho menos.
Ambos reímos y acerco el plástico con las hojas dentro hasta mí.
El camarero aparece y leo las hojas en silencio.
—Dos Bloody Marys y un snack de canapés de mermelada con queso.
—Listo, señor. —el joven se va y leo los papeles.
Es un informe médico del Hospital Nacional de Trieste.
Nombre del paciente: Deniz Devrim Valencialli.
Diagnóstico: Trastorno mental derivado en una cleptomanía de nivel III.
Fecha: 26 de junio de 1998.
<<¿Le diagnosticaron cleptomanía con seis jodidos años?>>
—Es un... —murmuro segundos después. —diagnóstico de cleptomanía. ¿Cuando tenías seis años? No me cuadran las fechas de ninguna forma.
—Oh, lo sé. —dijo, haciendo aspavientos con las manos. —Llamé a mis padres y me contaron que con seis años, (sí, seis) —recalca. —robé un dulce que me gusto de una tienda.
Ladeo la cabeza, extrañada.
—¿Y por eso te llevaron al psicólogo? —cuestiono con rareza.
Chasquea la lengua, diciendo que no.
—Es que primero robé eso. —cuenta. —Y luego robé una napolitana, unas patatas... les decía <<ey, dame unas patatas.>>, y cogía y me iba. Y más tarde, iban a cobrárselo a mis padres a su bar, pues ya me conocían. Un día se hartaron y me dieron cita en el psicólogo.
—Es de hace varios años, veintiún años concretamente. —digo. —No sé si nos sirva para el juicio.
—Me parece que podemos renovar el informe médico en el psicólogo y que sigan dándome cómo cleptómano.
—Es buena idea... —confirmo. —Podemos ir al psicólogo para que lo renueve, sólo por si acaso. —digo.
—Me parece perfecto. —dice él y el camarero trae los Bloody Mary. Cuando se va, Deniz lo alza un sus manos y lo choca contra el mío. —Que aproveche.
Sonrío.
—Igualmente, Deniz.
√
Nos encontrábamos en un bar, pegado a la playa. Varios mojitos con Rakls después, yo me encontraba contenta. No iba a vomitar; claro estaba. A diferencia de mí, Deniz estaba cómo una rosa y eso que había terminado varios de los míos.
Guardé los papeles en mi bolso; debía revisarlos en casa tenazmente, así podría organizarme correctamente e idear la cita.
Deniz no recibió todavía la citación, así que tenemos pensado que será aproximadamente en noviembre.
<<Bella, llevas una semana aquí y ya te ha pasado de todo: has encontrado dos novios, varias borracheras, amigas dicharacheras. Wow.>>
—Bella, son las 21:30. ¿Debería ser caballeroso y llevarte a casa? —dice Deniz, riendo y sacándome de mis perversos pensamientos.
Río sin ganas.
—¿Pero a la tuya o a la mía?
Noto el pequeño —casi ínfimo— rubor en sus mejillas cuando ese comentario sale de mi boca sin darme la opción a controlarlo.
—Bueno, bueno...
—¡Camarero! —llamo al muchacho que está al fondo de la sala. —Un mojito de mango.
Es mi nuevo descubrimiento. Una completa delicia de sabor tropical que amenaza con matarme del placer cuando le doy un sorbo. Refrescante, dulce, con su toque agrio de sus mezclas de alcohol.
Minutos después, el mojito llega y observo el deleite visual que es.
En su copa, colocado con suma perfección. Me lo llevo directamente a los labios probando su sabor.
—Madre mía, santo Dios. —gimoteo cuando noto la explosión sensorial en mis papilas gustativas. —Esto tiene que ser creado por Satán.
—Seguramente. —ríe él, que sigue en sus óptimas condiciones.
Pasamos un rato hablando de meras banalidades, hasta que mi móvil vibra boca abajo en la mesa.
Lo alzo acercándolo a mis ojos.
Martine: Si ese desgraciado te ha hecho algo, juro que lo buscaré por toda Estambul para hacer que se coma sus propios ojos.
<<Madre de Dios, cuánta violencia.>>
—Ay, Deniz, mil gracias. —murmuro, sacando mi cartera de mi bolso. —Me lo he pasado muy, muy bien, pero debo irme.
—Oh, claro. —dice. Se levanta de la silla y me agarra de la mano cuando ve que saco la cartera. —Ni de broma, pago yo.
Siento mi cara ponerse roja al instante.
—Pero si me he bebido medio bar yo sola... —jadeo avergonzada.
—Da igual. —murmura él. —Cómo si te bebes el bar entero, una chica tan preciosa no debe poner un sólo euro nunca.
No sé si sentirme halagada o ofendida.
—G-gracias... supongo. —susurro.
El muchacho paga la cuenta y salimos del lugar. Salimos por la zona delantera del lugar, llegando a la carretera pegada a la playa. El alcohol no ejerce demasiado efecto en mí; ando a la perfección y tampoco se me nota mucho en la voz, nada más de la risa tonta.
<<O eso creo yo.>>
De nuevo me abre la puerta de su coche y entro a trompicones.
—Supongo que vamos a Nydia, ¿no?
Río con cierto risueño.
—¿A dónde tenías planeado llevarme, Deniz? —digo, pasándome las manos por el pelo. No contesta, sólo da una risa de boca cerrada cómo respuesta.
Pega un acelerón, perdiéndonos por la recta, entre los edificios de la ciudad estambulí.
La playa en la que nos encontrábamos, Büyükçekmece Plajı, se encuentra a casi una hora de distancia del hotel Nydia. Pero con este kamikaze al volante, tardamos quince minutos menos.
—¿Quieres ir un poco más despacio? —murmuré cuando estábamos yendo con el viento azotando mi cara y revolviendo mi pelo. —No quiero terminar cómo la Princesa de Gales, gracias.
—¿Qué más da un delito más para mis acusaciones? —frenó un poco y agradezco a los cielos, pues se acercaba un túnel.
Me paré a pensar durante un segundo.
—Deniz. —lo llamé.
—Dime, bonita.
<<Ese bonita va a terminar con mi autocontrol.>>
—¿Cómo se te ocurrió robar un banco?
La historia me la ha contado más de una vez en las sesiones de trabajo.
Simplemente tenía poco dinero, y fue la mejor idea que tuvo y eso es más que prueba de su cleptomanía. Porque, parándonos a pensar es una excusa bastante barata.
¿No podrías buscar un trabajo? No.
No fue la única vez que lo hizo, lo hizo dos veces más y tuvo la suerte de no ser reconocido, hasta esta tercera dónde lo acusaron de un único robo, pero sin pruebas contundentes. Su modus operandi fue bastante interesante de escuchar: a lo loco, con una pistola y un pasamontañas. Increíble que le hayan salido dos atracos a la perfección, ¿no?
—No lo sé, Bella. No tiene una explicación concreta... simplemente me sentía mejor robando que consiguiendo el dinero por mí misma.
Analicé sus palabras con cuidado. Tengo que llamar a un psicólogo para concertar la cita lo antes posible.
Volví en mi misma cuando el coche frenó en seco.
—Ya está, hemos llegado al Nydia, señorita.
Echo la cabeza hacia atrás al oírle.
—Muchas gracias, Deniz.
Me dispongo a bajar, sin embargo, siento un tirón que me devuelve hacia atrás.
Me giro con la mano fría que reposa en mi nuca, quedando —casi pegada completamente— contra sus labios.
—No puedo soportarlo más, Bella. —murmura y su aliento mentolado me acaricia.
Trago fuerte y una brisa quema mi piel al pasar a mi lado.
—¿Q-que... qué quieres de mí? —titubeo. Mis ojos se posan en sus labios inconscientemente. Mis piernas vuelven a rozarse y su otra mano baja a la zona de mis muslos y área cercana.
<<¡Mierda!>>
—Déjame besarte, Bella. Déjame probar el dulce sabor de tus labios y quedarme con el sabor de tu néctar en mi mente, por favor. Lo necesito.
Su respiración acelerada acaricia mi cara y no lo pienso más cuando me tiro a sus labios con necesidad.
Su mano derecha se posa en la parte trasera de mi nuca y su mano se acerca peligrosamente al interior de mi muslo.
Jadeo contra sus labios cuando muerde el inferior, su lengua juega con la mía en círculos y la mano se va acercando más y más a esa zona caliente.
La lascivia que refleja su beso es una llama que me quema poco a poco.
Cuando nos separamos, quedo respirando acelerada frente a él con lo pasional que ha sido el beso, gratamente sorprendida. Se lanza contra mi cuello de nuevo y yo le permito jugar con el arco de este.
Sin embargo, en ese preciosa instante, cuando estoy quitándole la americana por detrás de los hombros, mi móvil vibra dentro de mi bolso como sonido de advertencia de que no debo hacer esto.
Caigo en cuenta de que esto no está bien, es mi cliente y no debo hacerlo y es el móvil el que me está diciendo que pare con su señal.
—No podemos hacer esto, Deniz. —murmuro. Ahogo un jadeo cuando muerde el lóbulo de mi oreja. —Eres mi cliente.
—¿Y? También somos humanos que sienten deseo latente, Bella.
—No, no...
Lo aparto segundos después y quito su mano que estaba cerca de mi ropa interior con mucho peligro.
Él se aparta completamente quitándome ese calor físico mas no sentimental que Adrer si provoca. Mira hacia otro lado posando su mano en su barbilla.
Abro mi bolso y saco el móvil.
—No puede ser... —susurro para mí misma al ver los dos mensajes de un número desconocido, pero que reconozco al instante.
Número desconocido: Buenas noches, Bella. Soy Adrer.
Siento no haberte escrito antes, el Bazar me quita todo el tiempo. ¿Qué tal tu día, querida cantante?
Mi corazón late deprisa queriendo salir de la oquedad en mi pecho dónde reside.
—Deniz... debo irme. —digo acelerada, saliendo del coche.
—Pero Bella...
—Hasta el miércoles, Deniz. —lo interrumpo cerrando la puerta de su coche. —Mañana no hace falta que vayas a Bakirkoy.
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Desde el 17 de febrero que no actualizo este libro y estamos a 8 de marzo. Prometo tratar de ser más constante, he estado corrgiendo Mar de Ladrones. Nos vemos en Mar de Corazones misamoresss.
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