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Capítulo 11: 'Mala madre'

Aviso: Este capítulo contiene escenas quizás algo feas o asquerosillas de leer, tipo discusiones fuertes o alcoholismo grave. Además, está narrado por una narradora no habitual y habrá alguno más que esté narrado por ella u otros personajes. Ahora sí, a leer.

Yendal.

¿Alguien me puede explicar dónde está este hombre?

Prometió venir a ver a su hija a las tres de la tarde, miro el reloj y han pasado diez minutos desde la hora a la que prometió aparecer.

Hace unos días se llevó a Fatma, pasó con ella un día y cuando todo se relajo, la trajo de vuelta. Me hizo prometer que no haría nada más que la perjudicará, pero parece que no he cumplido del todo. El hecho de que no haya tomado represalias contra mí es algo que en cierta parte me aterra, pues Adrer Bulshoy es un hombre de acción-reacción.

Es lunes, sé que igual está algo liado en el Bazar... pero debió aparecerse o atrasar la hora.

—Tienes un cumpleaños a las cinco. —le digo a Fatma. —Más le vale venir antes de y veinte, o sino, nos vamos. Que la casa de Kahlid está en la otra punta de la ciudad.

—Vale... —musita ella, entrando a su cuarto.

Me siento en el sofá y dormito mientras espero a Adrer.

El timbre suena un rato después haciendo ladrar a Salchicha, abro los ojos mirando el reloj de mi muñeca, han pasado dieciocho minutos desde la hora a la que prometió venir.

Me acerco hasta la puerta, abriéndola con desgano.

—Dieciocho minutos más tarde. —le digo al hombre que espera tras ella.

—Yendal, no empecemos. Tenía trabajo en el Bazar, porque sí, hay gente que trabaja aunque tú no sepas qué es eso.

—Qué ataque más gratuito. —me defiendo. —Tu hija tiene un cumpleaños en media hora, así que date prisa si quieres hablar con ella.

—Gilipollas... —susurra en voz baja antes de quitarse la chaqueta y dejarla en el perchero adyacente al sofá, entrando al cuarto de la niña segundos después.

Me siento segundos después en el sofá, encendiendo el cigarro que yace apagado en el cenicero, prendiéndolo de nuevo.

Doy una calada y suelto el humo cuando un mensaje hace vibrar mi móvil. O eso pensaba hasta que miro y veo que no es el mío. 

—Bueno...

Me centro en lo mío de nuevo cuando otro mensaje y otro más hacen vibrar el dispositivo que suena por el salón otra vez.

<<Es el teléfono de Adrer>>

El sonido proviene de su chaqueta. ¿Quién le está mandando tantos mensajes?

Sin dudarlo apenas, me acerco hasta el chaquetón y lo tomo, abriendo las cremalleras de los bolsillos y buscando el dispositivo que hace segundos perturbaba el silencio del salón. 

Lo encuentro en el bolsillo lateral izquierdo. Lo enciendo y en la pantalla de bloqueo simplemente sale: WhatsApp, tres mensajes nuevos.

—Maldita sea...

Deslizo el dedo hacia arriba, me pide una clave y busco en los lugares más recónditos de mi mente para ver si encuentro algo que me pueda dar la contraseña.

<<Este hombre es básico cómo el mecanismo de un chupete. Prueba con su propio cumpleaños, o el de su madre.>>

Pruebo con las fechas pensadas. 9 de mayo de 1995, es decir, 09/05/95. Nada, contraseña incorrecta. 

Lo intento con el cumpleaños de su madre, Zeliha. 16/08/66. Tampoco. La madre que lo parió, ¿este que ha puesto en la contraseña?

Hago una prueba más, con el cumpleaños de mi ex cuñada, es decir, su hermana. 06/01/00. Contraseña incorrecta de nuevo. Sólo me quedan dos intentos. ¿Será posible? Meto la fecha de cuando era nuestro aniversario, el 6 de febrero de 2011 y tampoco. Y ya, por último, cómo desesperación, meto la fecha de nacimiento de Fatma, es el 11 de junio de 2012.

Casual y milagrosamente, el móvil se desbloquea permitiéndome entrar al dispositivo con el fondo de pantalla de una foto suya con Ahmed. 

—Agh...

Busco la aplicación de los mensajes encontrándola segundos después. Me meto y me pide otra clave. <<¡Me cago en su estampa!>>

Meto la misma clave que me abrió el móvil, pero me da incorrecta. Menudo hijo de puta. ¿Qué mierda guarda en este teléfono? ¿Negocios narcotráficos millonarios? ¿Trata de personas? Quién nada debe, nada teme y este teme más que si se le aparece un muerto.

Pruebo todos los cumpleaños de antes y no sale ninguno. Sin embargo, meto la fecha en la que murió su padre, Asner Bulshoy, el seis de marzo de dos mil dieciséis. La aplicación se abre, y sí soy sincera, me sorprende que Adrer tenga la fecha de su padre cómo contraseña, cómo si le importase. Cómo si le quisiera, más bien. Quiera o no, he pasado ocho años con Adrer y eso me ha sido suficiente para saber que Adrer detestaba a su padre por todo el sufrimiento que pasó de pequeño y viendo sufrir a su madre.

Decido no darle más vueltas y veo el chat con tres mensajes sin leer al principio. 

Bella. 3 mensajes nuevos. 

Y la foto de una mujer pelirroja. Porta una americana negra y está medio dada la vuelta. Sonríe y me entra una cólera repentina por las venas. <<¿Quién es esta puta?>>

Me meto al chat sin pensarlo, encontrando unos mensajes que me ponen de los nervios. 

'¿A dónde vamos a ir?'

'Tengo curiosidad, señor Bulshoy. No me culpe.'

'A las 21 paso por usted. Póngase elegante.'

¿Y esta perra con estos mensajes cursis, vomitivos y con un clarísimo tonteo?

Me entra una arcada. ¡Estoy sufriendo por él y luchando por sacar adelante a nuestra hija y este imbécil saliendo con otras!

Qué espanto. 

Cierro el móvil y lo meto en su abrigo de nuevo después de salir del chat y pulsar la opción de 'Marcar mensajes cómo no leídos' cuando Adrer sale de la habitación seguido de Fatma.

—¡Es el cumpleaños de Kahlid! —dice ella contenta, correteando por el salón.

—No lo quiero ver muy pegado a ti, eh. —murmura el gilipollas este. Se acerca a mí. —Bueno, me voy.

—Vale. —musito, cruzada de brazos. —Fatma, vamos. 

Salimos los tres de casa y cierro con llave.

—Nos vemos pronto, hija. —se despide de Fatma dándole un beso en la mejilla. —Adiós, Yendal.

No respondo cuando lo esquivo yéndome por el otro lado, metiéndome a mi coche. Fatma me sigue después de despedirse mil y una veces más de su padre. Se mete al coche segundos después y pongo el GPS hasta la casa de Kahlid, a treinta y seis minutos de aquí. Son las tres y treinta y tres y arranco el coche para salir hacia allí.

He dejado a Fatma en la casa de Kahlid hace un rato. Hablé con su madre durante unos minutos y salí de esa zona de pijos tan rápido como pude. Ahora, cierro la puerta de mi casa detrás de mí recibiendo los saludos de Salchicha. La rabia me corroe, que Adrer esté quedando con otras es un recordatorio más que claro de que ya no quiere nada de mí.

—Hola, precioso. —lo acaricio.

Llego a la cocina, dispuesta a coger algo para comer. Sin embargo, recuerdo que tengo unas cervezas y algo de ginebra en la nevera. Necesito tomar algo, lo que sea. Ese quemazón aliviará la rabia que siento por dentro.

<<No, Yendal. Hemos venido a por comida. >>

Abro la despensa, sacando unas patatas en bolsa. Me quedo mirando a la nevera durante unos segundos, antes de reaccionar por inercia e ir hasta ella. No quiero hacerlo pero comienza a picarme la garganta y se seca al instante.

Abro la puerta y mi paraíso, o más bien infierno, se cierne sobre mí. Una botella de ginebra, dos de vodka y un par de cervezas brillan cómo si fueran el mismísimo cielo. 

No pienso más en ello y tomo la botella de ginebra destapándola y llevándola a mis labios, sin embargo, el sonido del líquido aproximándose a mi garganta me hace retroceder. Pongo recta la botella y la observo durante unos segundos.

<<Una perdición... tan salvadora en estos momentos.>>

Mi corazón late errático, quiero evitarlo y me muevo hacia la nevera. No obstante, los pies se me paran y me cuesta moverme cómo si estuviera hundida en arenas movedizas.

Una gran parte de mi subconsciente quiere hacerlo, quiere terminar la botella y vomitar en el sofá pero mi parte racional no quiere hacerlo, no quiere saber nada de alcohol. Su olor, su sabor, la sensación al vomitar y el dolor de estómago; la resaca. Sus contras batallan contra los pros, que son momentos felices pero muy breves.

Gran parte de mí está peleando internamente. <<¿Debo hacerlo?>>

<<No lo hagas, Yendal. Por ti, por Fatma. No seas mala madre.>>

<<Lo necesito... Recordar que Adrer ahora está con otra me quema poco a poco.>>

<<No, Yendal, no...>>

<<Sí, por favor... sólo será un trago, Yendal. Tú controlas>>

Inconscientemente, las lágrimas caen por mis mejillas y decido no darle más vueltas. Me pica todo el cuerpo, me estoy mareando y mi corazón palpita rápido en mi pecho. Tengo pequeños espasmos en las manos, como si fuese a sufrir un brote de epilepsia. 

Todas mis mejillas están ardiendo, tengo ganas de rascarme la cara hasta arañarme las mejillas. Mi garganta aclama bebida, está seca cómo el desierto del Sahara.

No lo pienso más, pues sólo será uno y me llevo el pico de la botella hasta los labios. El líquido recorre toda la extensión de la botella, cayendo por el hueco circular del pico y arribando a mi boca.

El músculo en mi boca se echa hacia atrás con el líquido frío pero ardiente a su vez cayendo sobre él, salivo y lo junto con la ginebra y trago con fuerza. El alcohol pasa por mi garganta sin ningún tipo de problema. Quema todo mi organismo, mi pecho arde y mi garganta queda en llamas a su paso. 

Suelto un jadeo inconsciente de alivio. A pesar del sabor metálico y perfumado, del ardor que provoca y el dolor en la boca de mi estómago, quiero más. Este líquido etílico es una perdición en la que quiero caer. 

Sin mezclarlo, lo llevo a mis labios de nuevo, dándole otro trago que alivia de la misma forma. Y otro. Y otro más. Y un último.

Varios tragos —no precisamente pequeños— después, me muevo del lugar dónde me encontraba, dónde me había quedado estática.

El mareo es casi inmediato cuando muevo una pierna hacia adelante. Con la mano izquierda, la opuesta dónde llevo la botella, me sujeto al marco de la puerta cuando me tambaleo.

—Oh... —me pitan los oídos. 

Me alejo del marco moviéndome en dirección al salón, agarrándome de todos los objetos del salón para evitar caerme. 

Llego al sofá con la botella en la mano derecho, allí, me siento mirando a la televisión y quedando recta. 

Poso la botella en la mesa de enfrente. Tomo el cenicero y agarro una de las cajas de tabaco que guardo en la despensa.

No soy ávida fan de fumar, pero si lo haces, el alcohol te emborracha más rápido.

Así que me enciendo uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco en menos de diez minutos, mezclándolo con tragos de alcohol que cada vez saben menos y alivian más.

—Madre mía...

Al cabo de un rato, mucho tabaco y mucho alcohol, he perdido la noción del tiempo. Llegué a casa a las seis menos cuarto, y son... Las ocho y cuarto. Debería ir ya a por Fatma, el cumpleaños terminaba a las nueve, sin embargo, trato de levantarme pero mi cuerpo no responde. He terminado la botella de ginebra entera, cuando la cogí estaba casi sin empezar.

Quiero moverme, pero mis articulaciones no contestan y no logro moverme ni un sólo milímetro. Es cómo si estuviera dormida, pero todo mi cuerpo no.

El cenicero, lleno de colillas, aún destila humo del último cigarro que me fumé. Trato de levantarme, pero el mero movimiento de ponerme de pie me revuelve las entrañas. Me levanto y me tiemblan las rodillas, no aguantan más y me desplomo sobre el sofá de nuevo. De reojo, veo a Salchicha mirándome asustado desde una esquina.

—Sal... Salchicha... —mi voz arrastrada es casi ininteligible. 

Mi mirada se desvía ella sola al techo. Siento unas ganas inmensas de orinar, pero mis extremidades siguen sin reaccionar. Noto el olor a alcohol desde aquí, mi olor corporal es puro alcohol etílico que destilo por cada poro de mi piel. Intento girarme, logro ponerme de pie sujetándome a la mesa y, en vez de tomar las llaves del coche e ir por Fatma, mi cuerpo se sujeta hasta llegar a la cocina, enfrente de la nevera de nuevo.

<<Me apetece un nuevo sabor>> Me digo para animarme antes de tomar la botella de vodka y el botellín de cerveza. Casi que arrastrándome y sujetándome a objetos, logro llegar al sofá de nuevo y sentarme ahí. Miro la hora, ocho y cuarenta y tres, me ha costado trece minutos ir y volver. Debería ir a por mi hija, soy más que consciente, pero mi cuerpo y mi parte que anhela ser feliz me lo impiden, porque lo único que quiere es beber.

El etanol que recorre mi cuerpo me marea y siento que se me sale el corazón por la boca aún estando tumbada en el sofá, pues no logro mantenerme de pie y caigo sobre este. Sin embargo, me siento eufórica pero a su vez relajada, aunque también agobiada pues tanta cantidad me hace sentir cosquilleos que me imposibilitan moverme. 

Logro mover el brazo aún con los horribles pinchazos cortando la circulación de mis brazos, agarro la botella y la destapo con la poca fuerza de mi pulgar, llevándolo a mis labios y dando un trago de vodka. 

Pero este trago no hace más que desatar otro y este entra en reversa. El estómago se me revuelve y trato de moverme para evitar que me caiga encima, pero sólo logro echar la cabeza hacia el lado izquierdo pero no demasiado, pues el chorro de vómito sale de mi boca ardiendo por mi garganta.

Cae sobre el suelo, y Salchicha, al lado de la mesa dónde cae el vómito sale corriendo con un chillido. Me mancho todo el brazo derecho de vómito sobre el jersey. Parece que no acaba nunca cuando sigo vomitando y trato de darme la vuelta, pero no me da tiempo y me mancho toda la parte frontal de mis jugos estomacales mezclados con el alcohol que destila un hedor asqueroso.

Termino con gran parte del sofá manchado de vómito, toda la manga de mi jersey de color anaranjado por los jugos. Mi pecho también está lleno de vómito y me retuerzo entre los jugos.

—P-para... r-rec...recuperarme. —musito para mi misma, acercándome a los labios la botella de vodka y dándole otro trago largo que ya no me permite ni sentir el ardor en la garganta, ni el dolor en el estómago, sólo relajación mental.

Me despierto un rato después, no sé qué hora es, ya ha anochecido y me dormí después del noveno trago de vodka, después de vomitar otras cuántas veces. 

Menuda escena tan asquerosa. 

Las sienes se me aprietan y la cabeza amenaza con estallarme con los vasos sanguíneos contrayéndose una y mil veces por segundo.

Trato de moverme para levantarme e ir al baño. Trato de salivar, sin embargo, no lo logro y noto el mal hedor en mi boca. 

Me yergo en el sofá poco a poco, cogiendo el móvil y viendo la hora.

Son las once y... ¿once? ¡Son las doce y media!

Intento levantarme rápido, pero me detengo al notar algo mojado por ahí abajo y me levanto poco a poco. Bajo la mirada, viendo toda la zona baja manchada. 

<<¿Me he hecho... pis?>>

Toco una de las zonas manchadas, comprobando que sí, es orina. Alzo la cabeza y en ese mismo momento me mareo. Todo se derrite a mi vista y me tiemblan las piernas. Me duele el estómago y no tarda ni diez segundos en hacer efecto: vomito de nuevo, ahora en el suelo, dónde hay vómito seco y maloliente. 

—Joder... —murmuro limpiándome con la manga. 

Cuando mi cuerpo me lo permite, me levanto poco a poco y observo todas las colillas en el suelo. No recuerdo nada, pero se ve que en una de las mil vomitadas tumbé el cenciero y este cayó al suelo. 

Logro ponerme de pie y parece que no voy a vomitar nada más. Pero justo en ese momento, alguien toca la puerta con mucha, pero mucha fuerza. Mis pies tocan el suelo frío haciendo encoger mis dedos.

<<Cómo sea Adrer...>> <<¿Habrá ido por Fatma o le habrán dado alojamiento en la casa de Kahlid?>>

Me acerco hasta la puerta, mirando por el agujero de la puerta. Sin embargo, no veo nada. Decido taparme con una gabardina del perchero de al lado de la entrada, y entonces abro la puerta. No veo a nadie durante unos segundos, me dispongo a asomarme cuando de repente, dos personas se ponen delante mía. 

—¿Quiénes sois...?

No recibo respuesta cuando alguien me empuja hacia atrás. Caigo al suelo de culo y alzo la cabeza, viendo dos hombres enormes, aunque uno es el triple de fuerte que el otro. Salchicha comienza a ladrar y el grandullón se yergue, haciendo que salga corriendo.

—¡No me robéis! —grito al verlos con los pasamontañas. —¡No tengo nada!

—Hombre, mira. La borracha de la ex de Bulshoy.

—¿No te da vergüenza tener una hija siendo así? ¿Te has mirado a un espejo? —pregunta el flaco. —Mírate. Despeinada, vomitada y hasta meada. ¿Qué piensa Fatma de ti?

Ambos ríen. 

—¿Quiénes sois y por qué ponéis el nombre de mi hija en vuestra boca?

—Tu novio sabe quiénes sois.

—Yo no tengo novio. —replico, levantándome poco a poco del suelo. —Estoy sola desde hace seis años.

—Sabes a quién nos referimos de sobra. —habla el grandullón desde el umbral de la puerta. —Dile de nuestra parte que nos pague o si no visitaremos a Fatma de nuevo.

Me recompongo al instante al oír eso.

—Dejad a Fatma en paz. Ella no tiene nada que ver con los trapicheos extraños de Adrer. —musito. —Estoy hastiada de los problemas con ese señor. 

—Ya, seguro. —el flaco se me acerca, posando su mano en mi mentón y observándome de arriba abajo. Su pasamontañas no me deja ver quién es. —Por eso andas bebiendo, para olvidar ¿no? —me suelta de golpe. —Esto es de recordatorio, el domingo termina el plazo y ahora sólo son veinte mil. Dile eso y listo. Adiós, querida Yendal.

Salen de mi casa y cierran la puerta detrás de sí. 

El mareo de la borrachera que hace segundos disimulaba me ataca por duplicado. No puedo evitar caer hacia atrás, dando la vuelta al sofá por arriba y cayendo contra el filo de la mesa, a centímetros de la punta. Caigo junto a las miles de manchas de vómito con el reguero de sangre desde mi frente, desmayándome por el golpe.

<<Adrer, ¿en que nos has metido?>>

—¡Yendal!

Los gritos detrás de la puerta me despiertan. El dolor en mi cabeza es horrible. Son dolores punzantes que atacan todas las zonas de mi cerebro.

—¡Joder! —grito arañandome las sienes cuando el dolor no cesa, sólo aumenta y le sumamos el olor nauseabundo de la sala. —¡Voy!

—¡Yendal!

Reconozco la voz de Adrer ahí afuera. <<Mierda>>

Me levanto deprisa tratando de evitar el dolor, sin embargo, no logro hacer mucho, pues me meto al baño pero oigo las llaves en la puerta.

—¡No, no, no!

Adrer entra a casa y me asomo por el filo de la puerta, tratando de evitar que me vean. No obstante, no lo logro, pues él me ve. Me meto por completo al baño tratando de huir.

No llego muy lejos.

—Yendal, sal. —murmura él al otro lado de la puerta cuando me encierro.

—No... —musito.

—Por favor. Asume las consecuencias de lo que haces. —Ahora ya no se dirige a mí. —Fatma, vete a dormir, por favor.

—Pero, papá...

—A dormir. —ordena serio. 

Oigo los pasos de mi hija y luego la puerta de su cuarto cerrarse. 

Mis ojos se llenan de lágrimas y no puedo evitar que salgan cuando otra oleada de vómito me ataca. Justo quito el pestillo antes de echarme sobre el retrete a vomitar. 

—Mierda...

Musita Adrer antes de entrar. Toma mi pelo en un puño y eso me sirve para no mancharme más si es que eso es posible.

Otra oleada más y otra más conmueven mi intestino, contrayéndolo con las arcadas que me hacen dolor el pecho y la nariz. Vomito absolutamente nada, pues mi estómago está vacío. Tengo dolor muscular en el diafragma, me duele todo y siento que me va a explotar la cabeza. Me aferro a la taza con los espasmos que me hacen vomitar de nuevo.

Cuando por fin lo he soltado todo, me limpio las comisuras de los labios con papel higiénico.

Me siento junto a la taza, con las lágrimas cayendo por mis mejillas. 

—Ahora vas a regañarme cómo a una adolescente, ¿verdad? —siseo con el pelo enmarañado cayéndome sobre los hombros.

—Una botella de ginebra y casi media botella de vodka a palo seco, creo que mereces una reprimenda, ¿no? —dice. —Tanto así que te has hecho una brecha, joder.

Río sin ganas.

—No eres nadie para decirme nada. —trato de levantarme pero los resquicios de la fortísima borrachera me afectan. —Esto no me lo he hecho yo. Han sido tus amigos gota a gota. ¿Qué opinas?

Se pone pálido nada más digo eso.

—¿Qué te han hecho?

—No eres nadie para decirme nada cuándo tú tienes rollos con esa gente, Adrer.

—Yo no tengo rollos con nadie, sólo les debo un préstamo y claro que lo soy. Soy el padre de tu hija, que por cierto, ha entrado asustada pensando que te habías ahogado de la cogorza que llevabas. —dice con rabia. —Aunque no me extrañaría. —me toma del brazo, llevándome frente al espejo. Trato de resistirme pero no tengo una movilidad muscular funcional ahora mismo como para zafarme. —Mírate, Yendal, por Dios. ¿Quieres seguir destruyéndote así la vida? Sólo mírate. Vomitada, meada y borracha hasta el tuétanos. Por favor, quiérete un poco.

Sus palabras reverberan en mi mente y mis ojos se inundan de lágrimas. Comienzo a ver negro y pierdo los papeles entre los brazos de Adrer.

—¡Sólo ha sido un error! —grito, tirándome del pelo. Adrer me quita las manos. —¡No puedes juzgarme sólo por un maldito error!

—Ocho años, Yendal. Y sigues con la misma mierda. —murmura. —¿Sólo uno?

—Sí... —musito ladeando la cabeza. <<¿Esa del espejo soy yo?>> Fea, ojerosa, despeinada...

—¿Tengo que recordarte cuando te dejaron unos hombres extraños en la puerta de casa, borracha perdida? ¿O cuando desapareciste por horas y apareciste semidesnuda en el puerto? ¿Eso es uno sólo?

—E-eso... —los recuerdos se acumulan en mi cerebro. —¡Eso es pasado! —chillo tirando del pelo hasta que mi cuero cabelludo arde.

—¡No es uno, son miles ya! ¡Cuando el médico te dijo que tu embarazo sería complicado por lo jodido que estaba tu organismo! —sigue rememorando. —O cuando Akim te emborrachó y te dejo en mi casa, ¿sabes? Esa no se me ha olvidado, Yendal. —sisea con ira, ahora ya no está recordando, ahora habla con rencor. —Y aún así te fuiste con él. 

Sus ojos se llenan de lágrimas y me giro.

Paso mi mano por el filo de su mejilla.

—Adrer, perdóname... yo te amo...

—¡No mientas! —me aparta la mano bruscamente, saliendo del baño. —¡Jamás lo hiciste!

—Claro que lo hice. —replico, tratando de seguirlo. Pero a la primera de cambio tropiezo cuando las rodillas me fallan y caigo de bruces al suelo. —Adrer...

Se gira a ayudarme, poniéndome de pie. Estrecha su cara contra la mía.

—No, Yendal... no lo hiciste y nunca lo has hecho. Nunca me has querido.

—¡¿Cómo puedes decir eso?! —me separo bruscamente, haciendo aspavientos con las manos. —¡Te quiero con todo mi puto alma!

—No sabes lo que es eso. —musita. Me toma del brazo, acercándome a él de nuevo. —Mira cómo estás, por Dios. Si me quisieras no harías esto ni me hubieses puesto los cuernos...

Río sin ganas y con ironía.

—No me vengas con tus manipulaciones baratas. —bufo. —No tienes nada que ver en esto, sólo quiero estar bien. Y lo de los cuernos, sabes que fue bajo los efectos...

—¿Acaso es esta la forma? —cuestiona, interrumpiéndome, mirándome los ojos. —Por favor, hazlo por mí, por ti. Por Fatma. —sus ojos llenos de lágrimas inspiran rabia. —Por el amor que te tengo, que no es poco. Métete a una clínica de rehabilitación, por favor. Sólo serán unos meses, y puede que cuándo salgas...

—No me prometas nada. —siseo. —Sé que has quedado hoy con una tal Bella. —escupo con rabia. —¿Que ibas a decir? —me incita a seguir hablando. —Vamos, dilo.

Ahora es él quién ríe falsamente.

—Bella es nada más una amiga. —musita. —¿Tan enamorada sigues de mí que me revisas el teléfono, pero no me haces el favor de internarte en la clínica? Es por tu bien, Yendal. En serio, piénsalo. Una vida dónde no te haga más falta el alcohol. Dónde seas feliz sin la necesidad de emborracharte hasta el tuétanos. Tú, yo, Fatma... Piénsalo.

Sus palabras hacen un efecto reversivo en mí. De repente, siento que todo el odio, rabia y dolor que sentía por él... ha dejado caer su verdadera máscara revelando que no es ni odio, ni resentimiento, ni aflicción. Sino amor. Un gran amor es lo que siento por Adrer Bulshoy, un amor que en algún momento terminará conmigo. La gran llamarada de aprecio, amor, terminará conmigo sino lo hace antes estas borracheras asesinas. Pero que queme no significa que vayas a morir, o eso dicen.

—Vale. —susurro finalmente, con las lágrimas cayendo por mis mejillas en silencio. —Lo haré, te lo prometo.

Ese es el desencadenante definitivo para que tome la parte trasera de mi nuca y me bese en los labios. No es muy profundo, tampoco muy largo, un simple pico que altera las mariposas en mi corazón.

—Vamos. —murmura cuando se separa. —Tienes que ducharte. 

Le hago caso, entramos al baño. Me despoja de toda la ropa sucia y enciende el agua de la bañera. 

Toma la alcachofa y la pasa por mi cabeza cuando el agua está caliente, pero detengo su muñeca y lo acerco hasta mi boca. Lo beso con ganas, ahora sí, sin embargo, él se mantiene estático y sé que le ha sorprendido.

Bajo la mano aún seca por su cuerpo, tratando de apretarlo contra mí. Pero no me deja; se separa no dejándome tocarlo más. El tema queda en el aire y no intento nada más.

Me echa champú en el pelo, en todas mis zonas, sin embargo no tiene morbo alguno. 

Quedo como nueva después de una ducha de más de media hora. Mil esponjazos por todo mi cuerpo y lista. Ahora, Adrer me deja la cena sobre la mesa y mientras me vestía, secó todo el reguero que hice, echó a lavar los cojines del sofá y toda mi ropa y todo lo sucio. Ahora, mi casa está cómo si nada. 

Miro la cena.

—¿Es necesario? —resoplo.

—Sí. —contesta él. —Yo debo irme, Yendal. 

Se acerca hasta mí y me da un beso en la coronilla.

—Bueno...

—Cena, que te conozco. 

—Vale, papá...

Suelta una pequeña risa y sale por la puerta.

—Adiós. —se despide. —Y... creo que le debes una disculpa a Fatma.

Quedo con las ganas de preguntarle quiénes eran los gota a gota y para que usó el dinero, pero creo que no es el momento; sus palabras me dejan pensativa y creo que es cierto.

Cierra la puerta y observo el plato caliente de lasaña frente a mí. Tiene toda la razón, le debo una disculpa.

En lo que se enfría, me levanto y ando hasta la puerta de Fatma.

La toco suavemente y oigo un <<pasa>> sin ganas.

—Hola, Fatma. —la saludo. —¿Cómo estás?

Está tumbada sobre su cama con Salchicha a los pies, mirando hacia la pared.

—Oye, contéstame, porfi. Sé que no duermes así, te da miedo.

Agarro un taburete y me siento.

Las palabras parecen surtir efecto en ella, que se gira. 

—¿Qué quieres?

—Fatma, creo que te debo una disculpa por lo que ha pasado...

—Ya es muy tarde. Ya van muchas veces. —me sorprende su sequedad, pues no se inmuta de lo que dice.

—Hija, en serio...

—Lo mío también es en serio. —replica, interrumpiéndome. —Ya es hora de que madures y dejes de hacer tonterías, mamá. Que la que vive contigo soy yo.

—Lo sé...

—¿Lo sabes?

La sala queda en silencio después de su comentario.

Trago con fuerza, <<aún me sabe a alcohol>>

—Me voy a internar en la clínica de rehabilitación. Al menos un mes. 

—¿Sólo?

—No puedo permitirme más o me arrebataran tu custodia. Y eso sí que no. Prometo poner de mi parte, Fatma. Te lo juro. 

No dice nada, sólo me mira expectante.

—¿Tan mala madre soy, que te da igual? —susurro con el dolor en mi voz cuando no pronuncia ni una sola palabra.

—No es eso. Es que lo tendrías que haber hecho hace tiempo. Y me alegro de ello, mamá. —habla, pero su máscara de hielo no se quita. —Ahora, te perdono. Pero no lo olvido. —se gira de nuevo, sin darme la oportunidad a decirle nada. —Buenas noches.

Mis ojos se llenan de lágrimas y decido no decir nada más. Guardo el taburete y me levanto, saliendo de su cuarto con el corazón latiendo frenético en mi garganta. 

*****

El siguiente capítulo será la primera mitad del libro finalizada. Wow. Sí, tendrá 24 capítulos, alrededor de 290 páginas. Capítulo intenso, lo sé. Yendal no narrará mucho más, pues es un problema de la trama de Adrer. ¿Sabéis quién es el problema de la trama de Bella? Adivinidad.

Por otra parte, no sé si está semana habrá capítulo de Mar de Corazones. Me tiene medio bloqueado ese libro.

Nos vemos en el capítulo de la semana que viene.

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