Con el cielo estrellado y la luna en su esplendor, juré amarte por toda la eternidad, pero nadie me avisó que pronto se haría realidad. La mañana de nuestro décimo aniversario de casados todo cambió, de pronto el cielo se puso gris avisando que una tormenta se aproximaba; yo desaforado por llegar a tiempo a nuestra cena salí deprisa del trabajo.

No me importó mojarme bajo la lluvia para llegar hasta la parada y lograr abordar el bus que me llevaría a mi destino, sin embargo, éste tomó otro rumbo. Las llantas del autobús empezaron a patinar, la gente asustada empezó a gritar, mientras el conductor trataba de maniobrar y poner el vehículo en su lugar. Sólo sé que el susto aumentó cuando otro auto nos impactó y esta vez giramos tantas veces que perdí el conocimiento; en mi mente solo estaba que llegaría tarde a nuestro encuentro.

Como si de un sueño se tratara desperté tranquilo y respiré aliviado de que no había pasado nada, llegué al restaurante donde habíamos hecho la reservación y ahí te encontrabas amada mía, esperándome tan hermosa y radiante como siempre. Decidí entrar para sentarme frente a ti y contarte el sueño trágico que había tenido mientras iba en el autobús. No obstante, tú no me veías por más que te hablara, te hacía señas y nada; en eso sonó tu celular y atendiste la llamada, tu rostro se comprimió de la angustia que sentías, lágrimas empezaron a caer y entonces comprendí que yo ya no estaba ahí.

Juré que te amaría por toda la eternidad y así lo haré hasta que volvamos a encontrarnos en el árbol de los enamorados.