Esta no era nuestra canción, ni siquiera se parecía a nosotros, pero mi hija decía que era de él por su título, Licenciado. Era un chiste que ella hacía por la profesión que él tenía y además era el apodo que en la casa se le decía. Siempre me decía: mi carrera no es mi nombre, a lo que yo siempre le respondí: ese ya es tu nombre artístico aquí.

En la soledad de mi habitación me dedicaba a escuchar la letra y recordar nuestros momentos. La vez que fuimos a la playa y nos quejamos de lo caro que estaban los calamares, las salidas a comer hamburguesas a las que él siempre se le caían y dejaba el plato un chiquero mientras yo lo dejaba limpio y ni una migaja se me caía, las cervezas que nos tomábamos con la promesa de ir a bailar un día o de viajar a chichiriviche con toda su familia. Promesas que ya no se harían.

El dolor era todo lo que tenía. Las lágrimas ahora eran mi única compañía. Hasta comer se me hacía pesado, pues la comida me sabia insípida. Es increíble como mi vida cambio en apenas un día. En apenas un instante.

Nos conocimos en el trabajo, yo médico y él mi jefe a cargo de los pagos. Nos llevábamos bien y no fue sino hasta que él tomo reposo por una enfermedad que nuestro amor floreció. Fue rápido y fuerte, tan solo me tomó un par de meses para saber que a ese hombre yo lo amaba. Pero, aunque se lo dije él no me creía porque según yo no le conocía bien, a lo que le decía si el no conocer a Dios era impedimento para él amarlo, cosa que era diferente, pero yo siempre pensaba que era lo mismo.

Yo lo ayudaba de vez en cuando con su enfermedad, acompañándolo a los chequeos y comprando los medicamentos. Un cáncer no era algo fácil, pero era su segunda lucha así que estábamos bien. Al pasar tiempo con él poco a poco conocí a su familia, y grata fue la emoción cuando todos me recibieron con brazos abiertos y amor. Ni la madre de mi primer esposo me acepto, así que tener tanto afecto era algo nuevo para mí, pero no por ello mal recibido. Como dice la canción de Yatra, hasta sus primos ya sabían mi apellido.

Fue un hermoso año que si bien no la pasamos juntos siempre fue perfecto. Sin duda tuvimos un amor muy bonito. Con la pandemia el contacto fue igual de esporádico, pero igual de amado. El seguía su tratamiento al pie de la letra y sus laboratorios no se veían mal, todo estaba tranquilo hasta este amargo final.

Fue el viernes cuando saliendo de mi trabajo tuve que salir corriendo a su casa pues él se sentía mal. Rápidamente llame a una colega para que me ayudara a meterlo en emergencia y que fueran sumamente cautelosos por ser mi pareja. Esa noche se quedó hospitalizado, le pusieron oxígeno y tratamiento contra este virus que había por precaución. El sábado al mediodía volví a casa y que suerte fue que mi hija me tenía la comida servida pues hambre vaya que tenía. Compartí con ella unas horas para que no se sintiera sola, pues bien sabía que cuando no estaba con ella la pobre no dormía.

Volví el sábado por la noche para cuidarlo y estaba internado en una zona donde no me dejaban entrar. Pero a la madrugada con ayuda de mis colegas y bien resguardada me dejaron entrar. Compartimos un bello momento, nos dimos cariño y nos dijimos lo muchísimo que nos queríamos. Increíble por fin le escuche decir que me quería. Incluso mi madre llamó y hasta él habló con ella, santa mi madre que cada noche le rezaba el rosario al Señor pidiendo por su recuperación.

Tuve que salir, pero estaba bien pues había compartido con él. A las 5 de la mañana del domingo me encamino a la casa que él comparte con su madre para mantenerla al tanto, compartimos desayuno y hablamos largo rato, le dije que durmiera en el cuarto de su hijo para que este no se enfriara, que cuando él llegara su cuarto no se le sintiera resentido. Con ánimos me devolví después de dos horas, pero al llegar me detienen en la puerta pues debían hablar conmigo. Me imaginé que tuvo alguna complicación, pero se me rompió el corazón cuando me dijeron que le fallo la respiración y murió.

El mundo se me hizo trizas en un dos por tres. Los primos incluso llegaron para hacerme compañía y arreglar lo de la funeraria que al final me toco a mi hacer, es un alivio que así fuera. Cuando llame a la funeraria me atendió una joven llamada Génesis, nombre bíblico como a él le gustaba. Se arregló todo y lo vinieron a buscar y me fui a mi casa con el corazón en la garganta. Me la pasé en casa llorando pues no era justo lo que había pasado, yo esperaba por lo menos tener otro año a su lado, pero mi Dios no tenía eso en sus planes, pero eso no evitaba mi sentir, mi flagelo. Si hubiera hecho esto, si hubiera dicho aquello, si esto, si lo otro, y si, y si, y sí. . .

No tenía el coraje para llamar a su madre y se me rompió hasta la voz cuando hable con la mía. El lunes por la mañana fue el velorio y toda la familia me presentaba a los que asistían como su esposa cosa que no se llegó a ser, pues él una vez me dijo que hablaría con sus hijos para que yo fuera su señora. Las lágrimas corrían y llegó un pequeño momento de alegría cuando una de sus tías se quejó que por lo menos la clínica donde trabajaba le pago los gastos funerarios, y le respondí que no hablara así de nuestro lugar de trabajo que si no fuera por eso jamás nos hubiéramos conocido. Quién lo diría yo a mi edad y saliendo con el jefe.

Me despedí una última vez de él y su familia me pidió que no me perdiera, que si bien yo no lo sentía fue mucho lo que hice por él y lo mucho que todos me querían. Y así volví a casa otra vez con el corazón en la garganta y las lágrimas en las mejillas, llorando desconsoladamente pues a mi pareja ya no tenía. Pero sé que eventualmente me tendré que levantar pues a mí bello no le hubiera gustado que me deje llevar por la tristeza. Tomará tiempo, dolor y más lágrimas, pero aprenderé a vivir con el recuerdo de nuestro amor que terminó antes de tiempo.

Dedicado a quien fue el hombre perfecto para mi madre que fallecio el 30 de agosto del 2020 debido a un cancer que se complico al contraer covid-19. Adios Licenciado