Género: terror.

Las fiestas de Halloween se aproximan y no tengo todavía mi disfraz. Paty, la más popular de la escuela ofrecerá una fiesta en su casa. Y este año decidí esforzarme más para conseguir uno. Saldré del típico disfraz de fantasma con una vieja sábana de mi madre, la momia con papel higiénico y la máscara de asesino hecha con cartón.
Esta vez iremos a comprar nuevos disfraces con Tomás.

Fuimos al viejo cotillón del barrio, al fondo, en el último sector del lugar se encontraban todos los disfraces, desde princesas hasta vampiros.

-¿Cuál vas a elegir? Yo quiero ser un hombre lobo - dijo Tomás.

-No sé, no me quiero arrepentir. Quiero que sea realmente aterrador - respondí.

Tomás ya estaba en su probador mientras yo seguía buscando hasta encontrar el indicado. Ahora que lo pienso parecía una quinceañera buscando el vestido ideal.
Entré al probador con tres disfraces. El primero era de un payaso endemoniado, con peluca y una terrorífica máscara, el segundo una especie de zombie con la cara en carne viva, la mandíbula caída y una vincha que simulaba ser un cuchillo atravesando el cráneo, y el tercero un traje de esqueleto con los huesos hechos por tubos, que al apretar un pulsador transportaban un líquido rojo, simulando la sangre.
El probador era bastante amplio. Tenía un perchero a cada lado y una banqueta.
Comencé por el primero, no me convenció y lo dejé en el asiento. Pasé al segundo, el cual me gustó más, entonces puse toda mi fé en el tercero. Giré a mi izquierda para tomar el disfraz pero no lo encontré.
Al mirarme en el espejo pude ver que en el reflejo se me veía el traje de esqueleto puesto. Me miré directamente y no veía lo mismo que en el espejo. Ya preocupado levanté mi remera y lo que vi me espantó: mi piel ahora era recorrida por los mismos tubos que tenía el disfraz. La sangre corría por mis venas.