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Capítulo 1: 'Cambios'

Bella.

Chicago, Estados Unidos. Octubre de 2019.

Salgo del gran edificio donde vivo, cerrando la llave de acceso del ascensor a mi penthouse y ando hasta mi coche cuando salgo del lugar, saludando al portero de noche.

Son las cinco de la mañana, trato de tapar mis ojeras con unas gafas negras, acordes a mi traje negro de dos piezas, la americana de color carbón y los vaqueros medianamente anchos del mismo color. Toco el botón de apertura de mi Porsche negro. Al ser tan temprano, no hay ningún paparazzi listo para acosarme.

Me miro en el espejo de dentro de mi coche. Echo mi melena rojiza hacia atrás, me bajo las gafas de sol hasta el tabique de la nariz, observando la perfección de mis orbes ónix.

Me rocío con un poco del perfume que guardo en la guantera, pongo el coche en marcha y me dirijo hacia el bufete de abogados donde trabajo.

El Chicago's National Buffete, el mejor bufete de todo Chicago, es el lugar donde trabajo desde hace casi cinco años. Tiene un funcionamiento sencillo, somos regidos por una entidad mayor que nos asigna casos, hasta un máximo de cuatro a la vez. Hay varios pisos divididos según la gravedad de los casos que se asigna a ada uno; yo estoy en el cuarto piso de cinco, donde son casos medios/levemente graves, aunque ir en un piso más alto no depende de si eres mejor abogado o no, son posicionamientos aleatorios.

También existe la posibilidad de que la Oficina Internacional de Abogados te mande a trabajar a otro bufete en la otra punta del mundo, sin embargo, ni yo ni la gran parte de mis amigos cercanos hemos pasado por ello, al menos por ahora.

Jamás pierdo un caso. Desde que comencé a ejercer como abogada en este bufete, jamás he perdido un caso y eso me ha llevado a ser conocida como 'La Terrible Jones'. Y es normal, soy la mejor abogada, me atrevería a decir que de todo el bufete, pero no me gusta fardar.

Conduzco bajando por las calles; vivo en Streeterville, uno de los mejores barrios y el bufete se encuentra unas calles más abajo.

En unos minutos llego y me dispongo a entrar. Aparco en el parking y salgo del coche, dispuesta a ir hacia la oficina de mi jefe, Andrew Maskame.

—Buenos días. —saludo a mis compañeros que ya se encuentran dentro del bufete cuando paso el umbral de la puerta.

—¡Bella! —me saluda mi mejor amiga dentro de esta institución, y en realidad, de toda mi vida en general, aparte de mi compañera en el penthouse, Martine Statham. —¿Quieres un café para soportar este día tan bochornoso, nena?

—Ahora no, Martine. —dejo mi bolso y deposito mis cosas en mi escritorio. —Maskame me ha llamado para venir de urgencia, yo hoy entraba a las 9.

—¿Maskame? —pronuncia el bombón de la oficina, Axel Barrett. —¿Qué has hecho, Jones?

Lo miro con suficiencia e inocencia.

—Nada. —murmuro, sin despegar mis ojos de los suyos cafés. —Seguramente sea un ascenso, cielo, que me lo he ganado.

Le guiño un ojo y se da la vuelta hacia su ordenador, enfurruñado.

Ando hasta la oficina 505, la del jefe. Toco la puerta con los nudillos y giro el pomo cuando oigo <<¡Pasa!>>

—¡Bella, cielo! —me saluda Maskame cuando paso.

Andrew es todo tipo de hombre que a pesar de estar entrado en los cincuenta, todos nos giramos a mirar por la calle. De origen español, pelo negro y una pequeña parte canosa, cuerpo fornido y orbes del color del ónix, sombra de barba oscura y un tono de voz grave que atrae a cualquiera. Aparte de eso, es un completo amor, nunca me ha gritado apesar de que hiciese cosas mal ni mucho menos.

—Buenos días, Andrew.

—¿Cómo estás, cielo? —pregunta, quitando la mirada del ordenador para pasarla a mí.

—Pues bien, la verdad. —contesto, sentándome. —Aunque intrigada por tu llamada.

—¿Si? —me sonríe. —Es entendible, hija. Pero tranquila... no es nada malo. Bueno, depende de por dónde lo mires.

Noto cómo mi corazón se acelera un poco.

—Andrew, ¿qué ha pasado? Me estás asustando.

—Tranquila, que tú no has hecho nada. Simplemente son las circunstancias de la vida.

Se levanta y enciende la gran pantalla que hay detrás suya, colocando una presentación que con mil colores y decoraciones, tiene un nombre en medio: Estudios de abogado en el año 2019.

Frunzo el ceño.

Joder... —murmura en su idioma natal, el español. —Bueno, da... da igual. —vuelve al inglés. —Bueno, Bella. —me mira y señala la presentación. —Esto es una presentación con los gráficos de cuántas personas estudian derecho, según lo que registran las universidades donde nuestros bufetes tienen sedes.

—No entiendo.

Pasa la diapositiva.

—Mira, Bella. —me señala unos gráficos, que son de barras y tienen una barra de color azul que sube hasta el número 700 con un nombre abajo <<Chicago>>. —Estos gráficos de barras indican cuántas personas estudian derecho en cada ciudad en las que este bufete tiene sedes, según los registros de universidad. Es decir, te estoy diciendo cuántos abogados hay aproximadamente por ciudad, Bella.

—¡Ah! —hago un sonido, mordiéndome una mejilla por los nervios. —Ya entiendo.

—Bien. —me señala la barra de color azul. —En Chicago, aproximadamente, setecientas personas estudian derecho. De las cuales, si contamos los que abandonan la carrera y los que se van a otro lugar... —hace cálculos mentales. —Chicago tiene sobre cuatrocientos cincuenta abogados nuevos.

—Oh, que bien, ¿no?

—Sí. —sin embargo, me señala otra barra que esta al lado de Madrid, Roma, Copenhague y Tokyo, que tienen números altos, sobre los 400 estudiantes. —Sin embargo, mira esta, Bella.

Dirijo mi mirada hacia la barra verde que está distanciada de Chicago por todas las anteriores.

<<Estambul, Turquía>>

La barra verde que tiene debajo el nombre de la antigua Constantinopla, apenas llega a los cien estudiantes.

—Si descontamos los que dejan la carrera, se van a otro lugar... no quedan más de veinte abogados en Estambul, Bella.

No entiendo por dónde van los tiros. En serio, llamadme tonta, pero no estoy entendiendo que me quiere decir Andrew.

—Q-que pena... —titubeo.

—¿No entiendes, no?

—Mmm... no. —murmuro.

—Tienes que irte al bufete de Estambul a trabajar, Bella.

Sus palabras me dejan helada. Un frío me recorre de arriba abajo y trago fuerte.

—P-pero...

—Pero no te vas sola, Bella. —trata de calmarme, sé que me he quedado pálida. —Martine irá contigo.

—P-pero... —titubeo de nuevo, me recompongo. —¿Por qué nosotras?

Andrew suspira.

—¿Acaso no te has dado cuenta, Bella? —cuestiona, frunciendo el ceño. —Tú y Martine sois las mejores abogadas de este bufete. Han solicitado abogados en el bufete de Estambul y debéis iros, os he elegido porque aparte de ser las mejores, sé que sois amigas y estaréis más cómodas.

—Pero... ¿donde nos alojaremos? ¿Allí hay hoteles?

Él me mira con fastidio.

—Porfavor, Bella. Evidentemente. Estás yendo a Turquía, no a una aldea tribu del Amazonas.

Hago un pequeño puchero.

—Bueno...

—Os alojareis en un hotel en el centro de la ciudad, que es donde también está el bufete. Os lo pagará la institución durante los primeros cinco meses.

Es la primera vez que tengo que intercambiarme a otra ciudad. No sé cómo funciona, si luego tendré que pagarme o...

—¿Y mi penthouse? —pregunto cuando recuerdo que tengo uno. —¿Que tengo que hacer con él?

—Puedes alquilarlo, dejarlo a un familiar... aunque dinero no te hará falta.

—¿Por qué?

—Ahora os pagamos 3000 dólares más la efectividad de vuestros casos, ¿no?

—Mmmm, sí...

—Allí os pagarán setenta y cinco mil liras turcas, Bella. —parpadeo varias veces, sin entender. —Cuatro mil dólares más efectividad.

Cuando lo oigo, me tambaleo con el mareo aún estando sentada ante la gran cifra de dinero.

—¿T-todo eso?

—Claro. —contesta. —Es una profesión muy bien pagada debido a la escasez de abogados.

La sorpresa en mi rostro es evidente.

—¿Y cuando salimos?

Mi jefe me sonríe con inocencia y eso me perturba, su mente es malvada.

—Mañana.

—¡Pero como vamos a irnos por allí, tan lejos!

Alzo los hombros ya que no sé la respuesta mientras acaricio a Max, mi perro de raza... No sé, la verdad, es una mezcla de razas y colores pero es absolutamente precioso.

—No sé, Martine.

—Yo creo que Andrew enloqueció. —me mira, comiendo de las palomitas del bote. —¿Nos va a mandar por allí? ¿Donde las mujeres van tapadas hasta las cejas?

Miro a Martine, sorprendida.

—¿Qué dices? —me como una palomita. —Que sean del islam no perpetúa que estén tapadas de arriba a abajo. Eso es en países extremistas.

—¿Y Turquía que es?

No pienso la respuesta pues tampoco me interesa.

—No sé, solo sé que deberíamos dejar de comer y hacer las maletas. —dejo el bote de helado en la mesa y Martine apaga la tele.

Sin decir nada más, nos levantamos del sofá de mi penthouse y empezamos a hacer nuestras maletas; Martine saca la ropa de su habitación, y yo saco la ropa con perchas metiéndola dentro.

Pasamos media hora, aproximadamente, sacando perchas y ropa y empaquetando neceseres para el viaje, que es mañana a las 12:00, es decir, debemos estar en el aeropuerto de Chicago a las 09:00.

Nos interrumpe el sonido de mi teléfono cuando entra una llamada. Me detengo para andar hasta mi teléfono sobre la cama y contesto sin mirar quién es por la rapidez de coger la llamada.

—¿Sí?

—¡Bella! —habla una voz que no logro reconocer y es debido al barullo de fondo, música, como en una discoteca. Miro el teléfono y se me hiela la sangre al instante. Alex Barrett, el morenazo de uno noventa del bufete. —¡Soy Axel!

Parece que haya bebido.

—Sí, si. Dime.

—¿Estás con Martine?

—Mmmmm, sí. —frunzo el ceño como si me estuviera viendo. —¿Por qué?

—¿Queréis venir con nosotros a la Debonair Social Club? —me sorprendo al ver que nos están invitando a una de las mejores discotecas de Chicago. —¡Para celebrar vuestro último día en la ciudad!

—¿E-eh...?

—¡Sí! —trato de articular alguna palabra con sentido, algo que me sirva de algo pero no soy capaz. —¡Vamos, Bella! Llevamos casi tres años siendo compañeros de trabajo, pero jamás hemos salido de fiesta. ¡Venga, anímate! ¿Quién sabe si nos volveremos a ver?

Miro a Martine, que me señala con gesto de <<¿Y este qué?>>, al oir a través del teléfono. 

Dirijo mi mirada al teléfono y de nuevo hacia Martine. <<¿Qué le digo?>> digo sin voz, tratando de que me entienda.

Trato de leer los labios de mi amiga pero no puedo.

—¡Dile que sí! —me grita Martine sin voz, haciéndome señas con las manos. 

—Mmmm, bueno, sí. 

—¡Bieeeeeen! —grita Axel. —Coged un taxi y veniros a Debonair. Nosotros os lo pagamos.

—Oh. —emito un pequeño sonido de sorpresa. —Bueno.

—Aquí os esperamos, Bella.

Cuelga el teléfono y me quedo mirando a Martine.

—¿Nos han ofrecido ir a Debonair?

—Mmmm, parece ser que sí. —murmuro.

—¡Pues vamos!

—Pero antes dejaremos las maletas en el cuarto de bicicletas de abajo. —digo.

—¿Por qué?

—Porque las fiestas con esta gente son un completo desacato, Martine.

Con nuestros mejores trapos encima, yo con un vestido negro y con una apertura en la pierna, ceñido a mi cintura mientras que Martine lleva un vestido amarillo que le llega antes de las rodillas. Bajamos del coche y Axel sale de la discoteca, acercándose hasta el coche y sacando unos billetes. Miro mi reloj; son las 23:41.

Observo la belleza de la discoteca. Las luces de colores traspasan los cristales y los colores de neón hacen un contraste visual increíble.

—Toma. —le entrega todo el dinero y el taxista abre mucho los ojos. Me bajo del vehículo. —Quédate con el cambio.

—¡Gracias, gracias! ¡Muchas gracias!

Un silbido por parte de Barrett sale de sus labios cuando nos ve.

—¿Quién pidió pollo? —murmura el bombón. —A ver, a ver... vueltita.

Nos agarra a cada una con una mano y damos media vuelta.

Suelta otro silbido.

—¡Bella! —oigo la voz de otro de nuestros compañeros, Kane Pillet. Sale de Debonair seguido de Marylin Lakers y Julliet Grimes. 

Nos saludamos entre todos y entramos a Debonair.

La discoteca por dentro es bastante amplia, las luces LED de colores con el contraste de la luz nocturna forma un espectáculo precioso de ver.

Andamos hasta la barra y pedimos un trago.

Yo pido uno llamado 'Ambrosía de los Dioses', que según leí, es una mezcla de Vodka rosa, Malibú con piña, Tequila de Fresa y Kas Naranja. 

Cuando nos sirven todos, lo pruebo y mis papilas gustativas quedan maravilladas.

—¡Dios, esto está delicioso! 

—¿Verdad? —me dice Julliet. —¡Vamos a la pista! ¡Hay que aprovechar la última noche con Bella y Martine!

Nos emocionamos y doy otro trago a la refrescante bebida que sabe muy bien.

Unas horas más tarde, me encuentro moviéndome de lado a lado por culpa de lo que me he bebido. Creo que pedí... unos cuantos vasos más de Ambrosía de los Dioses, <<igual unos... ¿cuatro?>> y Julliet me recomendó uno de Ginebra que se llamaba... Regadera, algo así. No entiendo el nombre, pero sabía bien. 

Me dirijo ahora mismo hacia el baño, hace rato le perdí la pista a Martine cuando se puso a batallar con otra borracha para ver quién perreaba mejor. A Martine le das alcohol y se apunta a un bombardeo...

Bajo las escaleras del lugar de las mesas y veo el baño al fondo. Llego hasta allí a duras penas y entro al baño, me doy agua fría en la cara y me dirijo de nuevo hacia la pista.

Sin embargo, unas manos fuertes me interceptan en el camino y me pegan contra la pared cuando el chico se tropieza.

—Bella...

Es Axel.

—Axel...

—Perdón, perdón, Bella. —murmura, el tono desmerecido por el alcohol es evidente, también ha bebido. —Me he tropezado y...

—No, no... no pasa nada, Axel.

Se recompone y queda frente a mí, a centímetros de mi boca. Maldición.

—¿Q-qué...?

—Nada. —se aleja. Me recompongo el pelo y el vestido y trato de escabullirme para evitar más momentos tensos, sin embargo, no lo logro cuando me agarra de la cintura al momento en que suena The Hills de The Weeknd por toda la discoteca. —Quiero despedirme de ti, Bella.

—¿C-cómo? —titubeo.

Mira mis labios durante unos segundos y su boca aplasta la mía al son del beat de la canción cuando explota. Quedo sorprendida pero no me niego y sigo el juego de sus labios mientras The Hills llena el ambiente. 

Segundos después, nos separamos y veo a todo el grupo en las escaleras.

—¡Eso!

Han pasado, mínimo, dos horas y media desde mis besos pecaminosos con Axel al lado del baño. Miro la hora en mi móvil, son las 05:43. Así que decido avisar al grupo de que me voy a ir, Martine debería hacer lo mismo pues mañana debemos tomar el vuelo a Estambul. 

Me acerco hasta ellas, que están gritando como locas en la pista. Agarro con fuerza el trago llamado Regadera que acabo de pedir, no estamos para desperdiciar el dinero.

—¡Martine! —llamo a mi amiga. La saco del círculo de personas del brazo. —Debemos irnos, mañana tenemos el vuelo.

—¿Qué vuelo...? —pregunta con la voz desviada por el alcohol, yéndose de lado a lado.

—El vuelo a Estambul, nena. Es a las 12, tenemos que estar en el aeropuerto a las nueve, vámonos.

Asiente.

—Cierto. El trabajo y las responsabilidades son lo primero, voy a avisar a las chicas.

Me quedo fuera de la pista esperando a que Martine le diga pero mi sorpresa es evidente cuando vienen todas.

—¿Nos vamos?

—¿Venís con nosotras?

—Sí, esto ya es una mierda. —murmura Julliet. —Vámonos, mejor.

—¡Vámonos a mi casa! —grita Axel y todos empiezan a vitorear y a decir que sí, incluida Martine.

Le aprieto el brazo.

—¿Qué pasa?

—¡Que tenemos un vuelo mañana, Martine!

—Tranquila, muñeca. —salta Axel por detrás. —Podéis ir a mi casa, poneros una alarma a las ocho y listo, no hay más. 

—B-bueno... —oír como me ha llamado me ha hecho titubear. Y que me tiemblen las piernas. 

Le doy un trago largo a mi vaso, dejándolo por un poco menos de la mitad y lo dejo en el primer lugar que veo, siguiendo al grupo que sale por la puerta.

Cruzo el umbral y me paro a vomitar en una maceta cuando todo el reflujo de todo lo que he bebido me ataca la garganta, subiendo por mi esófago y saliendo disparado por mi boca, regando las plantas.

—¿Ahora entiendes porque el trago se llama Regadera? —dice Julliet, acercándose a mi. —Anda, vamos.

Despierto con un dolor de cabeza terrible y una casa con un salón grande se cierne sobre mí. De suelo blanco y sofá del mismo color, creo que he caído en un manicomio.

—Oh, Dios...

Me sobo la frente tratando de apaciguar el dolor y un montón de flashbacks de la noche me atacan.

<<Yo vomitando en la maceta en la salida de la discoteca, bailando con medio Debonair, besándome con Axel...>>

¿Dónde estoy?

Dios mío, Bella, no puedes probar el alcohol.

Me asomo hacia la estantería que sujeta el televisor, dónde hay un montón de fotos enmarcadas en cuadros transparentes. Trato de averiguar quienes son los de las fotos, pero no lo logro. Cada foto tiene una pequeña inscripción abajo, que recuerda dónde es el lugar de cada imagen.

<<Atenas, Sicilia, París, Berlín, Estambul...>>

Caigo en cuenta de algo pero no sé concretamente de qué. Algo relacionado con Estambul... ¡Maldita sea! 

Miro la hora en mi teléfono y... <<Las 08:46. Tenemos que estar en el aeropuerto a las 9.00>>.

—¡Mierda! —corro hasta mi bolso y busco el número de Martine. No sé ni dónde estoy, pero debo salir de aquí.

Busco la puerta para salir en la casa pero en el camino uno de mis tacones tropieza con alguien tirado en el suelo y el dolor de cabeza me golpea con más fuerza cuando caigo al suelo.

—¡Joder! —me levanto al suelo con la barbilla adolorida por la caída. —¡Bella!

Me ayuda a levantar y miro a Martine, abrazándola cuando la veo con su vestido amarillo hecho un Cristo.

—¡Martine!

—Sí, cielo, soy yo, sí.

—¡Tenemos que irnos! —le enseño la hora en el teléfono. —¡Al aeropuerto ya!

—¡Vale, vale! —dice, agarrando su bolso del suelo, donde estaba tirada durmiendo. —Pero antes...

Saca un pequeño papel del bolso y un boligrafo, escribiendo 'Muchas gracias por la fiesta :)'

—¿Dónde estamos?

—Es la casa de Axel, querida. —me mira mientras esperamos al ascensor, estamos en un piso veintidós. —¿No recuerdas lo que pasó? —Niego comedidamente. —Mierda, Bella. Pues creo que no recuerdas una de las mejores fiestas de tu vida.

—Tengo flashbacks... pero muy leves y de pocas cosas, supongo.

—¿De qué?

Miro hacia arriba, como si tratase de evadir el tema. 

—¡Ya cuéntame!

—Vale, vale. —subimos al ascensor cuando abre las puertas. —Pues... recuerdo que... bailé con media discoteca, vomité en la salida...

—Te besaste con Axel...

Completa la oración por mí y me giro para mirarla.

Me agarra de las manos y comenzamos a gritar, ilusionadas, cómo dos niñas pequeñas cunado les dan sus dulces favoritos. Cuando ya lo consideramos suficiente, nos alejamos.

—¡Has cumplido tu sueño de besarlo!

—A ver, sueño, sueño... —digo. —Deseo, dejémoslo ahí.

—Lo que sea, —me interrumpe. —¡te has besado con él! Maldición, creo que es la mejor fiesta que he vivido nunca.

Bajamos del ascensor cuando este llega al piso cero. Salimos del gran edificio y me doy cuenta de que estamos en la otra punta de la ciudad a diferencia del aeropuerto. Pero por suerte, mi casa, dónde están las maletas, nos queda de paso. Axel vive en River North y yo en el barrio aledaño, así que podemos pasar por mi casa y seguir directas al aeropuerto.

Martine para un taxi en la calle y este baja las ventanas al vernos.

—Subid, preciosas. 

Entramos al taxi y nos montamos ambas en la parte trasera. 

—Al Chatelaine Apartaments, porfavor. 

El hombre obedece arrancando hacia el edificio que le he indicado. 

Le metemos prisa y en unos minutos llegamos a mi edificio. 

—¡Espérame aquí un segundo! —le grito al taxista mientras bajo y corro hacia la entrada del edificio.

—¡Vamos, Bella!

Meto la llave como puedo en la cerradura del cuarto de bicicletas cuando llego y abro la puerta. Las maletas se caen por lo aprisionadas que estaban. 

Las agarro del mango y corro pero las maletas me dificultan la tarea. Paso por en frente de Kenny, el portero de día, y le entrego las llaves de copia del penthouse. 

—¿No va a llevarse a Max?

—¡Mierda!

No puede ser que haya olvidado a mi perro arriba, maldita sea.

Me subo al ascensor metiendo la llave en la cerradura que desbloquea mi penthouse. Llego y busco a mi perro.

—¡Max!

Aparece en cuestión de segundos. Me saluda contenta.

—Vamos, vamos...

Le pongo el arnés y corro a buscar su transportín. Tengo que llamar a mis padres y decirles que ya voy para Estambul, para que sepan que tienen mi penthouse para vacaciones de verano. Ellos viven en Maine, pero vienen a verme de vez en cuando.

La meto dentro del transportín, agarro su bolsa de pienso —que es bastante grande—, la doblo como puedo y la meto en una de las maletas. 

Ahora sí, despidiéndome mentalmente de mi penthouse y agarrando las maletas y el transportín de Max, me llevo todo hacia abajo donde el conserje me ayuda a llevarlo al taxi, donde de camino al aeropuerto asimilo que mi vida está apunto de cambiar de una manera muy radical.

Una lágrima solitaria cae por mi mejilla cuando veo llegar a Julliet, Axel y Kane por la terminal del aeropuerto. Toca despedirse, el vuelo sale en hora y media y debemos pasar ya hacia dentro. 

—Sí, mami... cuando llegue te llamaré.

¡Mucho cuidado por allí! Porfavor, amoldate a sus costumbres, Bella. No vaya a ser que te pase algo... Y llama también a la abuela.

Mi abuela de parte materna es de descendencia española, la única de mis cuatro abuelos que queda viva. Los paternos no los conocí y mi abuelo murió cuando tenía seis años.

—Que si, mamá...

¿Extrañarás Chicago?

La verdad es que si. Nací aquí, a los dieciséis nos fuimos a Maine pero no pude evitar terminar mi carrera de derecho aquí.

—Evidentemente, mamá. —murmuro. —Pero es lo que toca. Quién sabe, igual y pueda volver. Tenéis mi penthouse a vuestra entera disposición, ¿sí? Le deje las llaves a Kenny, el portero, ¿vale?

Bueno, hija... —dice, con tono lacrimoso. —Que tengas un buen viaje, cielo. Llámame nada más llegues, porfavor.

—Sí, mamá. Te quiero, chao.

Chao.

Cuelgo el teléfono, saliendo fuera. Los chicos hablan súper contentos y no sé por qué, pues yo lo último que estoy es feliz. Ya hemos facturado las maletas y Max, al ser un perrito pequeño, no es necesario que vaya en bodega. 

Martine me pasa un cigarro y lo agarro, tratando de enfrascarme en la conversación.

—Maskame ya ha traído a nuevas personas a la oficina. 

<<¿Qué?>>

—Joder, ni un día ha tardado...

—Pero hay que entenderlo, necesita reemplazaros. —dice Julliet. —Aunque dudo que encuentre algún abogado como vosotras, la verdad.

—¿Os ha hablado de pagaros la manutención allí?

—Sí, —contesto a la pregunta de Kane. —durante cinco meses tenemos hotel pagado.

—Bueno, por lo menos.

Pasamos otro rato más hablando y nos despedimos. No hemos tenido la relación de amistad más profunda del mundo, ni nada por el estilo, pero la verdad voy a echarlos de menos, llevo dos años y medio trabajando con ellos y les he cogido cariño.

Cruzamos el control de rayos ultravioletas sin problema y Martine y yo nos sentamos en la sala de espera para embarcar hacia nuestra nueva vida en la antigua Constantinopla.

Diez horas después.

El Mar Adriático se va queda atrás mientras que Estambul comienza a aparecer bajo nosotros. Me he pasado las diez horas de vuelo durmiendo, comiendo, viendo series y andando por el avión para evitar una trombosis.

Martine sigue dormida, sin embargo, yo miro por la ventana fascinada por la preciosidad que emana la antigua Constantinopla. A un lado, el izquierdo del estrecho de Bósforo, se ve un mar completamente vacío, no hay una sola luz en él. Sin embargo, al otro lado...

El mar entero lleno de luces de barcos y veleros que navegan por el Mar Mármara dando un dibujo de luces que es precioso.

Otras miles de luces que adornan la ciudad como si fuesen miles de luciérnagas en el bosque de noche dan un espectáculo visual. 

—Wow... 

—¿Qué pasó? ¿Ya llegamos? —pregunta Martine, bostezando somnolienta. Tuvimos la suerte de que no venía nadie y quedaron los cuatro asientos de la ventana para nosotros, ya que es de cuatro asientos, tres y cuatro de nuevo. Así que hemos ido bastante cómodas.

—Aun no, pero...

Les habla el comandante la tripulación, iniciamos maniobra de aterrizaje.

—Eso, vaya. —digo cuando el comandante termina la oración por mí. —¿Quién nos estará esperando allí?

—Andrew me dijo que nos esperaría un hombre llamado Demir Fatti, el jefe del bufete turco. 

—Ah, bueno. —miro de nuevo hacia la ventana, cada vez está más cerca la ciudad y me giro de nuevo cuando siento a Max tocarme. —Max, cielo, lo siento pero ya vas para dentro. 

Meto a mi mascota al transportín y minutos después, el avión empieza con sus ajetreos típicos a la hora de aterrizaje. Martine, miedosa de nacimiento, me aprieta al punto de necrosar y partir mis falanges una por una con la fuerza de su agarre.

No me quejo, simplemente observo como el avión toca el suelo del Aeropuerto Internacional de Atatürk, en Estambul. 

El avión va frenando poco a poco hasta que frena del todo y los pasajeros comenzamos a aplaudir al piloto por manejar esta mole durante diez horas. El piloto comienza a hablar.

Bienvenidos a la Antigua Constantinopla, el punto de encuentro entre Occidente y Oriente. Bienvenidos a la encrucijada del mundo, a la ciudad que reposa sobre el Mar Mármara y el Mar Negro. Espero que hayan disfrutado de su vuelo con esta aerolínea, y mis queridos pasajeros, bienvenidos a Estambul.

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