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El legado del señor Fizgerald (parte 2)

Dos años después de lo sucedido en la mansión del señor Fitzgerald, el profesor Edward fue invitado a asistir a una subasta donde por pura casualidad encontró una estatuilla antigua con inscripciones misteriosas. Recordando las similitudes con la esfera,la obsesion con encontrar la deidad a la que adoraban con esos objetos volvió a su mente como una aguja clavándose en su mente.

Después de un arduo trabajo de investigación, el profesor llegó a la conclusión de que la estatuilla era una especie de mapa que le llevaría a la ubicación donde podría encontrarse este misterioso ser ancestral con el cual estaba obsesionado, Las inscripciones hablaban de un templo que estaba ubicado en una zona remota de la selva amazónica, a varios días de viaje en bote desde la ciudad más cercana.

El profesor Edward se preparó meticulosamente para su expedición, asegurándose de contar con todo lo necesario para sobrevivir en la selva. Una vez que llegó a la zona, contrató a un grupo de guías locales para que lo acompañaran en su peligrosa misión.

Después de varios días de navegación por el río, finalmente llegaron a la ubicación del templo. La estructura era impresionante, construida con grandes bloques de piedra que parecían haber sido tallados por manos desconocidas hace milenios.

A medida que se adentraban en el interior del templo, el profesor y sus guías comenzaron a sentir una extraña presencia. El aire parecía pesado y denso, y una sensación de temor se apoderó de ellos. Algunos de los guías decidieron regresar al bote, temerosos de lo que pudieran encontrar allí, solo un pequeño grupo decidió seguir adelante con el profesor Edward.

Avanzaron con cautela por los corredores del templo, sintiendo la opresión de la oscuridad y el silencio. Las paredes estaban cubiertas de jeroglíficos antiguos y símbolos extraños, que parecían latir y moverse a medida que se adentraban en las profundidades del lugar.

El grupo llego a una gran sala donde se encontraba una estatua de la deidad que buscaban. Era una criatura monstruosa y grotesca, con tentáculos que se retorcían y una boca llena de dientes afilados. La estatua estaba cubierta de oro y joyas, y parecía que la luz misma emanaba de ella.

Se dieron cuenta que cuanto más avanzaban, más se adentraban en un inmenso vacío. Había una sensación de malestar en el aire casi irrespirable. Sin previo aviso, las antorchas se apagaron con una brisa fría y cortante, sumiendo la sala en una oscuridad total.

Edward y sus acompañantes se encontraban ahora en una situación de completa indefensión. Podían oír el sonido de algo arrastrándose por el suelo, algo que no parecía tener forma ni lógica. El terror los invadió, pero aún así, avanzaron en la oscuridad, guiados por la intuición de Edward.

Llegaron a una pequeña habitación donde se encontraba una puerta tallada en piedra. Había algo escrito en ella, pero no pudieron leerlo por la oscuridad que les invadía. El profesor sacó la ultima antorcha de su mochila y la encendió, iluminando la zona y revelando lo que había en la pared.

La escritura en la pared era antigua y estaba escrita en un idioma que ninguno de ellos entendía. Pero lo más aterrador fue lo que estaba dibujado en ella: un retrato del ser ancestral que habían estado buscando, con un mensaje ominoso que decía: "El que ve el rostro de la deidad se encuentra cara a cara con la muerte".

El grupo se miró entre sí, sabiendo que estaban a punto de enfrentarse a algo más allá de su comprensión. Pero sabían que no podían detenerse ahora. Edward abrió la puerta y avanzaron hacia lo desconocido, el que podía ser su destino final.

Finalmente, llegaron a una gran cámara central, cuyas paredes estaban cubiertas por una profusión de esculturas y frescos que representaban a la criatura en su máximo esplendor a la que los antiguos adoradores rendían culto. Lo que parecía una estatua se encontraba en el centro de la cámara, una enorme figura grotesca de aspecto humanoide, con tentáculos que se retorcían y enroscaban a su alrededor.

A medida que el profesor y su equipo se acercaban a la criatura, se dieron cuenta de que algo estaba mal, muy mal, no era una estatua, estaba viva, la atmosfera estaba cargada de una energía malévola y hostil, y parecía estar despertando de un profundo sueño, con los tentáculos moviéndose y retorciéndose con un propósito desconocido.

El profesor Edward sabía que su única oportunidad de sobrevivir era encontrar una manera de desactivar la maldición que había caído sobre el templo. Con el corazón latiendo con fuerza, comenzó a buscar frenéticamente cualquier pista o indicio que pudiera llevarlo a la solución.

Finalmente, después de mucho buscar, encontró una inscripción en una pared detrás de la enorme bestia de la que colgaba un lienzo ennegrecido, sucio y polvoriento. Con la ayuda de su equipo, descifraron el antiguo idioma y descubrieron un ritual que podría desactivar la maldición y liberarlos del templo.

Con la esperanza de que aún tuvieran tiempo para realizar el ritual antes de que la deidad despertara por completo, el equipo del profesor comenzó a reunir los materiales necesarios. Con manos temblorosas, comenzaron a recitar las palabras mientras seguían las instrucciones de la inscripción. A medida que avanzaban en el ritual, los tentáculos de la estatua comenzaron a moverse con más fuerza y ​​rabia, como si estuvieran luchando contra el hechizo que se estaba lanzando contra ella.

Con un rugido ensordecedor, la deidad despertó, lanzando sus tentáculo contra todo ser vivo que había roto su descanso, vísceras y miembros amputados cubrían el suelo del templo en cuestión de segundos.

El silencio en la oscuridad era interrumpido por los jadeos entrecortados del profesor Edward, quien había corrido por su vida intentando escapar del templo maldito. Los gritos y lamentos de sus compañeros de expedición aún resonaban en su cabeza, mientras recordaba la visión de aquel ser abominable que los había atacado sin piedad. Cada paso que daba era más difícil, pues la fatiga y el miedo lo consumían por igual.

Finalmente, llegó a la entrada del templo, donde la luz del día lo recibió con una cálida bienvenida. Se dio la vuelta para ver el lugar donde había estado atrapado, solo para descubrir que el templo había desaparecido sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. El profesor se aferró a la estatuilla que había obtenido de la subasta, su única posesión en aquel lugar extraño y siniestro.

Después de unos minutos, el profesor se levantó y comenzó a caminar en dirección a las canoas para llegar a la ciudad más cercana. Cuando llego a su destino, a medida que avanzaba, los aldeanos lo miraban con miedo, como si supieran lo que había visto. El profesor intentó explicar lo que había sucedido, pero sus palabras se atascaron en su garganta. ¿Cómo podía contar la historia de aquella deidad aterradora, que había segado la vida de sus compañeros con tanta facilidad?

Desde entonces, el profesor Edward nunca volvió a hablar de su experiencia en aquel templo maldito. Las noches eran difíciles, pues los recuerdos de aquellos horrores lo atormentaban sin cesar. La estatuilla se convirtió en su único consuelo, un recuerdo tangible de lo que había visto y una advertencia para otros que pudieran intentar desafiar los límites del conocimiento humano.

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