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Enfrentar la vida

Oculta en la sombra de una torre de contenedores, espero el amanecer. Miro el puerto cómo se ilumina con los primeros rayos del sol y escucho el barco que tengo como objetivo anunciar su llegada. Saco de mi bolsillo una pequeña flauta y dirijo un canto de sinsajo a otra torre lejana. Casi imperceptiblemente, mi compañero me hace una seña y yo avanzo entre las sombras.

Mi carrera se detiene en lo más cercano de la entrada al barco, pero manteniéndome escondida de la vista. La multitud que espera impaciente, se aglomera en la plataforma para abordar. Entre los pasajeros, diviso mi objetivo, un muchacho vestido de negro que, según mi información, será la víctima de una bomba al subir a bordo. Mi directiva es detenerlo mientras mi compañero desactiva la bomba.

-Objetivo avistado. Voy a proceder.- digo en susurro sabiendo que mi compañero me escuchará.

Desde lejos, pero a la vista, mi acompañante hace varias señas con sus manos. De no ser porque sé que se encuentra oculto en ese lugar, no lo distinguiría.

-Está bien. Tendré cuidado. Tenlo tú también.- le respondo a sus señas con otro susurro.

Bajo al suelo y me incorporo dificultosamente en la multitud. La atravieso esquivando a las personas y llego hasta el muchacho de negro. Sin disimular, robo su cartera de su bolsillo. Él se percata y se voltea solo para verme sonreírle y escapar.

-¡Maldita ladrona!- comienza a perseguirme entre la multitud.

Yo avanzo grácialmente entre la gente, sonriendo a mi perseguidor. Cuando llegamos a una zona vacía de personas, me encamino a un callejón sin salida formado por los contenedores. Con el muchacho cubriendo el camino por donde entré, considero mi trabajo hecho al mirar mi reloj marcar las 7:59 am.

-¡Bastarda, dame mi cartera!- me dice enojado.

-Mi trabajo está hecho. No la necesito.- se la devuelvo.

-Vas a tener que responder ante la justicia.- me toma por el brazo mientras escuchamos la explosión de la bomba a lo lejos.

El suelo se estremece haciéndonos caer y, al levantarme, siento agua llover sobre mi cuerpo.

-No...- susurro.- ¡No!

Ignorando a mi objetivo, avanzó a saltos sobre y a través de los contenedores y, al tomar altura, veo a la gente acercarse a la orilla del muelle. La estela dejada por la explosión aún se ve en el agua, pero no tengo rastro de mi compañero. Mis ojos lo buscan, pero es inútil. Toco mi flauta para hacerle saber dónde estoy, pero tampoco obtengo respuesta.

Pensando lo peor, bajo otra vez y me encamino al agua para buscarlo ahí, pero una mano me sujeta y me lleva consigo. Con el impulso,  dirijo una patada hacia la cara de mi captor, pero este me sujeta el pie con buen reflejo.

-Tranquila, Yufi. Soy yo.

-¿Moru? ¡Moru!- bajo la guardia.- ¿Qué fue lo que pasó? Dijiste que ibas a desactivar la bomba.

-Bueno, no pude. La envié lejos en el agua para que no dañara a nadie ni al barco.

-Me preocupé, Moru. Creí...

-Pero no pasó. Ven, vamos a desearles buen viaje.

Juntos, volvimos a subir los contenedores y yo, con una sonrisa, vi al muchacho de negro subir a bordo contrariado.

-¿Quieres hacer los honores?- Moru me ofrece un pañuelo blanco, el cual tomo de su mano y agitó mientras el barco zarpa.- ¿Satisfecha?

-Mucho. Vamos, regresemos con el Maestro.

En nuestro viaje, yendo de la mano, caminando por el puerto hasta la ciudad, un suspiro de placer sale de mi boca.

-¿Estás feliz?

-Moru, sé que nuestra vida no es normal, pero cada vez que tenemos una misión y la completamos satisfactoriamente, me siento que somos útiles al mundo, a pesar de vivir en las sombras.

-Para eso nos entrenó el Maestro.- sonrió.

-Estoy orgullosa de que seamos nosotros.- mi compañero deja de andar a mi lado soltando mi mano y deteniéndose.

Unos pasos por delante, me volteo y veo cómo él despliega su bastón, pero no avanza. Pasa sus manos, una y otra vez, por el cabo del instrumento, nervioso y pensativo.

-¿Moru? ¿Qué tienes?- regreso con él.

-Yufi... ¿Alguna vez has deseado una vida normal?

La pregunta me deja sin habla. Desde que tengo memoria, solo he vivido con Moru y con el Maestro. He entrenado y aprendido mucho cada día de mi vida. Eso me ha hecho lo que soy y no quisiera ser diferente. Tanto Moru como yo no conocimos a nuestros padres, fuimos criados por el Maestro. Aunque he visto a muchas personas en su vida cotidiana, nunca he sentido envidia de ellos.

-Moru, mi vida es feliz como es. Sé que debería desear algo más, pero... El estar contigo y con el Maestro me llena lo suficiente.- digo sonriendo, pero noto su silencio.- ¿Moru?

Él se acerca y me abraza. Yo me sorprendo al principio, pero luego le devuelvo el gesto con una sonrisa cordial.

-Vamos, Moru. Ambos sabemos que una vida normal no es posible para ninguno.

-Lo sé...- me susurra decepcionado.

-Pero no estamos solos. Nos tenemos el uno al otro.

-No sé qué haría sin ti, Yufi.- me dice sonriendo.

-Aburrirte.

Mientras ambos soltamos una carcajada cómplice, continuamos nuestro camino a casa. Para cualquiera, "casa" sería ese lugar construido de madera o piedra que los que viven adentro, por su amor entre ellos, lo convierten en hogar. Nosotros no tenemos casa, pues vivimos en un templo, pero por ello no ha dejado jamás de ser nuestro hogar.

Al estar frente a la puerta de este, ambos nos detenemos.

-¿Listo?- digo en un volumen casi inaudible y Moru asiente.

Ambos saltamos por el techo del templo, Moru por la derecha y yo por la izquierda. Entramos por las ventanas de cada lado tratando de hacer el menor ruido posible. En el centro del salón, sentado en el suelo sobre un cojín y, en medio de su meditación, se encuentra el Maestro. Moru es el primero que se acerca a él a pasos lentos. Me quedo observando, el objetivo de hoy son dos ciruelas, están en sus manos abiertas. Moru intenta tomar una, pero toca la piel del Maestro sin darse cuenta. Este abre los ojos y lo ataca. Mi compañero sigue intentando tomar una ciruela, pero el Maestro lo esquiva fácilmente. En un momento el mayor logra hacerle una llave a Moru y ponerlo contra el suelo inmóvil. Yo aprovecho y ataco liberando a Moru por la distracción hacia el Maestro. Este último se aleja y lanza las dos ciruelas al aire para que caigan justo en el medio de todos. Él comienza la carrera para saltar y tomarlas en el aire. Moru y yo no necesitamos de comunicarnos para reaccionar. Ambos corremos, yo salto sobre sus manos y él me impulsa. Mientras yo tengo mayor velocidad para atrapar las ciruelas, Moru continúa su carrera y su salto tiene como objetivo al Maestro. Cuando todos tocamos el suelo, Moru tiene un poco de dolor en su pierna por el esquive del Maestro, éste apenas está un poco agitado y yo tengo las ciruelas en mi mano.

-Excelente trabajo en equipo.- sentencia el anciano.

-Moru, ¿estás bien?- dije al verlo apretar su pierna un poco.

-Argh... sí, solo...

-Moru, tienes que dominar tus impulsos. Ellos te desorientan cuando menos lo esperas. Es cuestión de vida o muerte para ti que los controles.

-Lo siento, Maestro.- dice mi compañero con una reverencia.

-Y tú, Yufi...- me mira serio.

-¿Sí? Maestro, yo...

-Debes aprender a ser un poco más ambiciosa. No puedes esperar siempre a que Mori se encargue de todo e intervenir cuando él ya no pueda.

-Lo siento, Maestro.- digo con la respectiva reverencia.

Al estar ambos frente a él en plena demostración de respeto y arrepentimiento,  el Maestro nos sonríe con ternura. Él va hacia un cojín bajo una de las ventanas del templo y se recuesta contra la pared. Yo me dirijo a acostarme a su lado.

-Misión cumplida, Maestro.- le anuncio, luego doy un silbido y le lanzo una de las ciruelas a Moru, este la atrapa en el aire.

-Buen trabajo, mis pequeños guerreros.

-¿Cuál será nuestra próxima misión, Maestro?- dice y también se recuesta junto al mayor.

-Ten paciencia, Moru. Su próxima misión será la más larga y más peligrosa que hayan tenido.

-Y, ¿cree que estemos listos para algo así?

-Yufi, confío en tu buen juicio y tu bueno corazón. También en el valor y la determinación de Moru. Juntos, ustedes son capaces de todo. Procure  no separarse nunca.

-¿De qué habla, Maestro? Suena como una despedida.

-Ah,... lo siento, Yufi, no fue mi intención.

-Yo sé lo prometo, Maestro. Nunca me separaré de Moru. Él es como mi familia.- lo miro orgullosa.

-Y yo siempre te protegeré, Yufi.- me sonrojo y sonrío.

-Eso es lo que quiero. Ahora duerman, mis guerreros. Su misión empezará mañana y deberán estar listos. Recuerden que solo tienen al otro.- tanto Moru como yo nos dormimos junto al Maestro y al despertar, comprobamos que nuestra misión sería la vida misma, pues de esa pesadilla, solo despertamos dos.

El Maestro había muerto esa noche...

(Fin)

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