Capítulo 13: '¡Plaf!'
Adrer.
—¿Entonces está confirmado?
Miro a Zeliha asintiendo lentamente.
—Completamente confirmado, mamá. Yendal Kozlov va a perder a su hija en un abrir y cerrar de ojos. Aunque el fin no justifica los medios. —murmuro.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Hassu desde el sillón dónde siempre se sienta cuando venimos a visitar a nuestra madre.
—No sé, tengo un sentimiento indeleble de culpabilidad por haberle prometido el cielo y la tierra a sabiendas de que no le daría ninguno.
—Anda y que le den por culo.
—¡Mamá!
—Perdón, perdón. —finge arrepentimiento con muecas mal actuadas. —Que sea consecuente con sus actos.
—Eso es, Adrer, mamá tiene razón. ¿O acaso tengo que recordarte lo que ella te ha hecho a ti?
—No es necesario. —repongo.
Resopla.
—Pues parece que te hace falta. Serte infiel, beber y abandonar a tu hija.
—¡He dicho que no era necesario!
—Niños, no discutaís. —ríe Zeliha. —Al menos esa arrastrada no va a quedarse con tu hija, Adrer.
—Pero mamá, también es suya...
—Sí, pero ha hecho menos por ella que por dejar el alcohol. Demasiado es que la propuesta de la demanda sea dejarla verla los fines de semana, ni eso se ha ganado en estos siete años. Pero bueno, allá tú.
—¿Entonces qué propones? ¿Qué no la deje verla nunca? Eso no sería bueno para la niña.
—La niña es más lista que todos juntos aquí, Adrer. —comenta Hassu.
—Aunque no lo creas, ella sabe todo lo que pasa. —sigue mi madre. —Hazme caso, no la subestimes. Ella lo entendería, y de sobra. Es más, estoy casi seguro de que si en el juicio le preguntan, diría que contigo. Es pequeña, no retrasada.
—¿Les preguntan? —pregunta mi hermana.
—Claro, en este país la custodia casi se basa en la opinión de los niños. —respondo.
—A ver, Fatma no es tonta. —habla Zeliha de nuevo desde la cama. —Y es más que consciente de lo que pasa.
—Pues que horror. —susurra Hassu.
—Sí, es horrible, pero es lo que hay. —contesta, suspirando. —Tienes que ser sincero, ahora no, claro, unos días antes del juicio.
—¿Unos días antes del juicio? —cuestiono.
—Si, para que sepa lo que hay y decida, pero vamos, no hay mucho que decidir.
—Entiendo.
El silencio se forma en la sala durante unos segundos, instantes en los que una médica entra en la habitación.
—Buenos días, Zeliha. —la saluda abriéndose paso por la habitación.
Trae unas carpetas y deduzco que serán unos análisis de la mucosa que cubre sus pulmones, causado por la fibrosis quística.
—Hola, Wendy. —la saluda mi madre devuelta, quitándose la sábana de encima y sentándose en el filo de la cama.
—Buenos días, señor Bulshoy, señorita Bulshoy. —nos saluda y le doy un asentimiento de cabeza. —¿Cómo te has despertado? —dice la enfermera, dejando al lado las carpetas y brindándole ayuda para levantarse, ayuda que mi madre rechaza disimuladamente.
—Bueno, bien, dentro de lo que cabe. —se pone de pie y acto seguido, procede a andar hasta el baño.
La situación de mi madre es algo complicada. La fibrosis quística causa problemas en el sistema respiratorio cuando una mucosa comienza a generarse en cantidades excesivas y recubre los pulmones, evitando el paso de sangre a través de ellos. El grado de la enfermedad de mi madre ha aumentado irremediablemente a pesar de las medicaciones, está cerca del nivel terminal y ese es el desahucio definitivo.
Esa simple idea me acelera el corazón, no quiero que Zeliha se vaya y es que la idea de perder a mi madre es algo devastador que cada vez se acerca más amenazándonos a cada uno con llevarse al ángel de la guarda que nos ha protegido durante toda nuestra vida.
Sale del baño segundos después sentándose en el filo de la cama de nuevo.
—Dame el susto ya, Wendy.
—¿Susto? —cuestiona la médica. —Más bien bendición, Zeliha.
Siento mi corazón acelerarse al oír a la doctora.
—¿Qué pasa, doctora? —cuestiona mi hermana cuando todos aguardamos por la respuesta de la mujer.
—Lo que le está pasando a su madre es, prácticamente, un milagro. —cuenta en tono alegre. —Salir de la quinta fase de la fibrosis quística es muy complicado, casi imposible, de cualquier enfermedad en realidad. Es la fase más cercana a la fase mortal, —esa simple palabra provoca escalofríos que recorren mi espina dorsal. —hay un 93% de probabilidades de pasar a la última y, bueno...
—Sí, ya sabemos el resto. —la corta mi madre. —¿Qué ha salido en los análisis?
—La mucosa que tapa tus pulmones está siendo eliminada, Zeliha. Han empezado a hacer efecto y esa mucosa se está deshaciendo. ¿Has notado que ahora hay una mayor cantidad de veces que vas al baño?
—Mmm, sí... —titubea.
—Pues es por eso, tu cuerpo elimina la mucosa mediante la orina. Lo estamos logrando, Zeliha. Estamos curándote, consiguiendo eliminarla.
No puedo evitar la felicidad al decir eso y Hassu se levanta a la vez que yo me acerco hasta mi madre, dándole un beso en la mejilla.
√
La noticia de que mi madre está mejorando progresivamente ha alegrado mi día, aunque ahora me toque soportar a Yendal, ha quedado conmigo a las ocho para dejarme a Fatma. Es viernes, el resto de la semana ha transcurrido con demasiada normalidad y eso me asusta. He hablado con Bella, me ha contado sus encuentros en la fiscalía con su cliente, el cual, se ha comportado, parece ser. También hemos estado organizando la demanda de la custodia: le he dado el número del médico de familia de Yendal, que es el mío también, me ha informado de que lo va a llamar para tratar de conseguir algo de información sobre análisis sanguíneos.
Le pasé la conversación grabada, me dijo que eso e incluso algunas pruebas junto al testimonio de mi hija serían suficientes para arrebatarle la custodia.
Son las ocho y diez cuando me apoyo en la viga de la entrada del Bazar, viendo cómo Yendal arriba el lugar en su coche.
Baja del vehículo seguida de mi hija, la cual, trae una pequeña mochila y corretea hacia mi cuando me ve.
—¡Papá!
La tomo en brazos alzándola en el aire y me llena la cara de besos entre mis brazos.
—¡Hija! ¿Cómo estás?
Hice un trato con Yendal, me prometió que yo estaría con Fatma durante este finde y ella arreglaría su estancia en el centro de rehabilitación. El plan es que lo habilitará durante un mes y después de ese lapso de tiempo, le llegará la demanda de la custodia.
Se acerca hasta mí abrazándose a si misma.
Bajo a Fatma y Yendal queda en frente mía.
—Hola, Adrer. —me saluda al verme.
—Hola, Yendal.
—¿Podemos hablar?
Asiento lentamente y señalo hacia dentro del Bazar.
—Fatma, ve a saludar a la tía Hassu, ¿vale?
La niña asiente contenta y se mete al lugar. Segundos después la oigo saludando efusivamente a mi hermana menor.
Me quedo solo con mi ex pareja y el ambiente se torna intenso.
La miro y ella me imita escudriñándome de arriba abajo.
—¿Qué es de lo qué quieres hablar? —me hago el tonto.
Baja la mirada y aprieta su abrazo a sí misma.
—Ya casi tengo todo listo para entrar al centro, Adrer. —susurra en voz baja y siento mi corazón partirse en ese momento.
<<Ella va a hacer lo que le pedí y yo le voy a quitar a su hija>> <<Es por su bien, para que pueda rehabilitarse al completo, no está bien.>> Me trato de convencer.
—¿Ah, sí? ¿Qué dia entrarás?
—El primero de noviembre, es decir, en tres días, Adrer. Estaré allí hasta la primera quincena de diciembre, más o menos. Luego seguiré con el proceso en casa, no puedo permitirme dejar a Fatma más tiempo.
—¿Y qué vas a hacer hoy?
—Me voy a preparar unas palomitas y voy a ver una película con Salchicha. Tengo que aprovechar algo de tiempo para mí, aunque dejarla contigo no sea del todo seguro.
—¿Te da miedo que se quede conmigo?
—No es lo mismo.
Ambos reímos y es en ese momento cuando se acerca y se lanza a mis labios. Ese acto me pilla desprevenido y no respondo, simplemente me quedo contra sus labios y su mano apretándome contra ella por la nuca.
Incluso tengo los ojos abiertos y no sé cómo responder.
Se separa segundos después.
—Te prometo que vamos a arreglar esta familia, ¿vale?
Trago con fuerza y asiento lentamente, dándole una sonrisa de labios unidos.
—Buenas noches, Yendal.
—Buenas noches, Adrer.
Me alejo lentamente hacia atrás, ella se queda ahí pero segundos después se mete al coche de nuevo. En ese momento, logro ver un pequeño destello rojo entre los barrotes del parking, una melena roja que reconozco entre los coches pero que se disipa rápidamente.
—¿Bella? —digo en voz alta. Me muevo hacia adelante, buscando con la mirada pero no veo nada, así que desisto, serán imaginaciones míos.
Ando hasta mi puesto en el Bazar dónde mi hermana menor sostiene a mi hija en brazos, la cuál, señala las vasijas que más le gustan.
—¡Esta! —dice la niña animada, señalando una de las vasijas más relucientes que tenemos de la sección de niños, pintada a mano de princesas y animales de las películas de Disney.
—Pues listo, la princesa ha elegido.
Hassu baja el plato del estante y lo mete en una bolsa de papel con la estampa del Bazar de Las Especias en ella.
Mete el plato en la bolsa y saca una de las bolsas de chucherías que guardamos en los cajones.
—Y esto de regalo también, que no se entere tu padre...
Ambas ríen y niego entrando al cubículo.
—¿De qué no puedo enterarme?
Las dos se miran haciéndose el gesto de silencio y todos reímos disfrutando en el ambiente familiar que se genera cuando estamos juntos.
√
Aparco el coche en mi casa sobre las nueve menos cuarto. Salgo del vehículo y ando hasta el lado dónde está sentada Fatma, ayudándola a bajar.
Entramos a mi casa y me dirijo a la cocina. Fatma me sigue y Hassu sube las escaleras que quedan justo en frente a la puerta, con la cocina a la derecha y el salón a la izquierda. Detrás de ellas se encuentra el comedor y en el segundo piso, las habitaciones.
—¿Qué desea la niña para cenar? —digo en tono burlesco refiriéndome a mi hija.
—Pues no sé, me sirve cualquier cosa. —musita ella.
—¿Entonces una ración de brócoli?
—¡Cualquier cosa menos esa asquerosidad!
Río y me sigue cuando me dispongo a buscar en la nevera algo que cocinar.
Decido hacer un clásico de padre alcahuete: patatas y nuggets de pollo.
Saco estos dos del congelador en sus respectivas bolsas, enciendo la freidora y abro las bolsas.
—¿Con kétchup o sin kétchup?
—Que pregunta más tonta, papá. —contesta ella haciendo un sonido con la boca.
Pasan unos minutos hasta que el aceite está caliente y saco los congelados de los plásticos y los echo en la rencilla que bajo para que comiencen a cocinarse. Mi hija pintarrajea un cuaderno en una mesa lejos del aceite hirviendo. En ese preciso instante, mi móvil comienza a sonar vibrando sobre la encimera.
Me acerco hasta él, encontrando el nombre de Yendal cómo llamada entrante.
<<¿Esta qué quiere ahora?>>
Tomo el dispositivo y me alejo de la cocina para pulsar el botón verde que da paso a los gritos que me hacen alejarme el móvil de la oreja.
—¡Hijo de la gran puta!
<<¿Ya está bebida otra vez?>>
—Ey, ey, ey, bonita, sin insultar. —me defiendo. —¿Se puede saber qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? ¡Que eres una mierda de persona, un mentiroso!
<<¿Pero y esta?>>
—¿Te vas a dignar a decirme porque dices eso o vas a insultarme hasta que se te pase el berrinche?
—¿Berrinche? Sabes perfectamente de lo que hablo, Bulshoy. ¡Prometiéndome el mundo entero y lo único que querías era traicionar mi confianza! —grita. —Pero no vas bien encaminado. Si crees que tú y tu nueva puta me vais a quitar a mi hija, lo llevas claro. ¿¡Me oyes!? ¡Por encima de mi cadáver!
Son sus últimas palabras antes de colgar el teléfono y es entonces cuándo me doy cuenta, quedándome helado, pues esto cambia el transcurso de todo lo que habíamos planeado <<Sabe lo de la demanda>>
√
Bella.
—Te veo pillada, ¿eh?
Decido no contestar a la pregunta de Martine, que apoyada sobre mi cama, mira sus uñas.
—Déjate de tonterías. Nos estamos conociendo.
—Sí, sí. —musita mi amiga. Asomo la cabeza por la puerta del armario dónde busco qué ponerme y la veo haciendo un gesto obsceno. —Conociendo...
—¡Martine! —la regaño. —Eres una ninfómana, sólo piensas en sexo.
—Cómo si tú fueses diferente...
Bufo volteando los ojos y miro el reloj sobre mi tocador. Son las siete y cuarenta y siete, hoy voy a invitar a Adrer a cenar a un sitio precioso —sí puede, claro está— y luego que pase lo que tenga que pasar.
Termino de prepararme sobre las ocho menos cinco, y en ese momento, salgo del gran agujero que es el clóset y miro a Martine.
—Oye, tendremos que alquilar un piso aquí, ¿no? Recuerda que los cinco primeros meses el bufete lo paga, ¿no?
—Sí, pero una zona un poco más cerca al bufete, por favor. ¿Cuándo llega tu Porsche?
—El otro día me llamaron. —musito. —En una semana, estará aquí.
—Oh, perfecto. Estoy harta de que me robes el coche para tus felaciones de copiloto.
—¡Martine! —la regaño, zapateando. —Te odio.
Me pongo enfrente de la cama dónde está tumbada. Baja la revista que ojea mirándome por encima de ella.
—¿Qué opinas? —le pregunto, alzando la pierna que casi toca mi culo con el tacón.
Un vestido verde escotado con dos tiras que pasan por encima del hombro, tacones claros y una chaqueta abierta azul claro que cubre mis hombros y deja libre mis brazos que sostienen el bolso —evidentemente— negro. Mi melena del color del fuego cae a los lados de mis pechos cubiertos por la fina tela verde. Mi maquillaje es simple, pero efectivo. Pintalabios llamativo, sombra oscura sobre los párpados y mandíbula y nariz afilados con contorno.
—Preciosa, como siempre. —me alaba mi amiga. —Te envidio, putilla.
Volteo los ojos.
—¿Me harías un enorme favor cómo amiga mía del alma que te amo con toda mi vida?
Martine aprieta los labios y saca las llaves del Ferrari dándomelas de mala gana.
—Gracias amiga, te amo.
—A mí no me hagas la pelota, asquerosa. Me caes mal.
—Sí, claro. A ver si te consigues un turco.
—Pues sí, necesito un amigo turco de Adrer que termine con mi sequedad vaginal.
Bufo y salgo del hotel despidiéndome de Max antes, que jugueteaba con Martine sobre la cama.
Ocho y cinco. Adrer debe estar ya casi saliendo del trabajo así que allí iré a buscarlo.
Cruzo el puente y en menos de diez minutos me encuentro fuera del parking del Bazar, dónde he dejado el coche bajo el puente que pasa por al lado de este. El parking es veinticuatro horas y el turco puede dejarlo ahí por la noche sí así lo quiere.
Bajo de mi vehículo, cerrándolo con llave.
Ando hasta llegar a la entrada de las verjas que separan el parking del Bazar, sin embargo, me detengo justo antes de pasarla al ver al mercader hablando con una mujer que está dada la vuelta y una niña que Adrer sostiene en brazos.
<<Es Fatma, su hija.>>
Apego la oreja tratando de oír su conversación.
—Hola, Adrer. —lo saluda ella.
—Hola, Yendal. —contesta él. <<Es su ex, la alcohólica, la mujer de la demanda...>>
—¿Podemos hablar?
La pregunta que ella le hace me provoca un corrientazo en las cervicales.
—Fatma, ve a saludar a la tía Hassu, ¿vale?
La niña asiente contenta y se mete al lugar, dejándolos a los dos sólos.
<<Só-los.>>
No puedo permitir que mi lado celoso salga ahora.
El ambiente se torna intenso, él la mira y ella lo imita observándolo de arriba abajo.
—¿Qué es de lo qué quieres hablar?
Baja la mirada y aprieta su abrazo a sí misma.
—Ya casi tengo todo listo para entrar al centro, Adrer. —susurra en voz baja y la mueca de dolor del mercader es casi innotable, pero la hay. Porque le duele la situación que ahora está pasando.
—¿Ah, sí? ¿Qué dia entrarás?
—El primero de noviembre, es decir, en tres días, Adrer. Estaré allí hasta la primera quincena de diciembre, más o menos. Luego seguiré con el proceso en casa, no puedo permitirme dejar a Fatma más tiempo.
<<Yo tengo que mandarle la demanda esa semana de diciembre para poder prepararme con Adrer en ese tiempo>>
—¿Y qué vas a hacer hoy? —le pregunta él. <<¿Y a este que coño le importa?>>
—Me voy a preparar unas palomitas y voy a ver una película con Salchicha. —<<Que maja ella>> —Tengo que aprovechar algo de tiempo para mí, aunque dejarla contigo no sea del todo seguro.
—¿Te da miedo que se quede conmigo?
—No es lo mismo.
Ambos comienzan a reír y me sobo el puente de la nariz, controlando los celos que queman mis venas y todo mi cuerpo. Maldita celosa.
Vuelvo a mirar y es entonces cuando pasa.
Ella se lanza a sus labios, tomándolo por detrás de la nuca y él responde después de quedarse un segundo pasmado. Siento mi corazón comenzar a acelerarse y mis oídos pitan, rompiendo la tranquilidad que reinaba en los vasos sanguíneos de mi cabeza, que ahora se constriñen provocando el dolor intenso que me lleva a rozar mis sienes con mis dedos, tratando de apaciguar el constante dolor que no para de gritarme <<¡Eres la otra!>>
Mis ojos se llenan de lágrimas y mi visión se torna borrosa. El beso se alarga unos segundos más y un gimoteo de dolor interno sale de mí sin yo poder controlarlo. <<No eres la otra, no eres la otra, no eres la otra...>> Me repito constantemente pero no soy capaz de pensar otra cosa.
—Te prometo que vamos a arreglar esta familia, ¿vale? —le dice ella. Mi corazón arde, mi nariz se tapona y mis ojos no me dejan ver nada con las lágrimas que los tapan.
Él asiente lentamente y eso termina de destruirme, <<Sí eres la otra>>
—Buenas noches, Yendal. —se despide.
—Buenas noches, Adrer.
Ella se da la vuelta y su mirada se dirige justo hacia dónde yo estoy. Me atrevo incluso a decir que sus ojos chocan con los míos, pero me echo hacia atrás cubriéndome con el cartel que anuncia la entrada al Bazar. Me apoyo sobre él y entonces lo oigo.
—¿Bella?
Esa palabra, mi mero nombre salido de sus labios, me desgarra al completo y comienzo a llorar en silencio, sin contestar nada, limpiándome las lágrimas constantes con el dorso de la mano. Oigo el coche de Yendal <<la titular>> encenderse y me muevo, quitando las lágrimas y tratando de evitarlas, pero el sentimiento de traición y de que han jugado conmigo es insoportable, partiéndome por dentro.
Ando hasta el coche, metiéndome dentro y entonces la ira explota dentro de mí.
Golpeo el volante varias veces, dando un grito desgarrador. <<Eres la otra, Bella. Eres la otra, Bella.>> No dejo de repetirme. <<Y tú pensando que era el amor de tu vida, tu alma gemela...>> <<Esa conexión que sentías era mentira, Eres la otra.>>
Cuando termino de golpear el volante en la zona dura central, tomo el teléfono con mis manos temblorosas y con dificultades, llamo al número de Martine y enciendo el coche. Veo pasar el de Yendal por enfrente y siento rabia pero no contra ella, Adrer ha jugado con las dos, estoy segura de que ella no sabe esto.
Mi amiga contesta segundos después y pongo el manos libres.
—¿Ya? —pregunta ella desde el otro lado de la línea. —¿Pero ese hombre es precoz o qué? —suelto una risa triste.
—No, nena... —sollozo antes de golpear mi cabeza contra el volante, dejándola apoyada y rompo a llorar de nuevo.
—¿Nena? ¿Qué pasa? ¿Te ha hecho algo? ¿Dónde estás? ¡Bella! —me grita cuando no contesto.
—Martine... soy la otra. —musito llorando. Paso mis manos por mis ojos con fuerza. —Soy la otra...
—¿Cómo qué eres la otra? —pregunta ella, confundida.
—Sí... —comienzo a respirar con dificultad. —So...soy... soy la otra, Martine... Hay otra antes que yo...
—Nena, no te estoy entendiendo nada. —dice ella. —Necesito que te calmes. Por favor. Cuándo te calmes, no podemos hacer otra cosa que no sea que te calmes y vengas hasta aquí.
Realizo exhalaciones e inspiraciones, trato de quitar mis lágrimas de mi camino y creo que ni cinco minutos tardo en volver a Nydia, a pesar de haber tardado casi media hora en tranquilizarme.
Bajo del coche que dejo en el parking y mis piernas flaquean.
—¡Nena!
Martine aparece en pijama bajando las escaleras de la entrada, agarrándome de los brazos para llevarme dentro. Subimos por el ascensor, dónde me limpia mis lágrimas con sus pulgares.
Entramos al ático dónde Max me saluda.
Nos sentamos en el sofá.
—Te voy a traer una infusión.
No digo nada y observo la vistas de la ciudad y de la playa desde el ático. Minutos después, Martine aparece con un humeante vaso de tila.
—Nena, cuéntame. ¿Qué ha pasado?
Sorbo con la nariz y trato de contener las lágrimas que inevitablemente terminan rodando por mis mejillas. El dolor quema mi tráquea.
—Llegué al Bazar... —musito tocando el pelaje de Max, que se sienta entre las dos escuchando atentamente. —y lo ví con una mujer. No sabía quién era, yo iba a pasar igual, pero entonces me percaté de que estaba con una niña. Y supuse que era su hija, Fatma. Me quedé oyendo, y su hija entró al Bazar y se quedó hablando con esa mujer.
—¿Quién era ella? —pregunta mi amiga frunciendo el ceño.
—Era Yendal, Martine. Era su ex, con la que tiene una hija.
La mandíbula de mi amiga se descuelga.
—No me jodas.
—Eso no es lo peor. —comento, dejando caer ya las lágrimas y ahogándome entre palabras. —Lo peor es que se quedaron hablando de reconstruir su amor, Martine. Ella le dijo que sí, que entraría al centro de rehabilitación y que cuando salieran, volverían a ser una familia, que ella saldría después de la primera quincena de diciembre... —digo con dificultad. Mi amiga me apresa contra ella. —Se besaron, se juraron amor, Martine... soy la otra, yo siempre soy la otra... Nunca soy lo suficiente, siempre tiene que haber alguien por encima de mí, o sino, por detrás...
Mi amiga me abraza durante unos minutos, lloro desconsoladamente contra su hombro, sintiendo los lametazos de Max en mis muñecas.
Cuándo me separo, Martine me toma de las muñecas y me obliga a mirarla.
—No merece tus lágrimas, Bella. No merece tu dolor, no merece que creas que eres la otra. Créeme, vales. —sonríe maliciosamente.
—Sentía algo especial por él, Martine. —sollozo.
—No lo merece, no merece ni un puto sentimiento... —dice ella con el dolor en su voz. —Créeme, no las merece.
Rompo a llorar de nuevo en su hombro. Segundos después, me separo.
—Creo que sabes que soy experta en venganzas, ¿no?
La miro extrañada logrando enfocar algo con tanto lloro.
—Sí... —susurro tenebrosa.
—Bien, se me ha ocurrido el plan perfecto para joder a este cabrón, cariño. —murmura. —¿Tienes el número de la ex? —Asiento. Adrer me lo dió. —Perfecto. Pues seca esas lágrimas y carraspea esa garganta, nena. Vas a llamarla.
Frunzo el ceño.
—¿A Yendal? ¿Para qué?
—Mira. —explica. —La demanda es para después de la estancia en rehabilitación de Yendal, ¿no? Si ella supiese eso antes, no se metería ahí dentro y pelearía por su hija, no la cogeríais con las defensas bajas. —informa y yo doy asentimientos con la cabeza. —Pues si tú le cuentas lo de la demanda ahora, ella se pondrá en el trabajo para recuperar a Fatma. Y esa relación... no irá para adelante, Bella. La tuya con Adrer tampoco... pero la suya menos, y que se joda. Por asqueroso. Tú decides, nena. Piénsalo bien.
<<Los cojones. Que hubiese pensado él antes de besarla.>>
Agarro el móvil y busco entre mis contactos, encontrando <<Ex Adrer>>.
Pulso los botones y llamo. El teléfono repica durante unos segundos antes de que conteste alguien.
—¿Sí? —pongo el altavoz. Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez.
—Buenas noches. Busco a Yendal Kozlov desde el despacho internacional de abogados Cebi, ¿se encuentra ella?
—Mmmm, sí, soy yo. ¿Qué sucede?
Miro a mi amiga preparándome para el momento.
—La llamo para informarla sobre una alteración del orden de su informe judicial, señorita Kozlov.
—¿Una alteración?
—Sí, señorita. —digo, Martine me incita con señas a seguir. —Usted tiene pendiente una demanda de... la custodia de su hija, Fatma Bulshoy.
—¿Custodia? —murmura molesta. —¿Qué cojones está pasando?
—Sí, en contra suya de parte de su padre, Adrer Bulshoy. —el silencio se forma en un ambiente de tensión y la oigo sollozar. <<El fin no justifica los medios, pero son daños colaterales.>>
—Este hijo de puta... —musita después de segundos silenciosos.
—No hay fecha de juicio, cuándo esté lista, la citación le llegará en los días regentes, señorita Kozlov. —murmuro con toda la frialdad que puedo lograr fingir, y es ahí cuándo decido soltar la bomba. Yo sé que ella es consciente de mi existencia, aunque sea sólo cómo su abogada, me cela. —Le habla la abogada del señor Bulshoy, tiene usted a Bella Jones al otro lado de la línea, tendrá noticias mías dentro de poco. Un saludo.
Cuelgo el teléfono mirando a Martine, que me mira asintiendo. Siento una liberación, no justificada, pero ratificante, nada más cuelgo.
—Espérate unos minutos. —digo que sí con la cabeza. Sé a qué se refiere. —Jodido. —sisea con la lengua.
—No lo entiendo, Martine. —musito. —Él me prometió que no estaba con ella, en serio. Sé que ella no tiene culpa, pero...
—Claro que no tiene culpa. —dice ella. —Pero él sí, y aunque el fin no justifica los medios, era un daño colateral para llegar a devolvérsela a Adrer. Que se joda, que deje de ser tan poco hombre y que entienda que aquí sólo se juega a una banda.
—En serio, Martine. Te juro que yo... sentía con él algo que jamás había sentido con otro hombre. Sentía que él era para mi, mi corazón se ponía frenético de sólo pensar en él...
—Nena, sino es, no lo es. No puedes flagelarte por eso, no es culpa tuya. Él no supo apreciar tu amor... ahora a volar de ahí, mi reina. La culpa no es tuya. —dice y las lágrimas caen por mis mejillas de nuevo, poniendo a arder mis ojos. —Sólo espero que, si habla contigo, sea sincero y te pida disculpas, aunque no merece tu perdón. Sólo así podrás estar tranquila.
Rompo a llora durante unos cuantos minutos más, pero llega un momento en el que mi móvil comienza a sonar. Veo el nombre de Adrer en la pantalla y siento que mi tensión baja al Inframundo.
—Cógelo. —musita Martine y obedezco, aunque note que no tengo sangre en mis venas, pues toda se ha ido hacia mi corazón que trata de bombear rápido.
Tomo el teléfono y pulso el botón verde.
—¿Sí?
—Buenos días, bonita. —musita enfadado. Se nota en su voz. —¿Se puede saber por qué coño le has contado a Yendal sobre la demanda de custodia, abogada Jones?
Pongo el altavoz y suspiro.
—¿Y se puede saber qué hacías besándote con ella en la entrada del Bazar? —suelto el veneno dando paso al inquietante silencio que se forma en la línea.
*****
Por fin nuevo capítulo y con la gasolina de mi vida: el drama. Nos vemos prontitoo (o eso espero, no prometo nada) :3
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