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La encrucijada


 

El hombre había nacido hacia unos cuantos años atrás, la verdad es que la edad no importa hasta que se pierde la inocencia y aquel hombre ya la había perdido hacia mucho. Su infancia, pudo haber sido normal, crecer con padres que luego se divorciaron, como la mayoría de las familias, se dispersan y luego seguir... pensando en que estaba o se sentía traumado por ello.

El hombre vivió una vida sin sentido porque él quiso, no porque no tuviera oportunidades...

El no quiso sujetarse a la realidad y se limitó a seguir su propia perspectiva de la vida y así se formó una vida carente de sentido, de lógica, de propósitos, de sueños. No quiso hacer, por mínimo que fuera, una proyección de vida. Jamás quiso enfrentarse consigo mismo y se quedó esperando algo que dentro de su subconsciente solo él esperaba que pasara.

En fin, ese hombre era, a lo sumo, como muchos otros hombres que vagan por la vida sin conocer realmente el propósito de su vida. Sus veinte tantos años ya se le habían ido sin ningún provecho. Hasta llegar, un día, a la encrucijada de la vida. A la que todos llegan tarde o temprano. Porque a decir verdad, y una verdad muy cierta, todos llegamos allí.

Así pues, el hombre se encontró cara a cara frente a la inmensa, profunda e inesperada encrucijada de la vida y se quedó allí, mudo, pensativo pero sin reflexión. Solo, como esperando que alguien tomara la decisión definitiva por él o quizás esperando que de algún mudo aquel obstáculo pasara y el pudiera seguir su camino como siempre, sin ningún provecho...

Pero se equivocó...

Cuando nos encontramos frente a la encrucijada, esta no se mueve, pues espera, con paciencia a que sea el hombre que tome la decisión...

A diferencia de lo que piense el mundo, esto solo se da una sola vez, una vez en que Dios te llama y te coloca en el lugar correcto para hacerte el llamado. Está en ti esperar a que pase, tomar la decisión, dar la vuelta y seguir con tu propia vida o aceptar de dónde vienes, quién eres y a dónde quieres ir porque todos venidos de un lugar común pero no todos vamos al mismo lugar. Este, el lugar último de nuestra morada depende de la decisión que tomemos, según el uso de nuestro libre albedrío, de aceptar o no el llamado de Dios, de reconocer que Jesús es el hijo, que vino, vivió en la tierra y murió por nosotros.

Hay muchos caminos, algunos engañosos, fáciles, cuya trampa es la felicidad relativa del mundo, de las fiestas y la vida "libre" pero sólo uno nos lleva a Dios, al arrepentimiento y a la vida eterna. (Juan 14: 5-15)





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