Rojo Carmesí
Todos los viernes a las 7:00 p.m. se abría las puertas del Teatro Luz de Luna para deleitar con sus increíbles obras y musicales a todos aquellos, amantes de las artes escénicas. Se llenaba cada rincón hasta rebosar, pues era bien sabido que en ellos se encontraban los mejores talentos del país y varios de estos de talla mundial.
La noche de ese viernes se ponía en escena la obra "Rojo Carmesí", se decía que sería la obra del año; ya que estaría participando una talentosa y aclamada actriz internacional. Cada obra que ella interpretaba hacía vibrar el escenario, los elogios, flores, fotos y entrevistas les llovía a cántaros. Ella era una mujer hermosa que a pesar de ya estar rondando los 40 años se mantenía extremadamente bien, su melena larga hasta la cintura color azabache, su piel morena y ojos verdes era el toque perfecto para sus atributos. Su elegancia se notaba en su caminar y forma de hablar, jamás perdía los estribos... Se podía decir que era una mujer culta.
Como todos los asistentes a esa primera función sabían de ella, las entradas se agotaron tan pronto se había hecho el anuncio de la obra y quiénes conformarían aquel elenco. Ese día todos hicieron cola para entrar y sentarse cómodos desde la primera fila hasta la última, y para la gran élite se reservaron los asientos de los balcones.
Se hizo las 8:00 p.m. y la obra empezó como se tenía dispuesto. La misma trataba de una mujer que llena de ira por la infidelidad de su marido asesinó a sangre fría a este y a su amante, al final la angustia pudo con ella que terminó dándose un tiro en la cabeza.
Culminada la función el elenco salió para recibir los aplausos de todos los presentes, luego se bajó el telón y todos regresaron a sus camerinos.
—Lucía Palacios, te has lucido hoy como siempre—dijo Mauricio Córdoba director de la obra.
—Gracias querido. Son años de experiencia lo que hablan de mí —respondió ella levantándose un poco de su asiento para darle dos besos en la mejilla del hombre
—Faltaba más, todos se han lucido de maravilla. Recuerden que esta noche están invitados a la fiesta en celebración de la apertura de ésta magnífica obra —anunció Mauricio en tono alto y grave para que todos ahí escucharan.
El elenco aplaudió emocionado y se dispusieron a cambiarse para asistir a la fiesta de la cual fueron invitados. Pasado un par de horas todos se encontraban reunidos en la lujosa mansión del director, había sido decorada de manera impecable y elegante, entre tonos blancos con matices beiges, música clásica en vivo para deleitar a todos los asistentes. Gente de grandes revistas, gurús del arte, empresarios y más llenaban aquella fiesta que rebosaba de champagne de la más alta calidad.
Lucía hizo su aparición en aquel lugar magnífico con su espléndido traje blanco marfil que acentuaba sus curvas sin llegar a ser vulgar, al contrario, le hacía resaltar entre el resto de las mujeres presentes e iba muy bien acompañada por su esposo Darío Buenaventura.
—Señoras y señores ha llegado el momento de la cena, por favor dirigirse al gran salón —dijo Mauricio como anfitrión de esa velada.
Los invitados procedieron entrar al gran salón y tomar asientos en las respectivas mesas asignadas, los meseros empezaron a servir los exquisitos platos hechos por los mejores chefs; pues había que dejar extasiados hasta el más fino de los sentidos. Los platos iban y venían desde la entrada, pasando por el plato fuerte y culminando con el aclamado postre.
Mientras ella se deleitaba comiendo y escuchando la música tranquila que sonaba de fondo la Polonesa de Chopin. Su esposo se había retirado hacía un poco más de diez minutos, ya que quería fumar un rato sólo. Lo que Lucía no sabía, es que él se había ido con una mujer a tener un encuentro pasional entre los rosales.
El tiempo pasaba y Darío no volvía, así que, ella se disculpó con los que estaba compartiendo mesa y se retiró a buscarlo en la terraza, pensando que aún se encontraba ahí.
—¡Darío! —lo llamó, sin embargo, no obtuvo respuesta. Así que bajó las escaleras que la llevaban al jardín de rosas las más rojas que mandó a cultivar su amigo Mauricio. La intuición le había dicho que fuera ahí.
Caminó por el sendero de rocas que bordeaba aquel jardín hasta que logró ver a su esposo, se dirigió hacia allá y cuanto más se acercaba empezó a escuchar gemidos de fondo. —¡Darío, no te detengas! ¡Ah, sí! —oyó exclamar a la mujer que se encontraba con su esposo. Aquel infame había tenido la osadía de engañarla prácticamente en sus narices. La decepción la invadió, la ira la corrompió y esa noche el vestido blanco marfil, se llenó de rojo carmesí.
Aquella noche esa obra cobró vida.
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