🔥Sebastián Vettel. Mi chica
*** Esta historia iba a ser en principio otra de las HOT, y además iba a ser un regalo para mi niña Bianca, bianpaggi05 . Así que, haremos un poquito de HOT con su buena trama y una sorpresa.
Una de mis series preferidas es HIJOS DE LA ANARQUÍA, así que, por hacer algo diferente, he pensado basar esta historia en ella. Espero que os guste ***
El rubio de profunda mirada le dio un sorbo a su tercera cerveza de la noche, mientras maldecía en silencio. Su club estaba lleno de todos sus miembros, así como de los novatos. Las esposas y novias de estos, y las chicas que no tenían hombre que bailaban y disfrutaban de la fiesta, sabiendo que pronto, más de uno se retiraría a su habitación, siendo ellas sus acompañantes.
Y él, mientras allí, sin poder apartar su mirada de ella. De Bianca, de la pequeña Bianca que ya no lo era tanto. 18 años cumplía hoy. Toda una mujer. Una que volvía locos a los miembros solteros del club así como a los novatos. Incluyéndose él. Aunque por suerte, sus deseos por la castaña, pasaban desapercibidos para todos.
-Presi. Pasado mañana llega el cargamento. Ya les he dicho a los prospect (novatos) que irían con nosotros. Creo que ya va siendo hora de sentar a la mesa a uno de ellos -quien le hablaba era Max, su lugarteniente y uno de los vicepresidentes del club.
Los "Ángeles del Demonio" eran uno de los clubs de motos más activos de esta zona. Bajo un negocio legal de venta de vehículos, se escondía toda una red de tráfico de armas que operaban por todo el país, y parte del extranjero. Sus miembros eran respetados y temidos en la comunidad, pues si eras amigo de ellos, te ganabas su protección. Y si no, más te valía huir, pues nada te salvaría de las consecuencias de sus represalias.
-¿Irá Norris? -Sebastián, o el presi, volvió a darle otro trago a la cerveza, acomodándose el miembro en los pantalones, e intentando desviar su mirada de Bianca.
-Irá. Espero que por su bien pase la prueba.
-Lo hará. Tiene los huevos bien puestos. Bueno, me retiro ya, ¿te encargas de todo? -Sebastián dejó el resto de su cerveza en una de las sillas, y se incorporó poniéndose en pie con rapidez. Debía salir de aquí lo antes posible y no ver más el sensual baile de Bianca, la cual amenazaba con subirse a una mesa.
-Claro, sin problema, ¿te vas solo? mira que hay algunas chicas dispuestas a calentarte la cama -Max le señaló a dos rubias de escote provocador, que lo miraban riéndose entre sí.
-Esta noche no -su mirada se dirigió de nuevo a Bianca, y negó con su cabeza apartando los malos pensamientos que estaba teniendo sobre ella, él y una cama- me voy a casa. Dile a tu mujer que me mande mañana la comida y las cuentas. Me quedaré allí repasándolo todo.
Sebastián salió de la sala de común, con la fiesta en su pleno apogeo. Pues, o hacía eso, o mucho se temía que no sería capaz de controlar las ganas que tenía de la chica. La había visto crecer. Convertirse en una mujer delante de sus ojos. Había sido una niña. Una que se sentaba en sus rodillas. Y por eso, lo que sentía ahora mismo, estaba mal. Muy mal. Él era un hombre. Un maduro y experto hombre. Y ella, era sólo una niña convirtiéndose en mujer.
Y la hija de uno de sus vicepresidentes.
Bianca se alisó la falda de forma nerviosa. Aquella noche no había dormido nada pensando en miles de maneras de abordar al objeto de su deseo. En cuanto él abandonó la fiesta, la diversión se acabó para ella y acabó largándose a casa, pues nada tenía sentido si él no estaba. Así que, cuando esa mañana se enteró de que había que hacer un encargo para él, decidió presentarse voluntaria.
Llamó a la puerta y se miró en el reflejo de las cristaleras de colores. Estaba tan nerviosa que solo esperaba no parecer torpe y atolondrada delante de él. La puerta se abrió delante suya, y el objeto de sus desvelos, se presentó frente a ella.
-Bianca -el tono sorprendido de su voz, la hizo morderse sus labios de forma nerviosa.
-Sebastián. Me envían las chicas con tu comida, ¿puedo pasar?
El rubio se quedó mirándola sopesando su respuesta. Desde que le abrió la puerta, sabía que tener allí a Bianca, sería una mala idea, pero, la chica le quitaba la capacidad de razonar, y ahora mismo, de eso tenía bien poco.
-Claro, pasa.
Se hizo Sebastián a un lado, dejando que ella entrara en su hogar. La sonrisa sonriente con la que ella le respondió fue correspondida por otra de su parte. Bianca se sabía de memoria aquella casa. Aún podía verse jugando en esa alfombra mientras su padre y Sebastián hacían sus negocios. Caminó la chica hacia la cocina, dejando la comida en la encimera. Podía sentir los pasos del hombre detrás de ella, así como los latidos de su corazón estallándole en el pecho a cada segundo que pasaba.
-¿Quieres que te prepare la mesa, Sebastián? -la inocente voz de Bianca, y ese sensual tono de voz, viajó directamente al miembro del rubio haciendo que este pulsara en sus pantalones y que tuviera que contener un gemido a causa de la visión que tenía delante de si. La chica era realmente preciosa y le estaba resultando difícil apartar la mirada de su cuerpo, así como de sus generosos pechos que sobresalían a través del escote de esa camisa blanca, que ella llevaba anudada a su cintura.
-¿Sebastián? ¿Cuándo dejaste de llamarme tío Seb? -le preguntó él con el ceño fruncido a la vez, que dejaba caer su peso sobre la esquina de la mesa de la cocina.
-Cuando comprendí que ni eres mi tío, ni yo soy una niña -le respondió ella mostrándose algo descarada al hacerlo.
-Casi te he criado, Bianca, creo que me gané el derecho de que me llamaras tío.
-Si prefieres, puedo decirte, tíito -el tono burlón de su voz, le hizo a Sebastián rodar sus ojos, algo que le hizo cambiar la expresión de su rostro cuando ella volvió a hablar.
-Seb, está bien, cielo.
Sebastián esbozó una pequeña sonrisa e intentó calmar los nervios que le atenazaban. Debería estar pensando en otra cosa y no en querer que Bianca se quedara en su casa el mayor tiempo posible.
-¿Te preparo la mesa, entonces? -le volvió a preguntar ella con ese tono dulzón que tanto le gustaba.
-Lo haremos los dos, si te parece bien. Quédate a comer y me haces compañía, los chicos están haciendo un encargo y odio hacer las guardias solo.
Aquella propuesta hizo que el corazón de Bianca saltara loco perdido en su pecho y que tuviera que contener las ganas de gritar y reír tan grandes que tenía. Estaba muy enamorada de Seb, y era algo que cada vez le costaba más esconder, sobre todo, porque no quería que él lo supiera y sentirse una desgraciada cuando la rechazara.
Sebastián miraba el perfil de Bianca. Le gustaba la expresión tranquila de su rostro y como se mordía los labios de forma pensativa. Esos jugosos labios lo traían medio loco. Y sin el medio. Compartir una comida con ella había resultado ser toda una grata experiencia, a la vez que una tortura. Intentó convencerse que lo que sentía por la chica era una mera atracción debido a su innegable belleza. Pero lo cierto era, que pasar este tiempo a solas con ella, le había hecho darse cuenta de que Bianca era algo más que deseo.
-¿Porqué me miras tan fijamente? -la castaña se mojó sus labios uno contra el otro mientras esperaba su respuesta. No le habían pasado inadvertidas las miradas que Sebastián le lanzaba a hurtadillas y como parecía recorrer su cuerpo con con sus ojos.
-Solo me sorprendía de lo mucho que has crecido -le respondió él en un intento de ocultar lo que verdaderamente pensaba. A la chica, su explicación no le sirvió y negó con su cabeza un pare de veces-. ¿qué?
-No me estás mirando por eso -añadió ella mientras acortaba la distancia que los separaba, desplazándose un poco hacia él, desde la alfombra del suelo que los acogía.
-¿Y cómo te miro? ¿eh, listilla? -intentó provocarla de alguna manera. Intentó convencerse de que desear a la hija de su mejor amigo, y a la vez vicepresidente de su club, estaba mal. Pero cuando esos ojazos marrones lo miraban de tal manera, sabía que su autocontrol estaba a punto de venirse abajo.
-De la misma manera que te miro yo, deseando que me beses de una maldita vez.
El rostro de la chica estaba a escasos centímetros del suyo. Su aliento le cosquilleaba en las mejillas y sabía que solo tenía que inclinarse un poco y saborearía esos labios, los cuales estaban siendo una invitación a ser devorados. Que ella volviera a mordérselos y que fuera quien tomara la iniciativa para rozar los suyos, hizo que Sebastián no aguantara más y sucumbiera a lo inevitable.
-Bianca, vas a ser mi perdición -le dijo él antes de hundir su lengua en su boca.
Una explosión estalló en sus labios en cuanto rozó los de la chica. Buscó su traviesa lengua, rozándola una y otra vez, a la vez que llevaba una de sus manos a su mejilla y acercaba más su rostro al suyo para poder profundizar el beso. Se dejó llevar Sebastián besando y succionando sus labios como si ella fuera ese vaso de agua que le das a un moribundo. Tomó su boca una y otra vez, moviendo su experta lengua dentro de ella. Se bebió los gemidos de la chica y sintió su erección crecer en sus pantalones a medida que el beso, lo quemaba.
-Pues perdámonos juntos entonces, Sebastián -le pidió ella separándose de sus labios- haz que besarte sea solo el principio de mi tormento.
Solo un OK cada hora era la señal de que todo estaba bien. Acababa de recibir el reporte horario, algo que en ese sentido le alivió. Sus chicos seguían el plan y por ahora no había que lamentar ninguna baja. Miró a la castaña de larga melena ondulada, que dormitaba sobre su cama. Su espalda desnuda era una invitación a tomarla de nuevo. No quiso pensar en las repercusiones de su encuentro. Solo estaba dejándose llevar por algo que deseaba desde hace tiempo.
La sintió revolverse en la cama y como ella se daba la vuelta para mirarlo con esos enormes ojos marrones.
-¿Todo bien? -fue lo único que le preguntó Bianca.
-Si. No te preocupes -pausó Sebastián sus palabras antes de hablarle de nuevo- Bianca...
-No lo digas -le pidió ella mientras se giraba, dejando que la sábana resbalara por sus desnudos pechos- vas a empezar a decirme que esto es un error, cuando ambos sabemos perfectamente lo que hemos hecho.
-Bianca. Eres una chica extraordinaria. Pero, no dejes de ser quien eres y esto no nos va a llevar a ninguna parte.
La castaña lo miró cambiando el gesto de su rostro por otro más contrariado. Se levantó de la cama y empezó a buscar su ropa por la habitación, sintiéndose cada vez más molesta.
-No hay un esto todavía, Sebastián, para que te pongas de esta manera -le dijo ella mientras deslizaba su falda por su cintura. Ni siquiera quiso mirarlo o sabría que se pondría a llorar y lo que quería, era mostrarse fuerte ante él.
-Tú lo has dicho. Todavía, Bianca. Y antes de que esto vaya a más, tenemos que cortarlo.
La chica terminó de vestirse y se acercó a él luciendo bastante furiosa. Le dio una airada y fría mirada a la vez que su boca se curvaba hacia abajo.
-Solo hemos follado, Sebastián. No es como si quisiera ser tu Vieja Dama (su mujer).
Y sin más, la chica salió de la habitación dejando a un perplejo Sebastián procesando cada una de sus palabras. Él pensando que ella sentía algo por él, y resulta que solo había sido un polvo más para la chica.
O eso, o Bianca mentía bastante bien.
Casi un par de semanas estuvo Bianca sin aparecer por el club. Se refugió en sus estudios para no tener que ir y encontrarse con Sebastián. Hasta que su padre casi le tuvo que ordenar que fuera, pues hoy era la ceremonia de admisión del joven Lando Norris como nuevo miembro de la banda. Dejaba de ser un novato para sentarse en la mesa de los mayores y hoy toda las familias le acompañarían en su nueva andadura.
La castaña permanecía al fondo de la sala, con sus brazos cruzados a la altura de su pecho, intentando permanecer lo más desapercibida posible. Y con la mirada puesta en Sebastián y en la horrible mujer que descansaba en sus rodillas. Ambos llevaban toda la noche dándose furtivas miradas sin que el otro lo viera.
-¿Qué haces aquí tan escondida? -Lando había visto a Bianca apartada de todos, como queriendo no llamar la atención, y no dudó en acercarse a ella, pues en toda la noche no habían intercambiado ni una sola palabra.
-Precisamente eso, esconderme -le respondió ella desviando esta vez su mirada de Sebastian, para centrarse en Lando, quien le ofreció una cerveza que ella aceptó sin dudar.
-Anda, brinda conmigo, Bi. Que ni un beso me has dado para felicitarme.
La castaña chocó su botella con la del chico de pelo rizado y por un momento se olvidó de sus propios dramas para felicitar al muchacho. A esa cerveza le siguió otra, y pronto estuvieron los dos sentados en sendos taburetes junto a la barra. Bianca no había llegado a emborracharse, pero es algo que deseaba hacer, al ver como la rubia de escote generoso, besaba el cuello de Sebastián sin ninguna oposición por parte de este.
La noche transcurrió entre música y alcohol. La castaña no estaba ni mucho menos borracha, pero lo que menos deseaba era estar en la misma sala que Sebastián, el cual ya aceptaba los avances de la rubia. Decidió Bianca irse a la habitación que su padre tenía en el club. No deseaba irse a casa y su progenitor aún tardaría un par de días en regresar, pues estaba realizando un encargo fuera del estado.
Caminó por el largo pasillo, hasta una de las habitaciones del fondo. Abrió esta y después de cerrar la puerta, se dejó caer en la cama debatiéndose en si quitarse o no la ropa para dormir. Minutos le llevaron a decidirse, pues, revivía en su cabeza la imagen de Sebastian con la otra mujer y estaba conteniendo las lágrimas para no llorar. Aunque ahora que estaba sola, podía hacerlo sin que nadie la viera.
Unos golpes en la puerta, la hicieron desistir de su propósito y levantarse con desgana para ir a abrir. Al hacerlo, se vio sorprendida por Sebastián, el cual la miraba con la respiración agitada. No tuvo que hablarle para saber lo que quería. Simplemente la cogió de la mano y tiró de ella con suavidad hasta llevarla a la habitación de enfrente. Al hacerlo, cerró la puerta, aprisionando a Bianca contra la pared.
-¿Estabas esperando a Norris? -fue lo primero que él le pregunto, pues los celos que llevaba sintiendo toda la noche, ya era algo que no podía ocultar.
-¿Me reclamas que vaya a follar con Lando cuando tú has estado toda la noche con esa puta rubia? -le medio grito ella pues no quería que nadie los escuchara y tener que dar unas explicaciones que no sabría por donde empezar.
-A la única que me voy a follar hoy, eres tú, Bianca -Sebastián posó su boca en el cuello de la chica, trazando un camino de besos hasta su escote, ese que tan duro lo tenía.
-Pues yo no quiero follar -le respondió ella turbada por el deseo pero a la vez siendo consciente de que él se arrepentiría de nuevo al terminar.
Sebastian alzó su mirada y puso uno de sus dedos en la mejilla de la chica. Muy lentamente la fue recorriendo hasta acabar estos en sus labios, esos que tanto deseaba besar de nuevo.
-Pues haremos el amor, entonces, Bianca.
La castaña de ojos marrones apenas pudo digerir las palabras de Sebastián cuando sintió sus labios estrellarse con los suyos. Acogió en su boca la lengua experta del hombre a la vez que buscaba su cintura para poder agarrarse a él por miedo a que sus piernas le fallaran. Oleadas de placer la hicieron estremecer cuando sintió los dedos de él hundirse en sus caderas, hasta deslizarse y apretarle el trasero.
Intentó contener Bianca los suspiros que salían de su garganta, pero era algo imposible cuando su boca tomaba la suya una y otra vez. Dejó de besarla Seb para que sus labios se desplazaran por su cuello, succionando este a la vez que lo alternaba con pequeñas mordidas que hacían que su vientre sufriera un vuelco con cada acometida de su boca.
-Seb -gimió ella su nombre cuando él le apartó la tela del escote, para descubrir uno de sus pechos, uno que deseaba llevarse a la boca.
-Me encanta cuando me llamas por mi nombre, pequeña.
Sus dientes tomaron con fiereza el pezón de la castaña, siendo su lengua quien se enroscaba en el una y otra vez. Una de sus manos tomó el otro pecho, amasándolo y pellizcándolo mientras Bianca se mordía los labios presa del más puro placer. Mojó Sebastian sus dos pechos con su lengua, succionándolos con fiereza, tal y como los gemidos de Bianca le pedían.
-Seb -le llamó ella haciendo que apartar su atención de sus pechos para centrarse en la mirada nublada de deseo de la muchacha- he pensado que mejor quiero follar.
Una lobuna sonrisa se instaló en el rostro de Sebastián después de la petición de la castaña. Puso sus manos debajo de sus caderas y la levantó del suelo para llevarla a la cama. La dejó en el centro de esta y comenzó a desnudarse bajo su atenta mirada. Ella parecía disfrutar a juzgar por la mordida de labios que se daba cada vez que él se despojaba de una de sus prendas.
-Quítate la ropa, Bianca, pero déjate las bragas -su voz, ronca por el deseo que sentía por la chica, le llegó a ella como una orden que deseaba cumplir.
Mientras Seb llevaba la mano a su miembro y masajeaba este, observaba como la chica se quitaba la ropa de forma sugerente, dejándose solo las braguitas blancas de encaje que él le había pedido que no se quitara. En cuanto estuvo desnuda, se acercó a ella y se colocó entre sus piernas mientras con su otra mano rozaba su clítoris por encima de sus braguitas.
-Oh, Seb -gemía ella su nombre sin poder dejar de mirarlo. Sin poder evitar sentir que los latidos de su corazón se volvían locos a causa de la cercanía del hombre.
-Pequeña, me tienes a tus pies -le dijo él mientras movía sus manos sobre ese hinchado botón que ya estaba deseoso de sus caricias.
Bianca decidió ser más osada. Con Seb se trataba de todo o nada. De no ser una más sino la última en su vida. Sabía que era joven. No era una mujer experta como el resto de las mujeres del club. Pero ella tenía las cosas muy claras y sabía muy bien lo que deseaba. Y lo quería estaba entre sus piernas. Se alzó hasta estar casi sentada y puso sus manos en su pecho. Lo empujó hasta tenerlo tumbado en su cama, para, segundos después, subirse encima suya teniendo su erecto miembro justo entre sus pliegues, aquellos que tapaban sus escasas braguitas.
-Eres mío, Seb -lo reclamó Bianca mientras una de sus manos agarraban su pene y empezaba a acariciarlo con movimientos lentos y precisos. Él la miró curvando su boca en una satisfecha sonrisa. La tenía encima de él. Con sus pechos al aire y sus erectos pezones apuntando en su dirección. Era una visión demasiado tentadora.
-Lo soy.
Su respuesta le hizo a Bianca alterarle los latidos del corazón. Lo que siempre había deseado. Lo que siempre había querido desde que dejó de ser una niña y empezó a tener sentimientos de mujer, se estaba cumpliendo. Dejó que él le apartara la braguita a un lado y que la levantara de las caderas lo justo para que Bianca solo tuviera que poner su miembro en su entrada y se dejara caer.
-Fóllame, Bianca. Soy todo tuyo -sus palabras le pedían que ella lo reclamara. Que hiciera lo que quisiera con él.
Dejó que su pene la invadiera. Que entrara profundamente en su interior siendo acogido con gusto por parte de la chica, quien, echó su cabeza hacia atrás disfrutando de la placentera invasión. Puso sus manos en sus muslos y empezó a moverse de arriba a abajo a un ritmo, al principio lento, para después, ir haciéndolo cada vez de forma más frenética.
-Eso es, pequeña, fóllame bien duro -Seb puso sus manos en los pechos de la chica y agarro estos estrujándolos y juntándolos. Se levantó solo un poco para que su lengua pudiera saborearlos e incluso, dejar un pequeño bocado en ellos que a Bianca la hizo gritar su nombre.
Esta noche no importaba la edad que los separaba. Ni que ella fuera la hija de uno de sus vicepresidentes. Eran solo un hombre y una mujer dando rienda suelta a su pasión, a una que llevaban contenida el uno por el otro demasiado tiempo.
Seb agarró a Bianca de las caderas y de un rápido movimiento, la tumbó en la cama, abriendo ella más sus piernas para que él pudiera embestirla con dureza, tal y como los dos querían. Su interior lo acogía haciendo que resbalaba con cada nueva acometida. La castaña arqueó su espalda para recibir más de él. Para que su pelvis estuviera más unida a la suya y ayudarlo a profundizar cada embestida.
-Oh, Seb -gemía ella su nombre cuando él salía de su interior y volvía a deslizarse dentro de ella hasta penetrarla profundamente. Él enganchó sus dedos en las braguitas de la chica, y de un rápido y fuerte tirón, se deshizo de ellas dejándolas por ahí tiradas. Ya no había nada que se interpusiera entre ellos.
Solo piel con piel.
El rubio agarró una de sus piernas, poniéndola en su hombro. Atacó su cuerpo sin piedad, rotando su miembro en ella mientras el cuerpo de la chica temblequeaba debajo de él. Bianca juntó sus pechos cegada por el placer. Buscó que él la penetrara más profundamente y cuando sintió ese familiar cosquilleo, ese que marcaba el preludio de su infierno, levantó más su trasero para que él se hundiera con más frenesí dentro de ella.
-¡No puedo más! -gimió ella cuando las oleadas de placer se apoderaron de su cuerpo.
Sintió como Seb aceleraba el ritmo y como con cada nueva estocada una parte de él se despojaba de su alma para pertenecerle a Bianca. Gimió ella su nombre con el inicio del orgasmo. Se agarró a sus antebrazos clavando sus uñas en ellos y sintió que el mundo entero estallaba a su alrededor.
Seb tampoco pudo aguantar más. Ver a la preciosa castaña de ojos marrones deshecha y entregada a él, le hizo acelerar sus acometidas, y derramarse en Bianca como si nunca lo hubiera hecho antes.
Porque ella estaba hecha para él. Su cuerpo. Su corazón, eran suyos. Al igual que Seb decidió que él sería de ella.
Salió de Bianca al terminar y se dejó caer a su lado abriendo sus brazos para que ella se refugiara en su pecho. La pequeña castaña intentaba recuperar el aliento de un encuentro que la había dejado exhausta pero satisfecha. Sintió los dedos del rubio acariciar su espalda desnuda y como dejaba tiernos besos en ella.
-Bianca -la llamó él temiendo que la chica se durmiera. Solo recibió un pequeño gruñido por su parte, uno que lo hizo sonreír- ahora quiero hacerte el amor, pequeña.
Meses estuvieron Sebastián y Bianca llevando en secreto su romance. Dejaron de tener sus encuentros en el club por miedo a que alguien los descubriera, pero no por eso fueron cuidadosos. La castaña pasaba mucho tiempo en casa de Seb. A veces aprovechaba que estaba sola para estudiar, y cuando él volvía a casa y veía que la cena estaba lista, la mesa puesta y una preciosa chica esperándolo, sentía que esto que ambos tenían, era algo más. Y ese algo más, se estaba convirtiendo en peligroso. Pues llegaría un momento que él tendría que decidir, y decantarse por Bianca era una opción arriesgada.
Estaba en el club mirando las cuentas de los últimos meses. Sus negocios prosperaban y tenía delante de él varias inversiones que quería consultar con sus miembros, antes de llevarlas a cabo. La puerta de la sala de juntas se abrió con estrépito entrando uno de sus Vicepresidentes por ella. La cerró luciendo terriblemente devastado, acercándose a su silla para dejarse caer en ella.
-¿Qué pasa? -le preguntó Seb al ver a su Vicepresidente con la mirada encendida y bastante furioso.
-¡Mi hija! ¡Mi única hija! -Sebastián sintió como casi el corazón se le salía del pecho pensando que a Bianca le hubiera pasado algo, y si era así, no habría mundo donde pudiera esconderse al causante de ello.
-Cálmate, Fernando, ¿Qué ha pasado?
-Pues que algún desgraciado la ha dejado embarazada y no quiere decirme quien es por si lo mato.
La garganta de Sebastián se le secó y no era capaz de articular palabra. Embarazada. Bianca estaba embarazada. De él. Iba a tener un hijo suyo.
Sintió toda una mezcla de emociones mientras intentaba prestar atención a lo que Fernando Alonso, su otro vicepresidente y padre de Bianca le decía, pero la verdad es que estaba más preocupado por la emoción que le embargaba, que por lo que él le relataba. Iba a ser padre. Su mujer estaba embarazada. Porque si, Bianca era su mujer, y por derecho propio.
-¡Como pille a ese desgraciado! ¡Juro que lo mato! -repetía Fernando una y otra vez.
-Cálmate por favor, ¿te ha contado ella algo?
-Esa alocada hija mía se niega en redondo a decirme quien es. Y estoy desesperado, Seb -le decía Fernando mientras recorría la sala con pasos nerviosos.
-¿Quieres que hable con ella? Ya sabes que a mi me suele escuchar -le propuso él más por acercarse a Bianca y poder estrecharla entre sus brazos y que ella le diera la buena noticia.
-¡Por favor! Te lo agradecería -le contestó él suspirando aliviado- y que te dé el nombre de ese cabrón para que no vea amanecer.
Poco tardó Sebastián en presentarse en casa de su pequeña. Se sentía nervioso e intranquilo pues estaba muy preocupado por como estaría Bianca. Llamó al timbre de su casa y esperó unos segundos a que ella le abriera la puerta. Al hacerlo, vio que esta tenía los ojos rojos e hinchados de llorar, algo que volvió a hacer en cuanto se percató de la presencia de Sebastián.
-¡Oh, Seb!-ella se arrojó a sus brazos y él no dudó ni un segundo en acogerla en ellos.
Entró en casa con Bianca aún abrazada a él, y cerró la puerta tras de si mientras la llevaba hacia el comedor para poder sentarla en el sofá.
-¿Porqué no me lo habías dicho? -fue lo primero que Seb le preguntó con una dulzura que a Bianca la hizo llorar de nuevo.
-Iba a hacerlo. Esta noche. Tenía preparada una sorpresa muy bonita para hacerlo, pero mi padre descubrió el test de embarazo y se puso como una fiera. Oh, Seb, dice que quiere matar al padre del bebé -ella volvió a arrojarse a sus brazos deshecha en un mar de lágrimas.
-Que se atreva -le contestó él con rotundidad- seré el tío que ha dejado embarazada a su hija, pero, también soy su Presidente y tú vas a ser mi compañera, y de ahora en adelante, te deberá un respeto.
-¿Has dicho que soy tu compañera? -la castaña apretó sus labios de manera nerviosa. Intentaba reprimir una sonrisa pero era imposible tras las palabras de Sebastián.
-Y la madre de mi hijo. Y aunque no estuvieras embarazada también ibas a serlo. De eso no tengas ninguna duda, pequeña.
Seb acortó la distancia que los separaba y alzó una de sus manos para acariciar el vientre de la que ya era su mujer. Sintió que la emoción lo embargaba, feliz de saber que había creado una vida junto a la mujer que amaba. Porque si, amaba a Bianca.
-¿Estas feliz con la idea de ser padre? -le preguntó ella sin poder esconder la sonrisa al ver como él la acariciaba con tanta ternura.
-Mucho, mi pequeña.
-Yo también.
Bianca se dejó mimar y abrazar por él durante toda la tarde. Se sentía feliz y dichosa de tener a Seb a su lado. A él que tanto lo amaba.
-Seb, ¿y cómo se lo decimos a mi padre?
Bianca aún sentía en su pecho esa opresión causada por las amenazas de su padre, y temía que al enterarse este de lo que había entre ellos, le hiciera algún daño a Seb.
-No te preocupes por eso. Me retará a una carrera con nuestras motos. Le ganaré, y me dará su bendición. Asunto resuelto.
-¿Y si no ganas?
Seb piso sus dedos en sus mejillas y las acarició muy tiernamente tan perdido ya en la madre de su futuro hijo.
-Bianca, mi amor, ya deberías saber que yo siempre gano.
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