Venganza antes de la medianoche (Parte II)
<<Tan solo han pasado diez minutos>> pensó, volviendo poco a poco a la realidad. Dejó de mirar el reloj y centró su atención en la figura de la mesa de enfrente. Sacó su mano del bolsillo con la que hasta ese momento aferraba con fuerza la empuñadura del cuchillo, echó azúcar al café y comenzó a darle vueltas con la cucharilla.
La camarera Jenny tomaba nota a los nuevos comensales (una pareja con su hija), y aquel hombre miraba con tristeza la escena de felicidad.
Perdido en circunstancias triviales, sus ojos se distraían en cuántas personas que se encontraban en el local. Dió un largo sorbo al café intentando mantenerse alerta y preparado, para cuando el camionero se alejara de la mesa.
A cada minuto que pasaba sentado, imaginaba en su mente como sería el momento en que mataría a ese monstruo. Desde que su mujer e hija muriesen, no percibía otro sentimiento que acabar con la vida de la persona que había arrebatado sus esperanzas y ganas de vivir. Poco o nada importaba ya. Era un hombre con el corazón roto, no, su corazón estaba sin vida. Pasaba las horas tumbado en la cama; el sueño, el hambre, habían dejado de tener importancia.
Esta noche todo acabaría.
Tantas veces soñando despierto con la hora de darle muerte, que era como oxígeno para seguir viviendo.
Vislumbró un leve movimiento, el movimiento se convirtió en esperanza. El camionero se levantó toscamente y dirigió sus pasos en dirección a los servicios.
Era la hora de dictar justicia.
Esperó unos largos y tensos segundos, luego se levantó y caminó con pasos pesados hacía los lavabos. El corazón volvió a latir frenéticamente. Una mirada perturbadora cubrió su rostro.
Abrió la puerta con un ligero temblor en su mano. Al fondo de pié, los ojos del camionero observaban los movimientos oscilantes de tan intensa meada.
Con las manos en los bolsillos sujetó con fuerza la fría empuñadura, y caminó nervioso hacía el fondo. Encontrándose a su espalda, un escalofrío recorrió su piel, un sudor frío cubrió su frente y quedó petrificado con la mirada pérdida. El camionero intuyendo la presencia de alguien a su espalda, giró sobresaltado y de encaró.
- Que coño miras, ¡maricón! -gritó con rabia, mientras le empujaba con fuerza contra la pared.
El golpe en la cabeza emitió un ruido sordo, quedando momentáneamente aturdido.
Después del encontronazo con el mirón, fue a lavarse las manos. Cómo si de un cirujano se tratase, empezó a enjabonarse con esmero y paciencia cada parte de sus manos. Abstraído en su ritual de limpieza no se percató de la presencia que tenía detrás suya.
El merecido golpe contra la pared, según se decía interiormente, hizo que recobrara de inmediato la rabia y la ira.
Con paso firme y más seguro de su cometido que cuando entró, se aproximó a su espalda con el cuchillo sacado del bolsillo. Sin tiempo para vacilar incrustó la hoja en el cuello, y volvió a repetirlo, una y otra vez, una y otra vez. Una mirada de horror inundó su cara llevándose la mano a su cuello ensangrentado. Se cayó en su propia sangre; su otra mano cogió un papel o fotografía del interior de la cazadora. Un grito silencioso salió de su boca. El hombre se apartó, y miraba la cruel escena con satisfacción. En un último suspiro de vida, y sentado en su propia sangre, se llevó la fotografía a su rostro.
Al instante de su muerte; el hombre se acuclilló y cogió la arrugada fotografía del suelo. Empezó a marearse y cayó de rodillas, sujetando la fotografía entre sus manos. Volvió a mirar esa imagen de felicidad de un padre con su hija.
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