Género: realista.

Hernán e Ignacio siempre fueron unos chicos muy traviesos, entre esas travesuras amaban investigar la casa de la abuela, la cual era muy grande. Recorrieron los baños, las habitaciones, la habitación de huéspedes, la biblioteca, la cocina y hasta el sótano, pero lo más increíble que encontraron fue una rata en el ático.
La abuela los amaba, y como sabía que cada día que la visitaban revisarían su casa, escondía distintas sorpresas, como golosinas y monedas antiguas que ambos coleccionaban.
Una tarde los hermanos decidieron revisar el jardín delantero, el más preciado lugar de toda la casa para su abuela. Allí plantaba sus infinitas flores de todas las especies, las cuidaba como a sus propias hijas, las regaba dos veces al día, hablaba y acariciaba.
Ambos sabían que a la abuela no se le haría nada divertido que anden revolviendo su jardín, por eso decidieron hacerlo mientras ella dormía la siesta. A las cuatro de la tarde les pareció que ya estaba profundamente dormida. Bajaron silenciosamente las escaleras, descalzos para no hacer ruido y abrieron la puerta lentamente. Para su desgracia esta no se abrió, estaba cerrada y las llaves las tenía la abuela en su dormitorio.

-Dejemos esto aquí, si le quitamos las llaves se dará cuenta cuando despierte, o el mismo ruido la despertará - dijo el más pequeño sentándose en el piso.

-No, ¿recuerdas las llaves de repuesto? Están en la cocina, vamos Ignacio.

Una vez en el jardín Hernán se colocó los guantes de jardinería mientras Ignacio lo miraba miedoso.

-¿Qué vas a hacer? Sabes que a la abuela no le gusta que toquen sus plantas.

-No te preocupes, le echaremos la culpa al perro, tú ponte los guantes - se los extendió.

El menor accedió inocentemente.

Comenzaron a retirar la tierra con la pala. Hasta el punto en que esta chocó contra algo.

-¿Qué es esto? - preguntó Ignacio boquiabierto tras ver el pedazo de madera que se asomaba entre la tierra y la pala.

-No sé, saquemoslo - respondió su hermano impaciente.

-No, ¿y si es algo malo?

Hernán le dirigió una mirada de odio, la cual le hizo entender que debería callar y dejar la situación en manos del mayor.
Ignacio se hizo a un lado, mientras Hernán comenzó a quitar la tierra con sus manos hasta llegar a ver lo que se escondía: una pequeña caja de madera titulada "No abrir hasta el 2050".
El mayor comenzó a reír dispuesto a abrirla, pero Ignacio lo detuvo.

-¿Qué haces? Debemos esperar muchos años para abrirla.

-Callate Nacho, ni siquiera puedes hacer la cuenta.

-Tú tampoco - le sacó la lengua - Eres muy malo en matemática.

-Yo mando aquí.

Ignacio tapó sus ojos y comenzó a llorar.

-Si vamos a morir quiero que sepas que te amo hermano, eres mi ejemplo a seguir - se sinceró.

Hernán sacó su móvil y lo fotografió. Lo volvió a guardar en su bolsillo y abrió la caja.

Un estruendo se escuchó seguido de un grito. Los dos niños saltaron en su lugar y se abrazaron dejando caer las lágrimas.
Lentamente voltearon y se encontraron con el fiel retrato de su abuela.

-La curiosidad mató al gato. - rió - Les dije que no revolvieran mi jardín.