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Capítulo 10: 'Juntos'

Bella.

—¡Otra vez tarde! —oigo a Demir quejarse desde su cubículo cuando entramos por la puerta.

Me observo en el espejo que hay justo en frente a la puerta, colgando de una pared. Acomodo mis pantalones de tiro bajo negros, los cuales dejan al descubierto mi abdomen plano. También reviso el top del mismo color que pasa dos tiras anchas por mis hombros, atándolas en mi espalda. Mis mechones pelirrojos caen un poco más abajo de mi pecho. Bajo mis gafas negras hasta casi el final del puente de mi nariz.

Demir sale de su despacho, cruzándose de brazos frente a mi.

Martine llega acelerada, poniéndose de pie a mi lado y acomodando su vestido largo.

—Pasad a mi oficina, porfavor. —dice Fatti, pero miro mi reloj, extrañada.

<<Las 09:02. Hemos llegado dos minutos tarde.>>

—Han pasado dos minutos desde nuestra hora de llegada, Demir. —murmuro. —No sean tan quisquilloso.

—Entrad a la oficina. —repite serio y tanto Martine como yo obedecemos. —¡Arlequin, Lara! —llama a las otras dos muchachas, que se encontraban ya en el lugar. —Venid vosotras también.

Se mete a la oficina y las cuatro nos miramos.

<<Si vienen ellas dos es que ya no es porque hemos llegado tarde>>

Las cuatro entramos a la oficina, yo y Arlequin nos quedamos de pie, detrás de las sillas dónde se sientan Martine y Lara.

—Bueno. —Demir se gira, quedando frente a nosotras.

Aguardamos pacientes por sus palabras mientras que él nos mira a cada una detenidamente.

—¿Qué sucede? —pregunta Lara, impaciente.

Demir se da la vuelta de nuevo y saca un periódico, plantándolo encima de la mesa.

—¿Qué es esto? —cuestiona con la molestia en su tono de voz a la vez que tira el noticiero.

Me acerco a ver el titular.

De marca de la Estambul Bakasehir FK; Cebi International'ın yıldız avukatları için en çılgın hafta sonu: Asya yakasındaki B.O.A Club'da görülen firmaya yeni gelenler Bella Jones ve Martine Statham ve firmanın gazileri Arlequin Al Hamari ve Lara Gálvez.

Y una foto nuestra debajo, más bien un collage; yo cantando, Martine y Lara en la pista, Arlequin y el grupo aplaudiendo al escenario... Decido no seguir leyendo, pues es una pérdida de tiempo ya que está en turco y no entiendo nada. Es algo sobre la noche en BOA, algo mío cantando... en fin, prensa amarilla y cotilla.

—¿Qué se supone que dice? —pregunta Martine al cabo de unos tensos segundos, Arlequin y Lara nos miran con preocupación.

—Es cierto, se me había olvidado que no sabéis turco. —ríe Fatti. —Bueno, para ir a BOA a beber y canturrear si os ubicáis, ¿no? —dice irónico.

—Mierda... —oigo el susurro de Arlequin cuando se da cuenta de lo que se viene encima.

<<Primera bronca monumental de tu nuevo jefe, Bella.>>

Toma el periódico entre sus rechonchos dedos y carraspea la garganta antes de leer en voz alta el vergonzoso enunciado.

—El fin de semana más loco para las abogadas estrella de Cebi International: las recién llegadas al despacho Bella Jones y Martine Statham, vistas en el BOA Club del lado asiático estambulí, junto a las veteranas del despacho Arlequin Al Hamari y Lara Gálvez. —lee. Baja el periódico y nos mira a los ojos. —Y luego un graaaaan reportaje sobre vuestras fantásticas aventuras en BOA. —deja el hebdomadario en la mesa, pero justo después lo arruga y da un puño a la mesa, que tiembla. Arlequin se asusta teniendo un pequeño exalto. —¿Os parece normal?

Se miran entre ellas hasta que decido contestar.

—Lo siento mucho, señor Fatti, pero de dónde yo vengo, que cuatro jóvenes de veintitantos años se diviertan fuera de su horario laboral, no es ningún problema ni nada raro. —replico con toda la calma que me caracteriza, utilizando un tono dócil. —Igual es una diferencia cultural o religiosa, no estoy segura.

Las tres me miran ojipláticas, Demir suelta una risa sin ganas. 

—No me vengas con tus sandeces de víbora manipuladora, Bella. —bufa. —Y mucho menos con el jueguito de hablarme de usted, coño.

—Bueno, hablamos serios entonces. —digo. —No le veo el problema a que salgamos de fiesta, disfrutemos y bebamos en nuestro tiempo libre, Demir. No debería porque influir en nuestro rendimiento aquí dentro, ni mucho menos hacer que nos ganemos tu regaño.

—No os estoy regañando, no sois párvulas a las que hay que reprender. —sisea. —Os estoy diciendo que, por mí, cómo si os tiráis de un tren en marcha. 

—¿Entonces? —cuestiona Arlequin.

—Os estoy diciendo que tengáis cuidado con lo que hacéis. Cebi International está mencionada aquí y la empresa no quiere que sus empleadas tengan fama de borrachas. 

—¿Qué propones? —habla ahora Martine. —¿Qué vayamos con pasamontañas cuando salgamos para que no nos reconozcan?

—Que dejéis de hacer el ganso, panda de gilipollas. —se queja haciendo aspavientos. —Una vomitando por las macetas, la otra subiéndose a cantar...

—Eso lo hizo Bella, las demás nos portamos bien. —murmura Lara y Arlequin no puede evitar soltar una carcajada. 

—Gracias por tu noble aportación, Lara. —dice Demir con los dientes apretados. 

Ella parece enorgullecerse. 

—Bien. —accedo finalmente. —Tendremos más cuidado.

—Espero no oír más noticias de Las Plásticas en un tiempo, —sigue Demir, haciendo mención al grupo de la película 'Mean Girls' —porque sí lo hago, no seré tan amable.

—¿Has sido amable? —río. —No quiero saber cómo será cuándo no lo eres.

—Entonces no me busques, pelirroja. —las chicas se levantan y me doy la vuelta para irme, sin embargo, siento la gran mano de Demir sobre mi muñeca, impidiéndome irme. Las demás salen y yo me giro.

<<¿Qué he hecho ahora?>>

—Demir, ¿qué pasa? 

—Oh, no es nada. —contesta. —Simplemente te quería preguntar porque hoy no estáis ni tú ni Martine en la fiscalía.

Ladeo la cabeza.

—Pues yo le dije a Deniz que no era necesario ir, y me parece que Martine tiene la inteligencia suficiente cómo para saber cuándo ir y cuándo no y con sus propios motivos, ¿no es así, señor Fatti?

Sonríe con la boca cerrada.

—Bueno, ustedes verán cómo se ordenan. —dice, siguiendo con la bufonería de tratarnos de 'usted'. —Siga con su gran labor, querida cantante.

Termino con el registro formal de nuestra conversación cuándo le saco el dedo de en medio, saliendo de su cubículo para dirigirme a mi puesto de trabajo, aledaño al de Martine.

Miro el reloj, son las dos y cincuenta y ocho, faltan dos minutos para que mi jornada laboral termine y estoy agradecida a los cielos por eso.

Hoy estuve trabajando bastante a fondo en el trastorno de Deniz; me informé sobre la cleptomanía, analicé sus informes médicos, solicité la cita para dentro de dos semanas... todo marcha según conviene.

Mi objetivo no es que Deniz salga incólume del juicio, sin embargo, si quiero demostrar que él no ve que está cometiendo una mala acción. Eso no justifica ninguna acción, no obstante, si amortigua. ¿Cómo vas a juzgar a alguien cuya mente no entiende que lo que hace está mal hecho? 

Mientras trabajaba, otra duda surgió cuando miré los informes de la denuncia del banco. ¿Y el dinero? Deniz me contó ayer que robó treinta y cinco millones de liras, pero el banco sólo le obligo a devolver veintiocho millones, ya que según las cuentas, él fue a sacar dinero de su cuenta, es decir, esos supuestos siete millones que no le obligaron a devolver.

<<¡Es mucho dinero! Son casi cuatrocientas cincuenta mil liras>>

Tuve una idea serendipia que podía resultar idónea; pensé en devolver, de esos siete millones de liras, dos millones cómo mínimo, a modo de 'indemnización' al banco por el robo. Pero luego pensé que era una idea demasiado nefelibata para ser cierta, podrían tomarlo como cohecho, y eso podría buscarnos problemas.

Debía pensarlo muy bien. 

Ahora me hallaba recogiendo mis cosas, pues falta un minuto para nuestra hora de salida. Recojo mi carpeta, todos los papeles metiéndolos al archivador de color azul fluorescente. De repente, mi móvil vibra en la mesa y trato de verlo desde aquí, fallando en el intento.

Me cuelgo el pequeño maletín/bolso de color azul del hombro, agarrando el teléfono y comenzando a temblar cómo si hubiese un sismo dentro de mí al ver el origen de dicha vibración.

Adrer: Siento la tardanza en contestar, Bella. 

Adrer: ¿Te parece bien que hoy vayamos a cenar? Permítame ser un caballero, yo invito, pelirroja.

Hoy por la mañana le contesté a un mensaje y horas después me viene con esta oferta.

Suspiro profundo, <<¿Qué demonios me hacen los mensajes de este hombre, que me ponen a temblar?>>

—Nena, —oigo a Lara acercarse— ¿qué te pasó? Por Dios, estás blanca. —habla en español.

La entiendo mas no en su totalidad, creo que técnicamente me ha preguntado que si estoy bien o que ha pasado.

Le enseño la pantalla bloqueada.

—Me ha mandado otro mensaje.

Me siento en la silla, agotada.

—¿Y por eso te has puesto así? —hace una mueca. —La madre que te parió.

Eso sí no lo he entendido.

Me abanico con las manos segundos antes de abrir el teléfono y meterme al mensaje. La española se me sienta al lado.

—¿Qué le vas a contestar? —habla en inglés de nuevo.

—Me ha ofrecido cenar, —sonrío— le voy a decir que sí.

—¡NO! 

Me asusto ante la respuesta de Lara.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¡Dale un poco más de vueltas!

—¿Para qué? —digo, extrañada.

—No sé, para que te coja con más ganas.

Volteo los ojos.

—Cómo te escuche un latinoamericano dirá que estás hablando vulgaridades, querida.

—Me da igual. ¡Dile que no!

—¡Que no, coño! —contesto. —Me lo voy a llevar por delante y ya no quiero esperar más.

Me meto al chat y tipeo la respuesta bajo la atenta mirada de Lara.

El mensaje final tiene un resultado con el que me hallo satisfecha, a diferencia de la española.

'Me parece perfecto, Adrer. ¿A qué horas paso por usted? Permítame ser una caballera, y pasar a por ti. Disponible a cualquier hora después del ocaso. Espero reciprocidad en cuánto a la velocidad de responder mensajes, querido comerciante.>>

Envío el mensaje y me giro, viendo a Lara corretear hacia Arlequin y Martine, que se acercan.

—¡Bella se va a tirar al mercader! —les dice mientras se acerca.

—¡Lara!

Mi móvil vibra de nuevo. 

Miro el mensaje en la pantalla de desbloqueo.

'Le debo una disculpa, querida letrada. Una mujer tan preciosa no se merece esperar por un mensaje'

Sonrío y el dispositivo se enciende una vez más, mostrando otro mensaje.

'Yo te permito lo que quieras, Bella. ¿Le parece bien pasar por mí a las 21:00? Momentos antes te llegará mi ubicación. Nos vemos, querida.'

Ocho y siete de la noche. Ando de lado a lado en mi closet, nerviosa. Adrer me envió su ubicación hace un rato, me queda algo lejos, a unos veinticinco minutos así que puedo darme prisa.

—¿Qué me pongo? —musito nerviosa.

—Nena, ese tiro bajo y ese top te quedan de fábula.

—¡No puedo ir así! —me señalo a mí misma. —Tengo que ir elegante.

—Corazón, es un mercader, ¿te crees que va a ir de gala?

—Deja de ser tan clasista. —bufo. 

Martine baja la revista, dejando a la vista su cara. Esta tumbada sobre mi cama, frente al armario.

—¿Perdón? —se hace la molesta. —No es clasismo, sino una realidad. 

—De verdad, Martine...

—¿Te estás enamorando o qué?

La miro, extrañada.

—Lo he visto dos veces.

—¿Y? —repone. —Cuando es el indicado no hace falta verlo mil veces, conocerlo a fondo o tener una cotidianidad con esa persona. Si es tu alma gemela, si es para ti... tu corazón seguirá latiendo frenético al verle o estar con él, y ese sentimiento no se apagará nunca. Ni el tiempo, ni la distancia podrá disiparlo, mas no eliminarlo. 

Ladeo la cabeza.

—¿Ahora eres moralista? ¿Psicóloga? —digo, irónica. —Eso es mentira, Martine, y lo sabes, eres la primera que no cree en eso. Prueba a estar... no sé, quince horas al día con una persona. Y luego dime, si después de un año, todo sigue igual.

Ríe sin ganas.

—No me entiendes, cariño. Sí, es cierto que yo no creo del todo en el amor... pero tampoco lo desmiento. —apoya su cabeza sobre su mano derecha. —Te aseguro que sí; se sigue sintiendo, sólo que se transforma.

Chasque la lengua.

—¿Cómo los Pokemons?

—Déjate de tonterías. Ese sentimiento se transforma, se convierte en algo que se acomoda en tu corazón y ya no volverá a irse.

Decido no contestar nada más y buscar ropa que ponerme para la cita, pues en el fondo sé que tiene toda la razón, y quisiera o no, ese latido frenético del que Martine habla lleva recorriendo el músculo de mi pecho desde que Adrer apareció.

Después de un largo rato buscando entre mis prendas —once minutos, exactamente— encuentro un vestido azul —sí, raramente azul y no negro— aunque oscuro. De cuello alto, espalda descubierta y bastante elegante a la vez que discreto.

Lo veo un gran vestido para la ocasión.

Me lo pruebo y cuando está bien colocado, me miro al espejo frente a mi cama y luego miro a mi amiga.

—¿Cómo me queda? —le pregunto, acabando de acomodar las tiras sobre mis hombros.

—Preciosa, cómo siempre. —ríe Martine. —Adrer se va a poner a babear cuando te vea. 

Volteo los ojos.

Termino de acomodar toda mi vestimenta, agarrando el bolso que mejor combina, los tacones y el maquillaje adecuado y miro la hora. 

—¡Martine, me voy! —grito bajando las escaleras al ver que son las ocho y treinta y tres. 

—¡Adiós, cielo!

—¡Te cojo el Ferrari, ¿vale?! —grito.

—¡Cómo lo vea un sólo golpe te arrastro!

<<Con este no hace de madre protectora.>>

—¡Adiós! —me despido finalmente, saliendo por la puerta con las llaves del automóvil en la mano. Mi Porsche no llega hasta dentro de unas semanas y necesito transporte.

Llego al coche y meto la llave, encendiendo el motor. 

Coloco mi móvil, configurándolo para que me lleve hasta la casa de Demir.

'Voy por usted, querido mercader.'

Me pierdo por las calles estambulís, atravesando semáforos y puentes con la canción 'Skyfall', de mi cantante— sin duda alguna— favorita Adele.

Pasa un rato hasta que el GPS llega al barrio Temmuz.

No puedo engañar a nadie, es un barrio bastante feo, se nota que el bien económico no es lo más abundante aquí y no quiero juzgar sin saber, pero es su apariencia.

'Estoy esperándolo en su portal, princesa'

Mando el mensaje entre pequeñas risotadas y su respuesta no se hace esperar.

'Ya baja tu príncipe azul, reina'

Es increíble la forma de tratarnos aún conociéndonos tan poco; sus mensajes no me incomodan, me provocan seguridad e incluso ternura, no puedo evitar sentir un calor acogedor en el corazón cuando pienso en él, cuando está cerca y mi corazón va a mil en este momento, esperando por él.

La ansiedad me hace mover los pies, tamborileándolos contra la felpa de los asientos. 

Parece que pasan mil horas, mil días y cien mil minutos hasta que, por fin, veo bajar a alguien de un portal por la solitaria calle. 

La luz de este se enciende, la gran puerta se abre y giro la cabeza, quedando embelesada al ver al hombre que destila elegancia y formalidad por doquier a su paso.

Adrer Bulshoy es un hombre de rasgos —en su mayoría— árabes y marcados: cabello y ojos oscuros, el primero de un tono similar al del carbón, y sus orbes del color de la apofilita, quizás esmeralda oscuro, resaltan entre sus facciones. Su nariz es ancha pero sin llegar a lo excesivo, con una pequeña elevación al final y recta de forma perfecta. Mejillas ligeramente prominentes y labios anchos con forma de corazón. El único rasgo árabe del que Adrer carece es su color de piel pues es bastante pálido, no tanto cómo yo, pero tampoco diría que su piel es ebúrnea, más bien es del color de la porcelana o un poco más moreno.

Porta una americana oscura, unos pantalones vaqueros azules y anchos que caen por sus largas piernas, dejando más libre la zona de los tobillos. Debajo de la americana lleva una camisa formal azul, que contrasta con el color oscuro de su chaqueta. Anda erguido, con la cabeza bien alta y su pelo negro esta peinado hacia arriba. Cada paso permite notar elegancia, presencia y caballerosidad. Mi corazón late nervioso al verlo, acercándose al Ferrari y sonriendo al verme dentro, dejándome ver esa sonrisa de dientes perfectos que amenaza con que llegue al paro cardíaco.

Me quedo embobada mirando sus ojos cuando toca la ventana con los nudillos. El sonido me hace reaccionar.

—¡Oh! —cojo las llaves y toco el botón de abrir el coche. Me pongo roja al instante. —L-lo... siento.

Abre la puerta y ríe en bajo, sentándose al lado. Huele a colonia de hombre y un escalofrío recorre mi espina dorsal, y trato de disimular.

Lo miro a la cara, y este me sonríe. Toma mi mano y besa el dorso.

—Buenas noches, Bella. Creo que ya era hora de que nos encontrásemos, ¿no?

Adrer.

Bella Jones es una mujer definitivamente hermosa. Podía vestir con lo que quisiera, o no hacerlo, si le era posible, pero estoy seguro de que aún así, se vería perfecta.

Trato de disimular mi nerviosismo a la hora de hablar.

<<No, hombre, has sonado rígido.>>

—Pues... si. —titubea inicialmente. —Ya era hora de que nos viésemos. Sino, el destino nos haría chocar por tercera vez y a saber que se te cae ahora.

Río ante su comentario y arranca el coche.

—¿Y este cochazo? —pregunto, admirando el interior.

—Es de mi amiga, lo compró hace poco cuando llegamos. —responde. —¿Te gusta?

—Evidentemente. —digo. —Es precioso.

Sonríe de boca cerrada.

—¿Dónde vamos a ir? —cuestiona, asomándose a ver si algún coche baja por la calle de mi casa. 

Saco mi móvil de la chaqueta, buscando el lugar dónde tenía pensado ir.

Meto la ubicación en la aplicación de los mapas y poniendo la opción de 'Cómo llegar', colocándolo sobre el portador que lo mantiene de pie a la vista de Bella.

—Aquí. —murmuro cuando lo coloco.

Bella frunce el ceño y se acerca a mirar.

—¿Divella Bistro? 

—Sip. Ya verás que lugar tan fantástico.

—Bueno, me fío de ti. —ríe, avanzando por la calle y metiéndose a la carretera.

Admiro su perfil, seria y concentrada en la carretera pero aún así manteniendo una conversación.

—Bueno, Bella. —murmuro. Suspiro tratando de calmar mi corazón, latiendo nervioso en el hueco de mi caja torácica. —¿Cómo te están adaptando a Estambul?

Frena cuando la luz de un semáforo se torna rojo, y tamborilea los dedos en el volante.

—Sí te soy sincera, —comienza— me lo esperaba peor.

Echo la cabeza hacia atrás, sin duda sorprendido por su respuesta.

—¿Peor?

—Ajá. —asiente y me mira. —Soy estadounidense, tierra de prejuicios, hamburguesas y armas. —bromea. —Sí, me lo esperaba más... conservador.

—Ah, claro. —repongo. —Típico prejuicio de Turquía: musmulmanes y conservadores, es evidente.

Mueve la cabeza hacia un lado y arranca de nuevo.

—Pues he visto muchos menos musulmanes de los que me esperaba, si te soy sincera.

—Es cierto que la religión mayoritaria es el islam, sobretodo los suníes. —explico. —Sin embargo, si hay un pequeño porcentaje de ateísmo, y ahí entro yo. 

—¿No eres musulmán? —cuestiona, con cierta sorpresa en el tono de su voz.

Niego con la cabeza mientras chasqueo la lengua.

—Tanto yo cómo mi familia somos ateos. —cuento. —Siempre fuimos criados para no creer en la existencia de las deidades. No las niego del todo, ni mucho menos. —murmuro. —Simplemente no somos devotos de ellas ni tenemos ese afán por necesitar ser salvados en el fin del mundo por ellas.

—Interesante, desde luego. —comenta. —Yo soy igual, no me importa si hay un Dios o no, mientras me muera tranquila...

Reímos ante su comentario. 

—¿Y qué tal en el trabajo? —pregunto tomando aire después de las carcajadas.

—Bien, la verdad es que bien. —murmura. —Me ha tocado un ladrón de bancos, ¿qué te parece?

—¿Alguien tan peligroso? —frunzo el ceño.

—No es peligroso. —contesta. —No al menos tanto cómo parece. Simplemente es un cleptómano llevando a cabo sus planes, lo que quiero hacer es que le rebajen la pena por su trastorno.

—Comprendo... 

Pasamos el resto del trayecto hablando de banalidades: el viaje hasta aquí, el Bazar de Las Especias, cómo aprendí el inglés de forma tan fluida... Llegamos a Divella sobre las nueve y veinte, la reserva que preparé es para las nueve y media así que vamos bien de tiempo.

Poco a poco, ambos nos hemos relajado; mi corazón ya no va a mil por hora, ahora va a novecientos noventa por hora.

Bajamos del coche y Bella admira el lugar.

—Wow... está bonito el sitio. —murmura, embelesada por la belleza del sitio. 

Divella Bistro es un restaurante con marisco, platos de carne al horno de leña y postres en un restaurante sencillo con mesas en el patio, pero con una organización y centros de mesa que lo hace bonito.

Tiene varias mesas en la terraza, agrupadas en grupos de tres y cubiertas por un mantel blanco e impoluto. 

Andamos a la par hasta el maitre.

—Buenas noches. —lo saludo. El hombre nos sonríe. —Tenemos una reserva para dos.

—Buenas noches, parejita. —Miro de reojo a Bella con el mote, la cual, mira hacia otro lado. Logro ver su cara en un tono más enrojecido. —¿A nombre de quién?

—Adrer Bulshoy.

El maitre mira en la agenda del restaurante y asiente.

—Exacto, para las nueve y media. —se nos adelanta, abriéndonos la puerta. —Pasen por aquí, por favor.

El olor a carne asada inunda mis fosas nasales y oigo a Bella aspirar con fuerza, deleitándose del olor. Seguimos al hombre y la miro.

—¿Huele bien?

—Dios mio, si la comida sabe igual soy capaz de que llego al orgasmo sólo con probarla. —se da cuenta de su comentario y me mira. Trato de contener la risa pero no soy capaz, echándome a reír junto a ella. 

El maitre nos lleva por detrás de unas cortinas y nos señala una mesa pequeñita con una vela rosa a un lado.

—Esta es su mesa. En breve les traerán la carta.

Sale por detrás de la cortina y me siento, Bella también lo hace.

—Bueno... —murmuro, mirando el lugar. —¿Te gusta el sitio?

—Sí, Adrer. La ambientación es preciosa. Me gusta mucho.

—A mi también me gusta, y mucho más si estoy contigo.

Se ruboriza ante mi comentario y justo entra un camarero, dándonos la carta.

Observo la refinada carta del lugar, con retoques dorados a los lados y en las esquinas. La letra es elegante pero legible.

—¿Qué vas a pedir? —me pregunta Bella segundos después. —Me llama la atención la ensalada caprese. Y la parrillada de marisco. —la oigo salivar.

—Las chuletas de cordero tienen una pinta... —digo segundos después.

—¡No puedes comerte una ovejita! 

—¿Perdón? —me hago el ofendido. —¡El cordero es delicioso!

—Ni se te ocurra volver a decir eso. —entrecierra los ojos. —Tenía una mascota que era un corderito de pequeña.

—¿Quién demonios tiene un cordero de mascota? —me río.

—¡Silencio! —me riñe y no puedo evitar reír. —Se llamaba Willy.

—¿No había un nombre más cutre?

—¡Un respeto! —se queja. —No pienso probar el cordero. 

—Bueno, bueno. Entonces, ¿qué desea la reina?

—Muchas gracias por el halago. —se yergue. —Mmmm...

El camarero aparece para tomar nota y pedimos una ensalada caprese, una parrillada de marisco, y yo me pido un plato de rib eyes. 

—¿Qué te gusta hacer a parte de manipular jueces y defender personas? —pregunto al cabo de unos segundos.

—¿A ti quién te dijo que me guste ser abogada?

Echo la cabeza hacia atrás, impactado.

—¿No te gusta?

Hace una mueca y oscila la cabeza hacia los lados.

—Más o menos. Sólo que da dinero y al fin y al cabo es entretenida. Que sea muy buena en lo que hago no significa que me guste.

—Oh, wow. 

—¿Interesada? Puede ser, pero rica también. —río ante su comentario y me pierdo ante la oscuridad de sus ojos. —En cuánto a la otra parte de la pregunta, —sigue y reacciono, volviendo a la tierra. —adoro leer. Podría morirme leyendo, soy feliz haciéndolo porque me evado del mundo. También amo los idiomas.

—¿Sí? Pues ya estás tardando en aprender turco.

—¡Es muy complicado!

Río ante su puchero.

—¿Y qué te gusta leer? Cuéntame. 

—Pues adoro la fantasía. —comenta. —He leído miles de títulos que tratan sobre mundos inexistentes, llenos de hadas, magia y amor. Y puede que algo más. —ríe. —Ciudad medialuna, Anhelo, El Reino de los Malditos... y bastantes más. También soy fan de la novela histórica y los clásicos, cómo El Conde de Montecristo u Orgullo y Prejuicio. ¿Pero sabes cuál es mi temática favorita?

—No sé, porque El Conde de Montecristo y Orgullo y Prejuicio no es que sean muy parecidos.

—Los barcos y los piratas. —cuenta. —Amo esa temática. Y si a eso le sumas lo que amo la fantasía, descifras cuál es mi libro favorito. Mar de Ladrones, sin duda ninguna. Lo he leído más de cinco veces y no me canso.

—¡Ya se cuál es! ¿Uno sobre una tripulación de piratas...?

—¡Sí! —dice contenta. —Ese es. Es fantástico, me lleva a otro universo y esa sensación me encanta. —sonríe y podría quedarme viéndola todo el día. —Y bueno, creo que ya lo sabes, pero adoro cantar.

Un rato después, el mesero trae los platos con el marisco, la ensalada y los rib eyes.

La ensalada caprese tiene una pinta deliciosa, las hojas de albahaca brillan y el tomate está cortado de forma perfecta, la mozzarella es abundante y lleva vinagre balsámico.

Por otra parte, la parrillada de marisco tiene de todo: langostinos, mejillones, nécoras, percebes, gambas y gambones, y cangrejo. Y el rib eyes está en su punto, huele de maravilla y abre mi apetito.

—¿Y a ti que te gusta hacer? —pregunta Bella, picando con el tenedor varias hojas de albahacas.

—Pues mira, no soy un fan tan ávido de la lectura, pero si me gusta de vez en cuando. —respondo. —Cuando tengo tiempo libre, también soy fan de las actividades potencialmente peligrosas.

—No me jodas que eres de los que les gusta tirarse desde helicópteros.

—Y por barrancos. Me encanta. 

—¡Me muero aquí mismo! Y pareces una mansa paloma. —se lleva el tenedor a la boca.

—No soy tan manso para otro tipo de cosas tampoco. —digo y capta el doble sentido, pues se atraganta con las hojas de albahaca. Bebe agua y río para mis adentros. —También me gusta hacer cosas en las que no hay peligro de muerte. 

Abre los ojos con ironía.

—¿El qué?

—Te va a sorprender, pero soy fan de la hípica y la pintura. —tomo un trago de mi copa con vino.

—¿Pintura? —dice con cierta sorpresa en su tono de voz.

—Sí. No sé, es relajante para mí. 

—¿Pero estilo abstracto o algo con sentido? Es que yo el estilo abstracto lo veo una completa tontería. 

—Y yo. Yo soy más de retratos y pinturas realistas. 

—¿En serio? —asiento. —A ver cuándo me retratas a mí, querido mercader.

Habían pasado dos horas y dos botellas de vino, íbamos de camino a terminar la tercera.

—Madre mía, hijo... —ríe Bella con la copa en la mano. —Tienes una chispa...

—Y eso que no lo has comprobado en otros aspectos...

Bella hace una mueca y nos echamos a reír.

—Creo que... deberíamos irnos. —murmura segundos después. —El camarero está que nos tira una vajilla a la cabeza.

—¡Que se joda! —digo. —Es lo que toca. Una mujer tan bella podría estar todo el tiempo que quiera dónde quisiera.

Se ruboriza ante mi comentario.

—Ay, Adrer... eres tan... perfecto. —sus palabras hacen efecto en mí, haciendo que mi corazón comience a latir frenético. —¿No tienes algún trapo sucio? No sé, asesino en serie, treinta hijos regados por Turquía, una ex loca y maniática...

Comienza a reír pero yo no, a los pocos segundos se da cuenta y creo que es el momento de contarle sobre Yendal y Fatma, antes de que sea peor.

—Mmm... bueno... más o menos.

Deja de reírse en seco cuando digo eso.

—¿Cómo? ¿Eres un asesino serial?

—¿Qué? ¡No! —repongo. —Simplemente que... igual sí tengo una ex... un poco desquiciada.

Se acerca a la mesa apoyándose en el filo de esta.

—¿Me va a mandar un sicario?

—Más que desquiciada... alcohólica. 

—Oh, oh.

—Y tengo una hija, Bella. Se llama Fatma y... tiene siete años.

Se queda muy quieta cuando le cuento sobre mi hija, tanto así que estaba bebiendo de su vino y comienza a toser, agitándose con cada movimiento.

—¿¡Una hija?!

—¡Sí, pero...! 

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunta.

—¡No había tenido el momento! Te lo estoy diciendo ahora.

Posa sus manos sobre cada lado de su sien, sobándolas.

—Bueno, bueno. No pasa nada. No voy a dejarte ir sólo porque tengas una hija. No voy a perderme el estar contigo sólo por eso.

En ese momento, algo pica dentro de mí y me levanto, apoyándome encima de la mesa y tomándola de los hombros, plantando mis labios sobre los suyos.

Tarda unos segundos en reaccionar antes de jugar con mi lengua, moviendo sus labios sobre los míos y abriendo paso entre ellos para encontrarse con mi lengua.

Sus labios capturan mi bezo inferior, apretando contra los suyos y ese gesto hace que toda la temperatura de mi cuerpo aumente. 

Nos separamos segundos después y miro al camarero.

—¡Camarero! —lo llamo. —¡La cuenta!

Después de dividir la cuenta, salimos del restaurante y entramos al Ferrari en el parking.

—Conduzco yo. —le quito las llaves y me siento en el lugar del conductor.

—Perfecto.

Arranco el coche pero justo antes de meterme a la carretera, Bella se acerca dándome otro beso candente. 

Se separa de mi y trato de tomar el aire.

Pulsa un botón el cual quita la capota del coche y acto seguido, se echa encima mía y vuelve a besarme. 

Ahora, el beso es mucho más caliente y pasional.

Meto la mano por debajo de su vestido, alzándolo al nivel dónde puedo tocar su humedad con facilidad. Echo hacia un lado el hilo de las bragas, metiendo la mano por dentro y palpando su entrada con la yema de los dedos.

—Adrer... —gimotea cuando paseo la mano por la zona.

—Dime...

Adentro un dedo sin pensarlo más, Bella suelta un jadeo y pega su boca a mi cuello, suspirando contra la curva de este.

Comienzo a mover el índice dentro de ella con movimientos en forma de gancho. Noto la humedad empapar mi dedo y decido introducir otro más.

—Joder... —jadea ella y ahora soy yo el que posa mis labios sobre su cuello. Doy besos húmedos sobre toda la longitud sin dejar de mover los dedos, que entran y salen con facilidad debido a la humedad que destila.

Mis pantalones comienzan a apretar y la miro a los ojos, los cuales demuestran unas pupilas dilatadas. Se muerde el labio y siento que mis pantalones van a explotar.

Sigo moviendo los dedos con rudeza, sacándolos y metiéndolos con rapidez y agilidad y a su vez, moviéndolos de forma asidua.

Minutos después, mis dedos quedan empapados y Bella baja de mi regazo, noto sus pezones erectos bajo la tela cuando se mete entre mis piernas sentándose sobre la felpa.

—Conduce. —me dice. —Relájate y haz lo tuyo.

—¿Qué vas a...?

—Confía en mi.

Obedezco y carraspeo la garganta, girando el volante para salir del parking y dirigirme a la carretera. En ese momento, noto como Bella desabrocha mis pantalones y los baja, dejando a la vista el bulto en mi bóxer.

—Bella... —murmuro con voz gutural cuando veo venir que quiere hacer.

—Dime... —jadea metiendo su mano por debajo de su vestido. —Ojos en la carretera, Adrer.

Hago caso dejándome llevar y avanzo por el asfalto hasta llegar a un semáforo. En ese momento, noto las palmas calientes de la pelirroja introducirse por mi ropa interior, sacando de adentro el pene erecto. La oigo salivar y eso no hace más que ponerme más duro.

Noto sus labios calientes acercándose al glande hinchado. La miro y tomo su cabello en un puño.

—Ojos en la carretera, manos al volante. —ordena. —No quiero morir mientras me como una polla.

Suelto una risotada que se corta en seco cuando un calor abrasador envuelve mi pene y sé lo que eso significa. Mi garganta deja salir un jadeo y el semáforo se pone en verde. Avanzo por el asfalto con los escalofríos recorriendo mi anatomía, mas cuando se centra en la punta hinchada, paseando sus labios y su lengua por ella.

—Joder, Bella... A este paso vas a matarme.

No despego los ojos de la carretera y me trago un gemido cuando sus labios succionan la zona alta de mi pene. Su lengua se pasea por todo mi tallo y dirijo la mirada hacia ella durante un nanosegundo, encontrándome con una imagen erótica que me lleva a la locura, pues con una mano sujeta mi falo y con la otra palpa sus pechos duros.

Repite ambas acciones y ahora no aguanto el gemido, echando la cabeza hacia atrás durante una milésima de segundo. Sigo conduciendo, girando la calle que entra en el barrio donde vivo.

Pulso el botón que antes ella pulsó para descapotar el coche.

—No quiero que nadie nos vea, querida. —jadeo cuando ejerce fuerza con sus labios sobre mi glande.

Comienzo a notar una acumulación en la parte baja del estómago, su mano se mueve por todo el tronco y la cabeza se pasea por sus labios y por su lengua. De repente, aparta la mano y comienza a metérsela en la boca, casi entera, profundo y con movimientos rápidos, dejándome ver cómo entra y sale de su garganta.

—B-Bella...

Sigue con ello y mi glande roza su paladar. Entorna la garganta desde dentro hacia mi falo, ese simple movimiento me lleva al éxtasis por completo y exploto justo cuando entramos a mi calle. Mi pene saca todo y se estira dentro de su garganta expulsando hasta la última gota de semen en el calor de su garganta.

No puedo evitar gemir pues la sensación es sobrecogedora.

Derramo hasta lo último y ella, sin dudarlo apenas, traga todo de ello, dejando la escena impoluta.

Quito las llaves del coche y freno enfrente a mi portal minutos después.

Pasan unos minutos de silencio sepulcral hasta que me recompongo. 

—Bueno, Bella. —murmuro. —Ha sido un placer. —<<Nunca mejor dicho>>.

—Igualmente, Adrer. —me sonríe, me dispongo a bajar no sin antes girarme y plantar su boca contra la mía por última vez. Me separo con la respiración agitada. —Espero volver a vernos pronto, querido.

—Lo mismo digo.

Salgo del coche despidiéndome con una mirada y entro a mi portal. Oigo su Ferrari arrancar y salir de la calle, sin embargo, cuando subo por el portal, me llama un número desconocido. Veo la hora, son las once y cuarenta y tres y no sé quién me llama a esta hora.

—Cómo sea una publicidad... —me quejo pulsando el botón de contestar. —¿Sí?

¿Hola? ¿Es usted Adrer Bulshoy?

Sí, soy yo. ¿Qué pasa? —cuestiono.

Soy la mamá de Kahlid, un amigo del colegio de Fatma. Es que mire, hoy era el cumpleaños de Kahlid e hicimos una fiesta. Invitamos a Fatma y su madre, Yendal, la trajo.

—Ajá.

Sólo que ella no ha aparecido para buscarla y llevamos esperándola desde las nueve. ¿Puede venir usted por ella?

Me quedo boquiabierto, <<Esta gilipollas...>>

—Oh, claro. Pásame la dirección por WhatsApp y ahora mismo voy. —digo pulsando el botón del cero de nuevo y pensando en que habrá liado ahora Yendal, que ni se acuerda de su hija.

****

Pues parece ser que sí lo he acabado para hoy, jeje. Casi lunes, pero aquí está el capítulo. Nos vemoss el domingo que vienee, se acerca el fin de la primera mitad del libro misamoreessss.

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