Sin recuerdos (Parte II)
El limpiaparabrisas seguía oscilando con un movimiento lento. Sus ojos miraban el ir y venir de las escobillas, escuchando el relajante sonido del agua, se sumergió en un estado de tranquilidad y calma. Tenía la vista fija en la oscura y solitaria carretera. Sus cansados párpados bajaban poco a poco.
El coche invadió momentáneamente el arcén, y volvió a su carril. A los pocos segundos, avanzaba de nuevo por el estrecho arcén . Un fuerte golpe despertó a Newman y frenó en seco. Aturdido por el encontronazo, se llevó las manos a la cabeza. Pasó sus dos manos por cada parte de su cara, y seguían igual. Sin rastro de sangre, sus pulsaciones estaban al galope. Adormilado, fatigado y embriagado, decidió salir del coche y ver el daño sufrido.
Al salir del vehículo fue directo a la parte delantera, y vio el espejo derecho de posición roto. La lluvia seguía cayendo, y un ligero viento mecía las ramas de los árboles. Miró el arcén y entre los arbustos, y no vio nada. <<Tal vez haya sido un conejo o algún otro animal>> pensó, mientras se frotaba las manos entre sí, para coger calor.
Volvió a la carretera, y sus ojos se fijaron en una mancha en la luz rota. Se agachó y pasó su mano. Su mano estaba impregnada de un color rojizo, una sustancia densa cubría parte de su palma derecha. <<¡Sangre!, ¡es sangre!>> gritó en la oscura noche. Un escalofrío invadió todo su cuerpo. Si tal vez hubiese pensado en sacar el móvil del coche y poner la linterna, nada de lo que ocurriría en las siguientes horas sería igual.
Ahora estaba seguro de que la sangre pertenecía a algún tipo de animal. Siguió el rastro unos metros más allá, y vislumbró un bulto. Sus pasos lentos, y en zigzag, evidenciaban su pésimo estado.
A unos metros del impacto se encontraba el bulto a mitad de la carretera. A medida que recorría con sus manos el cuerpo, se dió cuenta del gran tamaño. Fue lo más rápido que pudo a la parte de atrás del coche y abrió el maletero. Ahora lo tenía claro, metería el cuerpo dentro y, a la mañana siguiente más despejado y a la luz del sol, enterraría al animal. Ni se le había pasado por la cabeza dejarlo en mitad del asfalto, alguien podría tener un accidente.
Recorrió de nuevo los metros que le separaban del animal inerte, flexionó las rodillas, como solía hacer cuando levantaba mucho peso del suelo, y levantó con esfuerzo el cuerpo. Depositó el bulto y volvió al volante.
Antes de arrancar el motor dirigió una mirada a las botellitas de alcohol, y pensándolo mejor, cogió dos y se las bebió de sendos tragos. Ahora estaba listo para reanudar la marcha.
Se despertó entre sábanas mojadas por su sudor. Su cabeza no paraba de darle vueltas, parecía que llevaba un tiovivo en su lugar. A duras penas logró salir de la cama, al tocar con sus desnudos pies el linóleo, logró despejar un poco su mente y cuerpo. Consiguió llegar a la ventana y subir la persiana. Los rayos del sol se colaron por la habitación, giró su cara evitando su contacto al más puro estilo de los vampiros. Esta mañana era un "vampiro" que se ocultaba del sol y, ayer por la noche era un "zombie" cuando andaba como uno de ellos. Los monstruos habitan en nuestro ser más profundo.
Fue al servicio, y echó una intensa y larga meada, poco a poco volvía a ser una persona. Después vio su cara reflejada en el espejo y se llevó las manos a ella. Un destello en la mirada inundó su rostro. Observó detenidamente su mano derecha, intentado adivinar cuando y donde se manchó. En su cabeza tenía una grieta profunda de la noche anterior, su último recuerdo era en la tienda del turco. Se lavó las manos y la cara mientras intentaba esclarecer lo sucedido de esa extraña mancha pegajosa.
Su mujer preparaba unas deliciosas tortitas a la vez que miraba las noticias que emitían en la televisión.
En la planta de abajo unos fuertes golpes contra el maletero resonaban entre las paredes del garaje.
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