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🔥Carlos Sainz. Pirata

📅 Verano de 1819

📍 Isla de Merst, al sur de Haití

Dicen que hay oficios que o bien naces con ellos, o se heredan, con gusto o a la fuerza. El español Carlos Vázquez, de tan sólo 17 años heredó el oficio de su padre.

Pirata.

Ese es el legado que su progenitor le dejó. Pues cuando falleció, el que hasta hace poco había sido un grumete más de su barco, pasó a ser el segundo al mando de esa banda de pillastres y ladrones que surcaba los mares.

Carlos no conocía otro oficio más que el de robar, embaucar, mentir... Porque a pesar de su edad, había sido bien instruido por su padre y conocía todos los secretos de los bucaneros. Isla a la que llegaban, isla que arrasaban. Pequeñas capturas con las que llenar sus bodegas y que los mantuvieran alejados unos cuantos meses, hasta que se produjera el siguiente asalto.

Anoche aquella de verano, los tripulantes del Destiny se dirigían a atracar su barco en el puerto de Merst. Uno de sus baluartes en las costas oceánicas. Lo único que pretendían era, tomarse unas cuantas jarras de cerveza en la cantina, visitar a sus mujeres y pasar unos plácidos días con su familia. Pero, a medida que se acercaban el miedo y la desolación empezó a propagarse entre la tripulación.

El puerto, y parte de la isla lucia en llamas. Parecía que un ejército hubiera arrasado con ella, por lo que podían divisar desde el barco. El capitán recibió las súplicas de varios hombres para que les permitieran bajar a tierra y comprobar que sus familias estuvieran bien.

- Carlos, lidera tú la marcha -le dijo Sebastián, el capitán, al joven español- si hay supervivientes en las familias, te los traes al barco.

- De acuerdo capitán Vettel -le dijo él con un asentamiento de cabeza. Antes de irse, el capitán lo sujetó de su brazo.

- Y si hay algún enemigo, tenéis orden de aniquilarlos.

Carlos volvió a asentir de acuerdo con cada palabra de su capitán. Sabía que algunos de sus compañeros habían formado sus familias en esta isla donde pensaban que los tendrían protegidos. Por eso la rabia y la furia impregnó todo su cuerpo.

Acabaría con todo aquel que hubiera osado tocar a uno de los suyos.

- ¿Todo bien? -Carlos recibió la confirmación de que todas las familias estaban a salvo. Por suerte no había que lamentar la pérdida de ninguno de ellos.

- Todo bien Vázquez. Han sido los malditos ingleses. Pero les hemos dejado un recadito para que la próxima vez se lo piensen antes de atacarnos.

- Bien, señor Verstappen. Y ahora, larguémonos al barco y pongamos a salvo a esta gente.

El rubio de ojos claros asintió a sus palabras y caminó por entre las ruinas de una de las casas. Carlos iba detrás mirando la destrucción que dejaban. Los malditos ingleses se habían cebado con la isla. Ni una sola casa permanecía en pie. Seguro que todo esto era obra del corregidor Hamilton, el cual le tenía muchas ganas a su capitán.

Pero todo esto no quedaría así. Llevarían a cabo su venganza contra él, así les costara la vida.

Un pequeño quejido llamó su atención. Se suponía que habían barrido la isla en busca de supervivientes. Carlos se acerco hacia el lugar de donde provenían los lamentos. Detrás de unas piedras, un tejado medio derrumbado escondía una pequeña figura.

Con mucho cuidado apartó los escombros para descubrir los ojos claros más bonitos que había visto en su vida. Y detrás de esos ojos, una cabecita castaña de no más de 7 años. La pequeña alzó sus ojos. Sus mejillas estaban surcadas de lágrimas y lucía bastante asustada. Aquello le partió el alma a Carlos. No podía ver sufrir a un niño, y menos a una criatura tan preciosa como la que se mostraba ante sus ojos.

- Ei, peque, ven aquí -le dijo con mucha dulzura intentando no asustarla- Ven. No te haré daño.

- ¿Lo prometéis? -le preguntó la pequeña aún asustada.

- Te lo prometo. No tengas miedo. Ya pasó todo. Conmigo estás a salvo.

Carlos le tendió su mano esperando que se agarrara a ella. La pequeña aún estaba asustada. Había presenciado como mataban a su familia delante de sus ojos y no se fiaba de nadie. Aunque la mirada del joven, la tranquilizó. Sin saber aún porqué, decidió confiar en él. Se agarró a su mano y dejó que él tirara de ella para sacarla de entre los escombros. Estaba débil y apenas podía andar. Él la agarró de las piernas y la alzó llevándola en brazos hacía el barco. Su cuerpo temblaba a causa del frío, lo que hizo que él apresurara sus pasos. 

- ¿Y cómo os llamáis pequeña dama? -le preguntó Carlos para que la castaña centrara su atención en él y no en la desolación que había alrededor de ellos.

- Mirabel.

- Es un nombre muy bonito, Mirabel.

- ¿Y vos? -le preguntó ella sintiendo como le pesaba todo el cuerpo y apenas podía tener los ojos abiertos.

- Me llamo Carlos, bonita. Y de ahora en adelante yo cuidaré de ti.

📅  Navidad de 1824

📅 6 años después

📍Isla de Cabeza de León

La tripulación del Destiny había desembarcado hacia solo unos minutos. Toda la isla estaba revolucionada esperando la llegada de los hombres. La mayoría de las mujeres estaban en la playa con sus pequeños agarrados a sus faldas. Habían pasado muchos meses desde la última vez que los vieran y la Navidad de este año sería celebrada a lo grande.

Mirabel mordía sus labios mirando por encima de las cabezas de los demás. Ya era una jovencita de 13 años que empezaba a acaparar las miradas de algunos de los chicos que aún vivían ahí. Pero a ella no le interesaba otro que no fuera el castaño que ya empezaba a caminar por la arena.

- ¡Carlos! ¡Carlos!

El segundo al mando del Destiny, alzó sus ojos al ver al torbellino de rizos pelirrojos que se acercaba a él a la carrera. Dejó todos sus bártulos y abrió sus brazos para recibir a su pequeña. Ella tardó poco en arrojarse a ellos y ser levantada en volandas del suelo.

- ¡Te he echado mucho de menos!

- Y yo a ti, pequeña -le dijo él con verdadera adoración.

- ¿Qué me has traído?

Maribel llenó de besos las mejillas del no tan muchacho. Hacia unos meses que Carlos había cumplido los 24 y había madurado en la mar. Siguió caminando con su, no tan pequeña, en sus brazos mientras ella ponía sus manos alrededor de su cuello.

- Si, hay regalos pero hasta que no hable con el señor Collins, no te los daré -le dijo Carlos.

- Pues no hay problema. Porque me he portado muy bien y he sacado muy buenas notas -le contestó ella sacándole la lengua

- Eso ya lo veremos Mirabel. No me fio de ti ni un pelo.

Carlos apretó su mandíbula y se agarró a una de las sillas del comedor. La pelirroja lo miraba alzando su barbilla con altivez, parecía, no, estaba desafiándolo, algo que le enervo aún más los nervios.

- Maribel -le dijo él endureciendo el tono.

- ¿Queee?

- ¿A qué llamas portarse bien?

- Pues...

La alta figura de Carlos se impuso delante de ella. Tuvo que tragar saliva al sentirlo tan cerca, y no porque él le diera miedo, no, era algo más. Ya era casi una mujercita y la pelirroja empezaba a demostrar interés en el sexo masculino. Había besado a algunos chicos de la isla, pero, ninguno le había hecho sentir nada. Y de ahí no había pasado, porque Mirabel era una romántica y los únicos labios que quería probar estaban delante suya.

- Has atormentado al señor Collins con tus travesuras en clase, te has escapado a la parte norte de la isla cuando te dije que no lo hicieras, te ha peleado con la mitad de los chicos de la isla y tienes asustados a la otra mitad... ¿Eso es portarse bien?

- También he aprendido tirar con arco y he seguido entrenando como tú me has dicho...

- Dios Mirabel, me vas a matar de un disgusto.

La pequeña mano de la pelirroja se deslizó por su mejilla acariciándola con mucho cuidado. Su clara mirada se fijó en la de él haciendo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Carlos al sentir las yemas de sus dedos.

- No te mueras, por favor, Carlos. Que si tú no estás conmigo, yo ya no quiero seguir viviendo.

Maribel se arrojó a sus brazos deslizándolos por su cintura. Su cuerpo temblaba ligeramente y Carlos no tuvo más remedio que abrazarla. La había echado mucho de menos. Ella era la única huérfana de la isla, y por desgracia, él no podía ocuparse de ella tanto como le gustaría. Pero aquí no le faltaba de nada. Vivía en una gran casa. Recibía educación y entrenamiento, además de ser muy querida por las familias de la isla. Pues aunque era una locura de niña, su corazón era dulce y bueno.

- Anda, ve y le dices a Lala que ya puede servir la cena.

Maribel se separó de él con una gran sonrisa no sin antes besar de nuevo sus mejillas.

- Te quiero, Carlos,

- Y yo a ti, pequeña.

Mirabel sonrió y salió del comedor muy contenta. Se cruzó con el capitán Sebastián, o tío Sebastián como ella lo llamaba. Lo besó también y siguió su camino hacia las cocinas.

- Está más alta -le dijo Sebastián mientras se dirigía hacia la licorera y se servía un vaso de coñac- y más guapa.

- Y más demonio. No sé lo que voy a hacer con ella. Intento que sea una dama pero solo le interesan las cosas de los chicos.

- Quiere impresionarte.

- Soy lo más parecido que tiene a un padre, claro que quiere.

Sebastián se sentó en uno de los sillones y soltó una ligera carcajada.

- Ya tiene 13 años. Y por lo que me han dicho, muchos muchachos beben los vientos por ella.

Carlos le dio una larga mirada a su capitán el cual lo miraba de manera burlona.

- ¡Por dios! Si es solo una niña - replicó él sintiendo como la furia se abría paso a través de su cuerpo. Pobre de aquel que tocara a su pequeña.

- Carlos. Tiene 13 años. Ya es una mujer. Ni siquiera te has percatado de que sus formas ya no son las de una niña. Mirabel es una preciosidad y pronto harán cola en tu puerta pidiendo su mano.

Carlos apretó la copa que tenía en sus manos. Si era cierto que había encontrado a Mirabel más cambiada. Su rostro ya no era tan aniñado y era aún más alta. Y si, tenía que admitir que era una preciosidad. Algo que comprobó en la cena. Sus mejillas estaban más sonrosadas al igual que su rostro el cual parecía de fina porcelana, sus caderas se habían ensanchado e incluso sus pechos estaban más redondeados. Sus labios ahora lucían más gruesos y lo miraban con una coqueta sonrisa.

Sebastián tenía razón. Mirabel ya no era una niña.

Así que, aquí empezaban los problemas.

La noche después de Navidad, una recia tormenta cayó sobre la isla. Fue un gélido aguacero seguido de rayos y truenos. Mirabel se levantó de su cama algo asustada. Odiaba las tormentas pues le recordaban al ataque que sufrió de pequeña. Se llevó una de sus manos al corazón y salió de su habitación en pos de la de Carlos. Para hacer lo que siempre hacía de pequeña. Buscar refugio en él.

El español escuchó la puerta abrirse y al instante su corazón empezó a latir desbocado. Sabía que era ella porque le daban miedo las tormentas. Quería protegerla de todo y de todos. Pero esta vez, tenia sus reparos en que ella durmiera con él.

Ya no era una niña. Y tenerla en su cama le hacía sentir mal. Y luego estaban las palabras que él capitán le había dicho durante la cena, Mirabel parecía mirar a Carlos con adoración, como si estuviera enamorada de él. Y eso era algo que tenía que atajar lo antes posible. 

- Carlos.

Su débil voz le revolvió todo el cuerpo. Ella apartó las sabanas de la cama y se metió dentro sin darle a él tiempo a reaccionar. Decidió hacerse el dormido y no pasar por el mal trago de echarla de su habitación.

Dejó que Mirabel lo abrazara creyéndolo profundamente dormido. Y las palabras que salieron de los labios de la pelirroja, le hicieron sentir aún peor.

- Te amo, Carlos.

📅 Mayo de 1829

📅 5 años después

📍 Isla de Cabeza de León

La tripulación del Destiny llegó a la playa de la isla habiendo desembarcado todos sus tripulantes. Desde que Carlos era el capitán del barco, tras la jubilación de Sebastián, sus visitas a la isla habían sido esporádicas. De hecho, hacia más de un año que no arribaba aquí. Sus múltiples viajes, el comercio con las Américas y otros conflictos le llevaron a esta lejanía. Y si, el poner tierra de por medio con Mirabel, pues en sus últimos encuentros, el anhelo de su mirada era cada vez más evidente. No quería romperle el corazón a la pelirroja, pero ella tenía que entender que lo suyo era imposible. Por la edad y por otros motivos, los cuales era Carlos quien se los ponía a si mismo.

La buscó en la playa esperando ser recibido por ella, pero, no la encontró, algo que lo desilusionó. Preguntó a las mujeres de la isla y por fin pudo averiguar que Mirabel estaba cerca del lago.

Allí dirigió Carlos sus pasos deseoso de verla. Porque si, lo estaba. Le había traído multitud de regalos de todos sus viajes y deseaba ver su cara de satisfacción cuando los abriera. A medida que se dirigía hacia el lago, pudo escuchar unas risas provenientes de allí, que se apagaron de pronto para ser sustituidas por pequeños gemidos. Carlos se acercó aún más y lo que vio le hizo enfurecer al instante. Mirabel lucia recostada a la orilla del lago mientras su cuello era besado por un mozalbete rubio, el cual buscaba como meter su mano dentro de su falda, algo que al parecer, ella le permitía . Fue tal la furia que sintió Carlos en ese momento, que cegado por ella, apartó al muchacho en cuestión de los brazos de Mirabel ante el desconcierto y el consiguiente enfado de la chica.

- ¡Lárgate! Si no quieres que tu cuerpo alimente a los cocodrilos esta noche.

La potente voz de Carlos hizo al rubio huir despavorido ante la rabia de Mirabel. La chica apretó sus puños a ambos costados de su vestido.

- ¿Qué cojones estabas haciendo Mirabel? -le preguntó Carlos aún indignado de verla así con otro. O, ¿acaso estaba celoso?

- Ah, Carlos. Me alegro de verte. ¿Todo bien?

Mirabel se levantó del suelo acomodando sus ropas y tratando a Carlos como si lo hubiera esa misma mañana y no ya más de un año. Esto solo consiguió aumentar aún más la furia del capitán, quien la cogió del brazo zarandeándola suavemente.

- ¿Te he hecho una puta pregunta Mirabel? -le volvió a repetir.

- Ya te he oído. ¿Tú que crees que hacia? -ella apartó su mano de su brazo con suavidad y le dio una aguda mirada que lo cabreó aún más.

Mirabel puso sus brazos en jarra y alzó su barbilla desafiándolo. Sus pechos, los cuales sobresalían un poco por el escote de su vestido, acapararon toda la atención del pirata logrando incluso que su garganta no tragara.

- Parecía que estabas a punto de entregarle tu virtud a ese muchacho.

- Pierre, se llama Pierre. Y si, es lo que parecía porque es lo que iba a hacer. Hasta que has llegado tú a interrumpir.

- ¡Maldita sea niña! A mi no me hables así -le dijo él sintiendo como todo su cuerpo le ardía.

- No me hables tú. Que se ve que se te ha olvidado que ya no soy una niña. Tengo 18 años, pero claro, si hubieras estado aquí lo sabrías.

- ¡No me busques, Mirabel!

- ¿O qué?

Mirabel se plantó delante de él con su cara a pocos centímetros de la suya. La cercanía de la muchacha le afectaba. Mucho más de lo que pensaba. Su miembro también lo notó. Se endureció en cuanto ella desplegó delante de él su esbelta figura. Si, Mirabel ya no era una niña. Era toda una mujer con sus curvas. Con sus malditas curvas.

- No mandas en mi Carlos. No eres mi padre ni mi hermano. Ni mi prometido ni mi esposo. Así que permíteme que con mi cuerpo haga lo que me dé la gana y con quien me de la gana

Mirabel no había dado un sólo paso cuando Carlos tiro de ella sujetándola de la cintura. Sus ojos hicieron contacto y entonces ahí comprendió Carlos que ya estaba perdido.

Tomó la boca de Mirabel y sin permiso alguno beso esos labios que lo estaban tentando desde el primer momento que la vio. Chupo, lamio y besó esa boca de pecado creyendo que un solo beso podría contener ese ramalazo de deseo que acababa de sentir por ella. Pero nada más lejos de la realidad. No podía dejar de tomar su boca una y otra vez. De disfrutar del sabor de sus labios y embriagarse de toda ella. Mirabel se agarró a su cuello y le buscó la lengua para que fuera acariciada por la suya. Y cuando ambos se separaron para poder respirar, tuvieron que admitir, que algo había cambiado.

- Te dije que no me buscaras, Mirabel.

La castaña bajó esa noche a cenar como si en vez de caminar, volara. Carlos la había besado. Y no sólo una vez, sino varias, hasta que tuvieron que interrumpir su sesión de besos pues uno de sus hombres lo buscaba. Lo que tantas veces había soñado, por fin había sucedido. Ahora sólo era cuestión de tiempo que él la mostrara a todos como su mujer. Pero todas sus ensoñaciones se vinieron abajo, cual castillo, al ver sentada en la mesa del comedor a Brianna Alonso, la hija de uno de los hombres de Carlos. De todos era sabido que la muchacha bebía los vientos por el capitán aunque él parecía ignorarla, algo que no sucedió esa noche.

- Mirabel, llegas tarde -le dijo Carlos con voz tosca.

- Ya estoy aquí, ¿vale? no tienes porque pegarme voces -le dijo ella sentándose justo a su derecha, pues a la izquierda, que  era su sitio de siempre, estaba Brianna. Hasta su lugar le había quitado la insulsa ésta. 

-  Esos modales, Mirabel -le respondió Sebastián contemplando divertido como Carlos miraba a la muchacha y ella le devolvía la misma mirada, pero con furia

- Tendré que hablar con el señor Collins sobre tu educación, muchacha -le dijo el español provocándola.

- Puedes ahorrártelo, capitán -le dijo ella incidiendo en ésta palabra-  hace casi un año que el señor Collins dejó de darme clases.

- ¿Y porqué me entero de eso ahora?

- Porque básicamente, no estáis aquí, capitán -le contestó ella alzando su copa de vino.

- ¿Y entonces que coño haces? -la mano de Brianna se posó en el brazo de Carlos intentando calmarlo, pues su voz había subido de volumen.

- Mirabel no hace nada -le dijo Brianna esbozando una sonrisa irónica en su dirección- se la pasa corriendo por los bosques y blandiendo su arco de aquí para allá.

La pelirroja deseó estrellar la copa que tenía en sus manos contra el rostro de la castaña, la cual, no apartaba la mano de Carlos consiguiendo enrabietarla aún más.

- Aparte de eso, Mirabel ayuda en la escuela al señor Collins con los más pequeños y Lala la está enseñando a asistir en los partos -dijo Sebastián echándole un cable a su ahijada.

- ¿Es eso verdad, Mirabel? -le preguntó Carlos, esta vez, con algo de orgullo en su voz. Ella alzó sus ojos cruzando su mirada con la de él y manteniéndola así por varios segundos.

- Lo es -respondió ella con timidez.

- ¿Y porqué no me lo habías dicho?

- Porque no pensé que fuera importante -le confesó ella mientras sentía que sus mejillas se  sonrojaban. Carlos la miró y por primera vez desde que llegó,  le sonrío con dulzura

- Todo lo que concierne a ti, me parece importante, Mirabel.

Carlos le sonrió logrando que ella de nuevo sintiera arder sus mejillas. Tomó una copa de vino intentando calmar los latidos de su furioso corazón y también para esquivar las miradas asqueadas de Brianna.

La atención de Carlos estaba en la pequeña pelirroja, pero, Brianna le daría al capitán algo con lo que ella no podía aún competir, pues no era una mujer versada en las artes amatorias. Y esta noche, el capitán Vázquez sería suyo.

Después de dejar a Brianna en su casa, tras zafarse de sus proposiciones, Carlos subió las escaleras en dirección a sus aposentos. Había sido un día extraño. Y en cada uno de los recuerdos de ese día, estaba ella, Mirabel. Sus labios.  Su cuerpo y su mirada de anhelo sobre la suya. Besarla había sido como tocar el cielo con la punta de los dedos, pues eran los mejores labios que había probado en su vida. Y precisamente por eso, tenía que terminar con algo que aún no había nacido.

Entró en su dormitorio y se desabrochó los botones de su nívea camisa sin quitársela todavía. Se deshizo de su calzado y abrió las puertas de la habitación, las cuales daban al pasillo descubierto de la parte de atrás de la casa. Y entonces sintió que se quedaba sin respiración. Allí estaba ella. Con su pelo suelto y su camisón blanco ondeando al viento. Descalza. Apoyada en la barandilla y más pareciendo un hada del bosque que toda una mujer. 

- Me besáis y luego actuáis como si no hubiera pasado, ¿porque?

- Mirabel, olvídate del beso, solo fue...

- ¿La amáis? -le preguntó Mirabel refiriéndose a Brianna.

- Yo no amo a nadie, Mirabel -le respondió él acercándose cada vez más hacia ella. Puso ambas manos apoyadas en la barandilla encerrándola entre sus brazos. Aspiro  su dulce aroma y se sintió como un borracho atontado.

- Pero...¿podríais amarla? -siguió ella preguntando con voz temblorosa.

- No lo sé. Si llegara  a conocerla más, puede...

- ¿Os casaréis con ella?

Carlos la giró lentamente para ver como sus ojos brillaban por un par de lágrimas que aún no había derramado. Llevó sus dedos a sus mejillas y borró ese agua antes de que siquiera bajara por sus mejillas.

- ¿Porqué tantas preguntas, Mirabel?

- Porque si os casáis con ella, ese día, creo que me moriré -le confesó ella con determinación.

- Mirabel, pequeña. No digas eso. Crees estar enamorada de mi, pero, estás confundida.

- ¿Y vos que sabéis? ¿acaso estáis dentro de mi corazón? -le gritó ella alzando su voz. Sus mejillas ardieron de nuevo y Carlos solo podía pensar que así estaba arrebatadora.

- No, no lo estoy. Pero sé como me miráis. Veo el anhelo en vuestros ojos, Mirabel. Y deberías olvidar  todos esos sentimientos.

- ¿Y porqué habría de hacerlo? -le dijo ella alzando su barbilla. Su respiración agitada resonaba en el silencio de la noche.

- Porque yo no puedo daros lo que queréis, Mirabel. Nos separan 10 años y yo...yo no os puedo corresponder de la misma manera que vos queréis.

El corazón de Mirabel se rompió en trozos pequeños. Sintió caer esos trozos al suelo, pero, tan orgullosa   como era, no quiso dejar que él supiera lo mal que estaba. Se zafó de sus brazos haciéndolo a un lado.

- Gracias, Carlos, por ser tan sincero. No os preocupéis por mi, hay muchos chicos en la isla que me darán encantados lo que tú no quieres darme.

Los siguientes días fueron un tormento para Carlos. La pelirroja apenas estaba en casa. Y si acaso se veían, ella lo trataba con la mayor de las indiferencias. Entre lo que vieron sus propios ojos y lo que le contaron, Pierre Gasly, parecía ser el elegido por Mirabel para recibir todas sus atenciones. Verla reír con él y que el francés la tocara, le enervaba la sangre,  y ni un fugaz encuentro con Brianna apagó la furia que sentía. Porque cuando estuvo con la castaña,  solo podía pensar en que su lugar debía ocuparlo Mirabel, y no ésta insulsa.

-  Si tus ojos fueran dos dagas, el pobre Pierre ya estaría muerto -Sebastián llegó hacia su lado y le dio una jarra de cerveza que él aceptó de buen grado.

- ¿Tiene que tocarla tanto? -le preguntó él entre dientes.

- Es lo que hacen los jóvenes que se gustan, Carlos, tocarse, besarse y ya sabes, apagar el fuego que los consume -Sebastián le guiñó un ojo al capitán disfrutando de verlo tan celoso. Porque lo estaba. Él que lo conocía sabía que el español estaba prendado de la pelirroja, pero, era tan idiota que nunca lo admitiría

- Si ese idiota se atreve a tocarla...

- Si se atreve a tocarla, nada, Carlos. Mirabel ya es una mujer adulta y si desea estar con él, tienes que dejarla. Quien sabe, lo mismo pronto nos anuncia su compromiso...

Sebastián golpeó la espalda de Carlos y lo dejó allí revolcándose en su miseria. Porque si, así se sentía. Solo de imaginar a su Mirabel en los brazos de otro...se le revolvía el estómago. Decidió irse de la reunión nocturna o acabaría dándole de verdad, una paliza a Gasly.

- Antes de medianoche, lleva a Mirabel a casa, Lala. No la quiero rondando por aquí.

El ama de llaves asintió a la petición del capitán y lo vio partir algo entristecido.
Por el camino a casa intentaba convencerse a si mismo de lo que ya era muy evidente, sentía algo por Mirabel, y los supuestos impedimentos para estar con ella, sólo eran eso, impedimentos.

En sus aposentos, se tomó media botella de coñac él solo. Tenía que hacerlo y no estar consciente cuando ella llegara. Pero ni el alcohol fue su aliado esa noche, pues desechó la botella dos tragos después. Se tumbó en la cama repasando en su cabeza cada uno de los momentos vividos con Mirabel. Su  pequeña ya no era tan pequeña, pero, ¿era suya?

Minutos después, la puerta del pasillo exterior se abrió con una gran estruendo y la enfadada figura de Mirabel, ocupó toda la estancia.

- ¿Cómo os atrevéis? -su ensordecedor tono de su voz hizo que Carlos se incorporara de su cama. Al verla con sus mejillas encendidas y tan enfadada, hizo que un ramalazo de deseo atravesara todo su cuerpo.

- No sé de lo que estáis hablando -dijo intentando parecer despreocupado cuando por dentro ardía de deseo por ella .

- No me habéis dejado quedarme en la fiesta, y he tenido que irme de allí como si fuera una niña.

Mirabel se acercó cada vez más a él. Las ganas de besarlo incrementaban a cada paso que daba. Aunque de alguna manera tenía que esconder sus sentimientos hasta que él se diera cuenta de lo que tenía delante.

- ¿Y porque querrías quedarte más rato? Ya estaba avanzada la noche.

- Porque me iba con Pierre.

La furia y la rabia invadió cada poro de la piel de Carlos. Sólo de pensar que el francés la tocara se le revolvía el estómago. Acortó aún más la distancia que los separaba casi rozando su boca con la suya.

- ¿Y donde coño ibas a ir tú con ese desgraciado?

- ¡Tú que crees, Carlos! -Mirabel lo desafío con la mirada. Lucía orgullosa delante de él algo que lo volvió loco.

- Pues olvídate de Pierre.

- ¿O qué?

Carlos esbozó una traviesa sonrisa. Puso sus manos muy despacio en sus caderas haciendo que ella contuviera el aliento. La agarró de ellas sin dejar de mirarla con intensidad y la alzó del suelo.

- ¿Pero que estás haciendo? ¡Suéltame! -Mirabel aporreo su hombro sin mucho éxito pues él ya la estaba llevando hacia la cama.

- ¿De verdad quieres que te suelte, Mirabel?

La determinada mirada de Carlos la desarmó por completo. No esperaba ver tanto deseo por ella en sus ojos y ni un ápice de arrepentimiento. Mirabel acercó su boca a la suya rozando sus labios para después, recrearse en un lento beso que no hizo sino acrecentar más el deseo de los dos.

Carlos la depositó en la cama con mucho cuidado admirando sus preciosos ojos claros y esos labios que ya estaban rendidos a él.

- Si te tomo ahora, ya no habrá vuelta atrás, Mirabel. Serás mía y de nadie más.

La pelirroja esbozo una pequeña sonrisa mientras sentía su corazón latir con excesiva fuerza. Lo agarró del cuello y lo atrajo hacia ella sin dejar de sonreírle.

- De nadie más, Carlos.

Mirabel estiró sus brazos con los primeros rayos del amanecer. Se dio la vuelta en la cama y ésta, estaba vacía produciéndole cierto desasosiego.

- Deberías volver a tu habitación.

Mirabel alzó sus ojos para encontrarse con la dorada mirada de Carlos. Estaba sirviéndose un vaso de vino mirándola con curiosidad.

- No me iré -le contestó ella negando con su cabeza- porque si salgo por esa puerta te vas a arrepentir de todo lo que pasó anoche y vas a querer olvidarlo.

Mirabel mordió sus labios nerviosa retorciendo las sábanas con sus manos. Carlos emitió un largo suspiro dejando su copa en el aparador. Se acerco hacia la cama. Puso sus manos en las mejillas de Mirabel y la atrajo hasta besar sus labios de nuevo. Lentamente. Saboreando cada parte de su boca como si no hubiera besado a nadie en toda su vida.

- Ya te dije anoche que ahora eres mía. No estoy arrepentido, Mirabel, y tampoco deseo olvidar lo que ocurrió anoche, es más deseo repetirlo.

Las mejillas de Mirabel ardieron recordando los momentos vividos en el el lecho. Le había entregado su virginidad a Carlos. Él había resultado ser un amante paciente y delicado con ella. Tierno y solicito. Cuido de ella después, y volvió a hacerle el mayor, esta vez aún más apasionado.

- ¿Eso quiere decir que os  he satisfecho, capitán?

La traviesa sonrisa de Mirabel provocó en Carlos ganas de tomarla de nuevo. Lo estaba desafiando. Lo veía en su mirada y en sus labios ofrecidos. La agarró de la cintura y la tumbó en la cama de un rápido movimiento. Mirabel dejó que él se colocara encima de ella llenando sus mejillas de incontables besos.

- Me vas a volver loco, mujer - Carlos le abrió las piernas con mucho cuidado y se deslizó entre ellas deseando estar dentro de Mirabel.

- Creí que ya lo estábais.

📅 Octubre de 1829

📅Casi seis meses después

Medio cuerpo de Mirabel descansaba sobre Carlos. Era más de medianoche y llevaban prácticamente todo el día en el lecho. Ahora ell no sólo compartía su cama, sino también ese dormitorio, pues Carlos quería tenerla cerca de él el mayor tiempo posible.

Pronto corrieron por la isla las noticias de que el capitán Vázquez había tomado a Mirabel como su mujer, aunque no hubieran votos que lo confirmaran. Pero, no era necesario, pues ambos sabían que se pertenecían el uno al otro.

- Odio que tengas que irte.

La voz entristecida de la chica produjo un vuelco en el corazón del capitán, pues él tampoco quería marcharse esta vez.

- Necesitamos provisiones y comerciar con las Indias. No estaré mucho tiempo fuera, pequeña.

- La última vez tardaste más de un año...

Carlos agarró a Mirabel de los hombros haciendo que su cabeza se levantara para que pudiera mirarla directamente a sus ojos.

- Sólo serán unos meses, te lo prometo. En Navidad estaré aquí.

- Prométemelo - la desesperación con la que ella se lo pedía le rompió el corazón. Durante estos meses que llevaban juntos, se había dado cuenta que el amor que ella sentía por él, había crecido aún más. Y lejos de asustarse por ello, le hizo sentir que era querido y amado por tan magnífica mujer.

- Te lo prometo.

Carlos la agarró de las mejillas y le dio un largo beso con el que sellar esa promesa. Iba a darse la vuelta para poder hacerle el amor, cuando ella se lo impidió poniendo una de sus manos en su pecho.

- Esta noche mando yo -le dijo ella con una pícara sonrisa.

- Estoy a tu merced, Mirabel.

La pelirroja se mordió los labios y volvió a besarlo de nuevo. Besos ansiosos. Necesitados. De despedida. Ella tomó la iniciativa encargándose de acoger a su miembro en su interior. Cuando lo estuvo, empezó a moverse a un ritmo lento. Carlos agarró sus caderas y la ayudó a cabalgarlo. Pues es lo que parecía, una amazona con su cabello suelto. Ambos se perdieron el uno en el otro durante gran parte de la noche. Dando todo de cada uno en sus encuentros y despidiéndose con sus cuerpos.

Carlos abandonó el lecho antes de que amaneciera. Ni siquiera la despertó, pues temía que si lo hacía no abandonaría nunca la isla. Y además, no quería ver los llorosos ojos de Mirabel cuando se despidieran.

Dejó un beso en su frente y con un largo suspiro, abandonó el dormitorio, no sin antes darle una última mirada a su mujer.

- Te amo, Mirabel.

📅 Abril de 1830

📅 7 meses después

Mirabel puso su mano en la frente y miró de nuevo el horizonte con fastidio. No se veía ningún barco a lo lejos. Como casi cada día. Carlos le prometió que vendría en Navidad y había faltado a su promesa. Aunque Sebastián temía que algo les hubiera pasado a los integrantes del Destiny, pues no era normal tardar tantos meses para una empresa que requería la mitad de su tiempo.

- Tu hijo nacerá siendo un bastado.

La enrabietada voz de Brianna no alteró a Mirabel lo más mínimo. Llevó su mano a su vientre acariciándolo con dulzura e ignorando a la horrible chica que la atosigaba.

- Por lo menos yo sé quien es el padre, otras no pueden decir lo mismo -le contestó ella con mordacidad. De todos era sabido que Brianna Alonso esperaba un hijo de un padre desconocido.

- ¡Eres una zorra! ¡Que sepas que el capitán está por ahí visitando a una de sus mujeres! ¡No eres la única!

Mirabel levantó su mano dispuesta a estrellarla en la mejilla de la castaña, pero, su puño fue detenido antes de hacerlo. La figura de Pierre Gasly emergió entre ellas dando fin a la disputa.

- ¡Basta! Brianna no acuses  a Mirabel de algo que eres tú misma. Y vete a casa. Ya está bien de que entre vosotras discutáis cuando deberíais estar dándoos apoyo.

Brianna lanzó una airada mirada en dirección a la pelirroja, y después de recoger sus faldas, salió como alma que lleva el diablo de vuelta a casa. Mirabel se agarró el vientre intentando tranquilizarse, pues, aunque no creía las palabras de la castaña, estas le habían hecho algo de daño.

- ¿Cómo te encuentras, Mirabel? -le preguntó el francés agarrándola del brazo con suavidad.

- Pesada. Cansada. El bebé se mueve mucho y aunque aún falta para que de a luz, no deja de moverse inquieto -le dijo ella con algo de tristeza en su voz

-  Hay algo que quería proponerte, Mirabel.

Pierre llevó a la pelirroja hasta un pequeño asentamiento de piedra donde le indicó que tomara asiento. La determinada mirada del francés confundió a la chica, pues no sabía de que quería hablar con ella. 

-  Hay rumores en la cantina. Y no son nada buenos, Mirabel.

- ¿Qué rumores? -le preguntó ella con aprensión.

- Pues...desde que el Destiny ha naufragado y por eso no regresan los hombres, hasta que han sido apresados o están escondidos en otro lugar...hay de todo, Mirabel.

Ella había pensado también en alguna de esas posibilidades. La huida no era una de ellas. El capitán Vázquez no era un cobarde. No huiría. Ni la dejaría sola cuando le había prometido que no lo haría. Se llevó de nuevo las manos al vientre conteniendo las lágrimas. La mano del francés sostuvo la suya y se dejó agarrar sin ninguna oposición.

-   He pensado que, antes de que dé a luz al bebé, tú y yo...podríamos casarnos, Mirabel...

La pelirroja soltó la mano de Pierre horrorizada. Casarse. Con él. Jamás. Su corazón pertenecía a Carlos. Era su mujer y así sería el resto de su vida.

-  Tu bebé no sería un bastardo -le dijo él provocándola para que su respuesta fuera afirmativa.

- Mi hijo no es ningún bastardo -le respondió ella alzando su barbilla- tiene un padre y una madre.

- Pero tú y Carlos no estáis casados... y a ojos de Dios...

- ¡Me da exactamente igual lo que piense Dios! Mi hijo no es un bastardo. Su padre es el capitán Carlos Vázquez de Sainz y tenlo claro Pierre, no me casaré contigo ni con nadie...esperaré a que venga mi marido...

-   Tu espera será en vano -le dijo él mientras la veía levantarse y caminar los primeros pasos de regreso a casa.

-  Eso ya lo veremos.

Aquella noche, Mirabel lloró lo que nunca había llorado en su vida. Agarrada a su vientre, sollozaba rezando porque al padre de su bebé no le ocurriera ninguna desgracia que lo alejara de ella. Ni siquiera sabía que estaba embarazada y que iba a ser padre. Tanto que tenía que compartir con él. Tanto que vivir. 

Se quedó dormida bañada en sus propias lágrimas. No se dio cuenta de como el tío Sebastián entraba en su dormitorio hasta  que la zarandeó despertándola.

- ¡Mirabel! ¡Mirabel! despierta cariño -le dijo en susurros.

- ¿Qué pasa tío? -le dijo ella aún somnolienta.

- Los ingleses están desembarcando en la isla. Tienes que ir a la parte norte de la isla y esconderte. Si alguien descubre que en tu vientre está el hijo del capitán, te usarán como moneda de cambio .

- ¿Y vos que haréis, tío? -le preguntó ella tremendamente asustada. Aún soñaba muchas noches con lo que los ingleses habían hecho en su lugar de nacimiento. Y ahora el miedo estaba más arraigado, pues tenía una vida que proteger.

- Luchar, eso haré. Vamos, Mirabel, ve y no regreses hasta que yo vaya a buscarte.

La pelirroja cogió su capa y sus botas de uno de los arcones. Hizo un atillo con varias prendas de lana y se preparó para huir. La noche y que todos estuvieran alerta y preparados para la invasión, le permitió poder escapar sin que nadie se percatara de su presencia. 

Fueron horas las que pasó caminando bajo la luna. Escuchaba a lo lejos los disparos y cada uno de ellos se  clavaba en su corazón como fuego. Por fin divisó la pequeña construcción que hiciera las veces que venía a esta parte de la isla. Carlos le había enseñado a sobrevivir, a prepararse para esta clase de acontecimientos, y es lo que hizo. Entró en la cabaña semioculta y se dejó caer el camastro exhausta. Y si, también muerta de miedo por su futuro. 

- Bebé, ahora estamos los dos solos, pero tranquilo, tu madre sabe usar una espada y a quien se le ocurra entrar por esa puerta, se quedará sin pescuezo.

Mirabel usó su capa para abrigarse, y después de poner un par de  trampas por el camino, se tumbó en el lecho pensando en lo que hacer mañana. Los acontecimientos, el cansancio y el embarazo, la hicieron entrar en un profundo sueño.

📅 Una semana después

La desesperación ya hacía mella en Mirabel. Había intentado acercarse al pueblo, pero los ruidos y el fuego habían hecho que desistiera. Desde el bosque no se veía la costa, y su prioridad, era su bebé. El cual también parecía sumarse a la fiesta pues no dejaba de moverse en su vientre. Se apoyó en un árbol sintiendo una punzada en su espalda. Un pequeño ruido la alertó de que alguien se acercaba. Se escondió con cautela y conteniendo la respiración, sacó su cuchillo de su cinto dispuesta a rebanar el cuello de quien osara tocarla. 

Fueron minutos de incertidumbre. Escuchaba ese ruido e intentaba ubicarlo, hasta que una cabellera castaña llamó su atención y con mucha cautela se acercó a ella. Un uniforme rojo,  el de los temidos casacas rojas, se mostraba detrás de un arbusto. Sus pasos fueron muy lentos, hasta estar a la misma altura de su supuesto agresor. Con un rápido movimiento, puso el cuchillo en su cuello mientras con uno de sus brazos lo sujetaba de la cabeza. 

- Muévete y eres hombre muerto -le dijo ella con toda la rabia que su pequeño cuerpo contenía.

- Me gustaría ver nacer a mi hijo, si puede ser.

Mirabel profirió un grito y soltó el cuchillo.  Carlos se dió la vuelta sintiendo que su corazón se le iba a salir del pecho. Ahí estaba su preciosa mujer, y embarazada. No podía apartar la mirada de su vientre y sentirse muy dichoso, pues ella iba a darle un hijo.

- ¡Carlos! -Mirabel se arrojó a sus brazos siendo sostenida por los de él. Se abrazaron y se llenaron de besos durante unos buenos minutos. El español puso sus manos en el vientre de la pelirroja mirándola embobado.

- Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Mirabel. Mírate, mi amor, embarazada de mi bebé.

- ¿Has dicho mi amor? -le preguntó ella sintiendo como las primeras lágrimas querían salir por sus mejillas. Carlos puso sus manos en su cintura mirándola con dulzura.

- Eso he dicho. Me he arrepentido cada día que he estado sin ti de no habértelo dicho. Y ahora que de nuevo estoy a tu lado, pienso repetírtelo todos los días. Te amo, Mirabel.

La pequeña pelirroja no cabía en si de gozo. Se abrazó a él sintiendo aún más su cercanía. Buscó sus labios besándolo con muchas ansías dejando  que sus lenguas se buscaran sin descanso. Al separarse, Carlos la estrechó entre sus brazos no queriendo dejarla escapar nunca más de su lado.

- Debemos irnos, Mirabel. Volvamos a casa.

- ¿Y los ingleses? -le preguntó ella con aprensión.

- Los ingleses ya no serán un problema. Después de la lucha, ya no se les ocurrirá jamás poner un pie en Cabeza de León.

Carlos entrelazó su brazo con la cintura de Mirabel. La pelirroja sintió un nuevo pinchazo en su espalda y respiró ahogadamente. 

- Carlos, amor, te ruego que te des prisa.

- ¿Porqué? ¿Os pasa algo?

- Creo que vuestro hijo quiere daros la bienvenida a la isla -Carlos se giró tragando saliva nervioso y a la vez sintiendo una tremenda responsabilidad por el nacimiento de su bebé

- Espero que me de tiempo a casarme antes con su madre.





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