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Un intruso en casa

Helga Donovan, veía en su cómodo sofá de cuero el programa de la ruleta de la fortuna. Sus mañanas eran una constante rutina diaria; entre sus horas enfrente de la televisión y sus visitas a la nevera en busca de comida, para saciar su voraz apetito.

El concursante que estaba más cerca del presentador, un hombre de mediana edad, alargó su brazo y cogió con su mano derecha la palanca, giró fuertemente la ruleta y ésta empezó a girar de manera desenfrenada. Por supuesto Helga, gran aficionada a estos tipos de programas, había averiguado el panel incluso antes de que dijera la primera palabra. Cómo no podía ser de otra manera, se descubrió una "S" en el panel. Alargó la mano derecha y cogió una lata de cerveza de la mesa, mientras con la otra sostenía con firmeza un grasiento mini bocadillo de chorizo.

Mientras saciaba su hambre y su sed; masculló entre dientes -¡serás gilipollas!-, el fallo del concursante a intentar adivinar el panel, había hecho aparecer en su rostro una desagradable sonrisa. A la vez que volvía a dejar la lata en la mesa, una gota grasienta naranja, fue a parar a su pantalón de pijama blanco.

La ruleta pasó a manos de otro concursante. Este joven de cabello corto y brazos musculosos, sería perfecto para una noche de sexo, pensaba Helga. Pegó el último mordisco al bocadillo y limpió sus manos en la sudadera rosa de Snoopy, dejando en la cabeza del perro una mancha anaranjada.

Sus ojos brillaron, lanzando una mirada lasciva hacía la televisión, viendo como el joven apuesto giraba con fuerza la ruleta. Deslizó su mano derecha debajo de la cintura y empezó a moverla rápidamente, arriba, abajo, arriba, abajo, y así sucesivamente; como un skater se desliza con su monopatín por la pista de patinaje.

El sonido del timbre invadió el salón y perturbó su sesión de masaje. <<¿Quién cojones será a estas horas?>>. Se levantó del sofá, frotando su juguetona mano al pantalón, a la vez que andaba con sigilo hacia la puerta de su casa.

Miró por la redonda mirilla y vio en el centro del pasillo a un hombre con gafas y rostro simpático. Las demás puertas estaban cerradas. Desde el salón no había oído el timbre de ninguno de sus vecinos y supuso que era la primera al que iba a molestar este supuesto vendedor. Esperó unos momentos, se dio media vuelta y se dirigió de puntillas nuevamente al salón. Apenas dió unos pasos, cuando volvieron a llamar a la puerta, esta vez con más insistencia.

Dejó de andar de puntillas y se dirigió con rabia hacía la puerta. Giró con rapidez la llave en la cerradura y abrió la puerta de golpe.

-¿Qué quieres? -gritó enfadada-. No captas la indirecta la primera vez que has llamado y no te he abierto. Váyase, no quiero comprar nada.

-No he venido a vender nada -respondió ensanchando su sonrisa, y rápidamente se abalanzó hacía ella, propinándole un puñetazo a la mandíbula.

Helga cayó al suelo de su casa, golpeando con la cabeza el parquet. El intruso cerró por dentro la puerta de un portazo. Y esperó unos instantes en la puerta, por si algún vecino había escuchado los ruidos. Si alguno vecino estaba en casa, no sentía la curiosidad de echar un vistazo por la mirilla.

El intruso desplazó el cuerpo semiinconsciente por los pies y, lo dejó en el suelo, cual muñeca de trapo. El salón era un amplio espacio. Un sofá de cuero blanco. Un mueble grande donde estaba una televisión de 42". Una mesa alargada, flanqueada por dos estanterías llenas de libros. La señora Donovan recuperaba la consciencia en el frío parquet, respirando con dificultad. Llevó su mano a su hinchada boca y, un hilillo de sangre brotó de ella.

-Empiezas a despertarte, princesa -dijo el violento hombre sentado en el sillón.

Helga giró su cabeza en todas direcciones, intentando mirar desde donde venía esa voz grave. Su cuerpo se estremeció viendo a aquel hombre levantarse del sillón. El hombre sacó un machete de su chaqueta y el reflejo del sol en la hoja, produjo unos destellos en la pared del salón. Los ojos de la mujer, hasta ese instante perdidos, se abrieron de par en par.

-Ya has descansado mucho -dijo, mirando a su presa a los ojos. Mientras deslizaba el machete por su garganta-. Levántate y siéntate en el sillón.

A puras penas, consiguió ponerse en pie y dirigirse al sillón.

-Tengo dinero y joyas, llévatelas -sollozó Helga, mientras sus lágrimas recorrían su cara.

Un rugido en forma de risa, salió de la boca del hombre.

-No he venido a robar; he venido a hacer justicia -dijo-. Y ahora escucha atentamente, vas a llamar a tu queridito maridito y vas a hacer lo que yo te diga. ¿Has comprendido?

Asintió, moviendo la cabeza arriba y abajo.

El intruso acercó el móvil a la mujer, mientras con su mano libre apretaba con el filo del machete su garganta.

-Llama a tu marido -dijo el intruso-. ¡Ahora! -demandó.

Apretó más fuerte el machete a su garganta, salpicando de sangre la cara de Snoopy. Helga temblaba de pies a cabeza; la silueta del individuo a escasos centímetros, ocultaba el sol. Una sombra de maldad se cernía sobre ella. Llamó a su marido, "un policía en activo del cuerpo" y esperó temerosa que respondiera. Al tercer tono una voz grave respondió.

- Dime -dijo su marido con tono apagado-. Me encuentro muy liado, tengo que terminar un informe para antes de comer.

-Haaayyy un hombreee aquí -masculló entre dientes.

-Deja de tartamudear, o te rebano la garganta -amenazó, apretando más el filo.

-Que pasa cariño, ¿estas bien? -dijo amablemente desde la otra línea.

Su mano derecha agitaba el móvil, golpeándose su oído derecho. Un temblor incesante, difícil de mitigar en estas temibles circunstancias.

-¿Qué quieres...que diga?

-Dile a tu marido, si se acuerda del caso de atropello a Amanda Brett -susurró el hombre.

Helga intentaba con todas sus fuerzas controlar la rebeldía de su mano y mostrar más firmeza.

-Escúchame, estoy secuestrada en casa por un hombre, que me amenaza que te pregunte por una tal Amanda Brett, un caso de atropello -dijo nerviosamente.

Desde la otra línea, el agente de policía Matt Donovan, que se había hecho cargo del caso, adoptó un visible cambio en su semblante. Su rostro cambió de un tono normal, a una palidez cadavérica. A la vez que mantenía pegado el móvil a su oreja, su mente viajó al caso del atropello. Todavía podía recordar con todo tipo de detalles, el cuerpo inerte de una bella mujer en el asfalto. Como su inspector jefe, había ordenado dejar libre al culpable, ocultar las pruebas y archivar el caso. El conductor del Corvette c8, hijo del concejal, marcó en la prueba de alcoholemia: 2,4 litros por gramo de sangre y, positivo en el test de drogas. Saldría libre de todos los cargos.

-Fue un caso de atropello mortal, el culpable salió libre, sin cargos -susurró Matt, a la vez que escribía en un papel que tenía en su mesa, <<mandar policías a mi casa, tienen secuestrada a mi mujer. ¡Rápido!>>. Agitaba su mano izquierda, intentando llamar la atención de su compañera.

En el preciso instante que su compañera se dirigía a la mesa de Matt, alertada por su visible nerviosismo. Los gritos llenaron el salón. El intruso agarró la morena melena de la mujer, haciendo que Helga mirase al techo, y le degolló la garganta.

Los gritos se apagaron. La casa quedó en silencio.

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