Terror en el Supermercado (Parte I)
Rebeca observaba desde su terraza como dos de sus vecinas, Ana y Esther, caminaban rápidamente llevando en sus manos unas bolsas de plástico. Sorprendida miró el reloj y vio que marcaba las 8.47. El supermercado abría a las 9. También vio como una mujer mayor arrastraba un carro de la compra en la otra acera. Parecía que este lunes las personas se habían levantado con ganas de visitar el super, se dijo. El sol empezaba a asomarse bajo un cielo despejado.
En el salón estaba encendida la televisión, mostraba unas imágenes de un altercado que se estaba produciendo en un centro comercial del centro de la ciudad. Rebeca y su marido Luis, se habían mudado a la periferia de la ciudad, apenas unos seis meses antes. Allí habían encontrado tranquilidad, bienestar y amigos. Tenían buen trato con sus vecinos del barrio. Eso en la ciudad era imposible, las personas vivían a un ritmo más rápido sus vidas, sin preocuparse los unos de los otros. Se encontraban muy felices con la decisión de haber dejado atrás el estrés de la ciudad. Sin embargo, pronto cambiarían de idea.
Salió de la terraza y cerró la puerta. Fijó su atención en el televisor y subió el volumen. La voz del presentador era profunda y seria: Mañana martes día 18 de marzo se inicia una cuarentena de 15 días debido a la alta tasa de contagios. Rebeca se llevó la mano a la boca. No podía creerse aquella noticia. Se quedó petrificada, mirando fijamente la pantalla, pero sin prestar atención a los comentarios. Desde el reloj de madera encima del mueble de libros, dos muñecos de madera, uno azul y el otro rojo, empezaron a rotar por una superficie estrecha de madera, y un sonido parecido a una campana de iglesia, anunció las nueve.
Rebeca cogió su móvil y llamó a su marido. Esperó seis tonos y colgó. Volvió a llamar, y esta vez saltó el contestador. Parada en mitad del salón, decidió que era el momento de realizar una compra grande para esos días de confinamiento.
Cruzó lentamente el salón, salió al pasillo y recorrió los pocos metros que la separaban de su cuarto. Abrió el primer cajón del mueble de la ropa, y sacó un vestido. Se puso el vestido, unos zapatos con un pequeño tacón y, se miró al espejo del baño. Se lavó la cara, se pasó el cepillo varias veces por su cabello y cubrió su rostro con una base de maquillaje. Al salir del baño vio su reflejo en el amplio espejo del cuarto , y se ajustó el fino tirante al vestido azul. Todavía conservaba una esbelta figura a sus treinta años.
Cerró la puerta, y no se molestó en cerrarla con llave. Volvería pronto, pensó.
Había recorrido unos pocos metros, cuando comenzó a aparecer las primeras gotas de sudor en la frente. Buscó en su bolso un paquete de pañuelos de papel, cogió uno y se secó la frente. A medida que avanzaba camino del super, vio sorprendida la cantidad de personas que estaban por las calles. Era lógico que muchas personas al enterarse de la noticia, habían decidido no ir a trabajar. La mayoría de ellas se dirigían por la calle camino del super. Otras en cambio, se dirigían con sus hijos al parque. Un solo día para aprovechar de una libertad que únicamente Dios sabría hasta cuanto duraría. Rebeca era muy reticente a creer todo cuanto hablaban en los medios. Pensaba que decían medias mentiras o medias verdades, según les interesaban.
A unos metros se encontraba el supermercado. El gentío se escuchaba desde la calle. La zona del aparcamiento estaba llena. Ni un solo sitio libre. Llevaba abierto menos de una hora. En ese momento, sintió un golpe en su hombro. Consiguió mantener el equilibrio con la ayuda de un hombre que caminaba enfrente suya. Aquel hombre siguió corriendo sin ni siquiera fingir una disculpa. Su destino...el de todos ese día.
-¿Estás bien, Rebeca? -se interesó Andrés, un vecino del barrio, con el que su marido solía jugar al futbol cada dos domingos. Iba acompañado de su mujer María y sus dos hijos, Mario y Daniel.
Todavía confusa por el golpe, miró a Andrés y asintió.
-Estoy bien, gracias -dijo Rebeca-. Ha sido solo el susto. ¿Os habéis enterado de la noticia? Mañana nos confinan y estaremos encerrados 15 días, eso dicen, pero quien sabe.
-La verdad es que hace un tiempo nos olimos lo que podría llegar a suceder. -dijo, mientras no dejaba de prestar atención a sus hijos-. ¿Ves el programa "Cuarto Milenio"? Allí llevan hablando de este virus desde hace unos meses.
-No lo vemos, aunque lo conocemos. Lleva la tira de años en antena. ¿Entonces ya habéis comprado?
-Sí, compramos este finde en el centro comercial. ¿Y sabes una cosa?
-No.
-El papel higiénico desaparece como por arte de magia, más incluso que unas bolsas de chucherías en un patio de colegio. -La pareja se rio-. Nosotros tuvimos que ir a tres supermercados distintos para poder encontrar un paquete. Niños dejar de pelearos, ahora nos vamos. Portaros bien, ¿entendido?
Los niños miraron a su padre, y postergaron su pelea para más tarde. En cambio, Rebeca estaba confusa.
-¡Vaya! Espero tener suerte, y si no es así, tendré que comprar servilletas o pañuelos de papel -dijo Rebeca
-Ten cuidado, parece que la gente está nerviosa, un poco descontrolada -dijo Andrés-. Saluda a tu marido, y dile que cuando podamos jugaremos el partido.
Se despidieron y cada uno siguió su camino.
El gentío era cada vez mas bullicioso. Un ruido ensordecedor llegaba a oídos de Rebeca, parecido a que las abejas emiten en una colmena.
Rebeca pasó por las puertas correderas del supermercado. Echó un vistazo alrededor, y vio con cara de asombro y preocupación algunas estanterías vacías.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro