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Un rostro de pesadilla


Desde su ventana miraba la silenciosa calle iluminada por una luz tenue que desprendía la farola. Era una noche oscura de invierno, el gélido viento agitaba las ramas y las hojas de los árboles. Una noche cualquiera.

Alina Wilson escuchaba en sus cascos "bad guy", de su nueva cantante favorita: Billie Eilish. Cambiaba de artistas preferidos, más que veces se teñía el pelo de un color distinto. Desde que comenzó la pandemia, (un virus letal que se contagiaba a través del aire) las personas hacían la vida en sus casas. Habían transcurrido seis meses desde que empezaron a verse los primeros fallecidos.

Mientras tarareaba la canción, observó cómo un joven con aparente caminar errático, avanzaba con dificultad por la calle. <<Vaya un joven valiente que se ha saltado el confinamiento>> pensó. Echaba de menos esas noches de fiestas con sus amigas, pero de momento tenía que conformarse con videollamadas para poder verlas.

El intrépido errante caminaba a paso lento. Otro ruido de pasos llamó la atención de Alina. Una persona con un abrigo negro y capucha, avanzaba con paso rápido y firme hacía el joven. La chica desde la ventana tenía una distracción para antes de dormir. Los días eran largos y monótonos; ya no había diferencia entre un lunes y un sábado. Todos los días eran iguales.

Un brillo en la oscuridad captó la atención de Alina. El destello de un cuchillo surgió de entre la mano del encapuchado. Rápidamente se abalanzó hacia la espalda del joven borracho y lanzó una tormenta de cuchilladas. Herido y desorientado, giró sobre sus talones y miró a la cara de su asesino. Su mano derecha agarró el abrigo negro, intentando mantenerse en pie. El asesino nocturno paró su embestida, y miró a los ojos de su víctima. Mientras se ahogaba en su propia sangre, su mano perdió fuerza de sujeción y cayó de rodillas a la acera.

Alina seguía petrificada, incapaz de reaccionar; era como estar en una pesadilla. Pero en ese sueño estaba muy despierta.

El sádico retiró la mascarilla del joven de su rostro y un arcada de sangre brotó del interior de su boca. Empezó a mover los brazos en todas direcciones, como las hélices de una avioneta antes de despegar. Bajó el haz de luz; el encapuchado sacó su móvil del bolsillo del abrigo y disparó una foto. Una nueva foto para su álbum del horror. Echó hacia atrás la cabeza del joven y degolló su cuello. Una cascada de sangre manaba de su delgado cuello, cual surtidor vierte gasolina al coche.

Alina corrió inmediatamente la cortina, al momento que el asesino desviaba su vista hacia la ventana (casualidad, instinto o suerte) sus miradas se encontraron. Rápidamente cogió el móvil de su cama, y marcó el 9-1-1.

—Señorita mantenga la calma y dígame la emergencia —dijo la operadora siguiendo el protocolo.

—Acaban de asesinar a un joven en la calle Morgan número 23, el asesino me ha visto, vengan rápido — susurró nerviosa.

Escuchó los procedimientos que le mencionó seguir la operadora y se sentó a esperar en la cama.

Mientras Alina hablaba con la operadora, el encapuchado fue directamente a la puerta del portal. Cogió una piedra de la calle y rompió el cristal. Se adentró en el portal y divisó las escaleras a su izquierda. Subía las escaleras con un sigilo propio de un ninja. Dejó atrás el primer piso y empezó a subir el último tramo que le llevaría al segundo piso.

Abrió la puerta, una luz iluminó todo el pasillo y se quedó mirando a las dos puertas, intentando percibir una mirada a través de una de ellas.

La joven salió de su cama. Andaba sigilosamente por el estrecho pasillo que llevaba a la puerta principal. Desde su cama, captó el ruido al encenderse la luz y la curiosidad la llevó a ese momento. Frente a la puerta con aparente nerviosismo, quería comprobar quién se encontraba allí, intuía que el asesino estaba ahí. <<Necesito verlo, estoy a salvo, no tengo nada que temer>> se decía, mientras con una mano sujetaba la mirilla. La curiosidad ganó la batalla, subió la mirilla y miró a través de ella.

Desde el otro lado de la puerta, el asesino captó ese leve movimiento y se aproximó a la puerta. Frente a ella, sacó el cuchillo y realizó el movimiento de rajarse el cuello, deslizando lentamente el cuchillo. El asesino se retiró la mascarilla y se echó hacia atras la capucha, dejando al descubierto un auténtico mapa de cicatrices en su rostro. Alina podía ver con total claridad su cara y sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

Una imagen que nunca olvidaría; un rostro de pesadilla que la perseguiría en sus sueños.


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