Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6: 'Intravenosa'

Bella.

—Necesitamos desinhibirnos, Bella.

Ruedo los ojos al oír a Martine. 

—No llevamos ni una semana trabajando y ya quieres descansar. —bufo. 

—¡Este trabajo es duro hasta para un día!

<<Ahí lleva razón.>>

—Martine...

—Venga, Bella. —se me arrodilla al lado poniéndome un puchero que, al ser débil, me hace replantearme las cosas. —Night Bar Club es un lugar súper interesante.

—Muchísimo...

—Vamos, escuchamos buena música, la gente puede subir a cantar y todo...

—¿A cantar? —me sorprendo. Cuando era adolescente, adoraba cantar y creo que se me daba bastante bien.

Asiente.

—El sábado, salimos de allí a las nueve, ¿vale?

Martine remarca más su puchero, poniendo a temblar su labio inferior. 

—No sé...

—¡No seas tan siesa! Night Club es uno de los mejores sitios de fiesta de Estambul. —insiste. —Venga, Bella, así podremos conocer algo de la ciudad. 

Trato de no mirarla a la cara y tecleo en el ordenador, sin embargo, se me hace inevitable y acabo rindiéndome.

—Vaaaaaaaaaale. —resoplo.

—¡Te amo, amiga! —se me tira encima, abrazándome y trato de apartarla.

—¡Quita!

Veo a aparecer a Arlequin Al Hamari aparecer y apoyar los brazos en el filo del ordenador.

—Buenos días, chicas, no quisiera ser metida, pero he oído que vais a Night Club el sábado. —nos dice ella.

—Oh, sí, pero... —comienzo a hablar, pero Martine no me deja dándome un golpecito antes de empezar a hablar.

—Sí, sí, vamos a ir. —me interrumpe. La señala, sonriente. —¿Tú vas?

—Sí, por eso os decía. —murmura la morena. —Voy a ir con unos amigos, ¿queréis venir con nosotros?

—¿No vas con los de la oficina?

—Mmmmm, no. —contesta, mirando hacia arriba. —De toda esta gente, la única que sale es Alliam, bastante de vez en cuando, y Lara, que si que viene con nosotros. El caso, —continua. —¿queréis venir con nostros? Vamos a ir hacia allí a las nueve, cruzaremos el puente y además, un amigo es el hijo de uno de los socios, lo que nos asegura descuentos bastante grandes en trago.

—¡Bien! —contesta Martine y me siento una inútil, pues aquí no tengo ni voz ni voto. Aunque hubiese dicho que sí también, pues es una ofertaza. —¿A qué hora pasáis por nosotras? —pregunta, bastante sonriente.

—Pues pasamos al Nydia por vosotras a las nueve menos cuarto. ¿Qué os parece?

—¡Perfecto!

Ambas se quedan en silencio y dirigen su mirada hacia mi.

Miro a las dos y Martine me golpea con el zapato, haciéndome reaccionar.

—¡Oh, sí, perfecto! —contesto.

—Bien, pues nos vemos el sábado, queridas. —dice, sonriente. —Y en realidad, mañana también, porque yo también tengo que ir a la fiscalía, pero ya me entendéis. —ríe. —Adiós.

Se aleja de nosotras volviendo a su puesto de trabajo. Miro a Martine, que no despega su mirada de Arlequin.

—Martine, ¿dónde demonios queda Night Club?

Mi amiga posa su mirada de Arlequin a mi lentamente, sin borrar su estúpida sonrisa de su maldita cara de proporciones perfectas. 

—A una hora y cuarto de nuestro hotel.

<<Yo la voy a matar.>>

El día de ayer sucedió sin nada más sugerente.

Así que hoy, viernes dieciocho de octubre de dos mil diecinueve, entro por la puerta de Bakirkoy.

—Buenos días. —murmuro firme. Martine rebusca en su bolso, sacando la chapa. —Venimos a trabajar en las salas.

—Claro, pasen, señoritas. —nos dice la abogada cuando ve las chapas. 

Asentimos y pasamos el umbral de la puerta, dirigiéndonos hacia la sala. Subimos al primer piso y entro a la sala donde Deniz me espera.

—Buenos días, señor Devrim. —lo saludo cuando entro, pues ya me espera sentado en la mesa.

—Oh, por favor, llámame Deniz simplemente, querida.

Sonrío algo tímida.

—Bien, Deniz. ¿Empezamos? —pregunto, sentándome.

El hombre me asiente y saco todos los papeles.

—Estás preciosa hoy.

Me quedo fría ante su comentario, me paralizo cuando estaba sacando un bolígrafo de mi maletín y siento la sangre de mi cara bajar a otra parte de mi cuerpo.

—Gracias. —contesto como puedo, trato de que no me tiemble la voz pues no debe ver que me intimida en cierto modo. —Tú también estás muy guapo, Deniz.

Logro ver su sonrisa pícara de reojo. Maldición, este hombre me tiene entre las cuerdas cada vez que abre la boca.

—Bien, empezamos. —decido cambiar de tema. Suspiro. —Es mejor conseguir tu diagnóstico de cleptomanía ya, así que tenemos la cita con el psicólogo el viernes que viene. 

—¿Tan rápido?

—El certificado será más verídico cuanto más tiempo tenga. —informo. —Cuéntame cómo fue la primera vez que robaste, Deniz.

El criminal se acomoda en su silla y se cruza de brazos y piernas. 

—Pues tampoco es la gran historia, eh. 

—No pasa nada, cuéntame. —sonríe de nuevo. Con Deniz en frente me salían más de cien sonrisas inconscientes. 

—Bueno, pues... —comienza. —A ver, mis padres no estaban en casa cómo de costumbre, y cogí mi cartera y salí de casa. —miro hacia arriba y supe que estaba evocando las imágenes de aquel día. —Fui con un amigo a la tienda, llevaba cincuenta liras. Cogí unas baklava y un refresco. Hice las cuentas y me salían cuarenta y un liras, todo bien. Así que decidí buscar algo más. Hasta que lo vi. —dice con expectación, abro mucho los ojos.

<<Hasta que vi el dulce que siempre comía de niño en Trieste, los Galatine de chocolate. ¡Pensé que jamás volvería a ver unos! Pero costaban once liras, y yo sólo tenía para algo de nueve. No quería dejar las baklava ni el refresco, así que... los agarre y me los metí al bolsillo, lo cerré, pagué el resto y me fui. No me gustaba sentir que no me llegaba para todo lo que quería comprar. Y así empecé.

<<Unos días después, volví a la tienda y robé dos cosas, pagando sólo diez liras. Y al siguiente, robé tres. Y así fui sumando, sumando, y sumando... Me encantaba la sensación de comprar cosas y no pagarlas.

—Robarlas. —completo.

—Sí. Pero yo pensé que eso no estaba mal, ¿sabes? Entonces lo seguí haciendo y creo que... —suspiro con fuerza. —El resto ya lo sabes.

Analizo sus palabras y finalmente logro llegar a una conclusión.

—Pues creo que no vamos a tener que fingir nada, Deniz. —el hombre ladea la cabeza. —Eres cleptómano de verdad, yo creo.

Adrer.

—Muchas gracias por su compra, señor. 

Le entrego la bolsa, sonriente con el juego de vajilla dentro a la vez que me da los tres billetes de cien liras.

El señor me recibe con un asentimiento y se pierde entre la gente del Bazar.

Miro la hora, ya es momento de cerrar. Así que bajo la verja del puesto y me asomo al puesto de Hassu.

—Hassu, vamos, es hora de cerrar. 

Mi hermana asiente y llamo a Yendal.

—Yendal. —digo, serio. No quiero que se crea que las cosas están bien. —¿Cómo esta Fatma?

La oigo suspirar.

—Podrías preguntarme que tal estoy yo, al menos, ¿no?

—No. —contesto con firmeza. —¿Cómo esta Fatma? —repito la pregunta y ella repite el suspiro.

Estamos a viernes, Fatma salió del hospital el jueves, se quedó en casa durante unas horas y fue mejorando. 

—Bien, bien. Está mucho mejor. —contesta. —Cuando quieras, puedes pasarte a verla, vaya.

—Deja de tirar pullitas, que sino puedo ir es porque estoy trabajando para mantenerte a ti, entre otras cosas. —con la rabia en mis venas, cuelgo el teléfono sin darle oportunidad a decir nada más.

Suspiro con cierta molestia y me muevo hasta la caja registradora, me toca contar el dinero. 

—Cien, doscientas, trescientas... —cuento, pasando billetes de cien, doscientos e incluso de quinientos.

Paso los billetes por mis manos contándolos y un rato después logro contar tres mil quinientas liras de ganancia.

—Hassu. —le digo a mi hermana cuando termino, guardando el fajo en mi bolsillo. —Dos mil liras. ¿Cuánto tienes tú?

Pasea los billetes por sus manos, terminando con ellos segundos después.

—Yo tengo otros dos mil. 

—Voy a ingresarlos al banco, ¿ingreso también los tuyos?. —murmuro. Hassu asiente dándome su fajo, dejo las llaves en la mesa de al lado. —Te dejo aquí las llaves para que cierres. 

—Vale.

Salgo por la puerta de mi puesto yendo al parking del lugar.

Entro a mi coche, arrancando y me dirijo hacia el banco más cercano.

Llego allí en cuestión de minutos, pues me pilla cerca. 

Le mando un mensaje a Hassu. 

Luego paso a buscarte al Bazar. Te voy avisando.

Bajo del coche y me acerco hasta el cajero. 

—Bien... —murmuro, pulsando la opción de insertar dinero. Meto mi número de cuenta bancaria e inserto la cantidad. Ya casi tengo todo para el pago de los gota a gota, el plazo acaba el domingo y tengo quince mil liras.

Sin embargo, nada más termino de introducir los billetes, oigo un coche aparcar al lado pero no me da tiempo ya que siento que alguien me tira hacia atrás y caigo al suelo con fuerza. Quedo mirando el cielo oscuro cuando veo la cara de uno de los matones de Don Cemal. El alto, que mide cerca de dos metros, aparte de que es corpulento.

—Querido Adrer...

—No... —no me dejan hablar, pues me levantan del suelo jalándome de la camiseta. 

—¿Estás ahorrando en vez de pagarle a Don Cemal? No sé que es peor. —murmura uno, pegándome contra la pared. Otro está intentando hacer alguna operación bancaria con mi cuenta.

—Estoy ahorrando precisamente para eso... —titubeo tratando de hablar con claridad, sin embargo, la falta de aire no me deja. 

—¿Ah, sí? —cuestiona el que me agarra, el otro hombre le pasa algo en la mano al que me sujeta.

Oigo el clic y es una navaja lo que aprieta por la parte no filosa en mi cuello.

—Don Cemal quiere su dinero para el domingo, Bulshoy. —dice con los dientes apretados, ejerciendo más presión. Rechino los dientes cuando clava la punta de la navaja en un punto exacto de mi cuello, noto como un hilillo de sangre comienza a chorrear por la curva de mi cuello. —Porque si no tienes el dinero para este domingo, voy a dejarte esta misma navaja de vía intravenosa, ¿me oyes?

Asiento como puedo y comienzo a toser cuando me eleva ligeramente con los pinchazos de dolor en mi cuello. Me suelta y caigo al suelo, mi espalda choca contra el suelo y los oigo reírse. Maldición. Veo puntos negros en el aire, no paro de toser y siento que el aire no logra pasar por mi tráquea.

Me agarra del pelo desde el suelo, haciéndome mirarle a la cara.

—¿Te gustó el mensaje que le dejamos a Fatma?

Todos mis sentidos se ponen alerta al decir eso, pues ahora estoy completamente seguro de que mi hija corre peligro.

—Dejadla en paz...

—Pagale lo que le debes a Don Cemal y se acabo el problema, Bulshoy. No volverás a vernos, pero sino pagas... la semana que viene serán veinte mil liras e igual tienes una pierna menos. 

Me suelta y se meten al coche azul que hay pegado a la acera. Comienzo a toser con mucha fuerza, casi me asfixia.

Me sobo la espalda, maldiciendo por lo bajo por el dolor que siento ahora mismo. 

<<Debo encontrar la casa de Ahmed, él vive muy cerca de aquí.>>

Cada vez que intento moverme, un pinchazo de dolor ataca mis costillas. Trato de ponerme de pie y no soy capaz, pues siento un pinchazo en la sien que casi que me tira al suelo de nuevo.

—¡Adrer!

Oigo la voz de Ahmed al fondo, para luego oír sus zapatos contra el suelo hasta llegar a mí. Sus brazos me toman del antebrazo, ayudándome a levantar.

—Ahmed...

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde te duele? —noto su dedo en mi yugular, limpiando la sangre. —Ven, vamos a mi casa. 

A duras penas, logra llevarme hasta su casa, voy recuperando la visión, comienzo a andar mejor y el dolor punzante en mis costillas se va atenuando.

—Ven, sube. —entramos a la puerta de la casa de Ahmed. Subimos las escaleras hasta llegar a la pequeña puerta que da paso al salón. Mi amigo me lleva hasta un sillón de los que hay en su sala y me sienta ahí. —Espera aquí, Adrer.

Me siento y vuelvo a sentir el aire pasar por mi tráquea con normalidad de nuevo. 

Medio minuto después, Ahmed vuelve al lugar con un botiquín de primeros auxilios. Se sienta a mi lado, tomándome de la barbilla. Abre la caja roja y saca un algodón, que empapa en alcohol. Siseo apretando los dientes cuando lo pasa por la pequeña herida circular de mi cuello.

—Mierda... —me quejo. 

—Así desinfecta la herida. —Pasa el algodón por toda la curva de mi cuello, limpiando la sangre. —Adrer, ¿quién te ha hecho esto?

Trago con fuerza y trato de hacerme el loco, pero aprieta con el algodón en la herida y siseo de nuevo, a modo de advertencia de que debo contestar.

—Me... me han atracado. —murmuro.

—No me mientas, Adrer. —dice. Saca una gasa y esparadrapo. —Te conozco, eres un cobarde y les habrías dado hasta la ropa interior. —lo pega en la herida de mi cuello. —Unos minutos después, puedes quitártelo. Esos tíos sabían lo que hacían, podrían haberte matado. Además, los vi montarse en el coche. —me mira, sentándose en frente mía y apoyándose en mis rodillas. —Adrer, dime la verdad. ¿Quién ha sido y porque han ido por ti? Unos atracadores no tienen un Q5 azul, así que no me mientas más.

Me froto las sienes y noto mis ojos inundarse de lágrimas. Sé que si se lo digo, me dirá de ayudarme y no está en situación de hacerlo, no quiero ponerlo en un apuro.

—Eran... eran...

—Adrer... —murmura. —La verdad.

Trago con fuerza.

—Son gota a gota, Ahmed. 

Ladea la cabeza.

—¿C-cómo que... gota a gota? ¿Les debes dinero, Adrer?

Paso saliva de nuevo tratando de desanudar el nudo de mi garganta. Miro a Ahmed, sus ojos están mínimamente brillosos y eso me parte el alma.

—Sí. Les... les debo diecisiete mil liras, Ahmed. Ni Zeliha ni Hassu lo saben. Sólo lo sabéis tú y Fatma.

Entrecierra los ojos.

—¿Por qué? ¿Fatma?

Aprieto los labios, y aleteo las pestañas evitando que las lágrimas se derramen.

—Sí, le dejaron una nota. —digo con la garganta anudada. —Con esas liras pagué la operación y la estancia de Zeliha en el hospital.

Ahmed quita sus manos de mis rodillas, cómo si estuviera ofendido. Me exalto ante su acción.

—¿Es por eso, Adrer? —susurra, y noto la preocupación en su voz. —¿Me estás diciendo que esos tíos casi te matan por dinero, Adrer?

—Ahmed, no es así... 

—Sí es así. —dice. Se levanta. —¿Cuánto te falta?

—Ahmed, no...

—¿Cuánto te falta? —murmura con los dientes apretados. —No pienso permitir que te pase nada por dinero, Adrer.

—Ahmed, —me levanto. —sólo me faltan dos mil liras y no voy a ponerte en un apuro por eso...

Nuestra conversación se ve interrumpida con el sonido de una llamada telefónica. Reviso mis bolsillos y saco mi móvil, viendo que es el mío.

—Un número largo. —pulso el botón de contestar. —¿Sí?

Buenas noches, ¿es usted Adrer Bulshoy?

—Mmm, sí, soy yo. —titubeo. —¿En qué puedo ayudarle?

Lo llamo desde el Hospital Liv, desde la secretaría. —Ladeo la cabeza, cómo si me estuviera viendo. —Le llamo para informarle de que mañana termina el plazo de pago de la estancia de Fatma Bulshoy, que supongo que será su... hija.

Abro mucho los ojos y miro a Ahmed, que pronuncia <<¿Qué pasa?>> sin voz.

—¿Cómo? ¿Cómo qué estancia? Fatma tiene seguro. —me desespero. 

Mmmm, no, señor Bulshoy. Aquí pone que este mes, octubre, no se ha pagado. Es más, desde septiembre no se paga el seguro, señor.

Me paso las manos por el pelo. Los seguros en este país funcionan de la siguiente manera: pagas un seguro, si enfermas, debes ir a un hospital avalado por este seguro, y Fatma estaba en un seguro que tenía el Liv.

—¿Cómo...? —murmuro, nervioso. Siento mi corazón a mil y me paso las manos por el pelo de nuevo, estresado. —Bueno, ¿cuánto es?

Son apenas ocho mil liras, señor. 

<<Mierda, mierda, mierda.>>

No tengo más ahorros que los que estaba ahorrando para pagar a los gota a gota, el resto son sagrados pues son para la universidad de Hassu.

—Mmmm, bueno... —hablo como el nudo de mi garganta me permite. —Mañana lo pagaré, gracias por avisarme.

—De nada, señor Bulshoy.

Cuelgo sin decir nada más y miro a Ahmed.

—Tío, ¿qué pasa?

—Voy a matar a Yendal. Ahora ya no me quedan dos mil liras, Ahmed. Ahora me quedan diez mil. —susurro, con la ira recorriendo mis venas.

Aparco en la casa de Yendal con la rabia transpirando por mis poros. He llegado en tiempo récord, pues he tardado quince minutos menos de lo que debía tardar. 

Guardo en la guantera las mil liras que me dió Ahmed; insistió tanto que acabé accediendo, me dió las únicas mil liras que tenía ahorradas y eso me partió el alma. Bien, ahora sólo me quedarían otras mil liras, pero cómo la loca de Yendal dejó de pagar el seguro, ahora debo pagar ocho mil liras.

La rabia me toma en un momento repentino y golpeo el claxon del coche, que al estar apagado, no emite sonido. 

Salgo del coche dando un portazo, andando hasta la puerta de su casa. Un gato se me atraviesa en el camino maullando cuando mi pie roza su cola.

—¡Quítate! —susurro cuando casi me caigo por culpa del felino.

Antes de tocar, enciendo mi móvil y le doy al botón rojo de la grabadora.

Sigo avanzando hasta llegar a la puerta y toco el timbre, acto seguido aporreo la puerta.

Segundos después, abre la puerta en pijama.

—Hombre, el padre desaparecido. —Le paso al lado sin esperar permiso. Cierra la puerta y se gira. —¿Quién te ha dado permiso para pasar?

—¿Y a ti quién te dió permiso de dejar de pagar el seguro?

Se pone del color de un folio blanco. 

—¿C-cómo...? —titubea, pero no la dejo hablar.

—Encima eres tan tonta que no cambias el consignatario y me dejas a mí. —baja la cabeza. —¿En qué demonios te estás gastando la pensión y el dinero que no gastas del seguro, Yendal? —murmuro, tratando de mirarla a los ojos pero se oculta. —¡Contéstame! —grito, iracundo.

No dice nada, evade mis ojos y me da rabia que no dé la cara. Ahora estoy jodido por su culpa, pueden hacerle algo a Fatma por sus memeces y siempre es lo mismo con ella.

Cuando no contesta, obedezco a mis impulsos y ando hasta su cocina, tomando el mango de la nevera para abrirla, pero justo llega Yendal, apretándome y jalándome para que no abra.

—¡Adrer, quieto!

—¡Suéltame! 

—¡Fatma va a despertarse!

La aparto con brusquedad y abro la nevera, encontrando lo que me deshace por completo. Botellas y botellas de alcohol, de todo tipo, Vodka, Ron, Ginebra, cervezas, hasta vino blanco. Sólo hay alcohol, alcohol y más alcohol.

—Yendal... —murmuro, con algo recorriéndome de arriba abajo. La miro. Mis ojos se inundan de lágrimas. —¿Dónde está la comida de Fatma? —La veo tragar con fuerza y entonces exploto. —¡¿Qué le das de comer?! ¡Joder!

—¡Está ahí!

—¡Ahí no hay nada más que alcohol! —cierro la puerta de la nevera con fuerza. Me acerco hasta ella, que comienza a andar hacia atrás. —¿Después de todo lo que pasamos cuando tuviste que meterte en aquella institución?

—No hables de eso, Adrer, quedamos que de eso no volveríamos a hablar.

—¡Quedamos en que no volverías a beber, Yendal! —exploto. —¡No volverías a tocar una botella, por eso te deje la custodia de Fatma! ¡Lo prometiste!

—¡No tienes derecho a decirme nada cuando ni siquiera vienes a verla! —grita ella también. —¡No puedes!

—¡Al menos si estuviera conmigo, le daría de comer! —suelto sin pensar. Mis palabras le duelen pero ya no me importa. —Estás loca, Yendal. 

No digo nada más, pues entro a la habitación de Fatma y agarro la maleta que siempre tiene debajo de su cama.

—Fatma, Fatma... —la despierto, palmeando suavemente su cara. —Cielo, nos vamos.

Se va despertando poco a poco.

—¿P-papá...? —dice, extrañada y somnolienta. —¿Nos vamos? ¿Dónde?

—A mi casa. No vas a estar más con tu madre, al menos durante un tiempo.

<<Esperemos que no vuelvas a estar con ella.>>

—¿Por qué?

—Fatma, cielo, vamos. —digo, abriendo su armario y sacando toda su ropa con las perchas incluidas. —En casa te contaré.

Asiente finalmente y Yendal entra al cuarto.

—¿Qué cojones haces?

—Llevar a mi hija a un lugar seguro. 

—Mi casa es un lugar seguro, legalmente tengo yo la custodia, ¡así que estate quieto! —trata de arrebatarme las perchas, sin embargo, lo evito agarrando el resto de la ropa.

Fatma nos mira extrañada y meto todo en la maleta, con Yendal detrás empujándome.

—Cielo, coje los peluches y tu cepillo. —ordeno y se destapa, saliendo del cuarto.

Siento a Yendal tirar de mi camiseta hasta quedar a centímetros de su casa.

—¿¡Qué estás haciendo!?

—Llevarme a mi hija, Yendal. No puede estar más contigo. Asúmelo, no estás bien.

Nos quedamos en silencio durante unos segundos hasta que me empuja contra el armario. Mi espalda maltratada choca contra la puerta del clóset y me clavo el pomo en las lumbares. Jadeo de dolor.

—¡Sí lo estoy! —comienza a golpearse las sienes, como cuando tenía ataques de abstinencia hace años. —¡Sí lo estoy! ¡Si lo estoy!

La detengo cuando ella no lo hace, agarrándola de las muñecas.

—¡Yendal, quieta, vas a asustar a Fatma! —quedamos a centímetros de nuevo. —Yendal, cielo, cálmate, ya, ya... —la voy llevando contra mi pecho. Sé lo que debo hacer en este caso con ella. —Cálmate, cielo, ya, sólo voy a llevarme a Fatma un tiempo para que descanses, para que tengas tiempo para ti... —murmuro, y comienza a llorar contra mi pecho.

—Te quiero, Adrer.

—Y yo, Yendal, y yo. —miento. Todo lo que me hizo borró el amor que sentía por ella, ahora se ha transformado en indiferencia. —Estos días que esté con Fatma, descansas, te tomas un tiempo para ti... —murmuro, con calma. Se aleja de mi pecho, secándose una lágrima y quedo con ojiplático cuando me agarra de la nuca y me planta un beso, posando sus brazos en mis tríceps después de dejar mis manos sobre su cadera. No es un beso deseado, no lo disfruto, no me muevo, no reacciono.

A veces me toca así, manipularla y mentirle cómo si sintiese algo por ella, pero es lo que toca. 

—Vale, Adrer. Lo haré. Tienes razón, necesito descansar. —me sonríe cuando se separa. Parece que ya ha vuelto en sí y suspiro.

Oigo un aplauso y miramos a la vez hacia el pasillo, viendo a la pequeña Fatma aplaudiendo con sorna.

—¿Ahora os queréis de nuevo? —murmura con desdén. Anda hasta su maleta, ordenándola ligeramente y metiendo su neceser dentro. —Cuando quieras nos vamos, papá. 

—¿No te vas a cambiar?

—No. —alza los hombros. —Así llego, y me voy a dormir otra vez.

—Bueno...

—Oye, ¿qué te ha pasado aquí? —cuestiona Yendal, presionando la herida con forma de punto con fuerza.

—¡Ay! —me quejo, apretando los dientes. —Me ha picado una araña. —me alejo, con el ceño fruncido. —Fatma, ¿vamos?

—No te puedo creer, Adrer. —murmura Ahmed, sentado en el sillón. 

Miro a Zeliha expulsar el humo, y a Hassu mirar con fastidio. Hemos venido todos a visitar a mi madre mientras Fatma esta en el colegio. 

—Esa se ha vuelto loca. No veo otra explicación posible. —dice Hassu.

—Ah, ¿qué no lo sabías? —contesta Ahmed desde el sillón con ironía.

—Me dejas muerta, hijo. —titubea Zeliha apoyada en la ventana. —¿Y todo en la nevera era alcohol? —Asiento. —¿Y qué le dijiste a Fatma para llevártela?

—Absolutamente todo. Me esperaba encontrar alguna botella y yo que sé, chuletas, lechuga. ¡Algo! Pero no, nada. Absolutamente nada. Sólo alcohol. —contesto a la primera pregunta. —Le dije a Fatma que Yendal iba a hacer unas obras y debía llevarla a casa.

Mi madre niega con la cabeza y aprieta los labios.

—Debe volver a la rehabilitación, hijo.

—Eso es imposible, mamá. —me quejo. —Ella cree que lo hace está bien.

—Lo hiciste una vez, hermano. —dice Ahmed. —Puedes hacerlo dos veces, tía tiene razón. —respalda la opinión de Zeliha.

—No quiero seguir insistiendo. —me quejo. —Estoy cansado, es ella la que no quiere meterse allí.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

La pregunta de Hassu me deja pensando.

—Voy a hacer lo que Zeliha dijo. —miro a mi madre, que suelta el humo del cigarro de nuevo. —Voy a denunciar a Yendal, le voy a quitar la custodia por alcohólica... y cuando lo haga, la haré desaparecer de mi vida.

—¿Quieres quitarle la custodia completa? —pregunta Ahmed.

Lo miro y asiento.

—Sí. Y le pondré de condición que se meta al centro de rehabilitación para que pueda volver a ver a Fatma, sino no.

—¿Qué planeas, hermanito? —cuestiona mi hermana.

—Tengo una grabación de ayer, grabé la conversación. No sé si me sea útil, pero creo que es una prueba para demostrar las malas actitudes que tiene Yendal como madre. —los miro a todos, uno por uno. —Os aseguro que tengo esa custodia ganada, chicos.

—Que así sea, hijo. —mi madre levanta el cigarro y lo tomo, dándole una calada. 

Lo suelto.

—Oye, mami... —hago un puchero. —Mañana voy a salir. —sonrío.

Ladea la cabeza.

—¿Ah, sí? ¿Con quién? 

Señalo a Ahmed.

—Con ese de allí.

—¿Y donde van Pili y Mili? —pregunta Hassu desde atrás.

—A Night Club.

—¿El del lado asiático? —Asiento. —Creo que los de la uni habíamos quedado para ir, pero no sé.

—Ey, ey, ey, ey, —nos detiene Zeliha— ¿qué todos vais a ir allí menos yo?

—Mamá, eso es para jóvenes. 

—¿Me estás llamando vieja? ¡Si estoy hecha un bombón todavía! —reímos cuando pasa sus manos por su cintura y comienza a moverse como una serpiente de arriba abajo. Suelto el humo de la última calada y tiro el cigarro por la ventana.

Me alegra ver así a mi madre, feliz, mejor. Va mejorando y sé que saldrá de esta, porque aunque no lo demuestre, la quiero más que a nadie en el mundo y soy capaz de dar mi vida por su bienestar.

Sábado.

Mi mente queda completamente en blanco y automáticamente, evoco la imagen de la pelirroja.

Sus ojos oscuros y su melena, roja como el fuego, son un incentivo que activa mi cuerpo.

¿Será posible que la encuentre allí?

<<No tienes tanta suerte, Adrer. Así que no; deja de pensar en ella y vamos a divertirnos.>>

Salgo de mi trance cuando oigo la puerta de mi cuarto.

Me acomodo la americana y la camisa por dentro. Creo que Ahmed tenía razón: esto me va a venir bien, además llevaba mucho sin salir y solo trabajaba.

—¿Ya vas a salir?

Miro a Hassu y asiento. Ella accedió a quedarse con Fatma, debe estudiar para no sé qué exámenes y cuando deje a la pequeña durmiendo o entretenida, se pondrá en ello.

—Gracias por quedarte con Fatma. —murmuro. —Me sabe mal que tú te quedes con ella y yo salga, Hassu.

—No, ni de coña, Adrer. —me calla, no dejándome seguir. —Literalmente mantienes esta familia trabajando tú solo, por un día que sales no debes sentirte mal asi que venga, a disfrutar. —me hace un gesto para que salga. —Venga.

Me levanto de la silla y al instante, me llevo un silbido de su parte.

—Que guapo te has puesto, hermanito.

—Hay que aprovechar la ocasión. —sonrío, acomodando mis vaqueros. Miro el reloj, ya casi es la hora a la que Ahmed pasará por mi.

Bajo las escaleras y ando hasta el salón, donde Fatma se encuentra viendo televisión.

—Fatma, adiós, cielo. —me acerco hasta ella, dándole un beso en la frente.

—Chao, papá, disfruta. Te quiero.

—Y yo, hija.

Oigo el pitido del coche de Ahmed.

—Ya está aquí. —sonrío, acercándome hasta mi hermana. —Adiós, Hassu.

—Adiós. —la abrazo y salgo por la puerta.

El coche de Ahmed está en frente de mi casa, estacionado y con música a volumen alto.

—¡Adrer! —me grita. —¡Vamos, sube! —Hago caso poniéndome a su lado. —Ey, hermano, ¿que tal? ¿Listo para esta noche?

Sonrío, asintiendo con la cabeza y arranca a toda velocidad.

Mi mente evoca de nuevo la imagen de la pelirroja.

<<Maldición, Bella. ¿Qué me has hecho? No sales de mi cabeza.>>

Vuelvo a reflexionar sobre si es posible encontrarla allí.

<<Es imposible.>>

Deshecho la idea y trato de pensar en otra cosa cuando Ahmed me habla.

Pase lo que pase, tengo claro que está noche va a ser muy interesante, algo palpita en mi pecho diciéndome que sí y me alegro de ello.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro