🔥Arthur Leclerc. La decisión
📅 Año 1415 . Sur de Escocia
Trago saliva de nuevo apretando mis labios. Tengo la garganta seca y el vino de mi copa se niega a bajar por mi garganta. Fuerzo una sonrisa y ladeo mi cabeza en pos de mi madre, la cual me mira hablándome entre dientes.
- Alguno tiene que haber que llame tu atención, Gala.
- Si un cerdo entrara caminando de puntillas y con el plaid de padre en la cabeza, créeme, llamaría más mi atención -le contesto devolviéndole una mordaz sonrisa que la enfada aún más.
- ¡Hija, por dios! Tienes que elegir de una vez. No podemos alargarlo más. Tus pretendientes llevan aquí más de una semana y ninguno se ha ganado tu favor -me recuerda ella con evidentes signos de fastidio en su voz.
- ¡Porque no me atrae ninguno, madre! -le respondo molesta por sus requerimientos.
- Pues alguno tendrá que ser -me dice ella con determinación- ninguno de ellos ha viajado hasta aquí para ver como la hija del jefe del clan MacKenzie los rechaza uno por uno.
Ejerzo fuerza sobre mi vaso chasqueando mi lengua de camino. Llevo escuchando un año entero a mi padre decirme que me debo casar y unirme al heredero de uno de los clanes afines a nosotros. Un puto año donde he esquivado todo lo que he podido el tema de mi boda hasta que mi padre se cansó y se le ocurrió ésta reunión. Los herederos de los clanes están todos aquí. Esperando que elija a mi futuro esposo, y a mi todo esto sólo me dan ganas de vomitar.
- Paul, el del clan Torres es muy atractivo -me señala mi madre con la mirada. Sigo el gesto que me hace con la barbilla hacia el muchacho rubio que bebe vino mientras no le quita el ojo a mi prima Anne.
- Si, es muy... ¿gallardo?, pero no me atrae, madre.
- Gala, o eliges ésta noche o será tu padre quien lo haga por ti, tú decides.
Me pongo rígida en mi asiento y ahora si que me pongo nerviosa. Mi padre. Eligiendo a mi esposo. Seguro que elige al que tenga las tierras más cerca de nosotros, que no es otro que...Ferrán Leclerc, tan guapo como estúpido, tan creído como prepotente. Es unos años mayor que yo y dicen que es un hombre experimentado, en todos los sentidos. Una mueca de asco se refleja en mi cara cuando reparo en él en una de las esquinas del salón. Me mira con intensidad haciendo que mi estómago se revuelva. Me pongo en pie como un resorte porque necesito salir de aquí y tomar aire.
- ¿Dónde vas, Gala? la cena está a punto de comenzar -me dice mi madre sujetando mi mano.
- Necesito tomar aire, y pensar...en mi elección.
Mi madre suelta mi mano satisfecha con mis palabras. Salgo del gran salón con discreción, pensando en miles de maneras de escapar del castillo sin que nadie me vea. Aunque, tendría que pasar antes por la cocina y coger provisiones. Si, eso haré. Escaparé y me iré a la costa. Me enrolaré en un barco y surcaré los mares como los piratas de mis historias. O mejor, iré a la casa de una de otra de mis primas que me ayude a refugiarme de la furia de mi padre. Porque yo, Gala McKenzie, no me pienso desposar con nadie así tenga que quedarme soltera durante toda mi vida.
No me ha resultado nada difícil realizar mi plan. Las cocinas bullían de gente, todas ocupadas en la cena que tendrá lugar dentro de unos minutos. He cogido las provisiones necesarias para poder embarcarme en mi aventura. Si me doy prisa, podría ganar unas horas hasta que se den cuenta que me he ido. Llego al establo y me dirijo a ensillar a Furia, mi caballo. El pelinegro relincha en cuanto me ve y deja que acaricie su lomo mientras suelto mi hatillo justo a mi lado.
- Huir de vuestra propia pedida de mano está muy feo y desconsiderado por vuestra parte.
Abro mi boca sorprendida sintiendo como el corazón me late muy deprisa. Me giro para ver al dueño de esa voz y ahora si que me quedo sin palabras. Delante de mi hay un muchacho de mi misma edad, castaño de ojos claros el cual no me suena de haberlo visto estos días por el castillo. Tiene un enorme atractivo y su porte orgullosa me hace no poder apartar mi mirada de la suya.
- Y meterse en los asuntos ajenos también es muy descortés -le replico con mordacidad.
- Yo estaba aquí primero, simplemente os habéis cruzado en mi camino -me sigue diciendo con una irónica sonrisa.
- ¿Y podríais mantener la boquita cerrada? -le pido con la misma arrogancia que él demuestra conmigo.
- ¿Y yo que gano a cambio?
- Mi eterna gratitud -le digo sonriéndole de la misma manera irónica, haciéndole incluso, una burlona reverencia.
- Nah. No me convencéis. ¿Porqué huis?
- ¿Acaso os importa? -le contesto con otra pregunta. El muchacho es tan irritante como atractivo. Y me pregunto donde ha estado escondido todo este tiempo para haber permanecido tan oculto a mi vista.
- Si no importara, no preguntaría. ¿Tan grave es que tenéis que huir en la noche cual ladrona?
Chasqueo mi lengua y un largo suspiro sale de mi garganta. Miro al chico el cual cruza sus brazos en mi dirección esperando mis explicaciones.
- Odio ser mujer, porque no nos dan libertad para nada. Me obligan a escoger a uno de los hombres que hay allí dentro para que se convierta en mi esposo -le confieso sin vergüenza alguna. Sienta bien decir en voz alta lo que me ocurre- sin conocerlo. Sin haber hablado con él. Sin...amor.
- Así es la vida por desgracia. Pero no odies ser mujer. Vosotras tenéis el poder. Dais vida. Y una palabra que salga de vuestra boca y tendréis rendido a vuestro esposo ante vosotras.
- No me hagáis reír, ¿queréis? no pienso permitir que me casen con alguien a quien no amo ni alguien a quien ni conozco.
- Pues huid entonces -me dice él con un gesto de su mano- hacedlo. Os buscarán y os encontrarán antes de que amanezca, y creedme, será peor. Porque no sólo os habréis humillado vos, sino que también humillaréis a vuestra familia, y todo por no escoger un esposo. Muy maduro por vuestra parte.
Aprieto mis dientes en la dirección del muchacho sopesando mis opciones. Podría huir huyendo de mi destino, abandonando a mi familia de la que no volvería a saber nunca o, tal y como dice el castaño de ojos claros, asumir quien soy y aceptar mi destino. Odio tener que tomar decisiones y aún odio más la sonrisa de suficiencia que él me está dando.
- Ni me conocéis ni sabéis nada de mi. Os ruego que dejéis de aventuraros a suposiciones burdas y absurdas -le desafió con mis brazos en jarras y lo único que recibo de él es una sonora carcajada- yo haré lo que me de la gana.
- Oh si, está claro que lo haréis. Sois una malcriada -el castaño se acerca más hacia mi desafiándome con su mirada. Levanto mi barbilla intentando que su cercanía no me afecte, pero, miro sus ojos y me pierdo en ellos sintiendo como todo mi cuerpo tiembla con cada paso que él da.
- Y vos sois un patán y un grosero -le respondo de igual manera.
- Seré todo eso, pero estoy haciendo que tembléis.
- Eso es porque hace frío, imbécil -le contesto cuando ya su aliento casi cosquillea en mis mejillas. Durante unos segundos ninguno de los dos pronuncia palabra alguna perdidos cada uno en la mirada del otro. Siento como mi corazón late muy deprisa siendo este latido algo desconocido para mi pues nunca había sentido tal nerviosismo ante la presencia de un hombre
- Pobre del hombre que se despose con vosotros, lo haréis enloquecer -sentencia él manteniendo aún esa expresión arrogante en su rostro.
- Pobre de la mujer que se case con vos, la haréis una desdichada.
- Pero, no se aburrirá porque dicen que en la cama soy una fiera.
- Oh, por dios -hago un aspaviento con mi mano y me aparto de él dándome la vuelta. Miro mi caballo y todas mis pertenencias en el suelo. Estoy perdiendo un valioso tiempo sino tomo una decisión con prontitud. Escucho los pasos del castaño alejarse, algo que aunque deseaba, me desilusiona.
- También será afortunado, vuestro futuro esposo.
Me doy la vuelta para ver como abandona los establos y un ligero suspiro sale de mi boca acompañado de la calma en mis latidos. Han sido breves minutos de charla los que he compartido con el joven, pero han removido más en mi interior que todas las banales conversaciones que he tenido ésta semana.
Llevo mi mano a la boca y me muerdo uno de mis nudillos. Si, ya es hora de que tome una decisión. La que cambiará el resto de mi vida.
Huir.
O asumir mi destino.
Mis padres me miran satisfechos y orgullosos. Alzo mi barbilla para ver a todos los caballeros mirarme, cada uno de diferente manera. Los hay que sacan pecho e intentan llamar mi atención. Otros me miran con lujuria relamiendo sus labios. También veo gestos de hastío en ellos y hasta de diversión.
- ¿Estás lista? ¿ya has decidido? -me pregunta mi padre con premura.
- Así es.
Les doy una sonrisa a cada uno y me pongo en pie. Bajo los escalones que separan la tarima del resto de las mesas del comedor. Mi mirada otea alrededor sin fijarse en nadie en concreto. Mis pretendientes, hacen una fila a cada lado del pasillo dejándome recorrerlo con tranquilidad. Ni siquiera los miro. No sé ahora mismo cual es su expresión a medida que dejo atrás a unos y a otros. Tengo que mirar por mi, por mi familia, por lo que sea mejor para nuestro clan.
Solo tengo un objetivo, el cual está recostado en la pared observándolo todo como si nada de esto fuera con él. Sigue ahí, con esa mirada prepotente, la misma que tiene desde que nos miramos por primera vez. Me acerco despacio hacia él, pero, una alta figura me corta el paso. Lo miro enfadada y lo aparto de mi camino con decisión. Un par de hombres de mi padre le impiden que vuelva a ponerse delante de mi.
Camino los pocos pasos que me llevan a él y en cuanto alza sus ojos y ve mis intenciones, la cara le cambia y aprieta su mandíbula. Me pongo delante suya y le doy mi mejor dulce sonrisa. Alzo una de mis manos y se la tiendo.
- Os elijo a vos.
El castaño me mira estupefacto enderezándose en su posición. Esto si que no se lo esperaba. El brillo furioso de su mirada me parece hasta divertido. Sigo con mi mano tendida esperando que me rechacé pero, él alza la suya logrando que mi corazón empiece a latir de nuevo apresuradamente. Sus dedos se enlazan con los míos y me devuelve una tierna sonrisa que sé que de tierna no tiene nada.
- Acepto -responde él dejándome casi sin aliento y bastante sorprendida. Tira de mi hasta acercarme más a su cuerpo y poder hablarme al oído. Su aliento en mi cuello me hace temblar y desear agarrarme a sus hombros para no caerme
- Os volveré loco -le digo alzando mi mirada para posarla en la suya.
- Lo estoy deseando.
- ¡Ni siquiera es el heredero de su clan! ¡Sólo es el hijo mediano! -mi padre hace aspavientos con sus manos y levanta su voz cada vez con más desaire. Parece que mi decisión de elegir a Arthur Leclerc, que así se llama el castaño que conocí en las cuadras, no ha gustado del todo a mi amado progenitor.
- ¿Y? Me dijiste que eligiera, pues eso he hecho -le respondo alzando mi barbilla de forma desafiante.
- Gala, su hermano Ferrán es mejor partido, él solo...
- Padre, me habéis obligado a esto, a pesar de mis protestas y mis desacuerdos. No soy vuestra heredera, es mi hermano Connor, y cuando lo hago, cuando elijo esposo no estáis de acuerdo, ¿Qué debo hacer entonces para agradaros?
Cruzo mis brazos y un largo suspiro sale de mi garganta mientras uno de mis pies golpea el suelo con nerviosismo. Mi madre se acerca a mi padre y le susurra algo al oído que hace que él relaje el gesto y que asienta con su cabeza. Besa la mejilla de mi madre y ella me da una relajada sonrisa.
- Está bien, Gala. Acepto a Arthur Leclerc como tu esposo, pero, os casaréis antes de que te vayas a Harwell -me ordena mi padre dejándome perpleja tras sus palabras.
- ¿Irme? -un escalofrío recorre mi cuerpo en cuanto escucho las palabras de mi padre. Pensé que yo y mi futuro esposo viviríamos aquí, con mi familia, en mi clan.
- Si, irte. Las mujeres deben seguir a sus esposos y es lo que tú harás. A ver elegido a alguien de nuestro clan.
Mi padre golpea mi hombro y sale de la habitación dejándome con mi madre, la cual me mira con el gesto algo apenado. Se acerca a mi y me abraza, y aunque al principio me resisto, acabo sollozando en brazos de ella. Siento sus manos en la espalda como intenta calmarme, pero, lo hecho, hecho está.
- Tranquila, mi vida. Por lo que he escuchado, Arthur es un buen hombre, mejor que su hermano. Así que cabeza alta y fuera lágrimas, tenemos una boda que preparar.
No consigo conciliar el sueño desde hace rato. Pronto amanecerá y mi tranquilidad se verá interrumpida por todo lo que conlleva mi casamiento. Me doy la vuelta en la cama y asumiendo que no puedo dormir, me levanto dispuesta a dar un pequeño paseo por el castillo. Me pongo mi capa sobre los hombros y después de calzarme salgo de mis aposentos sin rumbo fijo. Tengo que asumir que en unos días dejaré mi hogar en pos de otro. Tengo miedo. Temor de lo que me encontraré y de si seré bien recibida. Y si, arrepintiéndome de una decisión que tomé pensando en fastidiar a Arthur cuando más parece que la que ha salido peor parada soy yo.
Me apoyo en uno de los muros del castillo mirando más allá de las ventanas. Los primeros rayos de sol pronto apareceran y el bullicio lo inundará todo. Me apretujo más en mi capa y dejo que un lento suspiro salga de mi garganta a la vez que aprieto mis labios conteniendo un sollozo. Siento unos brazos que rodean mi cuerpo y estoy a punto de gritar cuando la voz de Arthur hace que me relaje al instante.
- Hace frío y el castillo está lleno de hombres borrachos, no deberías estar aquí sola, prometida.
Las palabras de Arthur tienen algo de mordacidad, pero, ni ánimo tengo de contestarle. Me agarro a sus brazos y reposo mi cabeza en su pecho dejando que él me abrace aún más dándome ese calor que necesito. Y si, me pongo en su lugar pensando que lo he obligado a hacer algo que él no quiere.
- Lo siento, Arthur. Lo siento de verdad -le digo sintiendo como las primeras lágrimas asoman por mis mejillas- pensé que me dirías que no y todo esto se acabaría.
Arthur chasquea su lengua y pone su barbilla en mi hombro. Contengo el aliento al sentir su respiración junto a mi mejilla y aspiro un aroma a pino y naranja que inunda mis fosas nasales de manera bastante atrayente.
- Pensaba hacerlo, pero, vi tu mirada retadora, y no pude resistirme a hacer lo mismo contigo.
- Arthur...
- Espera, Gala. ¿Te digo que más vi?
- Si, por favor -le digo en un ruego. Arthur me gira un poco hacia él. Su intensa mirada me desarma por completo pues espero ver algo de burla en sus ojos pero lo que hay en ellos, no tiene nada que ver con eso.
- Vi miradas lascivas sobre ti y hombres que creían que eras un trofeo. Sentí asco y repulsión escuchando como apostaban en que cama estarías esta noche aún antes de la boda. Sentí que de alguna manera te ultrajarían y humillarían y deberías callar y jurar fidelidad a tu señor. Por eso te dije que si.
- ¿Por ser tú mi salvador? -le digo aún temblando con cada una de sus palabras.
- No me considero un santo, Gala, pero si sé que soy mejor hombre que alguno de ellos. En mi naturaleza no está abusar de una mujer, desesperarla y provocarla, eso si -su mirada burlona y traviesa está de nuevo ahí, lo que hace que esboce una sonrisa algo más relajada con sus palabras- no será fácil tu vida en Harwell, pero, pondré todo de mi parte para que lo sea.
Miro a Arthur y siento de nuevo esos latidos acelerados cada vez que lo miro. Me acerco de nuevo a él dejando ahora que mi cabeza repose encima de su corazón, el cual, también late acelerado, no siendo yo la única que está nerviosa. Siento como una de sus manos acaricia mi espalda y ambos nos mantenemos así unos segundos sin ni siquiera hablar. Solo disfrutando del silencio y de nuestras agitadas respiraciones.
- Te acompaño a tus aposentos, Gala. Mañana tendrás muchos quehaceres y seguro que vendrán a buscarte temprano.
Asiento a sus palabras y enlazo mi brazo a su cintura no queriendo separarme de él. Arthur arquea una de sus cejas y suelta una carcajada mientras caminamos en dirección al ala norte. Me estrecha más contra su pecho sonriendo aún con satisfacción.
- Ya sabía yo que al final no podías apartarte de mi -me dice burlándose un poco de mi.
- No te creas tan importante. Tengo frío, y además, eres mi prometido. Tú deber es cuidarme -le recuerdo retándole con la mirada.
- Y eso haré, Gala, tengo por seguro que jamás permitiré que te pase nada.
- ¿Me lo prometes? -me separo de su cuerpo hasta poner mi rostro muy cerca del suyo. Arthur levanta su mano derecha y la lleva hacia mi mejilla acariciándome despacio.
- Te lo prometo -me dice sonriendo.
- Sella tu promesa -le pido o más bien ruego entreabriendo mis labios.
Él no necesita nada más porque mi boca es una invitación a que me bese, algo que él hace. Siento su cálido aliento para, segundos después, recibir sus labios y que estos me besen con verdadero deleite. Su boca es dulce y sus besos embriagan mis sentidos haciendo que todo mi cuerpo sufra un ligero vaivén a causa del saqueo que su boca hace a la mía. Cada centímetro de ella es repasada una y otra vez por la suya. Y cuando un gemido de placer sale de mi garganta, Arthur corta el beso ante mi desespero.
- No protestes, niñita malcriada -me dice riéndose, aunque su apelativo no me molesta pues me recuerda a nuestro encuentro en los establos- tendrás más de esos besos.
- Serás mi esposo, Arthur, los besos también cuentan como "hacerme la vida fácil".
Siento mis dedos temblar y me agarro aún más a mi padre. Avanzamos por el pasillo sintiendo todas las miradas en mi, pero, en el momento que lo veo, para mi deja de tener sentido todo lo que hay a mi alrededor. La mirada de Arthur está sobre mí, sin abandonar mis ojos desde que he entrado por las puertas del comedor. Está muy apuesto con los colores de su clan e incluso se ha peinado y ya no luce su rebelde cabello tan desordenado. Trago saliva y me calmo cuando él esboza una pequeña sonrisa dirigida hacia mi.
Mi padre suelta mi mano de su brazo y la alarga para posarla justo encima de la de Arthur, el cual me sonríe de manera pícara. Sus dedos se entrelazan con los míos intentando calmarme. Creo que no sé lo que el dice quien nos casa. Las palabras que usa ni como se desarrolla la ceremonia, pues mis ojos están más pendientes de la presencia de él a mi lado y de como su mano traza pequeñas caricias en el dorso de la mía.
Cuando llega la hora de entregarnos los anillos, siento que mi corazón me va a estallar del pecho con cada una de sus palabras.
- Yo, Arthur Thomas Alexander Leclerc, te tomo a ti, Gala Mariella McKenzie como mi legítima esposa ante los ojos de dios y de nuestros clanes, y prometo honrarte y protegerte de cualquiera que se atreva a tocarte.
Una ligera sonrisa escapa de mi rostro con sus palabras. Él se ha salido de los votos tradicionales demostrándoles a todos que de ahora en adelante voy a ser suya.
- Yo, Gala Mariella McKenzie, te tomo a ti, Arthur Thomas Alexander Leclerc como mi legítimo esposo ante los ojos de dios y de los clanes, y prometo serte fiel hasta el día que me muera.
En nuestros dedos ya están esos anillos que simbolizan nuestra unión. Él se acerca despacio y deposita un pequeño beso en mis labios que hace que mi rostro se sonroje. A nuestro alrededor se suceden los vítores y brindis, y si, las palabras mal sonantes por parte de los primeros borrachos, pero, a mi todo eso me da igual cuando los dedos de Arthur siguen unidos a los míos sin permitir que nadie se acerque a mi con otras intenciones que no sea felicitarnos.
- Bueno, Gala McKenzie -me dice él apenas un susurro cerca de mi oído- ¿Qué tal suena Gala Leclerc?
- Arthur, por mi como si te apellidas Campbell, todo lo que venga de ti, me va a gustar.
Le guiño un ojo al que ahora ya es mi esposo mordiendo mis labios. Al momento me veo rodeada por las mujeres de mi clan, las cuales me apartan dándome una copa de vino que bebo de un trago sin apartar mi mirada de él. Arthur suelta una carcajada en mi dirección y camina para reunirse con el resto de hombres, girando su cabeza varias veces en pos de donde yo estoy.
- Supongo que tu madre te habrá explicado lo que sucederá ésta noche -la mujer de uno de los guerreros de mi padre me guiña un ojo emitiendo una sonora carcajada que secundan las demás. Mi sonrojo ahora es más que evidente porque es algo en lo que llevo pensando todo el día, en cuando llegue el momento de ir al lecho.
- Lo sabe muy bien -responde madre- ya le he dicho que abra sus piernas y se deje hacer. Mi hija se comportará y será una buena esposa.
Casi me atraganto con el vino que se desliza por mi boca. Abrirme de piernas y dejarme hacer. Solo eso. Menos mal que la esposa de mi hermano Connor me ha explicado bien y me ha dado jugosos detalles de lo que pasará ésta noche. Y si, mis nervios y la anticipación me consumen y estoy deseando que llegue ese momento. Arthur dijo que era un hombre instruido en las artes amatorias. Bueno, dijo que era una fiera en la cama, y si, estoy deseando comprobarlo.
- Creí que no se iban .
Arthur pone el cerrojo en la gran puerta de madera de mi dormitorio, que es donde pasaremos nuestra primera noche de bodas. La estúpida tradición de acompañar a los novios hasta el lecho me ha puesto más nerviosa aún, hasta el punto que ahora me da algo de miedo tener intimidad con mi esposo.
- Yo también -le confieso mientras deshago mi peinado con tal de tener mis manos ocupadas- estoy nerviosa, Arthur. Necesito que hablemos un rato antes de...bueno...de eso...
- Gala, ven.
Me giro para ver una ligera sonrisa en el rostro de Arthur. Viene hacia mi agarrando mi mano para llevarme hacia uno de los sillones. Se sienta en el, haciendo que acabe encima suya. Una de sus manos se desliza hasta ponerse en mi cintura y aunque quiero hacerle muchas preguntas, su mirada me desconcentra y me quedo embobada mirándolo.
- Estás muy guapa con el pelo suelto -me dice apartándome el flequillo de la frente.
- Gracias -le contesto algo azorada y sintiendo como en mi vientre una ligera punzada me hace estremecer.
- Necesitas distraerte y no pensar.
- Lo veo difícil, Arthur -le confieso sintiendo de nuevo mis mejillas arder. Nunca antes la cercanía de un hombre me había afectado tanto.
- ¿Crees que no puedo conseguir que lo hagas? -Arthur acerca su nariz rozando mi cuello y todo mi cuerpo sufre un ligero temblor al sentir como su aliento cosquillea en esa zona tan sensible.
- No...no puedes -le digo apenas con un balbuceo. El castaño me da una mirada traviesa y de un rápido movimiento me sube encima de la mesa quedando él entre mis piernas.
- Yo diría que si, Gala.
Las manos de Arthur se posan en mis muslos y los va abriendo lentamente. Sus dedos suben poco a poco la tela de mi camisón hasta dejar hacer a un lado la ropa interior que cubre mi sexo. Se lo piensa mejor y la va deslizando poco a poco por entre mis piernas hasta quitármela del todo.
- Arthur -le digo tragando saliva con lentitud. Sus dedos rozan mi clítoris y un ronco gemido sale de mi garganta cuando él se va acercando cada vez más a mi sexo.
- Luego, Gala, ahora estoy ocupado.
Quiero abrir mi boca para poder contestarle cuando sus labios se posan en mi centro siendo lamidos por su fresca lengua. La va moviendo de arriba a abajo y eso hace que tenga que agarrarme a la mesa o temo que voy a caerme del placer tan grande que estoy sintiendo. Sus dedos se posan en mi sexo y me lo abre para poder lamerme a su antojo, de arriba a abajo y por donde le da la gana. Echo mi cabeza hacia atrás y no pienso en nada, solo en disfrutar de lo que su lengua me hace. Lame mi abertura haciendo que cada vez me moje más y más. Acompaña las succiones con sus dedos y a estas alturas mis piernas tiemblan deseando correrme de una vez.
Uno de sus dedos se va introduciendo dentro de mí y ese es el detonante para que lo haga, para que me rompa en miles de pedazos cada vez que ese dedo entra y sale de mi interior. Aprieto mis piernas y Arthur saborea mi sexo más deprisa hasta que los últimos espasmos de mi orgasmo me dejan exhausta.
Él se limpia la boca con el dorso de su mano y me guiña un ojo sonriendo satisfecho.
- Y ahora, vamos a la cama, esposa.
Casi ha amanecido cuando siento los dedos de Arthur en mi espalda. Sus suaves yemas la recorren de arriba a abajo haciendo que un lento gemido salga de mi garganta. Ladeo mi cabeza para encontrarme con su mirada caramelo y recibo un lento beso de él que hace que encienda mi cuerpo de nuevo.
- Me engañaste -le digo dándome la vuelta del todo. Mis pechos están al descubierto y la mano que estaba en su espalda ahora está en ellos recorriéndolos con calma.
- Si llego a decirte que yo también era virgen, te hubieras puesto más nerviosa -muerdo mi labio superior y asiento a sus palabras, porque si, sabiendo que por lo menos uno de los dos sabía lo que hacía, me hizo sentir más tranquila.
- Pues para no haber estado nunca con una mujer, creo que os habéis movido muy bien -le provoco de forma burlona.
- Bueno, ninguno tenemos con que compararlo, pero, desde luego que puedo decir que me satisfacéis completamente, esposa. He decidido que me quedo con vos.
- ¡Idiota!
Levanto mi mano indignada y la descargo contra su nalga desnuda. Arthur atrapa mi boca en un largo beso que nos deja a los dos prácticamente sin respiración. Al instante se coloca entre mis piernas instándome a que las abra. Nuestras bocas y lenguas batallan una contra la otra sabiendo que las dos serán las ganadoras de este juego. Un golpe en la puerta nos hace separarnos.
- ¡Arthur! Necesitamos la prueba de consumación.
La irritante voz de mi madre hace que mi esposo eche su cabeza hacia atrás fastidiado. Se levanta del lecho poniéndose de pie. La sábana que manché anoche descansa a los pies de la cama. Él la coge y antes de abrir la puerta me da una pícara sonrisa.
- No te muevas, Gala, sólo serán dos putos segundos.
Asiento ante sus palabras y agarro el cobertor para echármelo por encima. No me fio de que a mi familia o alguien de los otros clanes le de por entrar. Arthur abre la puerta y le arroja la sábana a mi madre intercambiando unas breves palabras. Cierra de nuevo y se da la vuelta para venir hacia mi con sus ojos cargados de deseo.
- Mi hermano quiere partir ésta tarde hacia Hardwell -dice reptando por el lecho y apartando la sábana de mi cuerpo. Pongo mis manos alrededor de su cuello y él vuelve a ponerse en la posición en la que estaba antes de que nos interrumpieran.
- Esposo, deberíamos consumar nuestro matrimonio de nuevo -le digo sintiendo como su pene se posiciona en mi entrada dispuesto a entrar de nuevo en mi.
- Esposa, dejadme deciros que todos vuestros deseos son órdenes para mi.
Dos días llevamos cabalgando por los páramos. Creí que Hardwell estaría más cerca pero no es así. Me duele todo el cuerpo del caballo y creo que no voy a poder sentarme en una semana de seguir así. Los brazos de mi esposo rodean mi cintura y me apoyo en ellos para no caerme.
- En cuanto lleguemos mañana al castillo podrás descansar en una mullida cama -su aliento cosquillea en mis mejillas y me incita a darme la vuelta y tomar su boca. Arthur es adictivo. Sus besos. Su manera de acariciarme. Cada una de sus miradas.
- Lo de la cama suena de maravilla -le digo aún con mis manos entrelazadas en su cuello y las suyas en mi cintura.
- No saldrás de mis aposentos en varios días -me promete él con esa sonrisa tan arrogante que tanto adoro en é.
- Saldremos, Arthur.
El castaño suelta una carcajada y deja un pequeño beso en mi nariz. Me separo de él pues tengo que hacer mis necesidades y prepararme para pasar la noche en éste claro del bosque. Encuentro un lugar detrás de un árbol y cuando termino, acomodo mis ropas para volver con mi esposo. Solo he caminado un par de pasos cuando la figura de Ferrán, el hermano mayor de Arthur, me corta el paso.
- ¿Porqué elegiste a mi hermano y no a mi? Yo soy el heredero -la prepotencia de sus palabras me producen repulsión y hasta algo de furia.
- A mi eso me da igual. He preferido a Arthur antes que a nadie y nada más -muevo mis pies para poder volver al campamento, pero, una de sus manos agarra mi brazo volteándome para que mi cara esté a pocos centímetros de la suya.
- Has rechazado a un Leclerc -me recuerda Ferrán elevando el tono de su voz con desagrado.
- Por dios, ¿de verdad que tanto os importa que no me haya casado con vos?
- Has herido mi orgullo, muchacha, has preferido a mi hermano mediano antes que a mi y eso es una afrenta. Ahora vivirás en Hardwell. Recuerda que cuando mi padre fallezca, yo seré el heredero -sus palabras provocan en mi escalofríos y hace que desee correr a los protectores brazos de Arthur.
- Tranquilo, hermano, que ya sabemos todos que tú eres el heredero -la fuerte voz de mi esposo me hace suspirar aliviada- y ahora suelta a mi esposa.
Ferrán le da una airada mirada a Arthur apretando su mandíbula con furia. Su agarre en mi se va debilitando hasta que me suelta. Pasa de largo a su hermano para volver con los demás.
- ¿Estás bien? ¿te ha hecho daño? -me pregunta Arthur sosteniendo mi brazo.
- Me ha agarrado más fuerte de la cuenta, pero estoy bien. No te preocupes, Arthur.
- Mierda, Gala, no me pidas algo que no puedo hacer. De ahora en adelante, tú eres mi prioridad y que estés a salvo es mi principal objetivo.
- Estoy bien. Tranquilo. Tu hermano solo estaba demostrando quien cree que manda.
Pongo mis manos alrededor de su cuello y ambos nos quedamos mirando. Es prácticamente imposible enamorarse de alguien a quien acabas de conocer, pero lo que Arthur provoca en mi es lo más cercano al amor. Porque cada vez que él me mira o me toca, siento como si miles de mariposas revolotearan en mi estómago y mi corazón pareciera salirse de mi pecho. Necesito su cercanía y saber que ésta ahí. Lo necesito todo de él.
Beso sus labios con ardor siendo correspondida por los de él. Arthur camina conmigo de espaldas hasta apoyarme en un frondoso árbol, el cual nos esconde de miradas ajenas. Sus manos se cuelan por debajo de mi falda hasta alzarme de las caderas y apoyarme en el tronco. Y aquí mismo, contra este árbol, Arthur me toma con lentitud callando mis gemidos con su boca. Ambos nos perdemos el uno en el otro durante lo que me parece una eternidad, y cuando al fin logramos juntos la satisfacción, entonces si, tengo que admitirlo. Voy a tardar poco en enamorarme de él.
La llegada a Hardwell se hizo por la mañana. Casi todo el castillo estaba esperándonos y se mostraron cordiales y hospitalarios conmigo. El padre de Arthur también se mostró contrariado por el hecho de que elegí a su hijo mediano y no al mayor, pero, él les dijo que lo tenían que respetar mi decisión pues yo tuve el poder de elegir, y que él se sentía afortunado por ser mi esposo. Me adapté al castillo con relativa facilidad, pues al no haber señora de la casa, algunos de los quehaceres y decisiones domésticas recaen en mi. Pero, está claro que Ferrán desea que su padre fallezca lo antes posible y así heredar. Y en cuanto lo haga, sé que va a realizar muchos cambios con los que ninguno vamos a estar de acuerdo.
Hace unas semanas, cortejó a una chica del clan McDowell. La trajo al castillo y la boda se celebrará mañana.
Destrenzo mi pelo a la vez que Arthur aparece por la puerta. Su cara luce algo molesta pero en cuanto me ve, su rostro cambia para venir directamente hacia mi. Siento sus brazos rodear mi cintura y sus labios en mi cuello.
- Eres tan bonita que das luz a todos mis días -me agarro a sus manos volteándome para poder mirarlo mejor- te amo, Gala.
Trago saliva nerviosa y reposo mi cabeza en su pecho sintiendo como cada parte de mi cuerpo tiembla tras sus palabras. Su mano acaricia mi espalda con mucha lentitud.
- ¿Tú me amas, Gala? -su pregunta tiene un tono algo desesperado, pues sé cuanto ansía de mi, escuchar las mismas palabras.
- Con cada fibra de mi ser.
- Y si yo te pidiera que nos fuéramos lejos de aquí, ¿vendrías conmigo? -su voz es de anhelo y su rostro denota un desasosiego, el cual me infunde algo de temor.
- Siempre. Así quisierais ir al fin del mundo, yo os acompañaría -sus dedos acarician mi mejilla muy lentamente sonriéndome después.
- Mañana, durante la boda, nos iremos al este de la isla, y de allí tomaremos un barco hacia Francia -me cuenta él, dejándome bastante sorprendida por su propuesta.
- Arthur, ¿Qué ha pasado? -le pregunto muy nerviosa.
- Gala, mi padre está muy enfermo, es cuestión de días que no supere su enfermedad, y Ferrán ya está haciendo planes para cuando eso suceda. Y no pienso estar aquí para ver como destroza el legado de mi padre. Siendo él el heredero, mi lugar aquí será cuestionado, y no quiero que eso os afecte también a vos.
- ¿Y qué haremos en Francia? -Arthur agarra mis manos y me lleva despacio hasta sentarnos en el banco que hay cerca de nuestro lecho. Mis dedos tiemblan y estoy nerviosa con su relato.
- Hace unos días escribí a un miembro del clan Fraser que vive allí. Me pidió, bueno, no, me rogó que me fuera allí con ellos. Viven al sur de Francia en un pequeño pueblo llamado Le rocher. Nos recibirán con los brazos abiertos y no tendremos que darles cuentas a nadie de lo que hacemos. Pero todo esto sólo sucederá si tú quieres, esposa.
Miro a Arthur conteniendo el aliento mientras pienso en todas las posibilidades que tenemos aquí siendo Ferrán el jefe del clan. Aún siento sus miradas lascivas sobre mí. Y, sé que sería capaz de matar a su hermano para que yo tuviera otro esposo.
- Hagámoslo, Arthur. Forjemos nuestro propio destino -mi esposo desliza su mano hasta posarla en mi vientre y alza su mirada para sonreírme con mucha dulzura. Contengo el aliento perdida en esa sonrisa y en todo lo que él provoca en mi.
- Que nuestro hijo no dependa nunca de las decisiones de los demás. Quiero que sea libre, Gala.
Los novios ya se han besado y los brindis se suceden por doquier. Aplaco mis nervios bebiendo de mi copa. Los brazos de Arthur rodean mi cintura y siento su boca muy cerca de mi oído.
- Voy a preparar los caballos. Te espero en las cuadras. Y ten cuidado, Gala.
Mi esposo deja un tierno beso en mi mejilla. Avanza hasta llegar a los novios y les da la enhorabuena. Conversa un rato con ellos hasta que se retira con disimulo. Yo hago prácticamente lo mismo. Les sonrió a los novios, hablo con los otros miembros del clan y minutos después salgo del salón argumentando un inexistente dolor de cabeza. En cuanto me alejo, corro con cuidado por los pasillos, bajando las escaleras que hay detrás de las cocinas. El aire de la noche golpea mi rostro, lo que me hace restregar mis brazos pues el frío es bastante evidente en ésta época del año. Avanzo un par de pasos más cuando unas manos detienen mi camino.
- ¿Se puede saber dónde vas con tanta prisa, cuñada? ni un baile me habéis concedido -La áspera y alcoholizada voz de Ferrán me hace girarme sintiendo que mi corazón se me va salir del pecho de lo fuerte que me late. Intento zafarme de él, pero sus dedos hacen presión impidiéndomelo.
- Necesitaba aire fresco -le digo tirando de mi brazo sin mucho éxito.
- ¿Y vuestro esposo?
- Tenía una urgencia con uno de los caballos -le miento intentando que no se percate del nerviosismo que atenaza mi voz.
- ¿No estaréis huyendo de mi, verdad, Gala? mira que si lo hacéis, os daré gustoso caza.
Su aliento cosquillea en mis mejillas produciéndome unas inmensas ganas de vomitar. Su boca está cerca de la mía y sé que quiere besarme. Aparto mi rostro para que no lo haga, pero sus dedos agarran mi barbilla con fuerza instándome a dejar que tome mis labios. Intento resistirme, pero él es mucho más fuerte.
- Una vez te dije que soltaras a mi esposa, Ferrán, ya no te lo diré más -la voz de Arthur me produce un alivio inmediato, pero, también algo de miedo, pues temo que esto no se va a quedar aquí.
- No la mereces, Arthur, debió ser mía en primer lugar -le dice Ferrán a su hermano menor.
- Ella me eligió a mi, pero, si no lo hubiera hecho, yo mismo la hubiera elegido a ella. Asume de una vez que Gala es mi esposa, y será así hasta que me muera.
- Pues eso tiene fácil solución, hermano.
Ferrán se deshace de mi y me empuja hasta que casi caigo al suelo. Saca de su cintura su cuchillo de caza y lo pasea por delante de Arthur, el cual, permanece impasible y alerta ante su posible ataque. Me llevo la mano a la boca muerta de miedo, pues mi marido carece de arma y está en total desventaja con respecto a su hermano.
Pero entonces, y de improviso, Ferrán cae al suelo y trozos de arcilla siguen el mismo camino. La pequeña figura de una de las cocineras aún sujeta la jarra que acaba de estrellar contra su cabeza. Nos mira durante unos segundos sin ser capaz ninguno de nosotros de movernos.
- Huid.
Mi pequeño Charles mueve entre sus manos la pelota que su hermana acaba de darle. Se ríe y se la devuelve causando el regocijo de mi pequeño bebé. Los brazos de Arthur envuelven mi cintura. Recuesto mi cabeza en su pecho contemplando la bella escena que se cierne ante nosotros.
- Te amo -su cálida voz hace que todas mis terminaciones nerviosas se alteren. Su manos se deslizan por mi hinchado vientre acariciándolo con cuidado
- Y yo a ti.
- Gracias por elegirme aquella noche, Gala. Gracias por darme ésta maravillosa familia -me giro para mirarlo y contemplar su maravillosa sonrisa.
- Gracias a ti por decir que si.
Apoyo de nuevo mi cabeza en su pecho sintiendo los maravillosos latidos de su corazón, esos que marcan el ritmo de mi vida. La brisa marina revuelve mi pelo. Suspiro tranquila y agradezco el día que decidimos venirnos a Le Rocher. Estoy segura de que aquí sentaremos las raíces de nuestra familia.
𝙈𝙤𝙣𝙖𝙘𝙤, 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙡𝙡𝙖𝙢𝙖𝙙𝙖 𝙇𝙚 𝙍𝙤𝙘𝙝𝙚𝙧, 𝙖𝙥𝙪𝙣𝙩𝙖 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙨𝙤𝙗𝙧𝙚 𝙪𝙣𝙖 𝙧𝙤𝙘𝙖 𝙘𝙤𝙣 𝙛𝙤𝙧𝙢𝙖 𝙙𝙚 𝙥𝙞𝙨𝙩𝙤𝙡𝙖. 𝙁𝙪𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙧𝙖𝙩é𝙜𝙞𝙘𝙤 𝙚𝙣𝙘𝙡𝙖𝙫𝙚 𝙨𝙤𝙗𝙧𝙚 𝙚𝙡 𝙢𝙖𝙧 𝙚𝙡 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙫𝙞𝙧𝙩𝙞ó 𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙗𝙖𝙡𝙪𝙖𝙧𝙩𝙚 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙙𝙞𝙣𝙖𝙨𝙩í𝙖 𝙂𝙧𝙞𝙢𝙖𝙡𝙙𝙞. 𝘾𝙤𝙣𝙨𝙩𝙧𝙪𝙞𝙙𝙤 𝙘𝙤𝙢𝙤 𝙛𝙤𝙧𝙩𝙖𝙡𝙚𝙯𝙖 𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙨. 𝙓𝙄𝙄𝙄, 𝙝𝙤𝙮 𝙘𝙤𝙣𝙨𝙩𝙞𝙩𝙪𝙮𝙚 𝙡𝙖 𝙧𝙚𝙨𝙞𝙙𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖 𝙥𝙧𝙞𝙫𝙖𝙙𝙖 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙛𝙖𝙢𝙞𝙡𝙞𝙖 𝙧𝙚𝙖𝙡.
𝙲𝚑𝚊𝚛𝚕𝚎𝚜 𝙼𝚊𝚛𝚌 𝙷𝚎𝚛𝚟é 𝙿𝚎𝚛𝚌𝚎𝚟𝚊𝚕 𝙻𝚎𝚌𝚕𝚎𝚛𝚌, 𝚖á𝚜 𝚌𝚘𝚗𝚘𝚌𝚒𝚍𝚘 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝙲𝚑𝚊𝚛𝚕𝚎𝚜 𝙻𝚎𝚌𝚕𝚎𝚛𝚌, 𝚎𝚜 𝚞𝚗 𝚙𝚒𝚕𝚘𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝚊𝚞𝚝𝚘𝚖𝚘𝚟𝚒𝚕𝚒𝚜𝚖𝚘 𝚖𝚘𝚗𝚎𝚐𝚊𝚜𝚌𝚘. 𝙿𝚛𝚘𝚟𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝚎𝚡𝚝𝚎𝚗𝚜𝚊 𝚏𝚊𝚖𝚒𝚕𝚒𝚊 𝚊𝚜𝚎𝚗𝚝𝚊𝚍𝚊 𝚎𝚗 𝙼ó𝚗𝚊𝚌𝚘 𝚍𝚎𝚜𝚍𝚎 𝚎𝚕 𝚊ñ𝚘 𝟷𝟺𝟷𝟻. 𝙳𝚎 𝚛𝚊í𝚌𝚎𝚜 𝚎𝚜𝚌𝚘𝚌𝚎𝚜𝚎𝚜, 𝚜𝚞 𝚗𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚑𝚊 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚐𝚎𝚗𝚎𝚛𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚎𝚗 𝚐𝚎𝚗𝚎𝚛𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚜𝚒𝚎𝚗𝚍𝚘 𝚞𝚜𝚊𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚛𝚒𝚖𝚎𝚛𝚘𝚜 𝚑𝚒𝚓𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚜𝚞 𝚏𝚊𝚖𝚒𝚕𝚒𝚊.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro