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Capítulo 4: 'Choque'

Bella.

Al día siguiente: Martes, 15 de octubre de 2019.

El día de ayer fue bastante ajetreado en el cuartel. 

Demir le enseñó a Martine todo lo que me había enseñado a mi el dia anterior: me asignaron un caso, evidentemente no fui a la fiscalía porque era mi primer día, pero analicé el caso de arriba abajo y parece que va a ser jodido.

Un criminal, Deniz Devrim, acusado de miles de robos en tiendas. Empezó por robar una chuche en un chino, y acabo atracando el Isbank, el banco estambulí más importante. Veintisiete añitos, metido en estos líos ya... la fiscalía pide once años de cárcel, intentaré rebajar esa condena y tengo dos meses con este caso. Demir me dijo que si era necesario manejaría más, pero no se sabe.

A Martine le asignaron uno de una mujer que había asesinado a sus hijos, o algo así. 

Bien, pues la verdad es que nos fue mejor de lo que me esperaba en nuestro primer día. 

—¡Martine! —miro la hora, son las ocho menos cinco. —¡Vamos a llegar tarde!

—¡Qué ya voy!

Resoplo maldiciendo a mi amiga. Reviso que lleve todo lo necesario en mi bolso. Llevo un vestido negro que llega hasta la rodilla, resalta ligeramente mis curvas a pesar de ser amplio y mi pelo está recogido en un moño, no llevo tacones sino zapatillas. Me acerco hasta la mesa del salón, donde está el manual que me entregó Demir el domingo.

Nos ha sido de gran ayuda; explica lo de la Istanbulkartel respeto de los turcos con los perros y gatos callejeros, consejos sobre conducción en Turquía, costumbres turcas... y muchas otras cosas más que nos encantaría haber sabido el día que pisamos la antigua Constantinopla.

Pero bueno, ahora al menos lo sabemos.

—Somos la alta alcurnia de esta ciudad. —pronuncia Martine, bajando las escaleras lentamente debido al taconazo que lleva puesto. —No podemos ir en bus y en taxi a todos lados, necesitamos alquilar un coche. 

—Mmm, sí. Deberíamos. —murmuro, metiendo el manual en mi bolso. 

Martine llega al suelo y me sonríe.

—¿Vamos?

Asiento y me despido de mi Maxwell dejando su cuenco lleno de comida y el aledaño de agua. 

Salimos del edificio y nos dirigimos hacia la parada del bus. Cruzamos el paseo marítimo y bajamos unas cuantas calles.

En unos minutos, estamos en la calle en la que debemos girar a la izquierda para llegar al autobús. Hablo de puras tonterías con Martine por el camino.

—¿Hay algún guapote en la oficina?

Volteo los ojos.

—Ay, Martine de verdad...

—¡A mi no me voltees los ojos! —me riñe, molesta. 

Comienzo a andar cuando veo un bus arribar a la parada, al fondo, y aún estamos a bastantes metros.

—¡Espérame, estoy entaconada! —grita Martine, pero si lo hago llegaremos tardísimo y Fatti nos linchará.

Correteo cuando el autobús abre sus puertas y seguimos aún alejadas.

Llegamos y el conductor, que ya había encendido el motor, se asusta cuando llego de golpe.

—¡Hola! —le pago las treinta liras, debo ir a sacar la Istanbulkart porque en tres días me he gastado noventa liras.

—Pase. —dice en un inglés chapurreado.

Me quedo esperando y el conductor arranca y veo a Martine llegando, alzando las manos mientras grita.

—¡Espere! —la oigo gritar y el conductor frena de golpe cuando ya ibamos a salir. 

—¡Martine! —le grito cuando entra. —Madre mía, que espectáculo. 

Paga su entrada y nos sentamos en cualquier puesto; pues casi todo está libre porque son las siete mañana.

Miro la hora, son las ocho y siete.

—Vale, yo creo que llegamos.

El bus cruza el puente que siempre quedo embobada mirando; es realmente precioso y es algo indescriptible que lo entederás si algún día visitas la ciudad.

—Pues a mi no me gusta. —murmura Martine. La miro, extrañada.

—¿La ciudad?

—Ay, sí. Son tan conservadores que me aburren, la verdad. ¡Me han mirado raro por como voy vestida! —la miro de arriba abajo.

Lleva un vestido pegado y bastante corto, llega hasta los muslos, es de una mezcla azulada y verde, y aparte lleva unos tacones de diez metros.

Decido no decir nada más y sigo mirando por la ventana.

En menos de cinco minutos, hemos llegado al Bazar de Las Especias.

—Bueno, ¿vamos?

Miro la hora y me acelero al fijarme que son las ocho y veinte. Entre que cruzamos el Bazar y todo, son mínimo las nueve menos venticinco y debemos llegar a Cebi antes de las nueve.

—¡Vamos!

Salgo correteando agarrando mi bolso, metiéndome al Bazar.

—¡Que me esperes, coño!

Martine llega a mi lado y me interno entre las filas de gente que andan por el lugar.

El Bazar de Las Especias es una belleza que hay que admirar al menos una vez en la vida. El techo está decorado de detalles dorados y negros, con arcos del mismo color, tiene varias ventanas encima de los puestos donde se vende de todo: especias, souvenirs, hierbas... de todo tipo de objetos. Todo está impoluto, y he tenido suerte; pues no está atestado de gente como el domingo, yo creo que por las altas horas de la mañana y porque es lunes.

De todas formas, troto por el largo pasillo del Bazar, Martine me persigue cómo puede, veo la esquina del lugar y giro derrapando como si fuera un coche. Alcanzo a ver la salida del bazar y la calle recta que debemos seguir.

Sin embargo, al esquivar a un señor mayor, caigo al suelo cuando choco con alguien de frente.

Un gran estruendo y un bullicio se forma cuando caigo hacia atrás y el tipo también. Me falta el aire por el golpe y me duele la espalda. Abro los ojos, quejándome por el dolor.

Lanetetmek... —veo al hombre con el que he chocado, recogiendo la caja que se le ha caído. —Nereye gittiğine bak!

No entiendo que me dice, pero lo miro a los ojos cuando alza la cabeza y...

Tendrá mi edad o igual algún año más, tiene una barba negra, el pelo castaño y unos ojos verdosos oscuros, o más bien marrones claros que me fascinan.

Su boca queda abierta cuando parece que va a decir algo más, pero se queda mirando mis ojos fijamente. Sus orbes escudriñan toda mi anatomía de arriba abajo. Siento que mis piernas tiemblan cuando me tiende la mano.

—L-lo... lo siento. —murmuro cómo puedo.

—¿No hablas turco? —me pregunta en inglés. Niego con la cabeza. —Oh, entiendo.

Agarro su mano y me levanta de un tirón, la fuerza me lleva contra su pecho y durante unos segundos me permito sentir el aroma varonil que emana de su cuerpo. Sin embargo, vuelvo en sí y me separo.

—Perdón, yo... iba con prisa...

—No pasa nada. —me corta, alzando la caja. La abre ligeramente y ojea. —Está todo perfecto. No es nada.

Le sonrío, algo nerviosa.

—Bueno, mejor...

—¿Cómo te llamas, pelirroja? 

Su pregunta pone mis piernas a temblar de nuevo con el mote que me enerva, y creo que es notable por cada poro de mi piel. Abro la boca para contestar, sin embargo, la voz de Martine me detiene.

—¡Tía, menuda ostia te has dado! —dice, revisando que esté bien. —¡Venga, que no llegamos a la hora!

—¡Es cierto! —mi amiga sale corriendo como sus tacones le permiten. Miro de nuevo a aquel hombre, del cual, tampoco sé su nombre. —Mu-muchas gracias. —digo, ruborizándome ligeramente. —¡Adiós!

Salgo corriendo recomponiendo mi bolso.

—¡Pero... espera! —me grita, pero no paro y sigo correteando. Aún así, ahora su imagen no sale de mi cabeza. Maldita sea. 

Adelanto a Martine, que se tropieza con los tacones. Miro hacia atrás, perdiendo la imagen de ese hombre entre la gente que atesora el Bazar. 

Llego al final de la calle, donde está la carretera. Pasan varios taxis y alzo la mano.

Taksi! —grito, pronunciándolo como el traductor de Google me ha enseñado. Uno de ellos para, saliendo ligeramente de la carretera y acercándose a la acera. Me meto dentro del asiento del copiloto.

Veo a mi amiga llegar al final de la calle, alzo la mano desde dentro del taxi y la muchacga corre, metiéndose en el asiento trasero. 

Çebi'ye gidelim hukuk firması lütfen—le digo en su idioma natal al taxista, que asiente y arranca cuando Martine cierra la puerta.

La oigo jadear, cansada por la caminata.

—Menudo manejo del idioma, ¿eh? 

—¿Verdad?

Río por el comentario y arrancamos, dirigiéndonos hacia Cebi. 

No puedo mentir, me sería completamente imposible. Sería una grave mentira decir que en todo el trayecto hasta Cebi, he pensado en otra cosa que no sea ese hombre de barba negra y ojos verdosos que, siendo sinceros, no ha salido de mi cabeza en el resto del día desde que lo vi.

Paso el día en la oficina, pero sus ojos oscuros siguen escudriñandome desde mi cabeza, que no deja de emitir su imagen.

Adrer.

La mañana me recibe con el sol atizando mi cara. Me pica la frente por el atisbo de luz que atraviesa la ventana, que justo cae a mi cara. Es martes, uno de los días más duros en el Bazar. 

Miro la hora, son las siete en punto. Me levanto de la cama, tendiendo la sábana. 

Me meto al baño, dándome una ducha de agua fría. 

Veinte minutos después, me pongo mi ropa y salgo. Hassu me espera ya abajo.

—Menos mal. —murmura, volteando los ojos. —Estaba apunto de coger las llaves e irme. ¿Te habías caído en el váter?

—Eres una impaciente.

Salimos de la casa y entramos al coche. Vivimos en el Barrio Temmuz, que está a unos quince minutos del Bazar, sin embargo, debemos pasar primero por otra cosa.

—Hoy tenemos nuevas cargas, nuevas vajillas y nuevos juegos de té. —informo a mi hermana mientras conduzco al almacén que siempre frecuentamos: Terkos Pasaji.

—¿Entonces?

—Vamos a recogerlos a Terkos.

El silencio se forma en el vehículo durante unos segundos luego de que mi hermana asienta. 

—¿Qué tal ayer con Fatma? —me pregunta al cabo de unos segundos. 

Ladeo ligeramente la cabeza.

—Bien, la verdad. —murmuro. —Comí con ella en casa y la dejé de nuevo en el colegio, luego fui por ella y me quedé en la casa de Yendal hasta que ella llegó del trabajo.

—¿Hoy también debes ir con ella? —cuestiona. —Ayer hubo muchísimo trabajo en el Bazar. 

—No, no. —contesto. —Yendal sale hoy a las diez, empieza por la tarde y su hermana se quedará un rato con Fatma. Los martes son días complicados en el Bazar. 

—Entiendo. 

Aproximadamente quince minutos después, llegamos a Terkos, que es una especie de calle dónde se venden todo tipo de objetos. 

—Bien.

—¿Son muchas cajas? —pregunta Hassu. —Para ir a ayudarte.

—Son unas cuantas, así que sí, ven.

Nos adentramos en calle buscando el comercio de color naranja al fondo del todo.

Minutos después, entre la gente que atesta el lugar logramos encontrar el almacén. 

—Aquí es.

Toco la puerta y me abre el muchacho que trabaja aquí, Yeri Tugûtlu. 

—¡Adrer! —me saluda el hombre. —Llevaba tiempo sin verte.

—Buenos días, Yeri. —le devuelvo el saludo. —Sí, nos ha durado bastante la otra mercancía. 

—¿Vienes por más?

Asiento. 

Yeri se mete hacia dentro del almacén. Segundos después, sale con una caja en brazos.

—Llegaron para vosotros ayer. —me dice, entregándome una de ellas. Agarra otra que le entrega a Hassu. —Son... 200 liras. 

Saco el dinero de mi cartera dejando la caja en el suelo. 

—Listo. —dice Yeri. —¡Adiós!

—¡Adiós!

Salimos de Terkos y entramos al coche como nos permite la reducida movilidad entre la gente que atesta la calle. 

Abro el maletero metiendo las cajas dentro. Ayudo a Hassu a dejar la caja; pues de verdad pesa.

—Bien. —cierro el maletero. —Vamos.

Entramos al coche y salimos en dirección al Bazar. 

Sin hablar absolutamente nada, llegamos al Bazar de Las Especias entrando por la salida occidental, la que tiene una calle que desemboca a la carretera. Hemos aparcado en el parking más cercano, y llevamos las cajas a pie hasta nuestro puesto en el Bazar.

—¿Sigue estando loca? —pregunta Hassu detrás mía y no sé por qué me da que se refiere a Yendal.

—Yendal siempre, eso es algo de nacimiento. —contesto. La oigo reír.

Entramos al Bazar por la fila derecha. 

—Mamá me dijo por teléfono que fuéramos a verla con Fatma, extraña a su nieta. —dice ella, al cabo de unos segundos. Giro ligeramente la cabeza cuando cruzamos la esquina.

—Oh, sí...

Me interrumpo a mí mismo cuando caigo al suelo con el choque de alguien, logra derribarme y la caja se me cae al suelo. Siento un dolor en la parte alta del estómago por sentir la caja apretándome el abdomen.

Un latigazo de dolor recorre mi espalda cuando choca contra el suelo y abro los ojos, apretando los dientes del dolor. 

Alzo la cabeza y veo una cabeza pelirroja en el suelo frente a mi, sin embargo, miro la caja y me acerco a revisar que toda la vajilla esté bien sin dirigir mi mirada hacia la chica.

—¡Mierda! —grito, molesto mientras miro lo que hay dentro. —¡Mira por donde vas!

Por fin alzo mi mirada y siento mi corazón acelerarse al instante al ver a esa mujer. Ella alza su semblante también hacia mi y sus ojos oscuros me analizan de arriba a abajo.

—L-lo... lo siento. —murmura tímida, en inglés.

<<No sabe turco, no es de aquí. Solo hace falta verla para saber que no es de Turquía.>>

Es bastante blanquita, su melena rojiza cae por sus hombros. Lleva un vestido ancho y unas zapatillas blancas. Tiene pequitas en la nariz y se extienden por sus mejillas. También porta unas gafas negras en la cabeza. 

—¿No hablas turco? —le pregunto en inglés. 

Cuando iba al Instituto, la materia que se me daba mejor era el inglés; logré sacarme el máximo nivel de los éxamenes del estado, el C2. 

La chica niega con la cabeza.

—Oh, entiendo. —murmuro. 

Se soba la cabeza cuando me levanto y le tiendo la mano para ayudarla.

Me da su mano, suave ante mi tacto y jalo de su brazo, llevándola contra mi pecho con la fuerza que ejerco. Durante unos milisegundos, o incluso nanosegundos me atrevería a decir que inhala mi olor, sin embargo, se separa casi al instante.

—Perdón, yo... iba con prisa...

—No pasa nada. —la interrumpo, me sonríe algo nerviosa. —Está todo perfecto, no es nada. 

—Bueno, mejor... —murmura sin mirarme a los ojos.

Se hace un silencio entre los dos aún con el Bazar bulliendo detrás.

—¿Cómo te llamas, pelirroja?

Su cara se pone del mismo color que su pelo cuando formulo la pregunta, se ruboriza y me inspira ternura. 

Pero se rompe la magia del momento cuando una mujer con un vestido —que más corto, y va desnuda— girando la esquina. Se acerca a la pelirroja y la examina por todas partes.

—¡Tía, menuda ostia te has dado! —dice, revisando que esté bien. Me mira durante unos segundos antes de seguir corriendo cómo sus altos tacones le permiten. —¡Vamos, que no llegamos a la hora!

La pelirroja se dispone a seguir corriendo.

—¡Es cierto! —me mira durante unos segundos. —M-muchas gracias. —titubea antes de correr detrás de su amiga. Trato de detenerla pero llevar la caja no me lo permite. —¡Adiós!

—¡Pero... espera! —le grito, pero la caja me impide moverme demasiado cuando la pierdo de vista entre la gente. 

<<¡Mierda! No la voy a volver a ver.>>

Hassu me observa desde lejos. Se acerca a mi y pasa a mi lado.

—Enamorado a primera vista, ¿eh?

Me palmea el hombro y sigue andando con las cajas en dirección a nuestro puesto, y yo me quedo allí, aún fascinado por la belleza pelirroja que acaba de pasar por mi vida.

Apoyado sobre el mostrador del puesto, observo como un vaivén de humanos pasando de lado a lado, tampoco me preocupa si vendo o no. Oigo a Hassu en su lado del puesto, gritando como loca y vendiendo todos sus objetos. Yo, sin embargo, estoy apoyado sobre el mostrador con la cabeza en las nubes por el choque que he tenido con esa mujer; porque sí, sigo pensando en ella, y creo que lo haré durante todo el día.

Es que cuando la vi sentí algo carcomerme; algo así como un calor por dentro que daba atisbos de punzadas en el corazón, que latía loco por encontrarme con ella. ¿Será que ella tiene algo especial?

No sé, si lo tiene o no lo tiene, no importa, pues no la voy a volver a ver y ni siquiera sé su nombre.

—¡Oiga! —Una voz me despierta del trance, pues estaba mirando fijamente a una superficia evocando la imagen de la pelirroja. 

—¿Qué? —contesto de mal humor.

—Que me enseñe sus productos, por favor.

De mala gana, me yergo frente al hombre y cojo los platos que exponemos al fondo. Los dejo caer en el mostrador mientras le voy indicando.

—Esto es un plato blanco con detalles azules. —Le señalo. —Este, con detalles amarillos. Este con detalles morados y este con detalles verdes.

—¿A cuanto están? —insiste el ser más pesado que he tenido el gusto de conocer.

<<¡Son un timo!>> 

—A 300 liras.

—¿Tan caros?

Asiento.

—Y no son Duralex, así que si se le caen, despídase de ellos. —gruño. No sé que me pasa hoy, pero no estoy dispuesto a aguantar las tonterías de los humanos. El hombre parece pensar durante unos segundos, pero mi paciencia no da para más cuando le grito. —¿¡Se va a decidir o no!? ¡No tengo todo el día!

—¡Qué maleducado!

—¡Sino va a comprar deje de molestar!

Acto seguido, el señor, que por lo que veo era cojo, se va con su cojera a molestar a otro lado.

Me recuesto sobre el mostrador de nuevo y oigo la puerta de madera del puesto abrirse. Es Hassu desde el otro lado.

—Te he oído gritar. —me dice. —¿A quién le has gritado?

—Un señor me estaba haciendo perder el tiempo para no comprar nada. —me giro para mirarla. —Y no estoy para eso.

—¿Por qué te estaba haciendo perder tiempo?

Se cruza de brazos.

—¡Me ha empezado a decir que...!

Me quedo callado cuando me doy cuenta de que el hombre no me ha dicho nada malo.

—¿Qué...? —dice Hassu, incitándome a seguir.

—No... no... —titubeo. ¿Qué demonios me está pasando hoy? —No me ha dicho nada malo, Hassu.

—¿Entonces?

Paso saliva con fuerza.

—No sé, no sé qué me pasa, Hassu... no estoy de humor. —me yergo.

—Yo si sé lo que te pasa. —se me acerca, me agarra la cara con sus pequeñas manos para obligarme a mirarla y tengo que bajar la mirada para lograr verla. —Pe-li-rro-ja.

Siento la sangre bajar de mi cabeza hacia otro lugar cuando la oigo. 

<<Tiene razón.>>

—No es por eso...

—¿No? —cuestiona, con sorna. —Pues desde que la viste estoy segura de que no has pensado en otra persona ni en otra cosa, te lo aseguro.

Resoplo.

—Es que... —volteo los ojos. —no sé ni como se llama y... cuando la vi sentí algo especial, Hassu. Te lo juro. Sentí un calor por dentro que me decía que era ella, asi lo sentí. Y... no voy a volverla a ver. Ni aquí ni en ningún sitio.

—Yo solo te voy a decir algo, Adrer. —dice mi hermana, palmeándome el hombro. —Ubícate y ponte a vender, piensa en otra cosa... que además, Estambul no es tan grande como para no volverla a ver. Si de verdad era la que era para ti, volverás a verla, te lo prometo.

Se aleja y vuelve a su cubículo, dejándome pensar en sus palabras.

En cambio, salgo de todos mis pensamientos cuando mi móvil comienza a vibrar en la encimera que hay. Me muevo hasta el dispositivo y lo agarro, viendo el nombre de Yendal en la pantalla. 

Pulso el botón verde para contestar y me lo acerco a la oreja.

—Yendal, ¿qué pasa?

¡Adrer! —la oigo gritar al otro lado de la línea, desesperada. —¡Tienes que venir al Hospital Liv!

—¿Al hospital? ¿Para qué?

¡Ven! 

—A ver, Yendal, trata de calmarte, ¿sí? Explícame que pasa.

El silencio se hace durante unos segundos en la linea.

¡Ven ya! Fatma esta muy enferma.

Mi tensión baja al instante cuando mi visión se torna borrosa, los oídos me pitan y me tambaleo.

—¿F-Fatma...?

¡Sí! Tiene mucha fiebre y temblores. ¡Ven ya al Hospital Liv!

Cuelgo el teléfono y moviéndome con dificultad, agarro mi abrigo y salgo del puesto, poniéndole la reja para que no roben nada. Paso por en frente del de Hassu.

—Adrer, ¿dónde vas? —me cuestiona al verme.

—Fatma está muy enferma, me voy al Liv.

No logro entender que es lo que me dice pues sigo andando, saliendo del Bazar mientras me abrigo y me dirijo a mi coche.

Entro y arranco saliendo para allá lo más rápido que puedo, el Hospital Liv queda bastante lejos de aquí, hay que cruzar el puente y se tarda un rato. 

Aún así, conduzco lo más temerariamente posible y un trayecto de cuarenta minutos hasta el Liv lo reduzco en veinte cuando llego al hospital.

Aparco el coche y entro a la zona de niños, buscando a Yendal con la mirada. Sin embargo, no la encuentro por más que busco y decido preguntar en secretaría. 

—Hola, buenos días. —por suerte, son las cuatro de la tarde y esto está poco concurrido. —Soy el padre de Fatma Bulshoy, que ha venido hace poco con su madre, Yendal Karagazzi. ¿En que habitación está?

Me pide el DNI, busca la información de Fatma y revisa que sea cierto todo lo que digo, y evidentemente lo es. 

—Están en la habitación 232 del segundo piso.

—Gracias.

Casi que corriendo, me muevo hasta el ascensor y subo al segundo piso.

Con el corazón en la boca, busco la habitación 232 y cuando la encuentro, toco la puerta, encontrándome a Fatma con un paño en la cabeza y a Yendal a su lado. 

—¡Adrer! —se levanta y me abraza, le toco la espalda a modo de 'abrazo' y cuando se separa de mí me acerco a Fatma.

Esta bastante pálida, tiene ligeros y espasmos y tiene ojeras.

—Fatma... —le rozo la mejilla con los nudillos.

—Papá...

—¿Cómo estás, hija?

Me sonríe. 

—Mejor. Me han dado un medicamento, y estoy mucho mejor. Ya he dejado de vomitar.

Me giro a mirar a Yendal.

—¿Ha vomitado?

Asiente.

—Es un virus de esos que dan ahora...

Frunzo el ceño pero devuelvo mi mirada a Fatma.

—Hija...

—Estoy mejor, papá. Tranquilo. 

Me siento a su lado y tomo su mano.

El sonido de la puerta me hace mirar y veo al doctor entrando con una tabla de esas en la mano.

—Doctor. —me levanto, dándole la mano. —Soy el padre de la criatura, Adrer Bulshoy.

—Buenos días, seño Bulshoy.

—¿Qué le ha pasado a mi hija, doctor?

—Nada, Adrer, cálmate, era un simple virus... —oigo murmurar a Yendal y la fulmino con la mirada.

—¿Un simple virus? —chista el doctor. Chasquea la lengua. —Nada de eso.

Ladeo la cabeza.

—¿No era un virus? —niega con la cabeza, miro a Yandal y no dice nada. —¿Entonces, que era?

Mira su tabla, pasa la hoja a la siguiente.

—Aún no sabemos con qué alimento, ni si fue algo en mal estado o que... pero Fatma ha tenido una intoxicación alimentaria.

Me giro a mirar a Yendal, que a diferencia de mí, no me mira a la cara.

<<Ella lo sabía y ha sido por algo que me lo ocultaba.>>




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