Capítulo 19: 'La jaula de las víboras'
Aviso: Este capítulo (en concreto la parte narrada por Deniz) es de contenido no apto para sensibles, ya que trata el tema del trabajo de las mafias y las drogas. Discreción, por favor. Podéis leer el resto sin problema alguno .
Deniz.
2 de noviembre.
La casa de Terçi Fergusson es más grande de lo que imaginaba.
En el barrio más a las afueras de Estambul, me ha convocado para la primera reunión a la que asistiré como miembro de su mafia.
Llego hasta el enorme portón del caserón en el que vive el griego. Toco el timbre para que, segundos después, una ama de llaves me abra invitándome a pasar.
—Señor Devrim. —me saluda. —El señor Fergusson lo espera en la sala de reuniones. Sígame, porfavor.
Asiento adentrándome a la casa que es puro lujo; es literalmente una mansión al típico estilo griego, con esculturas y vigas blancas de mármol. <<Menudo patriota>>
La sirvienta sube las escaleras llegando a una sala enorme con mesas y sillas en círculo. Allí, los Fergusson me esperan con sus machites. <<Sus soldados>> Reconozco a Alejandro Salamaro, el soldado con el que hablé para que averiguase sobre ese hombre que anda con Bella.
—Buenos días. —saludo y la sirvienta sale del cuarto. —Aquí estoy, Terçi.
—Hombre, Deniz. —me habla. Siento la mirada de su hermano Ricco sobre mí. —¿Cómo estás?
—Todo bien. —contesto.
—Siéntate, por favor.
Obedezco, saludando a Alejandro y al sottocapo.
Me siento al lado del afentikó.
—¿De qué trata esta reunión? —cuestiono al cabo de unos segundos.
—De ti. —sonríe irónico palmeandome la muñeca. Aprieto los dientes soportando el dolor de la herida.
—¿De mí? —digo extrañado.
—Sí, ahora lo verás.
Ladeo la cabeza y segundos después, aparecen varios hombres con otra persona con la cara tapada por una bolsa.
—¡Emir! —saluda a uno de ellos. Todos se levantan y yo los imito. —¿Cómo estás?
—Todo perfecto...
Se saludan entre ellos y me quedo un poco atrás hasta que Terçi me toma del brazo.
—Emir, este es mi nueva mano derecha. —me presenta. —Deniz, este es el capo de la mafia turca, Emir Ballaba.
El turco me tiende la mano.
—Un gusto —tomo su mano.
—Igualmente.
—Este es Antonio Ballaba, su hijo, —me informa señalando al que está al lado de Demir, más joven. —el sottocapo.
—Un gusto, Deniz. —me tiende la mano también.
—Igualmente, Antonio.
—Y este es Akim Morozov, su mano derecha. —me presenta otro hombre.
—Buenos días. —me saluda y asiento dándole la mano.
Me separo observando al encapuchado.
—¿Qué nos traéis? —cuestiona Ricco mirando a la persona con la cara tapada.
—Este es un cabrón que... nos ha fallado. Queríamos saber que queréis hacer con él.
—¿Qué ha hecho? —pregunta el ypaxiomatikos de la mafia griega.
—Tenía que cobrarle una deuda a un mercader, pero Don Kemal nos ha informado de que falta más de la mitad del pago. —informa el hijo Ballaba.
—Destaparlo. —ordena Terçi.
Emir se gira y asiente. Sus soldados le hacen caso destapando al hombre que tiene la cara roja.
Es un hombre grande, fornido y que mira a todos con desdén.
—Yo no he robado nada. —musita con los dientes apretados.
—Cállate. —dice Antonio dándole un bofetón. Mira a los griegos. —¿Qué queréis hacer con él?
—Es evidente. —farfulla el afentikó. —La traición se paga con sangre.
—¡Yo no he traicionado a nadie! —grita molesto, moviéndose. —¡Es Don Kemal...!
Un soldado le da un puñetazo que lo calla al instante.
—Deniz, —me habla Ricco. —¿por qué no lo matas tú? Así pones a prueba tu valía.
Mi corazón comienza a latir con fuerza y una gota de sudor frío me cae por la frente.
—¿M... matarlo? ¿Yo? —jadeo. —No, no, no...
—Vamos Deniz. —insiste el sottocapo. —Acaba con él. —se acerca a mí. —Total, no es tu primera víctima.
—Eso. —secunda Terçi. —Así te estrenas con nosotros y además, vemos que estás capacitado para esto.
Paso saliva tratando de disolver el nudo en mi garganta.
—Pero...
—Hazlo. —sigue Ricco. —Demuestra que eres apto para esto.
Me pasa una hoz que se saca del bolsillo. La tomo con las manos temblorosas.
—Ya que usas a Salamaro para tus cosas, —me habla Terçi. —demuestra que mereces el uso de nuestros soldados.
Los Ballaba me miran expectantes, los griegos no despegan sus ojos amenazantes de mí y no sé que hacer.
—¿Qué queréis que le haga? —musito sin saber como actuar.
—Dególlalo.
—¿No hay una forma un poco más...?
—No. —me corta Ricco con seriedad. —Termina con él de una vez. No tenemos todo el día. —insiste.
—Venga, hazlo ya, que te lo están sujetando.
Miro al hombre y mi pecho se mueve de arriba abajo. <<Joder>>
—Tienes que familiarizarte con la sangre. —dice Terçi. —Eres parte de la mafia.
Cierro los ojos, respirando profundo.
Los soldados turcos toman al hombre de los brazos, dejando su cuello al descubierto.
—Eh, tío. —me grita. —¡¿Qué haces?! No hagas caso a estos asesinos, joder. ¡Para!
Me acerco mientras sigue chillando. Tomo la hoz con fuerza, tratando de que no tiemblen las extremidades.
—¡No, joder, yo no he hecho nada! —continúa. Los ojos se me llenan de lágrimas pero aleteo las pestañas evitando debilitarme. —¡No!
Finalmente, la hoz llega a su cuello y me pongo detrás suya, tomandolo del pelo y ejerciendo fuerza creando el corte cuando la paso por toda la extensión de su garganta. El chorro de sangre que se dispara me mancha la manga de la ropa. Chilla como un jabato en plena matanza y termino el corte en el otro lado de su cuello.
La sangre brota y lo sueltan dejándolo caer al suelo. Se forma un charco de sangre y dejo caer la hoz que termina clavada en su espalda. Su pecho deja de moverse y muere. <<Lo he matado>>
—Muy bien, —me dice Terçi en tono de burla— acabas de demostrar que si mereces este puesto. ¡Julia! —llama a la asistenta que aparece. Ve al hombre al hombre muerto y ni siquiera se sorprende. —Limpia la sangre. —mira a sus soldados. —Vosotros, quemad el cuerpo.
Respiro acelerado asimilando lo que acaba de suceder.
—Vamos a la mesa, tenemos que hablar de negocios. —dice Ricco y nos sentamos en la mesa.
Me duele la cabeza. No dejo de mirar mi manga manchada de sangre; acabo de matar a un hombre sin saber si era inocente o no, he terminado con su vida y su familia quedará esperándolo, no lo volverán a ver y ha sido cosa mía.
Me desentiendo completamente de la conversación, noto que encienden una pantalla y ponen unas imágenes pero ni siquiera miro, solo me sumerjo en mis pensamientos tratando de asimilar donde me he metido, todo para proteger a una maldita puta que anda acostándose con otro hombre.
Esa puta pelirroja me tiene loco, ha hecho que me meta a una mafia peligrosa para protegerla, acabo de degollar a un hombre... Maldita sea. ¿Qué tiene esa mujer?
—Deniz. —me habla Terçi sacándome de mis pensamientos. —¿Estás escuchando?
No sé qué responder, miro hacia todos lados y niego.
—Lo siento, me había distraído.
—Básicamente estábamos hablando de los acontecimientos sucedidos en Solenzo, en Burkina Faso hace unos días. —me señala la pantalla, mostrándome un lugar completamente destruido a base de bombas, ahora solo quedan escombros. —En este laboratorio del bando B, concretamente de los cubanos, los caucásicos y los somalíes, fabricaban una droga de erosión corporal.
—¿Qué... qué es eso? —titubeo al oír el término.
—Es un tipo de efecto que tiene la droga. —me explica Ricco. —Consiste en que forma células en tu piel que son corrosivas para los demás. Básicamente, una capa que no permite que te toquen.
—¿Existen drogas que hagan eso? —cuestiono extrañado.
—Eso estaban probando los del bando B en este laboratorio. —comenta Akim.
—Entiendo.
Terçi pasa la diapositiva mostrando una imagen que me sube el vómito a la garganta.
Una mujer desnuda, con una piel de tono verdoso, tirada en el suelo, metida en una especie de jaula. La zona está llena de heces y orina. Logro divisar mujeres por detrás, sin embargo, ninguna está en el mal estado de la que está en primer plano. Tiene sangre seca a los lados de los ojos, los labios están completamente derruidos y hay espuma a su lado.
—Madre mía...
—Este efecto hace la droga. Se llama Korsmitovina, es altamente adictiva y está en formato de polvo o líquida, mismamente. —comenta. —Es una mezcla de cocaína, gasolina y acetona más lo que logra la erosión corporal. —explica Terçi. —Provoca abstinencia en poco tiempo de consumirla.
—¿Qué es lo que lleva a formar erosión corporal? —pregunta Emir Ballaba.
—Tiene una mezcla de veneno de serpiente y mercurio en pequeñas cantidades. —sigue hablando el griego. —Lo que provoca que en dosis altas, en siete días ya son armas letales.
Pasa la diapositiva de nuevo y muestra un vídeo tan fuerte que me levanto de golpe mirando hacia otro lado.
Hay un hombre en el centro del suelo. Está en paños menores. se le marcan los huesos, con un tono azulado en su piel, como si le hubiesen dado una paliza. Tiene sangre seca por todo el cuerpo, los brazos llenos de pequeñas marcas circulares y tiene las fosas nasales destrozadas, son cuatro veces más amplías de lo que son normalmente. Sangran a chorros y comienza a convulsionar, soltando espuma, sangre y vómitos por la boca. Queda tendido en el suelo boca abajo, con la boca abierta de la cual sale saliva y coágulos de sangre. Mierda, que dolor. El cámara se acerca enfocando el hueco que hay en su paladar, infecto y con sangre seca.
—Este es el efecto de la droga. —explica Terçi. En el vídeo, un hombre de rasgos latinos pero cubierto con un traje, le acerca una raya preparada en una bandeja de plástico de oro y el hombre gatea hasta la raya que se esnifa de una sola pasada. Se limpia los restos de la droga y sonríe antes de comenzar a convulsionar. —Si no la tienen, pueden tener convulsiones y ataques psicóticos graves. —dice. —Esto encontramos en la parte baja del laboratorio de Solenzo. —pone imagen de un cuarto lleno de jaulas, con hombres y mujeres tirados en el suelo, lleno de heces, orina, vómitos, sangre... Hay hasta personas muertas y en estado de descomposición en una esquina. —Aparte de encontrar esto otro. —Pone otra imagen de cajas y cajas llenas de tubos con lo que supongo que es la mezcla. —Esta es la Korsmitovina en líquido. Al acabar con el personal del laboratorio, todo esto es nuestro. Tenemos compradores en Rusia, Lituania, India y República Dominicana. —Terçi me mira doblándose un poco. —¿Sorprendido, Devrim?
Me siento de nuevo. <<¿Dónde cojones me he metido?>>
—¿Quién paga más por la Korsmitovina? —pregunta Akim y no entiendo como pueden vender esa mierda que pone así a la gente.
—Los dominicanos la re venden a los cubanos para poder controlar a las personas, pero debemos hablar con Espinal —habla del capo de la mafia dominicana— para que no la venda, ya que puede ser imitada por los cubanos y eso es peligroso para el bando A. —Terçi me mira. —¿Tú qué propones, Deniz?
Paso saliva asimilando aún las imágenes que acabo de ver. Abro la boca tratando de decir algo, pero no me sale la voz. Voy a tener pesadillas por el resto de mi vida.
—No...
—No está preparado para dar ideas aún. —habla Ricco por mí. —Está impresionado. Yo propongo vendersela a los rusos. —da ideas. —La Bratva es conocida por sus amplios negocios de trata de personas, les vendrá bien y pagarán bastante por tener armas letales en personas.
—Buena idea. —secunda Terçi. —Encontramos aproximadamente dos mil litros de esta mezcla. Convertidos en la droga como tal, está sobre los veinticinco mil kilos de polvo blanco y el resto, quedarían aproximadamente mil litros en líquido espeso. —informa. —De esto, el veinte porciento nos pertenece, junto al veinte por ciento de Adâo y el veinte por ciento de Radja Corozova, la capo de los SIR palestinos. El resto, lo venderemos junto a ellos dos para La Bratva, los Dominicanos o los Nórdicos.
—Pero... —hablo por fin al ver la frialdad con la que tratan el tema. —¿Cómo podéis hablar de esto con tal tranquilidad? ¡Es una droga asesina!
Terçi se me acerca, golpeando la mesa.
—No vengas con moralismos, acabas de asesinar a un hombre. —paso saliva. —Dinero es dinero, Deniz. Este negocio es así. Tenlo claro si quieres que te vaya bien la mafia. —se aleja de mí dejándome el corazón a mil. Mira a Emir. —¿Qué porcentaje de la venta de Korsmitovina os interesa?
Ballaba se mira con su hijo y sus soldados.
Trato de calmar la respiración, las sienes me martillean y los ojos se me llenan de lágrimas al recordar la imagen de esa chica perdida, de ese hombre convulsionando... Esto es demasiado para mí.
Aleteo las pestañas evitando que se me escapen.
—La Mocrio Maffia quiere una alianza con nosotros. —habla el turco. —Así que nos interesaría un veinte por ciento de vuestra parte con el portugués.
—Veinte por ciento es mucho. —repone Ricco.
—Os doy el diez por ciento. —habla Terçi.
—Veinte. —refuta Emir.
—Doce.
—Dieciocho.
—Quince por ciento. —hablo yo captando la atención de todos. Se giran a mirarme con sorpresa. —7,5% para la Mocrio Maffia y la otra mitad para vosotros. Es la última oferta.
Ricco Fergusson suelta una risita y Emir Ballaba me observa. Da una mirada a Antonio y finalmente, asiente.
—Listo. 15% de lo ganado. —accede el turco finalmente. —¿A cuánto vais a vender la Korsmitovina?
—Tenemos que pensar en un precio. En euros, claro está. —dice el afentikó. —Venderemos una parte en polvo y la otra en dosis, ¿no?
—Yo creo que es lo mejor. —confirma Ballaba.
—Perfecto. Pues a 85 euros el gramo y a 55 la dosis.
—Me parece un precio razonable.
—Sí, a mi también.
—¿Cuántos son los costes de producción? —cuestiono volviendo a ganarme las miradas del resto de mafiosos.
—Pues... tenemos que tener en cuenta el pago de los trabajadores que la transforman en polvo...
—Yo los subiría a 90 euros el gramo. —ofrezco. Trato de volver mi voz seria y firme. —Creo que es más razonable teniendo en cuenta el pago de esas personas. En dosis 55 están bien, ya que solo hay que envasarla.
El griego toma una calculadora en la mesa.
—Bien, pues teniendo en cuenta que veinticinco mil kilos de mercancía son veinticinco millones de gramos... —calcula el resultado asintiendo levemente. —Estaríamos frente a una fortuna de dos mil doscientos cincuenta millones de euros, señores. —hace otro cálculo y mira al turco. —Para ustedes serían ciento sesenta y ocho millones setecientos cincuenta mil euros. —el turco asiente. —Usaremos una parte de esto para un nuevo laboratorio.
Dice esto último antes de apagar la pantalla y mirarme, guiñandome un ojo disimuladamente como queriendo decirme <<Bien hablado>> pero lo único que sé con certeza es que esto me va a perseguir toda la vida.
√
Bella.
3 de noviembre.
<<Me ha surgido un imprevisto, no puedo ir>>
Ese mensaje sigue rondando en mi cabeza mientras tecleo en el ordenador de mi puesto de trabajo. Maldito Adrer.
Obviamente no estoy enfadada con él, pero le escribí preguntándole por Fatma y no me ha contestado.
Son las dos y cincuenta y ocho, salgo ya del trabajo y estoy orgullosa de lo que hice hoy, ya que organicé miles de cosas. Pasado mañana es la reunión de Deniz con el psicólogo, tenemos que conseguir que le den el diagnóstico de cleptómano para que le rebajen la pena.
Miro el teléfono encontrando un mensaje precisamente de él.
Me ha llegado la citación del juicio. 17 de noviembre, lunes. En la misma fiscalía, en Bakirkoy.
No lo marco como leído y recojo mis cosas dirigiéndome hacia el puesto de Martinee.
—Ya le ha llegado la citación a Deniz. —musito. —17 de noviembre.
—Mi juicio es el 23. —farfulla. —Pero creo que nos va bien, puedo demostrar su inocencia.
—Yo no. —sonrío. —Porque lo ha hecho certificado.
Ella ríe recogiendo sus cosas. De repente, mi móvil comienza a vibrar y lo saco del bolsillo donde lo había metido.
—Es Adrer. —tartamudeo.
—Cógele, coño.
Abro el móvil viendo el símbolo del micrófono encendido y el móvil me pregunta si deseo mantener el Bluetooth encendido. ¡Mierda!¿Otra vez? Me ha preguntado seis mil veces lo mismo en estos últimos días... Chisto molesta. Elijo la opción de que no quiero seguir con él activado y pulso el botón verde para llevármelo a la oreja.
—¿Adrer? —digo. —Dime.
—Hola, Bella. ¿Cómo estás?
—Bueno, —río sin ganas. —te echo un poco de menos.
—Qué romántica. —ronronea.
—¿Qué pasa? —cuestiono.
El silencio se forma en la llamada durante unos segundos.
—Yendal ya tiene la citación del juicio por la custodia. —informa. —Día 24.
Suspiro.
—Tengo el de Deniz el 17. Qué maldito estrés.
—Bueno... Tienes unos diítas para descansar.
—Sí, supongo.
—He quedado con Yendal y su abogado para tratar de conseguir un acuerdo que beneficie a ambos, pero yo no quiero nada de eso.
—Conviene fingir que sí. —hablo mientras termino de guardar mis objetos personales. —Así podrás tenerla calmada.
—Necesito que vengas. —suplica. —Es hoy a las 17:30, y me da miedo que su letrado me embarule con su parola y me la líen. —me quedo en silencio durante unos segundos pensando en la respuesta. —Porfi.
Puedo imaginarmelo poniendo un puchero al otro lado de la línea como si yo le viera.
—Bueno, vale. —accedo finalmente. —Iré, pero no me atengo a las consecuencias de los clarísimos insultos que voy a recibir por parte de Kozlova.
—Tranquila, todo va a estar genial, amor. —<<Me ha llamado amor>> Me tiemblan las piernas. —A las 17:00 aquí, tengo que hablar contigo de otra cosa.
—¿El qué? —pregunto extrañada.
—A las 17:00 aquí. —Es lo único que repite. —Adiós.
Cuelga el teléfono sin decir nada más. Martinee se acerca con el bolso en el brazo.
—¿Qué te dijo? —cuestiona.
—Pues... —suspiro mirándola mientras nos dirigimos a la salida. —parece que hoy voy a conocer a Yendal Kozlova.
—No jodas...
—¡Chicas!
La voz de Demir Fatti interrumpe nuestra conversación. Se acerca a nosotros andando rápido.
—Demir, ¿qué pasa?
—¿Al final fuisteis a la fiesta el domingo? —pregunta. —No os vi por ningún lado.
—Si fuimos, —habla Martinee. —pero el despiporre que tenías allí montado hizo que no nos viéramos.
—Pero eh, estuvo bien ¿eh?
—Música muy anticuada. —bromeo. —Cómo se nota que somos de épocas distintas.
—Menos cachondeo, Jones. A ver si te voy a poner a limpiar el cuartel. —bufa él.
—Hasta mañana, Demir. —le digo antes de darme la vuelta, pero me toma del brazo acercándose a mi oído para susurrarme algo.
Martinee lo mira extrañada.
—Ten cuidadito. —me dice. Los pelos se me ponen de punta. —Espero que estés equilibrando bien tu trabajo entre el caso de Deniz y el de Adrer. No vaya a ser que Yendal le quite la hija a mi primo. Confío en ti.
Me suelta y sus palabras me dejan fría. Se da la vuelta para volver a su cubículo y Martinee se acerca.
—¿Qué te dijo?
Abro la boca pero no logro decir una palabra.
—Qué...
—¿Qué...? —repite ella invitándome a seguir.
Paso saliva aún sorprendida.
—Que él y Adrer son primos.
—¿Primos? —hace una mueca. —Si no se parecen en nada. Adrer está bueno.
Río ante sus palabras.
—No seas cruel, Demir tampoco es feo.
—Mmmm, demasiado blanco para mí gusto.
Suelto una carcajada ante su comentario y nos metemos al ascensor saliendo a la calle acto seguido.
√
Son las cuatro y cincuenta y ocho y estoy en el portal de Adrer. Acabo de salir del taxi, me dirijo hacia su portal y toco el timbre.
Abre y paso hasta llegar a la puerta de su casa.
—Hola. —lo saludo cuando abre la puerta.
—Buenas tardes, pelirroja.
Cierra la puerta para girarse y cogerme de las caderas para darme un beso dulce pero pasional.
Se pega contra mí mientras se abre paso por mi boca como le gusta.
—Qué románticos. —oigo una voz de mujer que me hace separarme inmediatamente. Me vuelvo encontrándome con una chica de pelo corto y rizado bajo el umbral de la puerta que da a la cocina. —Cómo os gusta fardar a los enamorados.
—Bella, —me acerca a la joven. —esta es mi hermana menor, Hassu. —la mira. —Hassu, esta es Bella. Mi... abogada. —ríe nervioso.
—Sí, abogada. Se ve que tenéis una estrecha relación. —le sonrío cuando ella hace lo mismo. —Un gusto, Bella. Deberían canonizarte por aguantar a este inepto.
—Es una prueba de aguante, o eso creo. —ambas reímos.
—Ay, sí, qué graciosas. —se mueve hasta el salón. —Anda, pasa.
Su hermana desaparece por los pasillos de la casa y ando hasta el salón siguiendole.
—¿Qué era lo que querías hablar conmigo?
Se sienta tomando una jarra metálica que echa humo. Sirve en una taza de porcelana blanca y me la acerca, repitiendo la acción con otra tacita más.
—Es que...
No dice nada, callándose de repente.
—Sigue. —lo incito. —Que por la llamada me ignoraste cuando pregunté de qué hablabas.
—Es que no quería hablar de esto por ahí.
—¿Qué es esto? —cuestiono con un deje de molestia en la voz.
—El día que íbamos a quedar... —empieza. —te mentí. No tuve ningún imprevisto.
Siento mi corazón quejarse por el daño que hacen sus palabras.
—Ah, muy bonito. —Los ojos se me llenan de lágrimas. —Yo alucino...
—Bella, espera. —me detiene cuando ve que tengo intención de levantarme. —No pude ir, pero no fue porque Fatma estaba enferma. Fue porque me amenazaron.
Noto como la sangre baja de mi cara, me quedo pálida.
—¿Qué...? ¿Quién?
—No sé quién era, era un hombre...
—¿Pero te hizo algo? —pregunto tomándolo de las extremidades. —¿Os hizo algo? ¿A ti? ¿A Fatma? ¿A Yendal?
—No, no... —me tranquiliza. —Solo me dijo que no me acercara más a ti. Que tú... ya tienes 'dueño'. —hace las comillas con los dedos.
Frunzo el ceño instintivamente.
—¿Yo...?
—Bella, ¿tienes pareja? —cuestiona. Quedo boquiabierta. —Dime la verdad, no mientas, por favor...
—Adrer, de verdad, no estoy con nadie. —lo miro a los ojos. —Es en serio, no tengo absolutamente nada con nadie.
Suspira.
—Entonces, ¿qué querían decir? ¿Y cómo saben que tenemos algo?
De repente, un flashback toma mi visión teletransportandome al treinta y uno de octubre.
Se desabrocha el pantalón, me toma de la parte baja de los muslos y me pega contra él. Me lleva hasta la cama quedando sobre mí. Se deshace de mi falda y de mis medias, dejándome nada más en ropa interior sobre las sábanas rojas de mi cama.
Se quita el resto de la ropa, quedándose totalmente desnudo frente a mí y babeo, dejo mi móvil sobre la mesita dejándolo ligeramente apoyado sobre la lámpara y mirando la hora, <<01:46>>
Mi mente ata cabos.
Abro el móvil viendo el símbolo del micrófono encendido y el móvil me pregunta si deseo mantener el Bluetooth encendido. ¡Mierda!¿Otra vez? Me ha preguntado seis mil veces lo mismo en estos últimos días.
—Adrer... —susurro dándome cuenta. —Mi móvil. Señalo el aparato que reposa sobre la mesa. Él parece entenderme y alza las cejas.
—¿Qué?
Me acerco a su oído.
—Creo que me han hackeado el móvil y por eso escuchan todo lo que hago. —le murmuro.
Me alejo viéndolo con una expresión de extrañeza.
Tomo el móvil abriéndolo. Me pregunta de nuevo si quiero mantener el Bluetooth activado, y esta vez le doy a cancelar y cierro el micrófono. Adrer me observa expectante.
A los pocos segundos, se abre de nuevo.
Me quedo pálida y miro al mercader.
—Apágalo. —me susurra al oído.
—¿No sigue funcionando el micrófono?
Niega.
Le hago caso y apago el dispositivo que yace con la pantalla en negro sobre la mesa cuando lo dejo.
—¿Quién coño está haciendo esto? —hablo en un tono normal de nuevo.
—No tengo ni idea, lo que sí sé es que me advirtieron que eran mafiosos. Mafiosos griegos. —me dice y eso me hace extrañarme aún más. ¿Mafiosos? ¿Griegos?
—¿Qué cojon...?
Me interrumpe el sonido de la puerta.
—Yendal ya está aquí. —Adrer se levanta. —Lleva el té a esta mesa, por favor. Voy a abrirles. —ordena y le hago caso llevando el té a la mesa de cristal con varias sillas. —Por favor, sé amable.
Asiento dejando mi bolso en una de las sillas.
Adrer abre la puerta y oigo a una niña hablar.
—¡Papá! —<<Es Fatma>>
—¡Hija! —me asomo a mirar viendo a la niña abrazar a su padre. Bajo el umbral se encuentran el abogada y la mujer alta. —¡Pero sí te han traído! ¡Qué guapa estás!
—Te echaba de menos...
La niña abraza a su padre y él mira a Yendal, que expresa impasibilidad.
—¿Cómo no me has dicho que traías a la niña? —le recrimina.
—¿Dónde querías que la dejase? ¿Con una canguro?
—Buenos días. —hablo finalmente apareciéndome por el recibidor, andando a paso seguro y con el mentón en alto. Hago sonar los tacones. Quedo frente a Yendal, que me mira con desdén. Es un poco más alta que yo, bastante guapa, en efecto. Pelo ondulado que llega hasta el pecho, ojos bonitos, labios finos... Piernas largas... Sí, es muy guapa. Le tiendo la mano sonriendo de medio lado. —Soy Bella Jones, su abogada.
Ella mira mi mano durante unos segundos.
—¿La abogada o la mujer que le salta en la poll...?
—¡Yendal! —le interrumpe Adrer. —¡Está la niña delante!
—Soy el abogado Fernando Saldívar. —se presenta el anciano. —Un gusto, señorita Jones...
Al tenderme la mano, su maletín se abre tirando por el suelo todos los papeles.
<<Este hombre no es competencia para mí>>
—¡Aiba! —dice Fatma y creo que me lo dice a mí. —¡Que chica tan guapa!
Miro hacia varios lados.
—¿Es a mí? —pregunto confundida.
—Sí, claro. Que pelo tan bonito. Y qué estilazo. —me tiende la mano como si fuese una adulta. —Mucho gusto, soy Fatma Bulshoy.
Me agacho unos centímetros para tomar su mano.
—Mucho gusto, querida Fatma. Yo soy Bella. Una amiga de tu padre.
—Eres preciosa.
—Muchas gracias. —agradezco con una sonrisa dulce. —Tú también eres muy guapa.
Me sonríe de nuevo y veo de reojo a su madre echando chispas.
Cuando el letrado recoge su desastre, tomo su mano y Adrer nos invita a pasar a la mesa.
Hassu aparece mirando mal a Yendal y se lleva a la niña a distraerla al salón.
—¿Es necesario que esta arpía este delante? —cuestiona ella.
—Tranquila, Yendal, que yo tampoco tengo ganas de ver tu cara demacrada. —contesta firme. —Simplemente es por entretener a la niña para que no oiga tus ridiculeces.
Kozlova la mira mal y me yergo. <<Esto va a ser la jaula de las víboras>>
—Bueno, podemos empezar. —dice Adrer.
—Inicie dando propuestas usted, señor Saldívar.
—Oh, claro, señorita Johnson. —<<¿Cómo que señorita Jhonson?>>. —El demandante exige una indemnización por parte de mi acusado debido al atropello en motocicleta cometido el 26 de mayo de 2018...
—Eh... Fernando, Fernando... —lo interrumpe Yendal. —Es el caso de custodia, Yendal Kozlova y Adrer Bulshoy.
—¿Eh? —dice confundido. Kozlova se lleva las manos a la cabeza y el letrado busca los papeles por el desordenado maletín. Me aguanto la risa ante tal espectáculo. —Ah, sí...
—Mejor empiezo yo, señor Saldívar.
—Mejor, mejor.
—Mi primera pregunta para poder llegar a un acuerdo con la señorita Kozlova es, ¿por qué cree que la custodia compartida es un buen resultado para este caso?
Se pasa la lengua por los dientes.
—Porque no quiero que mi hija vea a una ramera como tú zorreando todo el día con su padre.
—¡Yendal! —gruñe Adrer entre dientes.
—¡Incorrecto! —me mofo. —Sus celos estúpidos no son un motivo para una custodia compartida, señorita Kozlova. Aquí tiene que pensar en Fatma.
—¿Qué pasa, zorra? —escupe iracunda. —¿Qué ahora quieres jugar a las madrastras? ¿Has usado tanto ese coño que ya no sirve para tener hijos propios?
Sonrío y Adrer se enerva.
—Deja de atacar. —dice entre dientes.
—Eso, defiende a tu puta. —farfulla. —Así te va.
—Mejor que a ti seguro. —musito aguantándome la risa. —Con trabajar y controlar las emociones es suficiente...
—¡Eres una zorra! —me insulta.
—¡Basta ya! —grita Adrer. Miro a Fatma y está entretenida con unos juguetes y con su tía Hassu unos metros más allá. —Hemos venido a intentar conseguir un acuerdo, no a tirar mierda, Yendal.
Ella resopla como un toro embravecido.
—Puede hablar, señor Saldívar. —le digo.
—Bien, señorita Jhonson.
—Señorita Jones. —lo corrijo.
—Oh... cierto, perdón. —se disculpa. Sonrío restándole importancia y se dirige a Adrer. —Señor Bulshoy, le propongo una custodia compartida que consista en que la niña esté en la semana con la madre y el finde con el padre. ¿Qué opina el padre?
—Saldívar, el padre soy yo.
—¿Eh?
—Mi respuesta es un no. —contesta firme. —No quiero que esté cinco días a la semana con ella y sólo dos conmigo.
—Claro. —espeta su mujer clavando las manos en la mesa. —¿Prefieres que te vea tirarte a tu golfa todos los días?
—Yendal, deja de hablar barbaridades.
—Eso es lo que deseáis tú y esta asquerosa.
—Me encantan sus intentos de ofensa, señorita Kozlova. —hablo. —Solo deja en claro lo bajo que cae insultándome y tildándome de prostituta. Aunque bueno... —río irónica ante sus ojos expectantes. —bastante bajo caes bebiendo de esas formas delante de su hija. —apoyo la cara sobre el dorso de la mano. —Eso no es de una mujer fina, ¿no, Kozlova?
—¡Eres una zorra! —grita tratando de alcanzarme pero me echo un poco hacia atrás mirándola con desdén.
—¡Yendal, ya! —la coge Adrer. —¡Deja la puta estupidez! ¡No eres nadie para reclamar nada!
—¡Sí lo soy! ¡Soy la mujer con la que tienes una hija! ¡Y dejas que tanto tu hermana como tu puta nueva me maltraten! ¡Siempre lo has hecho! —se levanta de la silla.
—¡Es lo que mereces! —se mete Hassu dejando a Fatma con sus juguetes y acercándose rápidamente apareciendo por el arco trasero de la puerta del comedor. —Una infiel y mala persona como tú no merece un trato decente, te noté que eras mala desde el primer día que te vi.
—Sea una adulta de una vez y compórtese como tal. —me levanto yo. —Aunque por lo visto lo suyo es el adulterio, sin duda.
—¡Ves! —chilla. —¡Todas me atacan y no me defiendes!
—¡Has empezado tú! —le dice Adrer. —Vamos a calmarnos de una vez, que tenemos que hablar de muchas cosas todavía.
—Dile a tu zorra que no me ataque.
—Yo no tengo esa necesidad tan vasta de atacarla, señorita Kozlova. —digo en un tono calmado. —Eres tú la que sigue y sigue chillando e insultándome porque solo así te sientes valiosa.
—¡Ramera, puta roba maridos!
—¡Grítalo, díselo a toda la ciudad, si así te sientes bien! —la encaro con la mesa de por medio. —Te concedo ese placer si es lo único que te calma. Pero tanto tú cómo yo sabemos que has perdido a Adrer por no valorarlo, y el tiempo ya no regresa. Yendal Kozlova, perdiste al hombre que tenías a tu lado y no ha sido culpa mía, yo no te lo quité. —la señalo— Fuiste tú con tus niñerías la que se encargó de que él solo se alejara.
Las palabras parecen hacerle daño, se queda callada y Adrer la toma de los brazos para sentarla. Poso mi culo en la silla de nuevo, acomodándome la ropa y tomando un sorbo del té que me ha servido el mercader previamente.
—Un insulto más y te vas de esta casa, Yendal.
√
Pasa hora y cuarto en la que hablamos (pacíficamente, no sé ni como) sobre propuestas para un custodia compartida, pero cómo ya me había advertido, Adrer no está interesado en ella.
—Bien, entonces nos veremos en los tribunales. —el reloj marca las siete menos diez. —Gracias por el intento de acuerdo pacífico, señor Saldívar.
—Usted lo ha dicho, señor Bulshoy. Nos vemos en los tribunales. —me asiente.
Adrer acompaña a Yendal hasta la puerta.
—Hoy Fatma se queda conmigo, ¿bien? —le dijo a Kozlova hace un rato. Ella, raramente, asintió y accedió a que la niña duerma hoy con él sin tildarme de prostituta que se acostará con él delante de Fatma.
Se despide de Fatma y me asomo, haciéndole un gesto de adiós.
Segundos después, me acerco para oirla diciéndole cosas de mi a Adrer.
—¡Es una maldita! —se queja. —¿Acaso no ves que es una barata que no hace nada más que sacarte dinero...?
—Si empleases el tiempo que empleas en insultarme y tratar de dejarme mal delante de Adrer en prepararte una buena defensa para no perder a tu hija, igual hasta nos ganas. —me aparezco a un lado. —¡Chao!
Aprieta los labios y me giro cuando el mercader cierra la puerta. Me toma del cuello dándome un beso casto.
—Eres maravillosa.
Entro de nuevo al salón y Hassu se ríe.
—Tia, eres la polla. ¡Le has callado la boca!
—Sí, lo sé. —río. —Casi se hunde ella sola.
Avanzo pero no puedo y miro hacia bajo.
Encuentro a la pequeña mirándome.
—Fatma, ¿qué pasa? —le pregunto.
—¿Cuando te vas?
Hago un puchero.
—¿Quieres que me vaya ya?
Niega rápido.
—Precisamente quiero que te quedes. —sonrío con dulzura. —¿Puedo enseñarte mi colección de coches de carrera?
—Pues claro, cariño. —me toma de la mano llevándome hasta la alfombra, donde me siento.
Coge una miniatura de Ferrari y me la enseña.
—Mira, este es un Ferrari.
—Aiba, —me sorprendo al ver que es el mismo modelo que tiene Martinee. —Mi mejor amiga tiene uno igual.
—Oh... —se sorprende poniendo la boca como una 'o'. —¿De verdad?
—Claro. Uno en tamaño real.
Se queda boquiabierta.
—¿Algún día me podéis llevar a dar una vuelta?
Le sonrío.
—Una y las que tú quieras, cariño.
Aplaude contenta antes de darme un abrazo.
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