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Capítulo 7: 'La cantante'

Bella.

La noche del sábado. 

—¡Martine, siempre tarde a todo, Dios!

Meto todo a mi bolso; las llaves, mi móvil, mi cartera, etcétera. Miro a Max, que se sienta con las dos patas adelante.

—¡Ven aquí, babosin!

Lo agarro en brazos y lo sobo. Le doy un beso en la cabeza y lo miro. Me hace ojitos y da un pequeño ladrido.

—Si, si, lo sé. Estoy pasando muy poco tiempo contigo. Vas a acabar comiéndome. —murmuro, como si me entendiera. Ladea la cabeza.

Oigo los tacones de Martine bajar las escaleras; se me está haciendo rutina el oír esos tacones bajar las escaleras. 

—Joder, chica. Eres más exagerada. 

Observo a mi amiga con su outfit. Una blusa de color verde claro y una falda del mismo color con una apertura en lo más bajo de la pierna. 

—Wow... —murmuro, quedándome boquiabierta. —El tiempo de espera ha valido la pena. Estás preciosa, nena.

—Igual que tú. —me gira de la cadera haciéndome mirarme en el espejo. —¿Te has visto?

Trago con fuerza, observando en el espejo el vestido largo negro que resalta las curvas de mi cintura, junto al orificio en forma de 'u' ladeada en mis piernas.

—Menuda reina. —murmura mi amiga. 

—Gracias... —susurro, observándome una vez más en el espejo antes de tomar el bolso y salir. 

Me despido de Max y le dejo todo listo.

Miro la hora cuando estamos en el ascensor. Son las ocho y cuarenta y siete. 

—Vamos tarde. —digo. —Venga, mueve el culo.

—Hoy el bebé descansa. —murmura haciendo un puchero al pulsar el botón del cero en vez de al menos uno, donde reposa el Ferrari.

Río por lo bajo.

Llegamos a la recepción y cruzo el umbral de la puerta seguida de Martine, viendo el coche de color blanco impoluto y descapotado que nos espera. 

—¡Buenas buenas! —nos saluda Arlequin desde dentro con Lara al volante. 

Hello! —nos saluda la española. —Estáis preciosas.

—Lo mismo digo. —murmuro.

Entramos al coche y Arlequin se gira. 

—Tomad. —nos entrega unos pases de color rosa. —Son las entradas.

Entrada al Night Bar Club.

Consumición: 80 liras.

—¿80 liras?

La marroquí nos sonríe, fumando del cigarrillo que enciende segundos antes.

—Os dije que sería más barato, queridas.

Lara pega un acelerón que nos aleja de Nydia. 

En unos minutos con música de fondo, cruzamos al lado del Estadio Vodafone, que se ve a lo lejos. Hay una mezquita a la derecha y seguimos por la avenida que llega al puente.

La noche resalta las luces de los hinchas que ven a sus ídolos jugar desde las televisiones postradas en la parte externa del Vodafone Stadium. 

Tardamos aproximadamente diez minutos desde el estadio hasta el gran puente que une la zona asiática, que jamás he pisado, a la parte europea. 

Llega el Puente del Bósforo, oficialmente Puente de los Mártires desde hace no sé cuánto tiempo.

Admiro la altura como una boba, disfrutando las vistas al mar.

Es absolutamente hermoso. Las luces brillantes a cada lado del agua relucen bajo la sombra nocturna; pero cómo siempre, las luces del Mar Mármara relucen más que ninguna otra.

Last Friday Night de Katy Perry comienza a sonar en la radio del coche en medio del puente y Arlequin grita.

—¡Me encanta esta canción! —saca su mechero con forma de serpiente (si, echa una llama por la boca) y enciende un cigarro. —There's a stranger in my bed, —canta—There's a pounding in my head, Glitter all over the room. Pink flamingos in the pool!

Se sube al asiento del coche y Lara acelera. Río y Arlequin se gira.

—¡Venga, cantad conmigo! —nos anima, Martine deja el bolso en el suelo y sube al asiento del coche de la misma forma que Arlequin. La canción sigue sonando de fondo. 

Lara le sube el volumen a la canción y ambas cantan.

Damn! Last Friday night. —cantan al unísono y no puedo evitar reír. Arlequin le pasa el cigarro a mi amiga, sentada en la parte alta del asiento. —Yeah, we danced on tabletops, and we took too many shots...

Think we kissed, but I forgot last Friday night

Yeah, we maxed our credit cards and got kicked out of the bar.

Martine me tira de los brazos hacia arriba. Me sujeto del reposacabezas de Arlequin, sentándome en la misma posición. 

We went streaking in the park, skinny-dipping in the dark

Then had a ménage à trois last Friday night

Yeah, I think we broke the law, always say we're gonna stop-op, oh-whoa.

Comienzo a cantar a todo pulmón mientras observo el Mar Mármara a mi lado derecho y el Mar Negro a mi lado izquierdo. 

Río más de lo que había reído nunca, teniendo uno de los mejores momentos de mi vida y la noche acaba de empezar.

Diez minutos más tarde, entramos a Night Bar Club —o también conocido como BOA Club—. Tiene unas letras de color azul claro neón en la entrada, la 'A' porta unos cuernos de diablo, y por alguna razón que desconocemos entramos por la puerta aledaña a la puerta en la que aguarda la gente. 

—¿Por qué entramos por aquí? —pregunto cuando el de seguridad nos abre esa puerta, que tiene un pasillo de cristales. Avanzamos y este pasillo deja ver la pista de baile en el centro de la ciudad. 

—Parece que aún no sabes que somos de la alta alcurnia, cielo. —ríe Arlequin y subimos unas escaleras que hay al girar una esquina. 

<<Y tú enamorada de un vendedor del Bazar. Ridicula.>>

¡No estoy enamorada!

—Bella, por aquí... —murmura Martine, sacándome de mis peleas mentales cuando me giro a coger hacia el otro lado.

—Oh, claro.

Seguimos avanzando por el lugar, que se resume en una sala cuadrada con barras de bar a los lados, un escenario enorme pegado a la pared que termina con las dos escaleras que suben a la zona VIP, donde nos hallamos ahora.

—¿Vamos a pedir un trago?

Andamos hasta la barra de la zona VIP. Miro la carta de cócteles de color rosa fluorescente en las esquinas.

Hay miles de ellos con miles de mezclas; el clásico Margarita, que mezcla tequila, triple seco y limón y lima, luego están también las Caipirinhas, e incluso alcanzo a ver uno típico de aquí, Rakı, que lleva anís turco, refresco de naranja dulce, y zumo de lima y limón.

—Yo quiero un Rakı. —informo al cabo de unos segundos.

—Oye, empiezas fuerte, ¿eh? —ríe Arlequin y sonrío. —Es una delicia, ya lo comprobarás.

El resto piden sus tragos, Martine ha optado por un clásico como es el Manhattan, que mezcla whisky y vermut rojo.

Nos movemos hasta una mesa circular, donde nos acomodamos las cuatro en el sofá negro que respalda la mesa. 

Minutos después, el mesero nos trae las bebidas y acto seguido agarro mi vaso, dándole un trago largo.

El sabor es bastante sorprendente, el sabor del anís es más que notable, pero el refrescante sabor del refresco de naranja rebaja la dureza del alcohol, uniéndose con el jugo de limón y lima que le da el toque fantástico.

—Dios, está buenísimo. —murmuro, pasando el trago por mis papilas gustativas que responden gustosas. 

—A ver, dame un poquito. —pide Martine, le paso el vaso y da un trago rápido, saboreándolo. Me mira y asiente. —Está delicioso, si, si.

—Obvio, el anís turco es el mejor de los anises que existen. —comenta Lara. 

—Ya veo.

Doy otro trago observando el lugar, que realmente parece de lujo.

—¡Foto! —grita Arlequin cuando alza su iPhone al revés de un selfie, me coloco rápidamente para la foto al igual que ellas tres. El flash sale segundos después y Arlequin nos enseña la foto, que ha quedado preciosa.

Han pasado algunas horas y me encuentro sentada, exhausta después de estar bailando todas las canciones que el DJ ha reproducido, entre ellas algunas del género urbano español y eso me ha sorprendido.

Hace un rato que bajamos a la zona baja, dónde está el escenario con el DJ y los micrófonos listos para quién quiera cantar. Según entendí, el DJ toca durante una hora y durante otra hora, está libre para quién quiera subirse y cantar. Miro mi móvil, son las diez y cincuenta y dos, lo que quiere decir que en ocho minutos empezará el segundo turno libre para cantar.

<<¿Y si subo y me canto una cancioncita, como en los viejos tiempos?

Me tiro encima de Martine, que entrecierra los ojos inspeccionando la zona cual águila.

—Martine... —murmuro, mi cabeza da vueltas por todo el alcohol que ingerí. —¿Cuánto hemos bebido?

Mi amiga me mira, riendo segundos después.

—Pues... creo que tú te has bebido tres Rakıs más...

—Uy...

Comenzamos a reír sin motivo aparente y aparece Lara, tomando a Martine del brazo.

—¡Venga, vamos a bailar!

—¡No, no, no! —se queja Martine. —Cómo vaya a bailar ahora voy a vomitar todo lo que he comido hoy, ayer y la semana pasada. 

—¡Yo sí voy! —contesto, tomando el brazo de Lara que ríe feliz.

Nos metemos a la pista donde todo el mundo se mueve al ritmo de la música electrónica que suena ahora. Encontramos un hueco libre y nos postramos en él.

—Oye, Lara, —me dirijo a mi amiga, hablando alto para que mi voz se escuche por encima de la música— ¿por qué ponen tanta música en español?

De repente, comienza a reírse y se mueve arrítmicamente.

—¡Porque aquí vienen muchos españoles, nena!

Sonrío y comenzamos a movernos al ritmo del beat que explota en los altavoces de detrás nuestra. Las luces se encienden y se apagan intermitentemente, cambiando de color. Bailamos durante unos minutos, hasta que de un momento a otro, las luces se apagan.

—¡Me da miedo la oscuridad! —oigo a Lara gritar para luego sentir como se me echa encima. —¡Abrázame, Bella!

—¡Calma! 

Segundos después, las luces LED se vuelven a encender y esta vez de una tonalidad morada que se vuelve rojo carmín y luego se disuelve en un rosado claro en un ciclo.

—¡Y ahora, para terminar el segundo turno, un clásico español para nuestros queridos españoles! —grita el DJ en español, animando a todo el mundo. Entiendo algunas palabras y comienza a reproducir una canción que emociona al bar nocturno entero cuando comienza.

La primera estrofa de la canción Candy de Plan B comienza a sonar en los altavoces. Es un clásico que a pesar de que no está en mi idioma, me la sé entera por la cantidad de veces que la he bailado.

¡Ella es loquita pero es dulce como candy! —canto moviéndome al ritmo de la canción, veo a Arlequin aparecer entre el tumulto de gente con tres vasos y con Martine.

—¡Margarita para todas! —nos da un vaso a cada una con la bebida amarillenta en él. 

Agarro el vaso dándole un trago largo mientras sigo moviéndome al ritmo de la canción que ha revolucionado todo el club.

—¡Le gusta a lo kinky, nasty y aunque sea fancy, se pone cranky si lo hago romantic! —canto.

La canción sigue sonando, sigo bailando y bebiendo del vaso hasta que llega un punto álgido de la canción. La parte más conocida, la mejor, sigo cantando poniéndome de puntillas moviendo mis caderas de lado a lado mientras voy bajando, Lara hace lo mismo detrás mía, pegándose a mí y bebo de mi margarita mientras continuo bajando. Siento varios flashes apuntarme en la parcial oscuridad en la que se encuentra la sala, pero no me importa y sigo moviéndome con el siguiente verso icónico de la canción.

¡Baila todas las canciones y tiene un swing cuando se mueve! Y no tiene amigas, alega que todas la envidian, dice maldita la mujer en que otra mujer confía, ¡por eso se rodea de amiguitos todos los días! —canta todo el club, se oyen varios acentos que me hacen gracia, algunos se nota que son nativos y otro pronuncian lo que pueden.

Sigo bajando, Lara posa sus manos en mis caderas y la canción sigue sonando mientras me sigo moviendo de puntillas, a escasos centímetros del suelo. 

La abuela de ella jura que es una angelita. Insulta a todo el que hable mal de su nietecita. Aunque medio la han tira'o a ella na' le ha importa'o. Sigue con el vacilón y no se quita. —canto el verso siguiente poniéndome de pie, bebiendo de golpe el resto de mi trago y la canción vuelve a su estrofa principal.

Minutos después, volvemos al sofá libre pegado a la pista dónde nos esperan unos hombres. Arlequin corretea hasta ellos y los saluda, en especial a un moreno con el pelo rizado y oscuro, al cual le da un beso en los labios.

—Bella, Martine, venid. —nos lleva hasta allí del brazo. Todo el alcohol me ha subido de golpe y me tambaleo ligeramente antes de llegar al sofá.

Hay tres hombres sentados en el sofá.

<<Y cada uno más bueno que el otro, ¿en qué infierno me he ido a meter?>>

Agito la cabeza cuando mi propio subconsciente me regaña en el momento en el que evoco la imagen de aquel hombre con el que me choqué en ese Bazar.

<<Deja de pensar en eso, maldita boba. Focalizate en los dioses que tienes enfrente.>>

Inconscientemente me regaño de nuevo cuando esos ojos oscuros y esa barba incipiente aparece en mi mente. 

<<Mierda.>>

—Akim, James y Josh, estas son Bella y Martine. —nos señala. —Bella, Martine, estos son Akim, Justin y Josh.

Akim es el que Arlequin besó antes, <<Descartado.>> 

Es de rasgos marroquíes, al igual que ella, su pelo es rizado y oscuro al igual que su tez. Tiene una bonita sonrisa, facciones duras... Sin lugar a dudas, Arlequin sabe con quién se mete.

Los otros dos son todo lo contrario; su piel blanquita, casi ebúrnea, los hace bastante visibles bajo la luz del club. Uno, creo que el que ha presentado como Josh, —no voy a mentir, el alcohol me hace confundirme— tiene el pelo rubio ceniza repeinado hacia atrás. Entre los Rakıs y los Margaritas, y la oscuridad, no puedo describir mucho más.

—Un gusto, Bella Jones. —le tiendo la mano al moreno.

—Buenas noches, Akim Heffard. 

Me da un apretón antes de soltarme. Paso a saludar al siguiente, que me sonríe. 

<<¡Me quedo ciega!>>

Una sonrisa perfecta, de dientes blancos perfectamente alineados me recibe cuando me agarra la mano. Acto seguido, tira de mí llevándome hasta sus brazos.

<<¿Perdón?>>

No llego a completar el abrazo, pues me toma de la cara dándome un beso en la mejilla izquierda. No reacciono pero si que imito el sonido del beso cuando repite la acción en el otro lado de mi cara. 

—Mucho gusto, Bella. —pronuncia cuando me alejo de él. —James Martínez.

Siento mi cara ponerse roja y suelto las palabras sin pensar.

—Madre mía, me he puesto bizca y todo con los dos besos... —río por lo bajo, <<No ha sido por lo bajo.>>

—¿Sí? —me sonríe él y siento que voy a vomitar.

—El alcohol oye...

—Quita. —me empuja Martine, sacándome del apuro lanzándome frente a Josh, que ríe.

—Buenas noches, Bella. Josh Nickols, un gusto.

Río con los labios juntos.

—Un gusto, Josh.

—¡Bella! —nuestro interacción finaliza al momento en que oigo la voz de Lara por detrás.

Me giro, viéndola corretear —cómo el alcohol en sus venas le permite— hacia nosotros.

—¿Qué pasa?

—Acaba de empezar la hora libre. ¡Sube a cantar! Me contaste que de pequeña fuiste a clases de música, hasta hace no mucho, pues amas cantar, ¿no?

Es cierto, desde los seis años hasta los diecisiete asistí a clases de canto, pues siempre me gustó cantar y considero que no lo hago mal. Pero, ¿en estas condiciones?

—¿Así? —bufo.

—¿Qué más da? ¡Todos los que suban van a ir peor! ¡Vamos!

No tengo tiempo de contestar, pues me agarra del brazo internándose en la multitud conmigo detrás. 

Nos perdemos entre la gente, me entra un mareo terrible pero vuelvo a tomar el aire cuando salimos de ese tumulto de humanidad.

Nos ponemos al lado del escenario, hay unas escaleras que suben al escenario y no hay nadie a excepción de un guardia posicionado al lado de estas. 

—Buenas noches, señor. —habla Lara, trato de abrir los ojos para ubicarme. —Ella quiere cantar, porfavor.

El hombre ladea la cabeza.

—¿Pero...?

—Sí, está perfectamente. —la española me mira. —¿Qué quieres cantar?

Echo la cabeza hacia atrás, parpadeando varias veces.

—¿Yo...? —siento como Lara choca su hombro con el mío y la primera canción que se me ocurre es la que digo. —Em... Rolling in The Deep, de Adele.

—Oh, interesante. —contesta, sonriente. —Ahbap! Sırada, —le dice en turco al DJ, que se quita un casco mientras deja reproduciendo la música para quién canta y se acerca. —Rolling In The Deep, Adele. —nos mira a nosotras. —Listo, señoritas.

—Muchas gracias.

Con Lara tirándome del brazo, nos dirigimos hacia unas sillas pegadas al escenario.

—Lara, no sé yo si...

—Bella, cálmate, ¿sí? Tú solo sube y disfruta.

—Pero yo no... —trato de quejarme, pero sisea acercándome el dedo a la boca.

—No, no digas nada más. Sé que te gusta cantar, sé que lo disfrutas. Simplemente sube, disfruta, ¿pasa algo si sale mal? —Niego con la cabeza. —¡Pues ya está, nena! Además, así podremos oír tu dulce voz en acción.

Río ante sus bobadas.

—Bueno, tienes razón.

En los minutos restantes de la canción que queda, bebo agua, me tomo una pastilla y siento una mejoría, aunque sea momentánea.

La canción termina y me pongo de pie. Caliento la voz en silencio antes de subir.

—Venga, nena. Disfruta.

Y lo voy a hacer. Cantar siempre ha sido mi pasatiempo favorito, y Rolling In The Deep es una de mis canciones favoritas de todos los tiempos. 

Subo al escenario tambaleándome ligeramente. El DJ ríe por lo bajo y me quito el pelo de la cara, acercándome hasta el micrófono. 

Carraspeo y me giro, mirando al DJ, que me asiente. Miro hacia adelante, viendo a toda la multitud en la pista. 

<<Mierda, hay mucha gente.>>

Veo a Martine al fondo, que se levanta del sofá de inmediato.

—Uno, dos, tres... —oigo murmurar al DJ. El ritmo y la música comienzan y cierro los ojos, preparándome para entrar a cantar.

Esta canción me la sé de memoria: la he cantado aproximadamente cien veces o incluso más, tanto en conciertos de canto como en clases. Un foco enorme me apunta sin dañar mi visión y otro apunta al público, permitiéndome ver los rostros.

—There's a fire starting in my heart. Reaching a fever pitch, it's bringing me out the dark. —comienzo a cantar, las cosas se mueven ligeramente y decido cerrar los ojos para concentrarme a pesar de que las primeras líneas me han salido perfectamente afinados. —Finally I can see you crystal clear. Go ahead and sell me out and I'll lay your ship bare. 

Abro los ojos cantando afinadamente las dos siguientes líneas de la canción.

—There's a fire starting in my heart. Reaching a fever pitch and it's bringing me out the dark. —canto. —The scars of your love remind me of us. They keep me thinking that we almost had it all. The scars of your love they leave me breathless. I can't help feeling.

El coro inicial de la canción comienza, animando a todo el público. 

—We could've had it all, rolling in the deep. —La gente se anima, animándome a mi también que agarro el micrófono, el alcohol se va de mi cuerpo siendo reemplazado por la adrenalina. —You had my heart inside, of your hands, and you played it, to the beat. —siento un aire frío recorrer mis venas, dándome la motivación que me hace afinar perfecto y no sé cómo. Clavo los graves, los agudos, las notas medias y toda la afinación.

Sigo cantando la canción, pasando la segunda estrofa sin problemas, moviéndome con soltura por el escenario y gozándome la actuación.

Llego de nuevo al coro inicial, lo repito y la gente vuelve a disfrutar de los versos que salen cincelados con perfección, facilidad y gracia por mi voz. 

Llega el puente de la canción, y tal y como la grandiosa Adele suele hacer, comienzo a aplaudir al ritmo del bajo.

—Throw your soul through every open door. Count your blessings to find what you look for. Turn my sorrow into treasured gold, you pay me back in kind and reap just what you've sown. —el puente de la canción termina y comienza a subir poco a poco. —We could've have it all. —repito esta línea otra vez más, justo antes de repetir las dos últimas palabras mientras el beat se acerca a su punto álgido. —We could've have it all! —la canción explota y la gente se motiva, cantando conmigo. —Rolling in the deep! You have my heart inside, of your hands! 

Mi voz suena rasgada en la última línea y en ese momento alzo la mirada. No sé cómo, no sé ni si fui capaz al cien por cien, pero siento mis piernas comenzar a flaquear, se ponen como flanes cuando al alzar la mirada al público alcanzo a ver esos ojos oscuros y esa barba negra al parecer ahora rasuradaque llevan persiguiéndome estos días.

El desconcierto me toma por completo pero logro reinsertarme en la canción en unos segundos de música sueltos. ¡Está aquí, oh, Dios! ¡Me muero!

<<No puede ser él. No puede ser el mercader. ¿Qué demonios hace aquí? ¡Dios mío, ¿por qué me haces esto?!>>

—But you played it, you played it, you played it. —canto la penúltima línea. —You played it to the beat. 

El foco que me apunta se apaga provocando los vítores de todos los espectadores que me veían cantar. Recibo aplausos, silbidos, vítores y hasta algún grito de fanatismo. Me siento una cantante famosa durante unos segundos. 

Me echo hacia atrás tratando de alcanzar las escaleras, pero el mareo que mezcla el alcohol y las mariposas que se mueven nerviosas en mi estómago al ver al mercader me hace tambalearme.

Bajo las escaleras y las pocas luces que quedan me dejan ver a Martine, Arlequin, Lara y los chicos llegando.

—¡Nena! —me dice Martine, que llega a tomarme de los brazos cuando me alejo de la barra de las escaleras. —¡Has estado espectacular! —me toma del mentón, mirándome a la cara y pues debe ver que estoy pálida. —¿Qué pasa?

—Él está aquí, Martine.

—¿Qué? ¿Quién está aquí? —pregunta Lara. 

—¡El mercader!

Adrer.

—¿Tú desde cuando fumas, Bulshoy? 

Ahmed me mira con ojos chinitos, pidiéndome a gritos que le pase el cigarrillo.

—Me lo esta pegando Zeliha, sin duda ninguna. 

Le paso el cigarro el cual toma, dándole una calada.

—Tío, mira este vídeo de unas chicas bailando. ¿Es en esta discoteca o me lo parece a mí? 

Me acerca el móvil, enseñándome un vídeo que a priori se ve bastante oscuro, sin embargo, el que graba logra salir del tumulto de gente, revelando a dos chicas bailando en... sí, es la pista de BOA, incluso... 

—Eso fue hace un rato, que estaba sonando Candy.

Ahmed ríe.

—¿En serio?

Asiento. Sigo mirando el vídeo que acaba en unos segundos. Justo cuando una de las chicas, con una melena de color fuego, gira la cara ligeramente hacia el lado del que graba, desvelando esa cara que conozco.

<<Madre mía, es ella. Es Bella, estoy cien por cien seguro. Reconocería esos ojos ya en cualquier parte, madre mía. Es esa cara que no sale de mi cabeza.>>

Agarro el teléfono.

—¿Quién te mandó esto? —pregunto. 

—Un amigo que estaba en la discoteca. ¿Por qué?

Retrocedo el vídeo unos segundos, observando atento.

No se ve mucho pues el vídeo justo termina, pero se alcanza a ver el perfil de la chica.

<<¡Es ella!>>

—¿Qué pasa?

—¡Mira! —le señalo a la chica.

—Ah, ¿esa pelirroja? Sí, es muy guapa. —lo miro con sorna. —¿Qué?

<<Es que no le has contado nada sobre el tema, Adrer.>>

—Esa pelirroja... —agarro el cigarro. —Es una chica especial, Ahmed.

—¿Especial? —dice extrañado.

—Sí. —digo. —Es una muchacha con la que me choqué hace unos días en el Bazar. La miré a la cara... y sentí de todo, Ahmed, en serio. 

—¿Qué dices?

—En serio, —insisto. —sentí que... tenía una conexión especial con ella, Ahmed. Y está aquí, ¿no es esa mucha coincidencia? 

Ahmed parece pensar en mis palabras.

Es la persona que menos cree en ese tipo de cosas en todo el mundo, dice que las almas gemelas no existen y el destino no decide nada porque simplemente es inexistente, nuestra vida se basa en nuestras decisiones y no en 'algo' que decida qué hacer con nosotros hagamos lo que hagamos.

—¿Y es esa? ¿La pelirroja? —Asiento, sonriente. —Pues tío, llámame loco, pero yo he salido más tarde y creo que ha subido al escenario.

Se me borra la sonrisa de la cara e inmediatamente tiro el cigarro, andando hasta la puerta del club. Entro y paso el umbral de la puerta y...

Mi corazón comienza a latir errático, mi respiración se torna atáxica y dispar y eso es el efecto que causa ver a Bella Jones subida al escenario, cantando el último verso de la canción Rolling In The Deep de la cantante londinense Adele. 

La canción está por terminar y la gente se ha juntado toda en el centro de la pista. Las últimas frases salen con perfección por su fina voz. Es dulce y melosa, relaja pero toma garra como la canción precisa.

Sin embargo, la pelirroja alza la mirada y durante una décima de segundo, una sola unidad de la medida de tiempo más pequeña, nuestras miradas chocan. Se echa hacia atrás ligeramente y desafina en la última palabra, antes de cerrar los ojos y reinsertarse en la armonía de la canción.

<<Me ha reconocido.>>

¡Tengo que hablar con ella!

—¡Tienes que hablar con ella!

Me giro a mirar a Ahmed y me aguanto la risa.

—Voy a ello, Ahmed.

—Listo, yo estaré con Tatienne en la mesa.

Tatienne es su mejor amiga, o novia, no lo sé.

Las luces se apagan con la última nota de la canción y me interno en la muchedumbre.

La gente me empuja y trato de moverme, necesito llegar hasta ella y pedirle el número, aunque sea. 

Las mariposas que sentí cuando la vi sobre el escenario han amenazado con hacer que mi corazón estallara; esa es la conexión que sentí el día del Bazar, hoy, y con eso me es más que suficiente para saber que ella tiene algo especial para mí al igual que, estoy seguro de que yo para ella.

Yo sí creo en el destino y con Yendal jamás sentí algo cuando empecé a conocerla, por eso creo que Bella puede ser para mí y yo para ella.

Tardo unos minutos en llegar hasta la parte baja del escenario.

<<Maldita gente, he tardado mucho y ya no está.>>

Me acerco hasta las escaleras.

—¿Vas a cantar? —me pregunta el guardia.

—¿Cantar? ¿Yo?

Niego chasqueando la lengua.

Me alejo buscándola con la mirada. ¿Dónde está?

Ando hasta el pasillo de los baños, metiéndome al baño de hombres.

Abro el grifo, mojándome las manos y pasándolas por mi pelo. Maldición, la he perdido.

Suspiro y cierro los ojos, relajándome.

<<Si es para mí, el destino me permitirá encontrarme con ella.>>

Salgo del baño dirigiéndome de nuevo hacia la mesa dónde estoy con Ahmed, sin embargo, nada más salgo, un cuerpo choca contra mí en la oscuridad del club y tropieza al chocar con mi corpulento pecho. Cae de culo al suelo.

—¡Perdón, de verdad, perdón! —dice en inglés.

Me agacho para ayudarla a levantarse.

—No, no, tranquila...

La tomo del brazo para ayudarla a levantarse, tiro y acaba contra mi pecho de nuevo, hasta que se separa y se echa el pelo hacia atrás y un atisbo de luz me permite ver su melena roja.

<<No puede ser cierto.>>

—Oh, Dios mío.

Murmura cuando quedamos cara a cara. Sus ojos del color del ónix, esa melena del color de una llamarada...

<<¡Es ella! Destino, sé un poco menos discreto, eh.>>

—E...eh... —titubea, nerviosa.

—No puede ser cierto. —las palabras escapan de mis labios sin poder evitarlo.

La miro de arriba abajo y ella repite esa acción.

Mi corazón late efusivo y mi respiración se torna pesada.

—¿E-eres tú? —tartamudeo como si no supiese la respuesta.

<<¡Claro que es ella!>>

—¿Quién soy yo? —contesta y el tono de su voz está perjudicado por el alcohol.

Me escudriña con sus ojos ónix y yo la imito.

—Eres tú.

—¿Qué dices?

Me ha reconocido. Estoy cien por cien seguro que me ha reconocido tal y como yo a ella.

—Eres la mujer que desde que me choque con ella en el Bazar de Las Especias, ya no sale de mi cabeza.

*****

Ya, sé que he tardado como veinte días en escribir este capítulo pero es que han sucedido cosas, me he ido de viaje a Irlanda con el colegio y no he sacado el tiempo... Pero prometo ponerme formal con las actualizaciones los domingos. O al menos lo intentaré.

Podéis creer que hace dos días que empecé a escribir este capítulo y en los otros dieciocho no fui capaz de terminarlo? Si, lo escribí en dos días.

Bueno, espero que podamos vernos el domingo con el capítulo 8 de Mar de Corazones y de esta historia.

Besos y abrazos :3

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