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Para avanzar en sus estudios en la “Academia de Magia Gaelir”, Zonya debía encontrar un familiar. Después de recitar el encantamiento que la guiaría hasta su compañero, abandonó la escuela emprendiendo su búsqueda. Y así, armada con su varita y su capa, la chica de cabellos dorados inició su primera y última aventura en solitario.

Zonya estaba emocionada por salir del único lugar que había conocido en su vida. La habían criado los profesores de la institución tras ser abandonada frente a la gran puerta espejo del recinto.

Los familiares existían de muchas maneras: gatos, lechuzas, cuervos o incluso criaturas más exóticas; tal era el caso del director Pit que tenía un pato parlanchín que le discutía hasta la fecha. Mientras más fuerte sea el lazo que une al familiar y al mago más poderosos serán ambos. La vinculación era una etapa de crecimiento personal muy importante para cualquier aprendiz, y la debían cumplir en solitario, para que los dos espíritus se puedan encontrar sin interferencias.

Luego de varios días de caminata intensa, dormir mal y comer peor, la delgada joven estaba perdida. Según su “confiable” varita, ese era el lugar donde debía encontrarse, por desgracia, todos sus otros sentidos estaban en desacuerdo.

El Campo de Sangre era uno de los terrenos más peligrosos de Continente. Su nombre de por sí provocaba miedo, pero su pasto antinaturalmente rojo y las historias de los horrores que ocurrían allí eran suficientes para saber que estaba entrando en zona peligrosa.

Zonya estaba a punto de darse la vuelta cuando una voz masculina la llamó desde la yerba alta:

―Hechicera sal del camino, te podría ver la bestia.

La muchacha se agachó y se dirigió hacia el susurro con cautela. Podía ser un desconocido, pero si hubiese querido atacarla lo más sensato hubiera sido tomarla desprevenida.

Era un tipo corpulento, con una cicatriz horrible que le deformaba la mejilla y no le permitía cerrar la boca por completo de un lado, vestía con ropas de cuero endurecido y partes de armaduras que parecían hechas por diferentes forjadores.

―Si estás aquí debe ser para cazar a la criatura, ¿no? ―murmuró él.

Algunas de las historias hablaban de un monstruo que asesinaba a quienes se acercaban. Pero no habían demasiados sobrevivientes que contaran lo que allí sucedía.

―Si trabajamos juntos tendremos mejor oportunidad de vencer a la mantícora ―continuó el cazador.

Zonya creyó que su varita se había descompuesto o ella había escuchado mal. Una mantícora no es un ser pacífico, ni fácil de amaestrar; además, nadie en su escuela poseía una, no es que hubieran muchos estudiantes, simplemente los familiares suelen ser animales menos… mortíferos.

―Mis amigos y yo eliminamos al otro ―dijo el individuo interrumpiendo los pensamientos de Zonya―, pensábamos que estaba solo, pero entonces llegó este y los mató a todos, solo quedé yo. Escapé casi de milagro, y ahora estoy aquí para vengarme.

―Yo solo quiero verla, no tengo intención de asesinarla ―respondió la niña después de pensarlo un momento.

―Estos brujos de hoy en día ―protestó el sujeto―. Bueno al menos podrás ayudarme a cargarla cuando la mate, puede que hasta te obsequie una garra.

Zonya decidió seguir al personaje. La magia reserva caminos misteriosos para quienes se deciden alcanzarla, y a pesar de las advertencias no podía irse de allí sin saber que planeaba el destino.

Zonya se había quedado afuera haciendo guardia en lo que el cazador entraba a una cueva adornada de huesos pestilentes y moscas. Mientras esperaba volvió a recitar el hechizo guía, su varita esta vez no le respondió, se había molestado con ella por su falta de confianza. La hechicería es caprichosa y precisa de la estabilidad del brujo para efectuarse. Las inseguridades de Zonya habían inhibido sus propios dones. Ella suspiró, se sentía totalmente indefensa en medio de aquella sabana carmesí. El escalofrío que recorrió toda su columna le hizo notar una presencia imponente a sus espaldas. No movió ni un dedo cuando la fiera olió su cabeza dorada. La muchacha vio el pelaje escarlata de la quimera, que pasó por su lado indiferente, y su cola de escorpión llena de púas adentrarse en la guarida. La chica quiso avisar al hombre del peligro pero estaba totalmente asustada, tenía la impresión de que si hablaba ella moriría, y los presentimientos suelen ser acertados en los magos así que prefirió no tentar a la suerte. Sentía pena por él, aunque empezaba a creer que la había dejado justo en frente de la cueva para servir de señuelo.

Un rugido tan fuerte como el estrépito de un trueno resonó por la llanura acompañado de un gemido de dolor. Zonya ya no sentía ninguna presencia humana y aunque quería correr tan lejos como sus pies descalzos le permitieran, aún no había descubierto su razón de estar en aquel lugar. Estaba sola, sin magia, en el territorio de una criatura casi nunca vista, no iba a rendirse ahora. Se puso de pie y entró con la cabeza en alto y el corazón atribulado a la caverna. La imagen del guerrero inerte le dio la bienvenida pero no dejó que eso la espantara, así que continuó hasta llegar al nido de la mantícora.

Jamás hubiera adivinado lo que allí iba a encontrar, el gigantesco animal sangraba moribundo por una herida en el abdomen mientras lamía una pequeña cría que descansaba en su regazo. Zonya comenzó a llorar y deseó con todas sus fuerzas poseer la virtud de la sanación. El cachorro era tan pequeño que ni siquiera le habían salido los cuernos, moriría si lo abandonaba a su suerte. Ahora le tocaba hacer lo que alguna vez Pit hizo por ella. La doncella se acercó y acarició a la bestia ahora sin ningún atisbo de miedo, tomó en sus manos al cachorro y el juró en la lengua de la diosa que cuidaría de su bebé como si fuera parte de su familia. La madre acarició a su pequeño por última vez y se entregó al sueño eterno.

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