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Terror en el Supermercado (Parte II)


En mitad del pasillo antes de pasar por el torno para realizar la compra, vio un carro. Lo cogió sin necesidad de depositar una moneda en la ranura. Clientes se abre en este momento la caja 6, anunciaron desde megafonía. Rebeca vio como algunas personas andaban hacía la nueva caja abierta, otros corrían, y unos pocos empujaban sin el menor escrúpulo a quien se interpusieran en su camino. La agitación de la muchedumbre iba en aumento.

Rebeca avanzó rápidamente hacía el pasillo del papel higiénico. En su mente rememoraba los comentarios del amigo de su marido: "El papel higiénico desaparecía por arte de magia". Y así lo descubrió cuando llegó. En las estanterías donde se deberían encontrar el papel higiénico, los rollos de cocina, pañuelos de papel...estaban vacías, desoladas. Vamos Rebeca, no te preocupes, seguro que en otro supermercado encontrarás, pensó.

Enfiló el pasillo, y empezó a coger paquetes de macarrones, tallarines, arroz...y a meterlos en el carro. Por lo menos no me iré con las manos vacías, pensó. Un grito sacó a Rebeca de sus pensamientos. Alzó la cabeza, y descubrió como dos hombres estaban peleándose. Un hombre moreno con un tatuaje tribal que cubría gran parte de su brazo derecho, propinó un puñetazo a la cara de aquel otro hombre que a duras penas consiguió mantener el equilibrio. Comenzó a lanzar golpes al rostro de aquel hombre más delgado, hasta que cayó al suelo, y un paquete de chocolate salió despedido de su mano. El hombre del tatuaje se agachó y recogió la tableta de chocolate.

Rebeca sintió en su interior que la situación empeoraba más a cada instante que pasaba. A cada minuto habían mas personas en el supermercado.

El bullicio era cada vez mas ensordecedor. El estrépito se propagaba por cada rincón, como el fuego en busca de oxígeno. Gritos, insultos, empujones, alguna pelea por algún producto...el supermercado se había convertido en una zona de guerra. Y ella tenía que salir de allí cuanto antes. Antes de que fuera demasiado tarde. ¿Quién diría que ir a realizar la compra fuese tan peligroso?

Clientes tienen que mantener el orden, respeten el orden de la fila para pasar por caja. Entendemos que es una situación alarmante, pero tienen que mantener la calma en todo...¡A tomar por culo!, interrumpió una voz el discurso de la cajera. Cogió el aparato de megafonía y lo lanzó contra la pared. Pero antes de que lo arrojase y se partiera en dos, dijo una frase que originaría un maremoto de violencia.

—Señores, señoras, a partir de este momento la compra es gratis —vociferó a través del aparato, imitando ese tono mecánico y sin vida que tantas veces hemos escuchado mientras realizamos nuestras compras, pero sin prestar atención a las palabras. Salvo cuando dicen: se abre la caja.

Cogió su carro a rebosar de comida, y desafió con ojos de furia a aquella cajera. Di algo y te arranco esa cabecita, parecía decir esa mirada cargada de odio. Ella desvío la mirada, y comenzó a ver como las demás personas que hasta hace un instante estaban ocupando un puesto en la fila, salían disparadas hacía la puerta de salida.

Rebeca sintió un leve mareo. Comenzó a realizar respiraciones más profundas. Intentaba por todos los medios alejarse de esa realidad tan angustiosa. Su corazón latía a un ritmo más frenético. Alejada de toda conciencia con la realidad, creyó ver en la zona de los yogures a sus vecinas, Ana y Esther. Ahora más que nunca necesitaba ver un rostro amigo. Se dirigió allí con paso lento. Poco a poco, empezaba a sentirse mejor. A unos metros de llegar, vio como sus dos vecinas estaban tirándose por los pelos, y gritando.

—Sabes que me encantan las natillas con galletas —dijo Esther mientras agarraba fuertemente del pelo a su amiga.

Rebeca se quedó petrificada a solo unos metros de ellas, y sin dar crédito a cuanto veía.

—Las he visto primero —prostestó con dureza Ana. En ese momento propinó una patada a la espinilla de Esther; su vecina con la que apenas la separaban una fina pared entre los dos pisos—. Veo que gritas más que en la cama con tu marido.

—¡Hija de puta! Pues tu marido...

Ambas mujeres cayeron al suelo, y comenzaron a revolcarse como esas croquetas tan ricas que preparaban.

El supermercado se había convertido en un pandemónium de gritos y violencia. Las personas salían con sus cestas, y sus carros a la calle, sin esperar colas, sin pagar. Esta es mejor oferta que el 3x2 que ponéis, gritó una señora con el pelo blanco cuando pasó al lado de la cajera.

El encargado miraba desde su oficina como la situación estaba fuera de control. Salió de aquel habitáculo de cristales con vista al exterior, y se dirigió con paso firme y confiado, a poner solución a todo ese desmadre. Llegó hasta la puerta de entrada/salida, y se puso en medio. La muchedumbre se quedó atónica. Se miraban los unos a los otros. Señores, señoras, mantener la... el encargado siente un dolor terrible y se lleva la mano a la boca. La mandíbula le cuelga, y la sangre empieza a manar de su boca. Antes de desmayarse siente un fuerte olor. Se derrumba entre cristales rotos y un reguero de alcohol. A unos centímetros de su mano inerte que yace en el suelo impregnada de vodka, pasa un carro lleno de botellas. El agresor salió disparado hacia la calle.

Rebeca no daba crédito a cuanto veía. Esto era peor que cualquier escena que hubiese visto en una película. No decían que la realidad supera a la ficción; y ella estaba ahí para contemplarlo en primera línea. Decidió que era el momento de salir de allí. La situación podría llegar a empeorar.

Recogió la poca comida que llevaba dentro del carro, y la depositó en unas bolsas de plástico que llevaba en el bolsillo del pantalón. Con una bolsa a cada mano, se encaminó despacio a través de los pasillos. Tenía que ser rápida, a la vez que prudente. A unos metros se encontraba la salida. Caminó más deprisa, sin percibir como un pedrusco atravesaba los cristales del supermercado. El pedrusco impactó en su cabeza, y se derrumbó a tan solo unos metros de la puerta de salida.

La muchedumbre salía despavorida, algunos pisando, otros atropellando con el carro el cuerpo de Rebeca. En situaciones de estrés las personas recurrían a su condición animal.

Más tarde la policía encontraría el cuerpo de Rebeca sin vida.

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