El suspiro de la caldeada incertidumbre
Eso que hacía no era navegar.
Él llegaba a sitios con su barca de madera, sus dos remos, el mar, la fuerza de sus curtidos brazos y el horizonte de fondo.
No tenía sentido pensar en aquello como navegar, eso no existía. Tampoco andar.
Él tan solo se movía por el mar y llegaba hasta el mar. Es lo único que conocía.
Los poros y las marcas de su piel habían envejecido con los vientos salados.
Cada pelo de su barba había estado expuesto al color de las cientas, miles de lunas llenas. Su apariencia era fiera y dura, afilada; como colmillos alrededor de un rostro anciano.
Iba en camisa de tirantes negra. Pero antes de exhibirla, dudó seriamente si quitarse las prendas que la recubrían. ¿Neblina o Vapor? Aquella era la pregunta que le retorcía su pensamiento una y otra vez, sin poder recordar desde cuándo.
Un humo blanco le envolvía, le acariciaba. También le susurraba, le preguntaba, intranquilo, qué era. Tartamudeaba, no alzaba demasiado la voz: quería saber, con angustia y una desdichada desconfianza, quién era.
¿Era el sonido de un mar abandonado, frío y hueco? O, ¿era el color de un agua deshecha de calor y desenfreno?
El mar estaba abandonado, pero las gotas de sudor que le recorrían la frente le avisaban de que se iba a deshacer junto a él.
No era posible. No sentía calor. Sentía al mar, sin nada más que agua en cientos de millas, abandonado, frío y hueco. Pero era vapor de agua. ¡Pero no debía ser vapor de agua! No debía ser, porque el calor nunca debía estar presente en aquel basto y solitario mar.
Siguió remando, inhalando y exhalando el pesado aire, mientras la niebla atravesaba su cuerpo con cada remada, haciéndole preguntarse una y otra vez su verdadera naturaleza.
Pero entonces lo vio. Lo primero que veía en mucho tiempo. En toda su vida. Lo primero que no era agua ni el cielo, las dos únicas cosas que existían en aquel mundo, salvo él, su barca y sus dos remos.
Eran tejados. Tejados ardiendo. Casas ardiendo. Edificios, rascacielos ardiendo. El rojo, naranja y negro carbonizado de las llamas lo consumían todo.
El hombre bajó poco a poco la mirada.
Y vio como el resplandor naranja se extendía hacia el fondo del agua y lo iluminaba, sobreviviendo fieramente a él, rompiendo toda ley física y química, mostrando una ciudad sumergida en el tiempo y en esas aguas.
El calor del fuego estaba presente, por primera vez, en aquel mar abandonado, frío y hueco.
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