Me llamo Soledad
"Sostén mi mano, no me sueltes.
Sostén nuestras manos, porque ahí está nuestros corazones."
—Los corazones más fuertes están hechos de pedazos rotos de muchos años de dolor, por heridas remendadas y medio curadas.
—¿Entonces de qué está hecho mi corazón? —preguntó la niña con cara entristecida, mientras sostenía en sus manos lo que quedaba de este.
—El tuyo, pequeña está hecho de lágrimas de sal —contestó con voz taciturna aquella señora que una vez pasó lo mismo.
—El dolor, ¿cuándo se irá? —volvió a preguntar sentándose en la banca junto a la señora.
—Se irá cuando dejes ir toda la ira, decepción y la amargura de los sueños rotos. Entonces estas se esfumarán como las flores marchitas cuando se las lleva el viento —respondió aquella mujer entrada de años mirando al cielo con una sonrisa.
—Pero, ¿cómo haré eso? – siguió cuestionando la pequeña mirando fijamente a la anciana de ojos vivaces.
—El tiempo te lo dirá mi niña, aunque no lo cura todo. Hace lo posible para que nuestros sufrimientos dejen de ser eternos. —Se levantó de la banca y empezó alejarse del lugar.
—¡Espere, por favor! Tengo algo más que preguntar. —Corrió la infante lo más rápido que pudo.
Sin embargo, la anciana no se detuvo y siguió caminando como si no hubiese escuchado nada. Y por más que la niña corrió hasta casi quedarse sin aire, no lo consiguió. Cayó de rodillas en el suelo lleno de piedras, pero no gritó, solo continuó llorando por no poder hacer la última pregunta.
—Solo quería preguntarle cómo se llamaba— dijo en voz baja hipando. La brisa sopló tan fuerte que revolvió sus largos cabellos negros y secó las lágrimas que bajaban por su cara.
—Me llamo... Soledad —Escuchó silbar al viento.
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