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Un rostro de pesadilla II


Seis meses después de ver aquél rostro de pesadilla, Alina poco a poco olvidaba aquella imagen de su cabeza.

Desde que presenciara ese cruel y despiadado asesinato; sus días y sus noches se habían convertido en un sufrimiento. Reviviendo en su mente cada escena como si de una película se tratase.

Hacía tres meses que terminó la pandemia, la vuelta a la normalidad era una realidad. Sin embargo, solo salía de casa para ir al instituto y regresar de nuevo a su hogar. Pero ese día había llegado; hoy saldría.

Los primeros días después de ver esa cara surcada de cicatrices, su mente había desconectado de su cuerpo. Se encontraba reviviendo continuamente esa noche, construyendo en su cabeza cada imagen, como las piezas de un puzzle. De día su cuerpo quedaba paralizado y el corazón le galopaba ante el menor ruido, sintiendo que el sádico estaba en ese momento en su casa. Pasaba las noches en vela con la televisión encendida para sentirse más protegida, como si los personajes de la tele fueran en su ayuda si el asesino fuese a matarla.

**********

En la pared que se encontraba al fondo de su habitación, se encontraba clavadas las fotos de sus víctimas. Le gustaba admirar su obra, bajo la penumbra de su habitación. Al lado estaban fijas las fotos de una bella joven, una obsesión que se materializó en el primer momento que la vio. Se enorgullecía de no planear ninguno de sus asesinatos; él no era un asesino que planificara sus crímenes. Seguía su instinto. Una insaciable sed de sangre invadía todo su ser cuando veía a la víctima propicia. No obstante, con esta joven sería diferente. Ahora tenía un objetivo y merecía un trato especial. Todavía recordaba cuando alzó la vista después asesinar al chico y vio su cara entre las cortinas.

Cogió su gorra negra y se la ajustó, ocultando parte de su rostro, la barba escondía la otra parte, además de unas cuantas cicatrices. Salió de la puerta de su casa, cerrándola de un portazo. Sentía como una energía recorría su cuerpo, pronto tendría su encuentro con la joven.

*********

Alina salió de su portal y vio como sus amigas, Sarah y Carol la llamaban desde la otra acera.

-¡Alinaaa! -gritaron al unísono.

Agachó la cabeza sintiendo como su cara se enrojeció por la vengüenza y cruzó la calle. Una pareja de ancianos cogidos de la mano intercambiaron unas sonrisas a ver a la chica. A unos metros de allí, otra persona también sonrió, pero su sonrisa ocultaba cierta malicia.

Las tres amigas se abrazaron, mientras se prometían que esa noche sería inolvidable. Y así sería. En ese momento, Alina miró por encima del hombro de Carol y percibió un movimiento en la farola.

-¿Estas bien? -preguntó Carol preocupada.

Alina asintió con un movimiento de cabeza. Las palabras se quedaron encerradas en su garganta sin poder salir. El miedo era un pasajero de viaje que aparecía cuando menos lo esperabas.

-Tenemos que irnos. ¡Vámonos ya! -alentó Sarah a sus amigas.

Dejaron atrás los abrazos y las confidencias, e iniciaron su camino sin retorno.

Bajaban por la calle mientras hablaban de las notas de los exámenes finales. Llegaron al final de la calle y ahora tenían que elegir que camino tomar.

-¿A que esperas, Alina? -preguntó Sarah, a ver que su amiga estaba petrificada.

Frente a ella se encontraba un pasadizo subterráneo, un atajo al que solía recurrir para ir al centro. Desde ese funesto día evitaba caminar por el pasadizo y prefería dar un rodeo para ir a clase. Intentaba estar en todo momento rodeada de personas; nunca sola.

Carol puso sus manos en los hombros de Alina, intentando tranquilizarla.

-¿Seguro que estás bien?, si no es así, vamos por el otro camino -dijo Carol, mirando a la cara de su amiga-. Y si lo prefieres o no te encuentras bien, te acompañamos a casa.

Alina soltaba lentamente el aire de sus pulmones; no podía permitir que sus miedos controlasen su vida.

-Gracias chicas, estoy bien -mintió a sus amigas-. ¡Vámonos!

Una silueta emergió desde detrás de un árbol. <<Es el momento y el lugar idóneos>> pensó. Avanzó más rápido hacía la entrada del pasadizo.

Las tres amigas iban de la mano por el oscuro subterráneo. Caminaban deprisa para hacer más corta la estancia en ese turbio lugar. Desde atrás llegaba una inquietante amenaza. Alina se sobresaltó a oír unos pasos. Agarró fuerte las manos de sus amigas y avanzó más rápido. Ellas a verla tan asustada siguieron su ritmo.

A unos pocos metros la silueta se detuvo y profirió un grito agudo. El alarido llenó cada rincón del pasadizo. Repentinamente Carol y Sarah se pararon, haciendo tropezar a Alina. El objetivo se había cumplido. Las personas quedaban paralizadas ante una situación de pánico. Y así sucedió con las tres amigas. Congeladas, aturdidas, paralizadas, como unas estatuas de mármol.

La silueta salió corriendo por el oscuro pasadizo, a la vez que sacaba el cuchillo de su pantalón. Poseído de una furia irrefrenable empujó a Alina hacía la pared. Recibió un fuerte golpe, quedando su cuerpo tendido bajo el frío suelo. Desde allí, en un estado semiinconsciente veía los rápidos movimientos del cuchillo hacia Carol y Sarah. Sus cuerpos ensangrentados cayeron al suelo.

El asesino se agachó y alzó la barbilla de Alina. Otra vez, cara a cara, pero esta vez sin el obstáculo de una puerta. Deslizó suavemente el cuchillo por el rostro de la joven, impregnado de la sangre de sus mejores amigas. Sacó su móvil del bolsillo y tiró una foto al rostro descompuesto apoyado en la pared. Una nueva foto para clavar en su mural del terror. Al escuchar unos ruidos de pasos, se levantó y se marchó corriendo. Dejando a Alina en un estado de shock. Ella nunca olvidaría aquél rostro de pesadilla que atormentaría el resto de su vida.





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