Capítulo 20: 'Constantinopla'
Bella.
Faltan tres horas para la cita de Deniz con el psicólogo. Necesitamos que su trastorno este verificado, es lo único que puede librarlo de una pena carcelaria de larga duración.
Mi mente no ha dejado de pensar en todo lo sucedido; la amenaza a Adrer, mi móvil hackeado escuchándome a cada nada, el nulo intento de acuerdo amistoso con Yendal...
—¿Y qué más dijo? —la voz de Martinee me saca de los lugares más recónditos de mi mente. —Te has quedado pasmada.
Paso saliva.
—Básicamente... —farfullo trayendo los recuerdos. —Me insultó, me dijo de puta para arriba y que todo era culpa mía; que Adrer no quiera saber nada más de mí, que le caiga bien a Hassu y ella no, o incluso que le caiga bien a su hija, todo es culpa mía.
—Qué maldita idiota. —reacciona mi amiga posando la cabeza sobre su puño cerrado. —Se merece que le desgranes un vaso en la cabeza.
—Qué si ramera, que si perra, que si arrastrada... —suspiro profundo. —De todo, cómo si yo tuviese culpa de que Adrer la odie.
—Ya. —me mira con complicidad. —Hablando de Adrer, ¿qué tal con él, eh? Ya os veo muy... acaramelados, ¿no?
Las mariposillas de mi estómago se ponen a dar vueltas como locas. Muevo el ratón del ordenador de la oficina para disimular.
—Tía, todo es maravilloso a su lado. —disocio recordando todo lo que ha sucedido. —Todo, absolutamente todo. El ambiente, su familia, el sexo... —susurro lo último. Ella ríe. —¡Todo!
—Me alegro, amiga...
La conversación se ve interrumpida por el sonido de la vibración de mi móvil al que le entra una llamada. Veo el nombre de Deniz en la pantalla cuando lo saco del bolso, frunciendo el ceño por inercia. Guardo el móvil lejos de mi cuando no me hace falta, en un intento de que, quién sea que me espíe, no oiga todo lo que yo digo.
—Es... Deniz. —musito. Tomo el teléfono para pulsar el botón verde. —¿Deniz?
No oigo respuesta, solo mucho ruido de fondo, como si varios cristales tintinearan a la vez y hubiese varias máquinas funcionando.
—¿Deniz? —repito al no recibir respuesta. Pongo una mueca porque lo único audible es el sonido y el barullo de la maquinaria.
Pasan unos segundos hasta que oigo su voz.
—¡Bella! —me grita.
—Deniz, ¿dónde coño estás?
—No podré asistir hoy a la cita del psicólogo, lo siento mucho. —la llamada se corta entre palabras pero logro descifrar el mensaje. —¡Aplazala, me surgió un imprevisto...!
Sus palabras se deshacen en ondas de sonido alteradas por las interferencias electrónicas del móvil. La llamada se termina y bajo el dispositivo de mi oreja con molestia.
—Este tío es tonto...
—¿Qué te dijo? —cuestiona Martinee desde su silla.
—Que no puede ir hoy a la cita. —bufo. —Idiota. Ya dudo que nos dé tiempo a conseguir otra, desde el día que la planee y ahora ni siquiera va a ir... y tampoco me da motivos. Joder...
Me paso las manos por la cabeza, sosteniéndome en la mesa y noto el peso de Martinee apoyarse sobre mi espalda. Guardo el móvil en el bolso de nuevo apartándolo de mí.
—Nena, cálmate. Podrás ayudarle sin ese certificado...
—¿Llego en un mal momento o vais a salir al descanso ahora?
Esa voz me hace levantar la cabeza para encontrarme con la persona que me alegra al instante con su mera presencia.
—¡Adrer!
Sujeta un ramo de rosas rojas, las cuales aparta cuando me lanzo a sus brazos.
Me remuevo entre ellos para separarme unos centímetros y plantar mi boca en la suya con un beso casto.
—Yo también me alegro de verte. —ríe cuando me alejo.
—¿Cómo tú por aquí? —digo.
—Sé que sales a las tres y faltan —mira su reloj imaginario— cinco minutos. Y no sé, tenía algo de tiempo libre... y vine a verte, aunque sean cinco minutos. Además, como soy familiar del simio de tu jefe...
Suelto una risotada entre dientes.
—Pues sí, tienes razón. Es un simio.
Se acerca chocándole el puño a Martinee, que se lo tendía como si fuese uno de su amigos.
—¿Ves? Él si me cae bien, no como tus otros novios.
—¿Como que otros novios? —musita él frunciendo el ceño. Abro la boca sin saber que contestar.
—¡Ex! ¡Quiero decir! Ex... —aclara mi amiga haciéndonos reír.
Meto todo en mi bolsa.
—¿Qué te pasaba? —cuestiona el mercader por detrás mía.
—Nada importante. —le resto valía. —Simplemente que Deniz me ha dicho que cancele la cita del psicólogo de hoy, donde, literalmente, iban a darle el diágnostico que necesita para poder salvarse de la cárcel, o al menos, reducir su condena.
—Pero eso sí es importante. —refuta él. —¿Qué vas a hacer?
—Darle una patada en los huevos a Deniz. —gruño. —¿Cómo coño hace esto, ahora que sabe que llevo meses planeando esta maldita cita? Ese psicólogo es de los mejores que verá su trastorno a la legua y va este imbécil y no viene.
—¿Por qué crees que es? —pregunta Martinee.
Mi mente trae los recuerdos de la llamada de hace escasos minutos.
—Había mucho sonido de maquinaria de fondo... —comento. —Como cuando estás cerca de la hélice de un avión. Tal cual así.
—¿Cerca de la hélice de un avión? —dice mi amiga haciendo una mueca. —¿Se ha ido de viaje en estas circunstancias?
—Imposible. —desmiento con la ira recorriéndome las venas. Juraría que era una hélice. —Lo mato si está de viajecitos ahora con el lío que tenemos encima.
—Calma, calma. Vas a lograr que esto salga bien, Bella. No le des más vueltas. —trata de tranquilizarme el mercader abrazándome. —¿Qué os parece si hacemos plan hoy a la noche, los cuatro? —se separa de mí y levanta la mano como un boy-scout haciendo un juramento. —Prometo que esta vez si que aparezco.
Río sin ganas.
—¿Por la noche? —me tiro en la silla drámaticamente. —Estoy destrozada para ir a discotecas.
—No hombre no, a discoteca no. Pero podemos ir a tomar algo, a un bar con música, así relajados y luego ir a comer algo por ahí a eso de las dos.
—¿Dos? ¿De la mañana? —replica mi amiga.
—Claro, a esa hora hay miles de puestos de comida, helados y de todo por la ciudad. —comenta. —¿Nunca habíais oído que Estambul es la Nueva York asiática?
—Pues no. —hago una mueca.
—Normal, porque no lo dicen. —bufa irónico. —Bueno, ¿qué os parece? ¿A las once en la entrada del Nydia?
—Me has convencido. —dice Martinee.
—A mi también, mercader. —sonrío.
—Perfecto, avisaré a Ahmed y todo genial. —vuelve a mirar su reloj imaginario. —Ya son las tres. —extiende su mano diciéndonos que pasemos. —Las señoritas primero.
√
Cierro la puerta de mi habitación del ático, besando al hombre que me pega su dureza contra la entrepierna calentando cada célula de mi ser.
Lo empujo contra la cama, desabrochando sus pantalones y colocando mis rodillas desnudas a cada lado de su torso. Beso su pecho con una fina capa de vello mientras me deshago de la parte inferior de su ropa.
Sus labios pecaminosos visitan mi cuello y mis pechos al descubierto y logro quitar la prenda. Meto la mano por dentro del bóxer y empuño la mano cuando palpo la erección que me pone a babear.
—Tienes las manos frías. —me sonríe.
—Una cosa bastante curiosa sabiendo que estoy apunto de ebullición por dentro.
Me muevo unos centímetros para abajo, deshaciéndome por completo de sus pantalones y liberando el pene erecto que me espera cuando quito la ropa interior.
Mi sexo se empapa con la mera imagen que se cierne sobre mí, con este hombre a mi merced sobre mi cama, aguardando por que lo domine como me plazca.
—Soy completamente tuyo, Bella. —jadea cuando comienzo a mover la mano entorno a su miembro.
Se me escapa una sonrisa de lado y me apoyo de puntillas en el filo de la cama para que mi boca llegue hasta la prominente erección que me llama desde hace rato.
Siento que me derrito cuando se le escapa un gemido cuando entra en el calor de mis labios y mi lengua pasea por su punta hinchada.
Mi derecha se pasea por el tallo mientras el músculo de mi boca y mis labios corretean de aquí para allá por la extensión del glande, todo en variaciones cíclicas junto a la penetración de mi garganta.
—¿Te pone tenerla en la boca?
Mi izquierda viaja hasta mi sexo empapado mientras sigo succionando y moviendo la derecha por el tallo.
—No sabes cuánto. —jadeo. Pego mi vagina a la parte alta de sus muslos para que sienta la humedad que emana. —Cada vez estoy más excitada con tus gemidos.
Sigo con lo mío durante unos minutos más, aproximadamente diez, masajeando sus testículos con la izquierda y metiéndomela de lleno en la garganta. Me avasallan las arcadas, pero trato de esquivarlas y logro contenerme.
La gran palma de su mano viaja hasta la parte trasera de mi cabeza y hace fuerza empujándome contra su miembro.
Se me amplía el canal de la gorja con su dureza abriéndose paso por dónde le apetece.
—Bella... —gimotea moviendo las piernas. Logro equilibrarme y sus manos vuelven a empujarme muy profundo.
Queda toda dentro de mi garganta, él jadea y succiono el glande que segrega el líquido blanco caliente que trago. Es un orgasmo bastante largo, pues continúo con la acción durante varios segundos. Se retuerce placer y es por culpa mía. Eso es lo que más me empapa, lo que más me pone. ¡Está gimiendo del placer por cosa mía! Tener a este hombre a mi merced de tal forma...
Sigue jadeando y soltando gemidos varoniles que me ponen a cien.
Ahora es él quién me toma del culo y me mueve hacia arriba.
—Siéntate en mi cara. —pide.
—¿No te tenía para lo que yo quisiese? —recalco el pronombre.
Ejerce fuerza en el cuello acercándose al manojo de nervios excitado y lo succiona, arrancándome un gemido. No me da ni dos segundos para disfrutar de la sensación cuando se quita de nuevo.
—¿Quieres, o no?
—Calla, anda.
Me muevo hasta quedar justo debajo de sus labios. Clavo las rodillas a cada lado de su cabeza y mi sexo empapado toca la barba de pocos días que lleva.
Se me escapa un jadeo cuando su lengua roza mi entrada.
—Tan pequeño y tan excitado... —musita pasando la lengua por ella de nuevo.
Toma los jugos que segrego por la excitación y el músculo de su boca penetra mi agujero haciéndome cerrar las piernas un poco.
Intenta mover los brazos y lo detengo, tomándolo del pelo. Tiro hacia arriba y su lengua toca la zona más erógena del interior de mi sexo.
—Balancéate sobre mí. —logra decir. —Disfruta de mi boca, de mi polla... Disfrútame, y demuéstrame porque siempre seré tuyo. Porque todo mi cuerpo, y todo mi ser, en realidad, siempre te pertenecerá.
Sus palabras me encienden por completo y comienzo a mover las caderas sobre sus labios, de lado a lado. Él, ladea la cabeza pasando la lengua por la entra y succionando el clítoris y robándome jadeos a cada movimiento.
Lo agarro del nacimiento del cabello con más fuerza, moviéndolo a mi antojo por dónde más me gusta. Aferra su palma a mi cadera y me separa, dándome una palmada en el sexo la cuál me hace soltar un respingo.
Llega un punto donde algo comienza a acumularse en mi estómago pero es entonces cuando, como si fuese una muñeca de trapo, Adrer me da la vuelta dejándome bajo él y me penetra de una sola vez provocando que me arda el cuerpo por dentro.
Me invade una sensación cuando su pene se abre paso dentro de mí, mi canal se abre dejando paso al hombre que me hace sentirla hinchada contra mí.
Posa sus grandes brazos a cada lado de mi cabeza, su mano izquierda baja hasta mi muslo levantándolo ligeramente y enredando sus piernas desnudas en las mías para embestirme con fuerza.
Anclo las muñecas en su espalda, que mueve sus músculos con cada choque, toma mi pelo en un manojo y lame la curva de mi cuello, mientras su longitud continúa rozándose en mi interior. La saca y la mete y cada vez empuja más adentro, con más potencia y siento que me voy a partir en dos con sus choques.
Se me arquea la espalda inconscientemente, su pecho se pega al mía y recibo palmadas y toques en el clítoris que arde con un solo roce, aún sí es ínfimo; me llena por completo con su miembro, mis uñas arañan sus nalgas por el instinto primitivo de agarrarme a algo, viajan a su espalda, repitiendo la acción.
Un latigazo eléctrico recorre todo mi cuerpo, echo hacia la espalda hacia arriba, mis senos están dolorosamente erizados, los toma entre sus manos y lame los pezones, dejando su saliva caliente sobre ellos. Me toma del mentón dándome el beso candente que termina de encenderme.
Cada vez va más rápido, se entierra en mí con más fuerza y suelta gruñidos que se transforman en gemidos cuando se derrama dentro y, a su vez, mi sexo se empapa más que nunca, siento escalofríos por todo el cuerpo, y a pesar de que su anatomía cubre la mía por completo, uniendo nuestras piernas, nuestros pechos, uniéndonos por completo, el orgasmo me hace sentir un frío abrasador que toma mi cuerpo entero, para luego hacerme sentir en una bola de fuego cuando mi canal se encoge, siento como mis paredes se contraen con la segregación de jugos llega sacando fuera los líquidos que provienen del orgasmo a la vez que, con gemidos muy sensuales que se pueden entender como mi nombre, Adrer se corre dentro mía con el golpeteo de las carnes de fondo.
Se echa a un lado arrebatándome el calor de su cuerpo, solo se oyen nuestras respiraciones exaltadas. Adrer se mueve, me doy la vuelta y lo veo lanzando el condón a la basurita al lado de mi cama. Lo tomo del brazo y lo devuelvo a la cama, enganchándome entre sus piernas y besando sus labios hinchados.
—Aún queda un rato hasta las once. —murmuro. —Quédate conmigo.
Me sonríe a centímetros de mis labios.
—Por supuesto.
Se sube del todo a la cama, dejando sus largas piernas extendidas por la cama. Me subo encima, abrazándolo por el torso y echándome a un lado. Queda frente a mi, coloco mis piernas desnudas sobre sus caderas, siento el calor de su miembro cerca de mi sexo, su pecho respira contra el mío con agitación, mis labios se encuentran a centímetros de los suyos.
—Te quiero, Adrer. —Sale de mi boca sin controlarlo y es lo único que logro murmurar antes de dormirme con nuestros cuerpos unidos.
√
Son las once menos cuarto cuando me observo al espejo, fascinada por lo buena que estoy. Me desperté a las ocho y cuarto, Adrer ya no estaba en el ático pero encontré un mensaje suyo indicándome que iba a su casa a prepararse y que nos veíamos a las once.
Eso es otra cosa que no sé manejar; me espían, no sé quién, pero puedo oír lo que hago y me avergüenzo de saber que me han oído teniendo sexo con él, gimiendo como una desquiciada. <<Dios mío, qué violento.>> Tampoco sé si pueden ver mis mensajes, por eso, los mensajes del mercader vienen en clave.
'Espero que tenga preparado el encuentro de mañana a las 11, por mi parte, yo voy a prepararme para dicha hora.'
Agito la cabeza, tratando de pensar en otras cosas. Me miro al espejo admirando el vestido negro que se ciñe a mi figura y que resalta las curvas que poseo, de la misma manera que el escote en forma de 'v' deja al aire una pequeña parte de mi pecho. Mi melena del color del fuego cae en ondas extendiendo toda su longitud hasta el inicio de mi cadera al estar sin recoger.
Para no ir demasiado elegante, me he puesto unas zapatillas básicas y una chaqueta vaquera del mismo color de mi ropa.
Milagrosamente, Martinee se encuentra lista también con el vestido rojo que le cubre hasta poco más de la mitad de los muslos. Recoge su pelo en una coleta alta y deja a la vista sus largas piernas que acaban en zapatos básicos.
—Me enorgullece vivir con una mujer tan hermosa. —digo admirando a mi amiga.
—Podría decir exactamente lo mismo de ti, señorita. —musita mirándome entera. —¿Te has visto? ¡Jamás había visto una mujer con ese cuerpo tan perfecto! Todo te queda bien. Normal que tengas al mercader loco.
—Anda, anda. —río. —Exagerada.
—¿Exagerada? —tuerce el gesto. —Solo hace falta ver la cara que pone cuando te ve.
Mi mente atrae el recuerdo después del rato de sexo que hemos pasado a la tarde.
<<—Te quiero, Adrer. —Sale de mi boca sin controlarlo y es lo único que logro murmurar antes de dormirme con nuestros cuerpos unidos.>>
<<Le dije te quiero y no me respondió nada>>
—Le he dicho que le quería, Martinee. —confieso segundos después. Mi amiga levanta la mirada extrañada por el tono en el que lo he dicho. —Y él no me dijo nada. —me emparanoio. —¿Será porque es demasiado pronto para esto? ¿Lo habré jodido? ¿Y si ahora no quiere saber nada de mí por ilusionarme así?
—Bella, Bella. —me detiene Martinee. —Cálmate, ¿sí? —me riñe. —Déjate de tonterías. Si Adrer no te ha contestado no será porque no siente lo mismo.
—¿No? —cuestiono. —¿Entonces por qué?
—Joder, piensa. Será porque tuvo una relación complicada con esa tal Yendal, ¿no le fue infiel? —asiento. —Tendrá miedo de caer otra vez y sufrir de nuevo, por eso estará más cortado. Pero hazme caso, se le ve en los ojos...
Oímos un claxon que detiene nuestra conversación. Nos miramos extrañadas y andamos hasta el balcón del ático.
Allí, se me sale una sonrisa cuando veo al mercader y a Ahmed en la calle de abajo esperándonos. Nos saludan y los imitamos sonrientes.
—Ala, vamos.
Me despido del perro y salimos del ático cerrando la puerta con llave. Miro mi móvil antes de apagarlo en el ascensor y Martinee habla.
—¿Siguen espiándote?
Asiento pasando saliva.
—¿Quién crees que será? —musito.
—No hay demasiadas opciones, Bella. —me mira apenada. —No es por desconfiada, pero estás tratando con un criminal...
Mis alertas se encienden al instante cuando por primera vez, sospecho de Deniz.
—Pero... —balbuceo. —¿Deniz?
—No se, Bella... Tú estate alerta, es lo mejor que puedes hacer.
Sus palabras siguen rondando por mi mente y bajamos del ascensor segundos después. Salimos a la calle donde el mercader y su amigo nos esperan.
Él está apoyado en el coche, mientras Ahmed conduce y mi amiga se pone de copiloto del Mercedes mientras yo me acerco al hombre que tiene la espalda apoyada en el carro y está para comérselo; lleva una camisa básica negra, se ciñe a su pecho y una chaqueta informal pero bonita, del mismo color de sus pantalones, que se aprietan contra sus piernas bien formadas.
—Cada vez que te veo estás más guapa, pelirroja —dice. —. Como me gusta saber que todo esto es mío. —farfulla acercándose a mí y posando su mano en mi cintura. —Estás preciosa, Bella.
—Tú también estás para comerte. —contesto yo. Poso las manos en su pecho y voy deslizándolas hacia abajo lentamente. —A mí también me encanta saber que todo esto es mío.
Me sonríe antes de lanzarse a mis labios y devorarlos con fiereza. A cada movimiento de su lengua en mi boca, muerde mi labio inferior apretando un poco y robándome un jadeo casi imperceptible.
—Bueno, van a cerrarnos todos los lugares dónde ir si seguís así. —nos interrumpe Ahmed desde la ventanilla. —¡Venga!
—Un día lo mato y no se entera nadie. —bufa Adrer riendo, abriéndome la puerta del coche y dejándome pasar. —Las señoritas primero.
Me relamo los labios.
—Quién diría que un hombre que me folla así sería tan caballeroso. —susurro en su oreja y veo cómo su piel se eriza. —Muchas gracias.
Pasa la lengua por los dientes antes de cerrar la puerta y entrar él por el otro lado.
Ahmed me saluda y arranca el coche perdiéndose por las calles de la ciudad. Admiro los fascinantes paisajes de la antigua Constantinopla desde mi ventanilla bajada. Ellos hablan de algo, pero yo no presto atención distraída con el paisaje que se cierne sobre nosotros.
Los edificios se adelantan hacia el mar, quedando muchos frente a la playa. El agua se refleja y llegamos a un puente pasando al lado asiático de la ciudad. Se alcanzan a ver varios barcos con luces prendidas, moviéndose lentamente por el Mar Mármara.
—¿Te gusta la ciudad? —oigo la voz de Adrer dirigiéndose a mí.
—Me parece una maravilla, sinceramente. —confieso. —Cosas así no se ven en Estados Unidos.
Él ríe con suavidad.
—No, de verdad. —interviene Martinee. —Esta mezcla de modernidad y tecnología con antigüedades clásicas de la historia del mundo en general, y además, con tanta fascinación por la religión...
—Es maravilloso. —completo. —Creo que este país debería ser visitado una vez en la vida, como mínimo.
El mercader me sonríe y Ahmed habla.
—Y eso que aún no has probado lo mejor de la ciudad. —me dice.
—¿Ah, no? —miro a Adrer disimuladamente. Él se da cuenta. —Pensaba que ya había probado lo mejor que hay por aquí.
—No, no. —ríe el conductor. —Aún no has probado el çay, ni has visto los trucos de los helados o la vida nocturna de Estambul fuera del ambiente de discotecas. Pero tranquilas, que hoy vais a conocer sobre ello y estoy seguro de que va a encantaros. —informa guiñando el ojo.
Devuelvo el semblante al paisaje y diez minutos más tarde llegamos a un bar perdido por el barrio de Üsküdar, en el lado asiático de la ciudad. El viento golpea mi cara con una canción de ABBA de fondo cuando bajo la ventanilla y saco la cabeza.
Se llama Chille Tekin, está por la zona de casas más normales del lugar y se ven luces por fuera de todos los colores. Se ve bastante amplio y aparcamos una manzana más abajo.
Andamos hasta la entrada del local, que no se encuentra a rebosar de gente pero tampoco está vacío; está en el punto medio, entre que tiene ambiente pero se puede respirar. Llegamos a la barra y Adrer queda lejos de mí.
—¿Queréis unos chupitos de Rakls u os quedaron muy malas experiencias con ellos? Yo voy a pedir uno para calentar motores. —propone Ahmed.
—No hay mejor manera de borrar una mala experiencia que creando una mejor que la destrone. —estiro los labios. —Que sean dos.
—Tres, porfissss. —confirma mi amiga sonriendo con fingida inocencia y alargando la 's'.
—Sois mala influencia. —ríe Adrer irónico. Se acerca hasta mí, tomándome de la cintura. —Cuatro, por favor.
Los muchachos piden y se pelean por pagar, mientras que me acerco a la esquina de la barra llamando al camarero.
—Que sean unas tres rondas de chupitos, y lo que pidan luego a mi cuenta. —le guiño un ojo.
—Oído, señorita.
Pago lo ya pedido.
—Ya está pagado. —me acerco a ellos dos. —Vamos a la mesa con Martinee.
—Bella...
—No me rechistes. —lo interrumpo. —Me tocaba pagar algún día.
No dice nada más, aunque tiene intenciones de hacerlo y llegamos a la mesa donde mi amiga espera.
—Me gusta este sitio. —dice. —Es un ambiente mucho menos cargado que las discotecas pijorras que frecuentamos.
—Las maravillas del mundo de clase media de Estambul. —le contesta Ahmed.
Charlamos de banalidades cuando el camarero llega con la primera ronda de chupitos.
Esta viene acompañada de un vaso de agua para cada uno
—¿Agua? —cuestiono, extrañada.
—Sip. —musita el mercader. —Se vierte dentro del chupito para alivianar el ácido de este.
—En las discotecas no nos daban agua. —recalca mi amiga.
—Sí, pero venía mezclado.
—¿Tiene alguna de las señoritas el valor para probar esta delicia turca a palo seco?
—Si, claro, y me da una úlcera. —bufa Martinee.
—¿Me estás retando? —me encaro yo a diferencia de mi amiga.
—¿La dulce abogada va a tragarse esto recién salido de la botella? —me dice Ahmed.
—Tú no sabes con quién estás hablando, Ahmed. —ríe mi compañera. —Esta es capaz de beberse todo a palo seco. —mira a Adrer disimulando bastante poco. —Pero con control, eh.
Sonrío.
—Que lo demuestre, entonces. —interviene el mercader. —¿O es que eres de... hablar y no cumplir, pelirroja?
Me giro con los labios curvados hacia un lado, tomando un vaso de chupito sin despegar la mirada del rostro del mercader, acercándome el pequeño recipiente a los labios y entonces, redirijo mi semblante hacia Ahmed.
No pienso más cuando el fuerte hedor a anís y a gel hidroalcohólico toma mis fosas nasales, pero decido cerrar mis vías respiratorias y dejar que el líquido ponga a arder mi organismo cuando pasa por mi garganta y siento que me he comido un limonero.
Mi expresión se arruga por mera inercia, a pesar de que trato de disimularlo, el sentir que me he comido un limón con piel no me deja fingir impasibilidad.
—¿Qué? —ríe el mercader. —¿Sabe a algodón de azúcar o no?
—Te odio, hijo de puta. —toso. Mi mano logra alcanzar el vaso de agua y me lo llevo a los labios bebiéndolo de un solo trago.
Levanto la mirada encontrándome a Ahmed aguantándose la risa. Mira de reojo a la persona aledaña a él, mi supuesta amiga que vierte su agua en su chupito para distraer su carcajada contenida.
—Por chula. —me susurra el lío de mi amiga.
—Cállate.
√
Ha pasado un rato cuando me encuentro a mí misma mareada en la pista, moviéndome junto al cuerpo del comerciante que me observa extasiado, como si mis alterados pasos fuesen la mejor vista que ha tenido el placer de vislumbrar.
Sus manos viajan por mi cintura y se pega contra mí dejándome sentir todo de él.
La música da un giro abrupto pasándose a una balada.
—Şimdi, buralarda sahip olduğumuz çiftler için bir balad.
Bufo.
—Algún día aprenderé turco.
—Yo puedo enseñarte. —me dice el mercader.
Sonrío y me aprieta contra él, dejando nuestros labios a centímetros. Me pierdo en el ónix de sus ojos y me toma del mentón.
—Ambos sabemos que si estamos tú y yo, no nos vamos a enseñar nada.
Ladea la cabeza.
—Estás loca.
—Sí, por tus besos. —jadeo cuando su mano se cuela entre mi ropa tocándome la parte baja de la espalda. —Por tu tacto. —siento su respiración agitada con el olor a menta que acaricia mis fosas nasales. —Por tu olor...
Él ríe.
—En conclusión, que te gusta todo mí.
La canción comienza a sonar. Chasqueo la lengua.
—Siempre estropeando todo con tu chulería.
—No te enfades, pelirroja. A mí también me gusta todo de ti.
Me quedo observando sus labios mientras su mano toma la mía moviéndose con la lentitud de esta canción.
Trato de coordinar movimientos sin dejar de mirar esa boca.
—Este tema se llama Beni Unutuma. —su dedo pulgar izquierdo viaja a mi mejilla. —Trata del amor verdadero, de su significado... De lo que significa el destino y lo que realmente quiere hacer con nosotros; unirnos, permitir que nos amemos y que nos corresponda quién debe hacerlo en verdad. Y no quién queremos creer. —no entiendo nada de lo que dice la canción pero sus palabras hacen que mi corazón de un vuelco. —Eso siempre se va a sentir; no importa la distancia...
—Ni el tiempo... —completo yo sonriéndole.
—Siempre se sentirá esa conexión inigualable. —decimos al unísono cuando la canción llega al coro y entonces él se lanza a mis labios, devorándome en medio de la pista pero a su vez, haciéndolo con el cariño que denota algo más. <<Algo más>> Ese término es la clave. ¿Quiero algo más con él?
<<Eso es obvio, Bella>>
Cuando pierdo el calor de sus labios, me separo de su cuerpo y siento que estoy desprotegida.
—Ven. —me toma del brazo llevándome fuera de la gente. —Te voy a enseñar la mejor bebida que hay en este país.
—¿No era el Rakl?
—Una bebida no alcohólica. —me guiña un ojo.
Nos dirigimos a la salida del local, encontrándonos a Martinee y Ahmed comiéndose la boca apoyados en una viga.
—Emmm... —se acerca Adrer por detrás con cuidado. —Chicos... —se detienen acelerados y ambos miran al mercader. —Nosotros vamos a tomar un çay. Para que sepáis, nada más...
—¿Para esto nos interrumpes? —musita un Ahmed supuestamente molesto.
—¡Yo voy! —grita Martinee dirigiéndose hacia mí.
—No me jodas. —le dice Ahmed. —¿Me vas a dejar así?
Se acerca a su oreja y le susurra algo que deja al muchacho colorado. Adrer y yo nos miramos extrañados.
Martinee viene hacia mí de nuevo y salimos andando con el mercader. Su amigo se acerca y andamos por la calle hasta llegar a una esquina.
Giramos la manzana y siento que entro al paraíso; la rúa está llena de vendedores ambulantes que ofrecen de todo.
—Desde castañas, bebidas alcohólicas, helados y çays, hasta ropa y calzado. —informa Adrer. —Estas calles son conocidas por su alto nivel de ventas ambulantes.
—¿Qué desean probar las forasteras?
Me miro con Martinee ante la pregunta de Ahmed.
—Dadnos ideas. —contesta mi amiga. —No sabemos qué elegir.
—¿Empezamos por unas castañas? —ofrece Adrer.
—Me parece genial. —respondo. —El Rakl me abre el hambre.
Andamos hasta uno de los puestos y me fijo en los detalles; la calle está decorada con luces por sus andenes, los puestos tienen carteles llamativos y hay bancos a cada centímetro.
Le pide la comida en turco y charlamos de cosas sin importancia un poco más atrás con Ahmed.
—Es muy cálido este ambiente. —digo, mirando todo sonriente. —Bastante diferente al fiestero.
—Tienes toda la razón. —secunda Martinee.
Minutos después el señor del puesto le entrega a Adrer cuatro bolsitas de castañas y unos vasitos.
—Aquí tienen las señoritas. —nos entrega todo guiñándole un ojo a Ahmed. —Espero que os guste la sazón para el té turco.
—¿A qué te refieres? —pregunto.
El hombre del puesto empieza a hablar en turco y Arder observa, traduciendo sus palabras.
—El té turco se prepara en una especie de teteras apiladas, las çaydanlık, especialmente diseñadas para la preparación de este té. El agua es llevada a ebullición en la vasija inferior y alguna parte del agua se emplea para llenar la tetera superior que contiene varias cucharillas de té. Se produce de esta forma un té de sabor muy fuerte. —me traduce.
—¿Entonces sabe mal?
—No del todo. Solo muy fuerte. —dice Adrer. El señor sigue hablando en turco.
Ahora es Ahmed el que traduce.
—Cuando se sirve, el agua sobrante se emplea para diluir el té de cada taza si lo desea el consumidor, de esta forma se puede elegir entre té fuerte koyu (oscuro) o ligero açık. El té se bebe en pequeñas tazas y gusta de servirse muy caliente, se suele verter algo de azúcar de remolacha. —completa Ahmed. Ambos nos sonríen ansiosos porque los probemos.
Nos vamos moviendo hacia unos bancos unos metros más adelante.
—¿Este que lleva? —cuestiona Martinee.
—Pruébalo. —le habla el mercader.
Me llevo el vasito a los labios probando el líquido caliente, recibiendo un choque de sensaciones casi instantáneo; el sabor del fuerte té negro se aliviana con el azúcar de remolacha. Todo explota dentro de mi boca con la sensación del calor que se junta y forma una delicia de sabor.
—Wow... —saboreo el té. —Está fuerte, pero está bueno...
—Sorprendentemente, me encanta. —comenta mi amiga.
Nos comemos las castañas (que saben bastante distinto a lo que consideramos las castañas en Chicago, las chestnut) hablando de cosas sin importancia.
En lo que me como la última, observo a un vendedor enfrente nuestra con un palo alargado. Una joven aguarda por su helado mientras que él le da miles de vueltas. Ella alza la mano para cogerlo pero él le da mil vueltas, coge la bola de helado y la lanza hacia mil sitios antes de dárselo finalmente.
—Yo quiero jugar a eso. —se me sale sin despegar la mirada del puesto.
Todos me miran extrañados.
—¿A qué? Si aquí no hay juegos.
—A eso. —señalo el puesto. —Seguro que a mí no me la cuela.
Es esta maldita terquedad la que me ha llevado hasta aquí, habiendo pedido un helado de coco. Estoy frente al puesto, lista para el juego.
Sirve el helado y con el largo palo, me lo tiende indicándome que está listo. Sonrío maliciosa y trato de tomarlo, pero esquiva mi mano llevando el helado a volar hacia un lado.
Da la vuelta al cucurucho dejando caer la bola de helado en algún sitio. Me da el cono vacío y por inercia lanzo la mano pero vuelve a liármela llevándose el barquillo. Le da cuatro mil vueltas y me marea. Coge otra bola de helado y aunque sé que es distinta a la que yo pedí, mi competitividad me hace querer cogerlo.
Él se echa hacia atrás arrebatándome el tacto rugoso que apenas había comenzado a sentir.
De repente, parte el cucurucho y saca otro. Mi bola de helado sale volando de algún lugar del pequeño compartimento, termina en mi cono y ahora sí, lo quita del palo para dármelo.
—Gr... gracias. —murmuro roja de la vergüenza.
Me giro con mi helado en la mano y el brazo del mercader pasa por detrás de mi nuca cuando llego hasta ellos.
—Veo que no has logrado vencer al monstruo de los helados. —se ríe.
—Ni una sola palabra. —refunfuño aguantándome la risa. —Ni una.
Él ríe y saco mi móvil, metiéndome a Google donde la noticia que me aparece de primera.
La leo en mi mente maldiciendo al hombre que hoy se ha escaqueado de la cita con el psicólogo, no sé si sigue en el país o que mierda es de su vida. <<Hombre al que también pajeaste hace no demasiado>>
Deniz Devrim, ahora también el principal sospechoso de la muerte de Julio Roberçi, del que se ha encontrado el cadáver recientemente en una costa cercana a su discoteca.
—Este tío es gilipollas. —digo en alto frenándome en seco y dándole un lametón al helado que amenaza con derretirse.
Me salgo de la app y lo llamo, viendo la hora antes, la 01:39.
√
Deniz.
Solenzo, Provincia de Banwa. República islámica de Burkina Faso.
Colgué el teléfono dejando a la abogada con la palabra en la boca. Resoplo; me jode no poder darle explicaciones, no poder decirle nada de lo que está transcurriendo en mi vida, que la está haciendo mutar a un nuevo estilo cotidiano de mafioso y delincuente. Aquí son las 22:12, lo que quiere decir que en Turquía son las 01:12.
A pesar de las malas acciones que está haciendo, cómo atreverse a besar a otro hombre, o incluso acostarse con él, no puedo dejar de querer que sea mía, y es que no sé que siento por esa maldita pelirroja salida de lo más profundo del infierno ardiente; padezco un deseo candente que no hace más que gritarme a cada día que debe ser mía, Bella Jones debe estar a mi lado y ella es la mujer que debe acompañarme.
Hoy, por ejemplo, los nexos a los que me estoy acercando por obligación me han traído hasta la República Islámica de Burkina Faso, en lo profundo del continente africano, a siete horas de vuelo de Estambul, justo el día que tenía la cita con el psicólogo para dictaminar mi supuesto trastorno cleptómano para quitarle peso a la condena que ya me acecha.
<<¿En qué malditos líos me meto?>>
Solenzo, un pequeño pueblo casi a las afueras del país, se cierne sobre mí mostrando la reconstrucción de un antiguo paisaje tecnológico que encadenaba personas en lo más recóndito de sus adicciones.
Las pequeñas casas que parecen de arena están a unos dos kilómetros de lo que son las actuales ruinas del laboratorio que era del Bando B.
—Las autoridades no han visitado el lugar. —informa Adâo Caveira cuando subimos una montaña de arena ocre, permitiéndonos ver las instalaciones químicas y el pueblo un poco más allá. Miro a todos los presentes; los dueños de la mafia turca y su mano derecha, Akim, la capo y el sottocapo de los SIR, el portugués con su subchefe y los hermanos Fergusson conmigo. —La peligrosidad va en aumento en este país y al estar alejado de civilizaciones mayores, pocas veces aparece un policía por aquí.
—¿Entonces los altos mandos no saben lo que estamos haciendo en esta zona del país? —habla una mujer con hijab que reconozco como Radja Corozova, capo de los SIR Palestinos, una mujer muy joven.
—No saben lo que sucede en Ouagadougou —ríe Terçi. —van a ser conscientes de lo que pasa en este pueblo de mal a muerte.
Observo la zona, analizando centímetro a centímetro las derruidas ruinas de lo que hace no mucho fue un gran complejo de laboratorios. Es de, aproximadamente, veinte hectáreas. Muchas personas (la mayoría de color oscuro) trabajan con escobas, picos, palas, alguna grúa y varios materiales más para la reconstrucción del sitio, recreando la grandeza de la zona. Ahora no son más que escombros, pero la foto que me tiende en el móvil Ricco Fergusson a mi lado me da el beneficio de la comparación.
—Estos eran los laboratorios antes. —comenta. —Protegidos principalmente por los cubanos y la Ku Kluxx Maffia.
Tomo el dispositivo que me muestra la imagen de un lugar resplandeciente: es un cubo de más o menos dos mil pies de altura, dividida por el medio por un pasillo con una cristalera roja que refleja personas andando por la zona.
—Parte baja; —me habla el portugués señalando con su dedo anillado. —fabricación de Korsmitovina. —señala la zona por arriba de la cristalera vermella. —Parte alta; lugar de retenimiento de los sujetos de prueba.
Paso saliva.
—Había tres edificios más así, cubrían todas las hectáreas enteras junto a los parkings, y construcciones secundarias. —interviene Emir Ballaba. —¿Dónde se supone que están las personas de las fotos que nos mostraron?
—Ese es el punto. —sonríe Caveira. —Esto —muestra una de las fotos que nos puso el otro día, precisamente la que muestra a todas las mujeres en las jaulas. — y el almacenamiento de la Korsmitovina está en una planta subterránea a la que tenemos acceso; la planta de pruebas es para seres con los que sí se permite experimentar.
—¿Animales? —habla Radja.
—Efectivamente. —afirma el portugués. —Animales no de compañía. Así está permitido en esta República. Para el estado, estos son laboratorios de fabricación de colonias. Y lo probamos con los animales. Pero lo dicho, pasan poco por aquí.
La palestina asiente.
—¿Vamos?
Bajamos la colina arenosa para llegar hasta la zona más reconstruida, la cual, es la parte de la entrada derecha.
—La entrada a las zonas subterráneas está intacta. —habla el afentikó griego.
Andamos por lo poco que hay rehecho, bajando las escaleras que nos llevan a un largo pasillo con muchas salas cerradas.
Seguimos al portugués hasta la primera y abre, dejando que el hedor nauseabundo recorra mis fosas nasales y las de todos los que nos acompañan.
—¡Joder! —grita Akim Morozov, al lado de Emir.
—Es un olor un poco... desagradable, sí. —ríe Adâo.
Me tapo la nariz como si mis dedos fueran pinzas cuando entramos a la sala; si en imágenes era terrorífico, en persona es una pesadilla.
Las personas demacradas se arrastran por el suelo, pidiendo dosis de la droga que los hace esclavos; al lado de la puerta hay unos barriles con una jeringuilla encima. Nos amontonamos en la entrada y es un espectáculo horroroso.
Un hombre en los huesos se acerca hasta el barril y toma la jeringuilla que, al inyectarse, lo pone a sonreír. Su nariz comienza a sangrar y cae tendido boca abajo babeando.
—¿Es-está bien? —pregunto al sottocapo griego.
—¿Y yo qué sé? —me contesta. —Lo único que sé es que no debes tocarle.
—Todas estas personas son armas biológicas; adictas, y con una tez venenosa que te matará como si se tratase de una serpiente peligrosa si le tocas.
—No entiendo la funcionalidad de esta tortura innecesaria. —habla Ibrahim Corozova, el hermano de la dueña de los SIR. —¿Cómo vamos a usar a esta gente en nuestro beneficio?
<<Pensaba que iba a hablar de lo horripilante que es esto. Que iluso yo.>>
—Tienen un proceso de desintoxicación rápido a pesar de la peligrosidad de la droga. Es altamente adictiva, pero sus compuestos hacen que la abstinencia sea muy intensa durante, aproximadamente, cuatro días, para luego desaparecer por completo. Sin embargo, el efecto de la radioactividad en la piel dura hasta cuatro meses. Lo único que anula la corrosión corporal, es el mismo efecto.
—Siete días para conseguir la corrosión corporal y la adicción extrema. —comenta Emir. —Cuatro días para la eliminación de la abstinencia y el útil uso de los infectados. Once días, en total. Me parece demasiado tiempo.
—Pero que tú siempre tienes que estar tocando los cojones, ¿no, Ballaba? —recrimina Ricco.
—Bájale al tono, ¿vale, Fergusson? —lo encara Akim. —Es una opinión, y a mí me parece que debemos seguir experimentando también para que sea un proceso más rápido.
—Vamos a discutir de esto en otro lugar, ¿bien? —ofrece Adâo.
—¿Y para qué tenían tanta gente encerrada si el proceso es de solo once días? —cuestiono yo abriendo la boca por primera vez desde que hemos llegado a los laboratorios.
Todos se giran a mirarme pero no despego la vista del maldito espectáculo horrible que mis ojos vislumbran.
Una mujer ha empezado a golpearse la cabeza contra las jaulas, se araña el pecho haciéndose sangre y no deja de chillar como quisiese desgarrarse las cuerdas vocales.
Es un sonido estridente que se calla de golpe cuando Terçi saca un arma y dispara contra la mujer que queda tendida en el suelo con la bala en la frente.
—Joder, que ruidosa.
—Pero... —intento hablar.
—Tienen más de cien laboratorios por todo el mundo, aunque la mayoría están en África. —me responde Radja. —Supongo que estos los tendrían aquí de... ¿repuesto?
Me quedo pensando mientras ellos siguen debatiendo, pero yo no dejo de pensar en lo cruel que es esto. Tienen personas aquí, listos para salir al 'mercado' para usarlos y lo que los mantiene así es esa droga zombi que los deja como si fueran armas.
Hay muertos por las esquinas, la mayoría de inanición y otros de desangramiento porque la abstinencia los hace golpearse contra las cosas para desahogarse.
Nos enseña la sala llena de Korsmitovina y luego nos movemos a otra sala, que por suerte, solo tiene mesas y sillas para reunirse.
Adâo encabeza la lista y me siento cerca de los griegos sintiéndome un perro con sus amos.
—Bien. —comienza el portugués. —¿Opiniones?
—Yo opino que deberíamos investigar más para poder reducir el tiempo hacia la adicción. —habla Ballaba. —Probar aleaciones más fuertes, o yo qué sé.
—Estoy de acuerdo. —afirma el mayor de los Corozova. —Es mejor acelerar ese proceso.
—Pues yo no creo eso. —opina Terçi. —Más tiempo perderemos investigando por una reducción de tiempo.
—Estoy con él. —secunda su hermano.
—Yo también. —dice el sottocapo de los turcos, ganándose la mirada extrañada de su padre. —Tiene más lógica empezar ya con la distribución.
Comienzan a discutir sobre qué es lo más favorable en lo que mi móvil empieza a vibrar en mi bolsillo.
—Oh, disculpadme. —me levanto llevándome la mirada de todos. —Me están llamando, intentaré volver lo más pronto posible.
Salgo de la sala sin atender a miradas, viendo el nombre de Bella en la pantalla.
<<Joder>>
—¿Sí? —musito cuando cojo el teléfono.
—¿Se puede saber qué coño has hecho? —me pregunta.
—Vaya, hace unos días estabas masturbándome y ahora ni me saludas.
—¡Gilipollas! —me regaña. —No vengo a decirte nada de lo que te creas.
—¿Entonces?
—Eres un idiota, ¿se puede saber porque toda la ciudad sabe que eres el principal sospechoso del asesinato de Julio, y además, por qué soy la última en enterarme?
La sangre se me baja de la cabeza inmediatamente.
—¿Eh? Yo... yo...
—Lo primero, ¿dónde hostias estás? Has perdido tú oportunidad más benévola de no irte toda la vida a la cárcel.
—¡Ahmed, estate quieto! —es el grito que oigo por la llamada y me hierve la sangre cuando distingo que es la voz de un hombre, que llama a otro hombre. ¡Todo hombres! Esta mujer no se corta ni un poco.
La ira se me sube al rostro y me arde todo el cuerpo.
—¿A ti qué te importa?
—Wow, que bonito. A nada de ir a la cárcel y tratándome mal.
—Mira, Bella, yo no maté a nadie. —miento. Miento como si no fuese lo que me tiene a 4000 kilómetros, el haberlo matado. —Si no quieres creerme, no lo hagas.
—Sabes que no te viene bien esta mierda ahora. —jadea. hay un barullo terrible de fondo que me hace doler la cabeza. —Solo espero que sepas comportarte como es, y que no te estés metiendo con quién no debes, Deniz. Es mi última advertencia: trato con criminales dispuestos a pagar su condena y asumirla. Recuerda que yo también soy parte de la justicia antes de tomar tus decisiones.
Es lo último que me dice antes de colgarme, y dejarme pensando en que sabe algo sobre toda esta mierda en la que me metí, precisamente, por ella.
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