La Otra
Soy la culpable de que no duermas en las noches,
Soy la culpable de que tu marido ya no te toque,
Soy la culpable de que tu matrimonio fracase,
Porque yo,
Soy la otra.
Me han llamado por tantos nombres que los dedos de mis manos no me alcanzan para poder contarlos todos. Has escuchado la historia de la esposa engañada, la versión del hombre infiel, pero no has escuchado la versión de la otra; aquella a la que llaman puta.
Todos quieren ser amados en este mundo, lo sé, dirás que voy a utilizar esa frase para justificarme, pero es la verdad. Todos, absolutamente todos queremos que nos amen, queremos sentirnos especial. Queremos saber que le importamos a alguien, que somos el plato de primera mesa y no de segunda.
Mike Smith llegó a mi vida como un huracán, él no fue la lluvia, él fue el huracán que arrasó con todo. Sus ojos eran de color avellana, su cuerpo esbelto y todo en él gritaba: hombre maduro y sexy, para que mentir, él me atrajo desde el primer momento en el que lo vi corriendo, porque sí. La primera vez que vi a Mike Smith fue en un parque que estaba cerca de mi apartamento, él corría y yo solo pasaba por ahí.
Seré sincera, a partir de ese momento me empezó a gustar correr por las mañanas. Poco a poco él se fue fijando en mí, había momentos fugaces en los cuales lo observaba mirándome, momentos en los cuales miraba el interés en sus ojos. Pero alto, no quiero que creas que era una lanzada o zorra, porque así es la sociedad, llama a las mujeres zorras lanzadas solo porque dan el primer pasó o hacen algo con tal de poder conocer al hombre que quieren.
Como decía, las semanas fueron pasando y comenzamos a darnos miradas curiosas, después pasamos a sonrisas tímidas y terminamos en un hola que desató el infierno.
Él fue quien me saludó, no sé porque lo hizo, pero escuchar su voz gruesa decir esa palabra hizo que una sonrisa se plasmara en mi boca por todo el día. Ese día comenzamos a hablar, nos comenzamos a conocer un poco. Sus ojos eran avellana, grandes y expresivos, su cabello color azabache y su piel bronceada. Mike tenía veintiséis años, eran un empresario en ascenso y yo, era una universitaria de veintidós años que intentaba graduarse de abogada. Hablamos durante horas, hasta que terminamos despidiéndonos con la promesa de que al siguiente día comenzaríamos a correr juntos, y así fue. Cada mañana ambos corríamos, los días fueron transcurriendo hasta convertirse en semanas. Nos estábamos acercando, las miradas curiosas, se convirtieron en miradas de lujuria y las sonrisas tímidas, en sonrisas con picardía.
No sé cómo ocurrió, pero en un abrir y cerrar de ojos habíamos comenzado a tener una especie de relación. Cada día que transcurría me enamoraba más de él. De sus palabras, sus besos, sus caricias, amaba la forma en la que me hacía sentir.
El amor es como una droga, nubla tus sentidos, te enseña un mundo completamente perfecto. No pensaba con claridad en ese momento, no me cuestionaba que ambos casi no nos mirábamos, ya que él estaba trabajando y yo estaba estudiando. Dejaba que las cosas fruyeran, no intentaba forzar nada. Nunca le presente a mis padres, él decía que llevábamos poco tiempo juntos o siempre salía con una que otra excusa, tuvimos varias discusiones por ello. Creía (sentía) que él me ocultaba algo, pero terminé alejando esas ideas.
Estaba tan enamorada que me dejé guiar por el corazón y no por la mente, dejé a un lado la razón y ese fue mi peor error.
Los meses comenzaron a transcurrir con normalidad, salíamos a cenar, bailar y caminar; como lo hace cualquier pareja de enamorados. La única diferencia era que él se ocultaba. Siempre nos sentábamos en la mesa del restaurante más alejada, cuando salíamos a bailar íbamos al club más alejado de la ciudad y cuando caminábamos era de noche. Parecía como si nos estuviéramos escondiendo. Un día lo enfrenté, ya estaba cansada de eso, le dije que si ocultaba algo y él me dijo que estaba paranoica, dejamos de vernos por unas semanas y después regresó.
Cuando nos enamoramos dejamos de pensar y razonar, nos dejamos llevar por el amor y no nos paramos a pensar en las cosas que están sucediendo a nuestro alrededor. Caminamos por una cuerda floja, una cuerda floja que con el tiempo se rompe y nos deja caer de golpe a la realidad.
El día que caí de golpe a la realidad marcó un antes y un después en mi vida. Recuerdo que estaba en el supermercado haciendo las compras habituales, y en uno de los pasillos estaba él parado, sus ojos estaban fijos en el teléfono que yacía entre sus manos, se miraba realmente concentrado, es por ello que quise sorprenderlo y me fui acercando poco a poco, pero la sorprendida terminé siendo yo.
Una mujer de cabello rubio y de tez blanca se acercó, rodeó sus brazos en su cuello y lo besó. Sentí como una grieta enorme se creaba en mi corazón al verlo devolverle el beso con la misma intensidad que la de ella, ese beso transmitía amor, cariño. Pero lo que hizo que mi corazón se partiera en miles de fragmentos fue ver la mano izquierda de la mujer.
Dos anillos yacían en su dedo anular, uno de compromiso y otro de matrimonio, como si eso fuese poco mis ojos dieron con la mano izquierda de él y observaron el anillo de oro que rodeaba su dedo anular, anillo que nunca había mirado.
Ella era su esposa.
Esa idea en ningún momento pasó por mi mente, llegué a creer que él me era infiel o que ocultaba otra cosa, pero ¿Qué estaba casado? Dios, eso no pasó por mi cabeza. Jamás sospeché que a la que estaba engañando era a otra, pensé que él era un hombre libre pero no era así.
Después de besarse él se separó de ella sonriendo, alzó la mirada y sus ojos dieron con los míos, borrando esa sonrisa que yacía en sus labios, esos labios que tantas veces había besado. Ver la sorpresa en sus ojos fue como que terminaran de hacer polvo mi corazón. La mujer intentó darse la vuelta para ver, pero él la sostuvo de los hombros.
Con la poca dignidad que tenía y con el corazón prácticamente inexistente me giré sobre mis talones y me fui. No podía reclamar nada, no podía hacer un espectáculo. Yo no era nadie y ella era su esposa.
Ese día me la pase llorando, el pecho me ardía y sentía que no podía respirar bien. Todo había sido una mentira, un juego ¡yo había sido parte de un juego! Cada caricia, cada beso, cada te quiero, cada mirada. Todo había sido una mentira. Él me llamó durante todo el día, pero no le respondí, fue a buscarme al apartamento, pero tampoco le abrí.
Una noche,
Dos noches,
Tres noches,
Cuatro noches,
Cinco noches,
Seis noches,
Siete noches,
Una semana y yo seguía llorando.
No dejó de buscarme y su insistencia me hería. Decía que podía explicarlo, que dejara que me diera una explicación, pero ¿qué iba a explicar? Quizás el hecho de que caí en su juego como una tonta, o lo estúpida que fui por no darme cuenta que todo era mentira.
Terminé aceptando verlo, quería saber el porqué. ¿Por qué engañarme? ¿Por qué mentir? ¿Por qué? Pero aceptar verlo fue otro error.
Quedamos de encontrarnos en el parque, en el mismo parque en cual nos conocimos; el lugar en el cual empezó todo. La noche estaba fría y oscura, las ramas de los árboles eran agitadas por el viento, en el firmamento no había estrellas, no había luna que alumbrara, no había nada, solo una inmensa oscuridad. Cuando llegué al parque él estaba sentado en una banca, su cabeza estaba agachada y entre sus manos un ramo de rosas rojas habitaba. Esa noche me dijo que me amaba, que por su esposa no sentía nada, pero que tenía que estar con ella por convenio para la empresa. No quería creerle, pero cuando sus labios tocaron los míos, sentí como caía en un abismo profundo. Prometió dejarla, solo me pidió tiempo para hacerlo.
Esa noche terminamos en mi cama.
Cada una de las rosas que me dio fue una mentira que dijo, nunca se separó de su esposa, nunca me amó realmente. Solo me utilizó cuantas veces quiso y yo permití que lo hiciera.
Cuando me iba, él me buscaba, siempre que le decía que no, él me convencía de acceder.
Me terminé convirtiendo en algo que siempre he odiado.
Los meses siguieron pasando y la mentira crecía cada vez más, mis padres se enteraron de lo que sucedía y se avergonzaron de mí, mis amigas, ellas se alejaron. Estaba sola, hasta que conocí a alguien que me entendió. Él intentó salvarme, intentó alejarme de toda la mierda que me rodeaba. Pensé que podía olvidar a Mike, pensé que podía alejarme, un clavo saca otro clavo ¿cierto? Pero este clavo hizo que el otro se clavara aún más profundo.
Su esposa nos descubrió después de un tiempo, estábamos en un restaurante y ella nos vio, quedé como la puta, la mala y cruel de la historia, pero ella no sabía que yo también me enamoré de él.
Jamás podrá borrar de mi mente los ojos de esa mujer, sus ojos azueles estaban cristalizados, las comisuras de sus labios temblaban, ella temblaba. No recuerdo que le gritó a Mike, pero sí recuerdo con claridad lo que hizo después de gritarle.
Volteó a verme, se quitó a los anillos de su dedo anular y dijo:
—Aquí tienes. —Colocó los anillos cerca de mi—, al parecer eres la nueva señora Smith.
Luego se dio la vuelta y se fue. Era hermosa, esa mujer de la cual nunca supe el nombre era hermosa, era una belleza que estaba rota. Yo ayudé a que la rompieran.
Saben, las putas también tienen sentimientos, las putas también sufren, las putas también se enamoran, pero del hombre equivocado. Y, lo sé, sabía que él estaba aún casado y decidí quedarme, estaba enamorada y ciega a la vez, porque después de que ella nos descubriera, después de que ella lo perdonara; él siguió visitando y yo seguí dejándolo entrar.
Ella no era una mala mujer, no lo era, pero se casó con el hombre equivocado y yo terminé destruyendo a una persona.
La relación con Mike era cada vez más toxica, destructiva y dañina. No tenía amigos, no tenía a nadie que no fuera él, los rumores se esparcen como el fuego y pronto, todo el convenio donde vivía se enteró que yo, Alisha Forest, me acostaba con un hombre que estaba casado. Muchas de las mujeres del lugar les prohibían a sus esposos, hijos y amigos hablarme o al menos saludarme. Ya no tenía vida.
Terminé yéndome, un día agarré todas mis cosas y me fui lejos, lejos de donde él me encontrara, borré mis cuentas sociales, cambié de número, hice todo para no dejar rastro, para desaparecer como si nunca hubiera existido. Lo último que me enteré de él fue que su esposa lo abandonó y le pidió el divorcio, él la había vuelto a engañar con otra que no era yo.
El amor es capaz de hacernos cometer locuras, las ganas de querer ser amados nos convierten en personas que no somos, nos lleva a tomar decisiones que no son correctas. Con el pasar del tiempo entendí que Mike nunca me amo, nunca fui importante para él, solo me uso y yo lo dejé hacerlo, hice cosas que nunca me imaginé hacer y, sobre todo, me convertí en algo que odiaba.
Yo me convertí en la otra.
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