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El Primer San Valentín


—¿Tienes alguna idea de cómo quieres pasar el día de san Valentín?

—Dante te dijo que me preguntarás ¿cierto?

—No, pero me parece interesante que no confíes en él como para pensar que podría haberme preguntado precisamente a mí por algún plan para pasar el día de los enamorados.

—Sabes bien que yo no creo en esas cosas.

—Eso ni significa que no puedas disfrutarlo.

Llevamos juntos, un año. Y aunque ya nos hemos casado y tenemos dos hijas juntos aún hay cosas que estamos probando por primera vez. Y no me refiero solo a la intimidad.

El alma y sus secretos son asuntos delicados que se deben averiguar tomándose toda la paciencia y calma del mundo.

—No quiero flores y corazones, amiga.

—¿Alguna vez alguien te los ha dado?

Solo hay una persona. Puedo mentir sobre esto o puedo ser sincera por primera vez conmigo misma, y lo que tengo que decir respecto a eso. Es que ya va siendo hora de que sea fiel a mí misma y hablé con la verdad.

—Samuel.

—¿Y qué hizo que te molesto tanto?

—En realidad, fue un perfecto caballero. —Así que le conté con lujo de detalles como fue que lo hizo.

No fue tan malo, honestamente.

De hecho, lleno todo un lugar de mis flores favoritas, que también reservo solo para nosotros. Mi restaurante favorito, mis flores favoritas, se vistió de mi color favorito en él, todo fue perfecto.

Demasiado perfecto diría yo.

—Ah ya veo el problema, ya sé, ya lo sé... —Entonces ella guardo silencio absoluto.

—Que tú necesitas que nada sea predecible, aunque eres sumamente controladora en la mayoría de las cosas y me consta porque hasta organizas tu ropa del día siguiente y doblas cuidadosamente tu ropa después de secarla... —La corte para reírme y por supuesto para repetirle, que ese debería ser el proceso en que se hacen las cosas siempre, pero claro que ella no estaba de acuerdo— amiga solo los psicópatas hacen tal cosa.

—¿Me acabas de llamar psicópata?

—Pero es con cariño —ella sonríe con todos los dientes—de todas maneras, eso no es lo que he querido decir.

—Yo espero que no.

—No, lo que quería decir es que necesitas algo candente, algo que te mantenga al filo de la butaca siempre, que te haga querer gritar que lo amas y no dejarás que nada te lo quite.

Por supuesto que alguien como yo necesita el máximo en todo en su vida.

—Y me imagino que tú te asegurarás de que mi esposo me lo de esta noche de san Valentín.

—No, a mí solo me han pedido que cuide a las niñas para que puedan disfrutar toda la noche.

Quise decir que estaba bien, pero no lo estaba.

—¿Pero y tus planes? No me digas que no los tienes.

Desde que Helena regreso a casa a vivir con nosotros se la ha vivido saliendo casi todas las noches de fin de semana, y digo casi, porque si las niñas la descubren saliendo a escondidas de la casa, hacen de todo para que ella se quede a jugar con ellas a las princesas o a ver maratones de Mulán y Valiente en nuestra sala.

No sé cómo una bebé de menos de un año tiene tanta influencia en una adulta hecha y derecha de casi treinta años.

Pero de nuevo, es mi hija y de Dante.

No podría ser de otra forma.

Esa niña, conquistara el mundo mucho mejor y más fácil de lo que sus padres lo han hecho ya. Incluso ha conseguido ser llevada a las oficinas Hamilton un par de veces cuando su tío, ha tenido que pedir la ayuda de su padre cuando no sabe cómo actuar correctamente. El hermano de Dante ha hecho todo cuanto ha podido en estos meses desde que asumió el cargo de Director que tenía mi esposo para mantener el curso de las empresas de su familia tal y como estaba.

Hasta prometió no despedir a nadie, ni tampoco contratar a nadie hasta pasado un año de su presidencia.

Y si es que se tuviera que despedir a alguien, Dante prometió que serían re ubicados en alguna otra parte de sus negocios, si es que estos lo merecieran. Eso fue lo primero en lo que los dos estuvieron de acuerdo, había cambios que hacer y ya no podrían esperar más tiempo. Y el hecho de que su hermano los hubiese visto tanto como Dante, era lo que le generaba más confianza a mi esposo sobre dejar a su hermano a cargo.

Y para eso tuve que hablar con él sobre delegar y confiar.

Si nunca dejas entrar a nadie, nunca serás decepcionado, pero nunca habrás vivido ni amado.

—"Debes confiar. Y si te fallan, siempre será problema de ellos, no el tuyo".

Eso le dije cuando le aconseje y creo firmemente en ello, porque desde que lo conocí, no veo más que amor a donde vaya. Y espero estar dándolo también.

—¿Y dime que debo ponerme para esta noche?

—Me alegra tanto que lo preguntes amiga.

Y después de eso caminamos a las puertas dobles color blanco crudo que dan a nuestro vestidor.

—Supongo que todo es parte del plan—digo levantando el vestido rojo que debo usar esta noche. Mi amiga asiente.

—Hay otras cosas en las cajas de atrás.

—Por supuesto. —Asiento y voy hacía ellas. Al ver el contenido, me doy cuenta de lo que involucra esta noche y por supuesto sonrió de oreja a oreja.

Esto es lo que quiero y por supuesto que este hombre que me conoce tan bien, sabría dármelo, como y cuando yo lo quiero.

—¿Sabes tú que hay dentro de esta caja?

Mi amiga me mira y sonríe.

—No si no tengo que saberlo.

—Perfecto.

Así tiene que ser.


***


Control.

Amada palabra amantes no típicos como nosotros.

Si pudiera usar palabras para describirnos. Sencillas y cortas. Buscaría en el diccionario solo para intentar hacerle justicia.

Sí hay velas.

Sí hay música.

Sí hay flores.

Pero cuando entró en el penthouse del hotel más exclusivo de la ciudad solo puedo pensar en que la anticipación algunas veces no apesta tanto. Se me seca la garganta con cada paso que doy, mi corazón galopa desbocado amenazando con salírseme del pecho si no camino más rápido. Tanto que el vestíbulo, el pasillo y el ascenso al piso elegido me parece eterno.

Pero al mismo tiempo.

Es como si estuviera valiendo totalmente la pena.

Porque estoy yendo hacia el cielo.

Si el amor tiene salvación, la nuestra está al lado del otro. Y si no, que sea la más absoluta de las perdiciones a su lado.

Deslizo la tarjeta en el sensor, emite un leve pitido y la puerta cede. Giro la perilla y entró.

La luz se ha ido afuera y adentro, solo hay luz salvo por las cientos de velas que rodean y adornan todo el lugar. Si pudiera contar cada vela, estoy segura de que serían al menos cien. Además, huelen delicioso, no es mi aroma favorito.

Pero huelen...

A lilas.

La primera vez que hice el amor con Dante llevaba un viejo perfume que me pongo solo pocas veces, no lo pensé demasiado esa mañana antes de ponérmelo, solo lo hice. Y es que su aroma es tan potente que a menudo se queda impregnado en la ropa hasta después de lavarla, por ello la use, porque pensé que estaría todo el día fuera y por lo mismo no la retoque antes de ir a su casa aquella vez que nos acotamos, y es que me toma al menos cinco lavadas quitarlo por completo de mi ropa. Sin embargo, es dulce y nada pesado. Y lo disfruto tanto como el primer día que compré la botella.

Fue la primera cosa que me compré siendo una jovencita de dieciocho años, trabajé por primera vez en una tienda de electrónica y usé la mitad de mi sueldo para comprar aquella botella, es de imitación de otra fragancia que, si bien es la original, no huelen igual. Ignoro porque parecen diferentes por dentro, pero iguales por fuera. Y tampoco lo supe hasta que tenía veintiún años y fui a una excursión de la universidad y en un centro comercial tenían la original.

La primera en despreciar la botella de imitación fue Ness.

Me dijo: "Nada que valga tan poco puede ser bueno".

Ella no tenía razón, porque ahora mismo, esa fragancia era la única que quería llevar por siempre. Aunque no era mi favorita, era la que por siempre me iba a recordar el amor de mi vida.

Jamás pensé que me llevaría de regreso a la noche en que lo conocí por primera vez.

Cuando pude desnudar su alma junto con la mía.

—Buenas noches, gracias por acompañarme esta noche Susana —Dante me sonríe y gracias a Dios no lleva flores en las manos.

Aunque la habitación huele a ellas, creo que sería demasiado llevarlas en las manos.

—Alguien me dijo que no querías flores y corazones. —Señala.

—Así es.

—¿Entonces te parece si saltamos las reglas románticas de todos esos planes de San Valentín y vamos directamente a la lujuria desenfrenada?

¡Dios, como amó a este hombre!

Mi boca esta sobre la suya, al mismo tiempo que sus manos están en mis muslos para levantarme y caiga a horcajadas sobre él en la cama detrás de nosotros. Bendita gravedad, gracias por ayudarnos a caer en el momento preciso. He agradecido bastante al destino, Dios, los astros y hasta la suerte por haberme enamorado de la persona correcta en el momento menos correcto.

Su lengua recorre mi boca, acaricia la mía, y se debate entre respirar para vivir o para seguir besándome. Le agarro por el cuello con una mano y con la otra, inicio una vana lucha por quitarle la chaqueta del traje negro que lleva siempre.

Lo cierto, es que cada que le veo poner un traje negro, quiero echármele encima.

Pero no sé lo diré.

O quizás sí, un día será demasiado mi debilidad, más que mi fortaleza y se me saldrá decirle.

Que solo con mirarme, incluso desde el otro lado de una habitación hace que mi zona intima se humedezca, que cada que cruza la mirada conmigo al poner/quitarse la corbata en la mañana/noche quiero pasar mis manos por ella y arrancársela a mordiscos.

Así que en lugar de imaginarme haciendo eso, lo pongo en práctica, separo mi boca de la de él para darnos tiempo de respirar y de desvestirnos con algo más que con la mirada. Tomó la corbata color café oscuro que lleva en su cuello, entre mis manos, sonrió complacida al recordar que yo misma se la he regalado después de nuestro primer aniversario de bodas, y se la jalo hacía abajo. Con ello rozo ligeramente su entrepierna y él jadea.

—Dios... —murmura.

Echa la cabeza hacía atrás para dejarme quitarle la corbata y pasarla por encima de su cabeza sin tanto problema. Honestamente aquello no me pone tan contenta como pensaba que lo haría. Gruño un poco molesta. Porque no quiero nada demasiado fácil.

La vida debería de ser justa.

Y es por eso que mi amante lee cada una de mis señales y decide tomar el asunto de entre sus manos.

—Tienes razón, si no hay dificultad ya no nos interesa.

Me eleva un poco empujando sus caderas hacía mi pelvis y con ellos gimó y me restriego levemente.

—¿Quieres un poco de tortura previa?

Asiento.

Sí, lo quiero.

Mataría por ello.

Así que se restriega una vez más, aún llevo toda la ropa puesta, pero siento como mi piel quema, arde, con cada roce una combustión interna se desarrolla en mi ser. Debería ser ilegal provocar estas sensaciones.

—No, no te vengas Susana... es solo un juego, pero debes respetar mis reglas al pie de la letra.

—Aja —entonces me endereza para que le miré de frente, solo dos cuatro ojos viéndose fijamente, dos respiraciones entrecortadas, dos latidos yendo rápidamente.

De nuevo a horcajadas, me ordena. Y yo enloquezco. Me suplica.

—Ponte lo que te he pedido. —Pero no me lo pide por favor, sino que me lo ordena.

Sonrió complacida con su orden y me bajo de encima.

Ahí es cuando recuerdo que entre mis manos venía una caja de color negro oscuro, el contenido, secreto pero interesado a quién me miraba mientras iba llegando a lugar. Desde el valet del lugar, la recepcionista que me entrego la llave plástica, el hombre que me ayudo a subir hasta este piso.

Sin embargo, apuesto a que le prestaban más atención de la que yo creía a que yo no llevaba mucho más puesto que un par de tacones color rojo y una gabardina negra.

Seguir todo ese jueguecillo, aquella fantasía me había excitado desde el momento en que vi el interior de la primera caja. Y no pude evitar sonrojarme al ver el interior de la otra.

Dante y yo hemos probado muchas cosas en la cama, pero esto aún no.

Me alegra que eligiera este día para hacerlo... inolvidable.

Primero saco la fusta de la caja, larga y lisa, sin demasiados pliegues ni tampoco más cuerdas que un par en el final. Lo justo para provocar placer sin demasiado dolor, hay límites que aún no sé si quiero cruzar.

Pero sí sé algo con seguridad ahora mismo.

Que quiero comenzar a doblegar mi voluntad y explorar...

—¿Debes decirme que hacer o quieres que yo tenga el control de la situación?

—Quiero que me azotes cariño.

Encajo un tacón rojo justo en su entrepierna, ya no lleva la corbata porque se la he arrancado yo misma antes de sacar el objeto de la caja. Pero aún está vestido.

—Primero quítate la ropa. Toda.

Y así lo hace.

No me defraudes, mi amor... por favor, no me decepciones.




Capítulo especial, dedicado a... "M".

Sin ti, no habría podido escribir esto. Gracias por volver a mi cabeza, aunque fuera solo por una breve temporada.

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