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Pau Torres. La esclava

📍Roma

📆Año 10 A. C.

📍Casa del legado César Azpilicuetarium Tancorio

Paulo miró a sus padres apretando sus puños. Ardía de rabia. Se mordió el labio sintiendo el sabor de la sangre. O eso o discutir con el gran legado romano que tenía frente a si, y que, para su desgracia, era su padre.

- No tenemos todo el día, Paulo. La subasta está a punto de empezar y si no llegamos pronto nos quedaremos sin los mejores esclavos. Además, me han dicho que han traído mujeres de Augusta Emérita y ya sabes lo exquisitas que son -le reclamaba él con evidentes signos de fastidio en su rostro. 

- Pero es que yo no quiero una esclava -le repitió el joven rubio por enésima vez. 

- Tienes 18 años, Paulo, ya va siendo hora de que tengas tu propia esclava. Ya verás, encontraremos una linda muchacha que te caliente la cama todas las noches.

Su padre le dio la espalda saliendo del atrium acompañado de su madre. Paulo lo siguió fastidiado. Él no quería una esclava. No quería tener una amante, nadie a quien tuviera que obligar a yacer con él. Le parecía aberrante. En secreto él se oponía a la esclavitud, pero no podía hacer nada, sobre todo cuando su padre era uno de los hombres más influyentes de Roma.

Salió de casa caminando a desgana, tras sus padres, en dirección al mercado. Las calles fluían con el devenir de la gente y él se sentía cada vez más apesadumbrado. Odiaba ser hijo de quien era y tener que seguir unas tradiciones que odiaba con toda su alma. 

Llegaron al mercado minutos después . Casi al fondo habían montado un escenario y estaban exhibiendo la mercancía. Hombres, mujeres y niños que llegaban de todas las partes del Imperio. Y de todas las edades.

Para Paulo esto era asqueroso y se le revolvía el estómago de ver como trataban así a las personas. Se situó a un lado en un sitio preferencial junto a su padre. El dueño de los esclavos alababa al legado mostrándole la mercancía. Delante de él pasaban hombres recios y mujeres abnegadas.

- A mi no tienes que convencer - le digo el legado al vendedor- es mi hijo el que va a llevarse una esclava.

El vendedor se situó al lado de Paulo y les propuso ir hasta una zona más reservada del mercado. Los hizo pasar dentro de un pequeño edificio y los acomodó ofreciéndoles exquisitos manjares, mientras las esclavas desfilaban delante de Paulo. Había de todas clases, altas, bajas, más delgadas, con más volumen... El joven no quería a nadie, pero sabía que si no escogía a alguna de las muchachas, su padre lo haría por él.

Una joven de pelo rubio, tirando a castaño y trenzado, entró en la estancia portando una bandeja con bebida. Paulo se quedó mirando como la chica no apartaba la vista del suelo y como uno de sus hombros desnudos tenía una marca de un latigazo. Eso le hirvió la sangre poniéndolo aún más furioso.

- ¿Y bien, Paulo? ¿A quien eliges? -le pregunto su padre con excesiva impaciencia. 

- A ella -Paulo señaló a la joven sirvienta del comerciante ante la incredulidad de este.

- Oh, lo siento, ella no está en venta. Me temo que tendréis que elegir a otra mi señor -le respondió él vendedor, pues no quería perder a su mejor esclava. 

- No, la quiero a ella -reiteró Paulo alzando el tono de su voz de una forma bastante contundente. 

- Lo siento pero no va a poder ser. Debe elegir a otra -Paulo se levantó furioso intentando intimidar al viejo comerciante.

- ¿Le está usted negando al hijo del gran Legado de Roma una esclava? -el comerciante se echó hacia atrás al ver la furia en los ojos del joven. El legado sin embargo estaba disfrutando porque por primera vez su hijo daba muestras del poder de su familia.

- No, no, claro que no señor - el comerciante cogió a la joven esclava con muy malos modos y la postro a los pies de Paulo- aquí la tiene señor. Disculpe por mi atrevimiento de antes.

- Prepare su cédula de identificación -el comerciante le hizo un asentimiento de cabeza y se retiró para confeccionar los nuevos documentos de la chica. Paulo la miró y aunque deseaba cogerla del suelo no podía hacerlo delante de su padre.

- Levantaos -la joven esclava hizo lo que el chico rubio le pidió, poniéndose delante del que parecía ser su nuevo amo, sin siquiera levantar sus ojos- ¿Cómo os llamáis? 

- Liria -contestó la chica con un tono de voz bastante bajo. 

- Bien, Liria. Ahora eres mía. Yo soy el amo Paulo, y así debes llamarme ¿de acuerdo? -le pidió él endureciendo el tono de voz, algo que no quería hacer, pero, que debía realizarlo.

- Si amo, Paulo -él apretó sus puños intentando controlar las ganas que tenía de salir corriendo de allí y liberar a la esclava.

Minutos después el comerciante llegó con la documentación. El propio legado dio el visto bueno, pagaron y salieron de la tienda con su adquisición. Antes de irse el comerciante le dio una ultima recomendación al joven rubio de ojos azules. 

- Joven, Paulo, va a tener usted suerte. Liria aún es virgen. Tendrá usted el honor de desflorarla.

📆Por la noche

Paulo le daba vueltas a su copa de vino pensando en todos los acontecimientos del día. Se sentía terriblemente mal. Él no quería una esclava, no quería obligar a nadie a estar con él, pero su padre lo había amenazado con mandar a Liria a darle de comer a los cerdos.

La puerta de su alcoba se abrió entrando la joven esclava, acompañada de dos sirvientas más. La dejaron en el centro del cubiculum y después de poner varias bandejas con manjares en una de las mesas, se retiraron dejándolos solos.

Paulo miró a la chica tragando saliva. La habían bañado, cambiado de ropa por otra más acorde a su posición en la casa, y el pelo se lo habían dejado suelto. Se puso en pie y caminó hacia ella. Le levantó la barbilla con sus dedos para que lo mirara. Liria lo hizo y Paulo se quedó sin respiración. Era aún más bonita de lo que pensaba. Cuando estaban en la tienda casi ni se había fijado pero ahora que la tenía más cerca se había dado cuenta de que era preciosa. Con razón el comerciante no quería deshacerse de ella. 

- No tengas miedo, Liria, no voy a hacerte daño, te lo prometo -la joven esclava lo miró sorprendida. Desde que tenía uso de razón nunca nadie la había hablado con la dulzura con la que lo hacía su nuevo amo -sé que estas asustada, yo también lo estaría en tu lugar. Pero conmigo puedes estar tranquila, jamás dejaré que nadie te haga daño ¿de acuerdo?

Liria lo miro asintiendo aliviada por sus palabras. Algo dentro de su corazón le decía que todo lo que su nuevo amo le decía, era verdad.

- Aunque no puedo engañarte. Mi padre me ha ordenado que tengo que yacer esta noche contigo, y si no lo hago, las consecuencias serán terribles para ti. Siento de verdad tener que arrebatarte tu virginidad, pero no tengo otro remedio -intentó él excusarse sabiendo que lo que tenía que hacer, no tenía excusa ninguna. 

- Lo entiendo, amo Paulo. De todas maneras ahora os pertenezco y mi virginidad también es vuestra. Podéis hacer conmigo lo que os plazca -le contestó ella con resignación, siendo muy consciente de su destino. 

- Liria. En primer lugar, cuando estemos solos llámame Paulo, simplemente, y en segundo lugar olvídate de todo y solo quiero que me digas si estás de acuerdo o no con lo que acabo de explicarte -Liria se mordió los labios y cogió aire con fuerza.

- Lo entiendo, amo... perdón, Paulo, y si, estoy de acuerdo, aunque el amo Herminius os mintió. Es cierto que soy virgen, nadie ha estado entre mis piernas, pero él...me obligaba a hacer otras cosas...

Liria bajó la mirada y aunque intentó aguantarse no pudo y empezó a llorar recordando todos los padecimientos que había sufrido con el comerciante de esclavos. Paulo no pudo aguantarse más y la estrechó en sus brazos. Odiaba la esclavitud con cada fibra de ser y pensar en todo lo que había sufrido Liria le ponía furioso.

- Tranquila, Liria, conmigo no tendrás que hacer nunca algo que no quieras, jamás -le aseguró él intentando ocultar la rabia que sentía por la condición de la muchacha. 

Paulo se separó de ella y fue a la mesa donde habían depositado la comida. Cogió un cuchillo y se hizo un pequeño corte en la palma de su mano. Fue hacia la cama y pasó la sangre que brotaba, por las sábanas, dejando un pequeño reguero. Liria lo miró tragando saliva con fuerza.

- Espero que esto sea suficiente para mi padre -gruñó Paulo entre dientes. 

- Paulo, ¿Qué has hecho? -le preguntó Liria muy confundida por el acto que acababa de cometer su nuevo amo. 

- Arrebatarte tu virginidad. Te doy a ti el poder de decidir cuando y con quién quieres perderla. Solo espero que no le cuentes esto a nadie -le pidió él guiñándole uno de sus ojos. 

-¿Y quien iba a creerme?

- Bueno, Liria, ahora los dos compartimos un secreto... ¿lo celebramos comiendo?

Pasaron los días y Liria mantenía una posición elevada en la casa. Era la esclava del joven Paulo y se encargaba de sus comidas, de su aseo personal, de sus ropas...
Paulo estaba prendado de la chica. Pasaban muchas horas juntos en su alcoba y había descubierto que era muy culta e inteligente. Además de que era bellísima. Él deseaba besarla, perderse en sus labios rojos, tomarla y que durmiera en su cama no en el catre que había a su lado. Y aunque sabía que tenía ese derecho sobre ella, no podía hacerlo porque la respetaba bastante.

Una noche jugaban al ajedrez en su alcoba. Liria no podía apartar la mirada del joven Paulo. Era muy agraciado. Y poco a poco estaba empezando a sentirse muy atraída por él, hasta el punto de desearlo y mucho.

- Paulo -la chica se mordió sus jugosos labios antes de hacerle su nerviosa pregunta. 

- Dime -le contestó él moviendo la pieza de ajedrez que portaba en sus manos. 

- ¿Es que no te gusto? -Paulo levantó sus ojos clavando su mirada azulada en la suya.

- ¿Porqué preguntas eso, Liria? 

- Pues... porque no habéis intentado besarme ni una sola vez y eso es porque no os atraigo... -Paulo trago saliva con fuerza mientras la miraba sonrojarse.

- ¿Quieres que te bese, Liria? -le preguntó él con el corazón agitado a causa de las preguntas de la muchacha. 

- Oh, si quiero -le contestó ella sintiendo también la agitación en su pecho. 

- Ven aquí, anda -Liria se levantó de su silla y rodeó la mesa. Paulo la cogió de la mano y la hizo sentarse en sus rodillas. Le apartó el pelo de la cara y acarició su mejilla muy despacio.

Sus labios descendieron sobre los de ella en una caricia lenta. La estaba probando primero. Su boca la besaba muy despacio tomando él la iniciativa. Liria rodeó su cuello con sus manos y tiró de su cabeza para profundizar aún más el beso. Se perdieron ambos en los labios del otro tomando todo lo que ambos se ofrecían.

- ¿Puede haber más besos, Paulo? -le preguntó ella una vez que sus labios se hincharon.

- Puede haber más besos -le aseguró él con la respiración entrecortada. 

- ¿Y más cosas? -Paulo la miró a los ojos y ella volvió a ruborizarse- Quiero compartir el lecho contigo, Paulo

- ¿Estas segura, Liria? Te prometí que no te tocaría... -le recordó deseando que de verdad, la chica volviera a pedirle que yaciera con ella. 

- Lo sé. Pero quiero estar contigo. Quiero ser tuya completamente, Paulo -el joven rubio sintió un vuelco en el corazón tras las palabras de la chica y después de tomarla de las caderas, la alzó de su regazo, dirigiéndose con ella hacia su cama. 

- Como desee mi Liria.

Liria compartía todas las noches el lecho de Paulo. Él también era inexperto en el arte de amar, y juntos aprendieron a hacerlo. Era divertido ver como ambos se descubrían mutuamente, como el placer del otro era los que animaba a inventar nuevas formas amatorias. Paulo no la trataba como una esclava cuando estaban solos y no dejaba que nadie se propasara con Liria, pues ella era la amante de uno de los amos y tenía ciertos privilegios.

Una mañana en la que Paulo tomaba el desayuno con sus padres, Cesar se dirigió a su hijo con determinación.

- Esta noche vendrán a casa varios cónsules y algún que otro pretor -le contó a su hijo, quien lo miraba con desgana- espero tu asistencia, hijo.

- Claro, padre -le contestó Paulo consciente de que no podía negarse a los requerimientos de su progenitor.

- Y trae a tu esclava. Estoy seguro que su presencia hará las delicias de mis invitados.

Paulo sintió un vaivén en todo su cuerpo y como le hervía la sangre. Liria era suya y no pensaba exponerla a los amigos de su padre, pues sabía como acababan esas fiestas. En bacanales de lujuria. 

- No quiero que Liria participe, padre. Es mía y no quiero compartirla -Cesar alzó la cabeza de su plato de desayuno y miró a su hijo apretando su mandíbula.

- Paulo, todo lo que hay en esta casa me pertenece. Todo. Desde la primera piedra hasta el más mísero de los esclavos. Y ella también. Asistirá a la fiesta o la venderé al primer comerciante que pase por nuestra puerta, ¿te ha quedado claro?

Paulo apretó sus puños por debajo de la mesa. Sabía que no podría discutir con su padre de manera alguna. Sólo le quedaba asentir y obedecer.

- Si padre -le respondió reprimiendo la furia y la rabia que sentía por él.

- Perfecto. Espero que sepas comportarte civilizadamente, hijo.

Cesar se levantó de la mesa seguido por su madre, dejando a un desdichado Paulo maldiciendo su mala suerte. Estuvo unos minutos elucubrando la manera en la que librar a Liria de la fiesta. Cuando lo tenía más o menos claro, se levantó buscándola.

Encontró a Liria encargándose de la colada. Le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera, y en cuanto estuvieron a solas, ella lo acorraló contra la pared besando sus labios de una forma desesperada y ansiosa. Porque eso es lo que sentía por él. Las ganas y el no poder estar mucho tiempo sin sus besos. 

- Buenos días, Paulo -le dijo ella con una coqueta y provocadora sonrisa, a la vez que su cuerpo presionaba el del muchacho. 

- Si que son buenos, si -le contestó él intentando disimular lo que la conversación de su padre, le había causado en su ánimo. 

- ¿Qué te pasa? -Liria puso una de sus manos en la mejilla de Paulo, haciendo que la mirara.

- Mi padre da una fiesta esta noche para algunos senadores y cónsules. Quiere que tú también asistas -le confesó él sintiéndose muy miserable por tener que seguir las órdenes de su progenitor. 

- Oh -Liria conocía esa clase de fiestas. Las había visto alguna que otra vez escondida entre las sombras, y si, en algunas había tenido que participar y sabía todo lo que eso conllevaba. 

- Les dirás a los que vengan a buscarte que estás enferma. Con las cosas de mujeres o con lo que sea. No quiero que vayas a esa fiesta por nada del mundo -le pidió él más bien como un ruego que como una orden. 

- Pero Paulo...tu padre -el joven rubio besó a Liria acallando todas sus protestas. Ella se agarró a su cuello y jadeó en su boca abandonada a ese beso y a esos labios que le hacían perder la cordura.

- Prométemelo, Liria, prométeme que no irás a la fiesta.

- Te lo prometo.

A Paulo le hastiaban estas fiestas. Rozaban el limite de lo que era una bacanal. Comida, esclavos paseándose medio desnudos y los invitados aprovechándose de ellos, sin ningún pudor. Deseaba que terminara lo antes posible, o que el alcohol hiciera mella en ellos para poder irse a sus aposentos y estar con Liria.

Estaba enamorado de su esclava. Cuando estaban a solas se comportaban como si fueran dos esposos y no amo y esclava. Paulo estaba decidido a darle la libertad y a formar con ella una familia. Aunque tuviera que desafiar a su padre. Le habían ofrecido un puesto de abogado en el sur de Italia, y estaba tentado a aceptarlo y escapar por fin de su hogar. Se lo pensaba plantear a Liria y una vez ella hubiera aceptado, si es que quería, juntos emprenderían una nueva aventura.

Bebió de su copa de vino decidiendo esperar un tiempo prudencial para marcharse, cuando la vio aparecer en la sala. Llevaba un vestido corto blanco con todo su pelo suelto. Se tensó nada más verla y la sonrisa de su padre cuando ella se acercó con una bandeja de fruta, le confirmó que había sido idea suya.

- Oh, aquí estás, Liria -dijo César dando un par de palmadas logrando la atención de los invitados que había a su alrededor- escuchadme, esta es la esclava de mi hijo, y al parecer tiene que ser muy buena en lo suyo, pues a mi Paulo lo tiene muy satisfecho, ¿verdad hijo?

La mordaz sonrisa de su padre hizo mella en él y no se atrevió a contestar. Apartó su mirada para cruzarla con la de Liria y ver que ella seguía con la cabeza agachada.

Durante un buen rato, Paulo tuvo que soportar como ella era manoseada por los invitados de su padre. Vio en sus ojos miedo y temor, y hasta repulsión de sentir los dedos de los demás en su cuerpo. Y él no podía hacer nada. Era un cobarde por no ser capaz de enfrentarse a su padre delante de los demás. Uno de los senadores la agarró y tiró de ella hasta hacer que se sentara en sus rodillas, logrando besarla a la fuerza.

Paulo no pudo aguantar más y se levantó de su triclinium saliendo de la estancia. Mientras caminaba hacia sus aposentos, se recriminó por dejar a Liria sola a merced de los amigos de su padre. Pero, a pesar de todo lo que sentía, ella seguía siendo una esclava y él no podía hacer nada, por más que quisiera. Se apoyó en una de las paredes de la casa hasta casi dejarse caer al suelo. La fiesta estaba en su pleno apogeo y las voces y música eran cada vez más altas.

Decidió encerrarse en sus aposentos cuando escuchó pasos por el pasillo donde él se encontraba. Paso agitados y gruñidos muy perceptibles.

- ¡Estate quieta o haré que tus amos te azoten!

Uno de los comerciantes amigo de su padre, apareció llevando a Liria a rastras. Ella se resistía y Paulo pudo ver en sus ojos como estaban humedecidos y temblaba considerablemente. Decidió hacerle frente e impedir que ese desgraciado lograra su propósito, cuando una mano evitó que lo hiciera. Se revolvió al ver a su padre tirar de él con evidentes signos de furia en su rostro.

-¡Suéltame, padre! -le pidió Paulo bastante furioso- tengo que ir a ayudarla. 

- Si lo haces, mañana por la mañana mandaré que la azoten hasta matarla, Paulo, tú decides.

Paulo odió aún más a su padre en ese momento. No quería que mataran a Liria. Sabía que su padre lo haría. No tenía escrúpulos. No había llegado donde estaba siendo una buena persona. Así que hizo de tripas corazón y se dio la vuelta para volver a la fiesta, pues había tenido una idea. Ni siquiera miró como llevaban a Liria a uno de los aposentos ni escuchó sus gritos desgarradores al ser forzada por aquel hombre.

Paulo vio a su objetivo en una de las esquinas dando buena cuenta de una bandeja de dátiles. Se dirigió a él con determinación hasta estar al frente del legado Unairo Simonium.

- Joven Paulo, que alegría verlo, ¿aún sigue pensando en mi propuesta?

- Ya terminé de pensarla, legado Simonium -le contestó con una enigmática sonrisa.

Liria yacía en una de las habitaciones de la casa. Su ropa estaba desgarrada y esparcida por el suelo. Le dolía todo el cuerpo. La habían ultrajado y se sentía humillada. El senador se había quedado dormido por fin después de haberse satisfecho un par de veces con ella. Odiaba ser una esclava. Odiaba que la hubieran usado de tal vil manera. Y mucho se temía que esta no sería la primera vez.

La puerta de la estancia se abrió y ella no prestó atención. Siguió en su letargo pensando en las miles de maneras de acabar con su vida si esto iba a ser así para siempre. Sintió una tela suave que la envolvía y un olor familiar que reconocería en cualquier parte.

- Liria, levanta, tenemos que irnos -la dulce voz de Paulo la hizo agitar sus ojos, pero, aún así, no era capaz de ponerse en pie.

- Paulo -balbuceó su nombre un par de veces siendo consciente de sus brazos sobre su cuerpo. 

- Shh. No hables. Vamos, nos esperan.

Liria se dejó levantar por él, quien la cogió en brazos y la sacó de esa maldita habitación. No era capaz de mirar a los ojos de Paulo, a causa de toda la vergüenza que sentía en esos momentos. Se abrazó a su cuello y puso su cabeza en su pecho. Los fuertes latidos de su corazón marcaron un ritmo constante y solo tuvo que cerrar sus ojos para quedarse dormida. Ojalá cuando despertara, siguiera en esos brazos.

Liria despertó sintiendo el olor a brisa marina. Abrió sus ojos y vio un techo de madera justo encima de ella. Se incorporó en el lecho, desorientada y confusa, hasta que fue capaz de hacerse una idea de donde estaba. Un barco. Lo sabía por el oscilamiento de la estancia. Lo que no entendía era, que hacía ahí.

La puerta del camarote se abrió y Paulo entró por ella. Llevaba el pelo revuelto a causa del viento que soplaba en la proa. Al ver a Liria despierta le sonrió y cerró la puerta tras de sí.

- Por fin has despertado. Estabas muy cansada -le dijo él con una dulce sonrisa. Ella recordó los acontecimientos de la pasada noche y bajó sus ojos muy avergonzada. 

- ¿Dónde estamos?

- En un barco rumbo a Mesina -Paulo se sentó a su lado en el camastro poniendo dos de sus dedos en su barbilla para que ella lo mirara.

- ¿Mesina? -le pregunto ella muy confusa.

- Si. El legado Simonium me ofreció hace tiempo un puesto como abogado en la provincia. Y he decidido aceptarlo. Perdona que no te lo contara antes, pero como ves, tome la decisión de forma precipitada y estaba deseando salir cuanto antes de casa.

- Ah, bueno, lo entiendo -le contestó ella manteniendo la mirada entristecida. 

- Liria, si yo te diera la libertad, ¿Qué harías? pero, sé sincera, por favor.

Liria miró a Paulo sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho. Miró sus preciosos ojos azules y no pudo evitarlo, las lágrimas descendieron por sus mejillas pensando en la posibilidad de perderlo para siempre.

- No la querría, Paulo -le contestó ella ante la confusión del muchacho. 

- ¿Y porqué?

- Porque si me das la libertad, significará que no estaré más a tu lado. Y prefiero ser una esclava estando contigo, a una mujer libre sin ti.

Esa eran las palabras que el joven Paulo quería escuchar. Atrajo a Liria hasta su pecho y la acunó con mucha dulzura sintiendo que los alocados latidos de su corazón, de lo feliz que era. La apartó segundos después, sonriéndole. Una bonita y sincera sonrisa.

- Te daré la libertad, Liria, para después atarte de nuevo a mi para siempre.

- ¿Para siempre? ¿Y como harás eso? -le preguntó ella sin entender sus palabras. 

- Convirtiéndote en mi esposa.

- Oh, Paulo -Liria se echó a llorar desconsolada- ¿Cómo querrías que fuera tu esposa después de...?

Paulo la calló con un beso. Liria dejó que sus brazos le dieran de nuevo todo ese calor que necesitaba. Se besaron esta vez de una forma necesitada. Del uno del otro. Se amaron sintiéndose dos personas libres, porque lo eran.

Ya no más amo y esclava.

Que los dueños de sus corazones fueran ellos y solo ellos.

*** Tiene delito que esta historia la empecé a escribir en Enero de 2022 y aún no la hubiera publicado. Espero que os haya gustado porque para mi ha sido todo un reto escribir sobre esta época. Muchos besos y abrazos como siempre ***

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ARITMÉTICA PERFECTA

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