Me preguntaste un día: «¿Si yo me muero hoy, llorarías por mí?». Te respondí que tal vez sí, pero no más que cuando terminó nuestra relación.

En cámara lenta iba caminando en dirección a la parada de autobuses, cuando de pronto hubo un accidente. Habían atropellado a alguien que no lograba divisar desde donde me encontraba, la gente consternada se acercaba a la persona afectada, todavía en ese momento desconocía si era hombre o mujer, joven o viejo, sólo sabía que alguien estaba herido de gravedad por la forma del impacto (salió volando cayendo dos metros más adelante). El conductor del vehículo particular estaba aterrado por la escena mientras llamaba por el celular al 911, algunos curiosos e irrespetuosos tomaban fotos al susodicho; por mi parte me acerqué un poco más para ver si podía ayudar en algo o saber si era alguien que conocía.

Me abría paso poco a poco en medio de la multitud y cuando al fin iba lograr ver al afectado, llegaron los paramédicos y policías a custodiar el área. Decidí alejarme del lugar y volver a la rutina de esa tarde buscar un transporte de regreso a casa. Saqué mi teléfono y tenía un mensaje en la contestadora del cual no me había dado cuenta —ya que el móvil lo tenía en silencio—; acepté que quería escuchar el nuevo mensaje de voz y esperé unos 30 segundos. Pero mi sorpresa fue mayor cuando la voz que escuché fue la de mi ex novio que decía: «Te esperaré en la parada de buses cerca de tu trab...» lo último que oí fue un sonido sordo de cuando algo se cae. En ese momento me di cuenta que quién había sido el atropellado había sido él.