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Sed de sangre

Tres jóvenes sedientos de violencia recorrían las calles en busca de víctimas borrachas. Sus salidas nocturnas cada vez eran más frecuentes.

Los tres jóvenes caminaban con paso seguro y confiado por Union Street, una calle con locales nocturnos donde los adictos a las fiestas se quedaban hasta altas horas de la madrugada, bebiendo y bailando. Algunos, los que tuviesen suerte se irían a la cama con compañía.

La noche era muy fría, los coches aparcados en los laterales de la calle tenían una capa fina de escarcha.

Billy, el benjamín del grupo bebía de una botella de whisky, además de calmar su aparente temblor por el frío, le servía para reunir suficiente valor en estos escarceos de violencia. A su derecha con una mirada amenazante caminaba Matthew, a pesar de su juventud, su cara era un auténtico mapa de sufrimiento. Su pasión era el boxeo, era un amante del noble arte, aunque él no sabía que significaba ser noble, y al arte le daba otro significado distinto.

El líder del grupo era Dallas, era él quien planificaba las salidas nocturnas en busca de algún desecho humano. Su apariencia formal, una sonrisa encantadora, largas horas ensayada frente al espejo, no dejaba entrever la maldad que escondía.

—Estad atentos —dijo Dallas, sonriendo—. Es la hora donde los borrachos vuelven a sus casas con el rabo entre las piernas.

A pesar que su cuerpo había dejado de temblar por el frío, Billy seguía dando buena cuenta de la botella. No distinguiría a su padre a 2 metros de distancia. Podría pasar por uno más de aquellos muchachos que volvían con paso errático, y sin una pareja que calentar sus camas, a sus casas. Dallas se fijó en un chico rubio caminando en la acera contraria; su paso era lento y encorvado. Una víctima propicia, pensó Dallas; presagiaba que esa noche se había bebido hasta el agua de los floreros.

—Chicos, empieza el juego —advirtió Dallas a sus amigos, señalando con la cabeza al chico.

—Estoy impaciente por partir una cara bonita —dijo Matthew, su semblante parecía haberse relajado ahora que había avistado a su nuevo juguete.

El grupo de tres siguieron andando por la misma acera, desviando sus cabezas hacia el chico rubio.

—No seáis tan descarados —les advirtió Dallas.

El chico rubio caminaba errático por la calle, sorteando con destreza o instinto cada obstáculo que se interponía en su camino: una farola que con una luz cegadora iluminaba parte de la calle, una caca de perro puesta en un punto estratégico donde sería más sencillo pisarla que esquivarla. Seguía su ruta a casa, ajeno al peligro que se cernía a unos pocos metros. Dejó a su derecha Unión Street y siguió por Green Street, una calle menos transitada, pero que todavía le otorgaba al chico cierta esperanza de evitar la agresión.

El grupo de tres viendo que el joven giró a su derecha, cruzaron la calle y continuaron con su persecución. El frío cada vez más intenso y la desesperanza, empezaron a hacer una grieta en la paciencia de los chicos.

Matthew apretaba fuertemente su puño derecho con una rabia contenida; Billy ajeno a todo lo que le rodeaba, seguía embriagado en el sabor amargo del whisky, y Dallas metódico y frío en sus pensamientos, pensaba que tendrían que escoger un nuevo objetivo.

El chico rubio aminoró su paso zigzagueante al oír ladrar a un perro. Algunos pisos tenían las ventanas iluminadas, pero la mayoría estaban a oscuras. A su derecha se adentró en un callejón, un habitual atajo que recurría para recortar unos metros.

En la acera contraria unos ojos brillaron, resurgiendo como un Ave Fénix una esperanza perdida.

El callejón era estrecho, el resplandor parpadeante de un fluorescente suspendido en la puerta trasera de un local, otorgaba un poco de luz al camino.

De repente el chico rubio se detuvo, creyendo escuchar unas voces procedentes a su espalda. Ya era demasiado tarde. Se dió la vuelta y vio como tres largas sombras se dirigían hacía él. Quedó petrificado.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Dallas, educadamente. El chico rubio estaba paralizado de cuerpo y voz—. No te lo volveré a repetir —demandó de nuevo Dallas.

—Dyyylaaan —tartamudeó.

—Bonito nombre princesa —dijo Matthew, acercándose a él—. Sólo queremos jugar un poco contigo, no tienes que tener miedo.

Dylan sin tiempo para reaccionar, recibió un cabezazo de Matthew, la sangre caía en cascada en su abrigo y parte en su boca. Aturdido por el golpe fuertemente recibido, llevó sus manos a la cara y quitó parte de la sangre que manaba por la nariz rota. Dallas se encendió un cigarrillo. Disfrutaba más viendo violencia que ejerciéndola, y esta noche tenía un asiento en primera fila. Billy apoyó su espalda a la pared y siguió bebiendo. Esta noche estaba demasiado borracho para pelearse. La siguiente vez prometía beber menos, sus promesas caían en saco roto, una y otra vez.

—Deeejaame ir —susurró Dylan, su cara empezaba a llenarse de lágrimas y sangre.

Matthew adoptó una posición de ataque y lanzó una combinación de puñetazos a la cara de Dylan. El primer puñetazo fue directo a la mandíbula, y los restantes fueron una lluvia de golpes impactando a todos sus sentidos. Dylan cayó al sucio suelo, su cabeza daba vueltas, tal vez sufriera una conmoción.

—Eespeeraa Matthew, deejame a mi — dijo Billy. Con paso funambulista se aproximó donde yacía el cuerpo de Dylan.

Billy miró con rabia el saco de huesos y carne que estaba en el suelo y soltó una ráfaga de patadas, iban perdiendo fuerza a cada embiste.

—Para Billy, está medio muerto —gritó Dallas. Billy ajeno al grito, siguió con sus golpes. Matthew cogió a Billy del brazo y lo empujó hacia atrás.

—¡Vámonos! —ordenó Dallas—. Ya hemos cumplido por esta noche. Mañana madrugo y me gustaría dormir unas horas.

Eligieron recorrer todo el camino del callejón y salir por Vallejo Street, y prevenir que los descubriesen. El callejón estaba vacío.

Cuando se disponían a salir del callejón, vieron a un indigente envuelto en cartones y mantas.

—Vaya, estamos de suerte, esta noche tenemos un 2x1 —dijo Dallas—. Tenemos que ser rápidos. Matthew despierta al viejo dulcemente— se rió, rechinando sus dientes por el frío, a cada minuto más intenso.

El indigente se encontraba durmiendo entre cartones y un par de mantas raídas. El sitio desprendía un olor nauseabundo a orina y vómito; prácticamente se encontraba a oscuras.

Matthew apartó las mantas y los cartones que cubrían el cuerpo del indigente.

—Billy ayúdame a levantar a este despojo de nuestra especie —dijo Matthew, que trataba de subirse el abrigo para taparse la nariz. El indigente desprendía un hedor corporal, sólo camuflado por el fuerte olor a alcohol—. Date prisa, el viejo apesta —demandó Matthew.

Matthew y Billy levantaron al indigente con tremendo esfuerzo y apoyaron su cuerpo contra la pared. El indigente agitó los brazos como molinos de viento, farfullando palabras ininteligibles.

—No te resistas anciano, puedes salir herido - le aconsejó Dallas—. Sujétale los brazos Billy, Matthew le dará una buena medicina para calmarlo.

Dallas se encendió otro cigarrillo, dispuesto a disfrutar de otra agresión.

Matthew apartó al indigente de la pared, a la vez que Billy aprisionaba sus brazos por la espalda, una presa difícil de zafarse. El indigente logró darle una patada en la espinilla izquierda a Matthew, e instantáneamente recibió un puñetazo a su cara. La cara del indigente se agrietó, su suciedad era su segunda piel.

—¡Hijo de puta! Te voy a matar —gritó con rabia Matthew.

Con los nudillos enrojecidos de la paliza anterior, dió rienda suelta a una irá desmedida, lanzando golpes salvajes con el puño derecho e izquierdo a su mugrienta cara. Su nariz rota manaba un chorro de sangre que iba a parar a su boca y al suelo, el labio sufrió varios cortes profundos, y la peor parte fue a parar en sus ojos, apenas se mantenían abiertos debidos a la tremenda hinchazón.

Mientras ocurría la cruel y despiadada paliza, Dallas era testigo de un objeto que colgaba del cuello del indigente. A cada golpe que recibía el objeto balanceaba a derecha e izquierda, como un botafumeiro inicia su ritual de humo. A medida que se iba apagando la vida del indigente, el objeto " un colgante de un tiempo y lugar muy, muy pasado" lanzaba destellos luminosos a la pared donde estaba apoyado Dallas. Al tiempo que Matthew paró su sanguinaria tortura, los destellos eran más frecuentes y luminosos.

Billy que todavía mantenía retenido al indigente, no percibió como una sombra uniforme se cernía sobre él. La acción duró apenas unos minutos, desde el momento que levantaron al indigente y su cuerpo quedó sin vida antes de caer al suelo.

Sin tiempo de respuesta, la sombra se deslizó por la boca de Billy, ahogándole desde dentro. Billy llevó las manos a su cuello, sentiendo sus entrañas arder en llamas. Matthew cayó al suelo viendo tan dantesca escena y Dallas sostenía el cigarrillo apagado en la boca.

La sombra salió de los ojos moribundos de Billy. El rostro de Billy era la imagen del grito de munch. Hasta el genio del terror H.P. Lovecraft tendría difícil expresar con palabras tal abominación.

Paralizado por un terror inefable, Matthew seguía en el suelo, sin creer lo que estaba viviendo.

La sombra uniforme surgida del colgante del indigente, revivió con la muerte de éste. Su aparente uniformidad grisácea elevada a dos metros del suelo, giraba veloz, más y más veloz la masa grisácea estaba convirtiéndose en un gran disco. Con cada giró que realizaba el disco iban apareciendo unas puntas en forma de estrella, asemejándose a la forma de un disco de aserradero. El disco salió disparado horizontalmente directo al cuello de Matthew, el corte fue limpio y la cabeza dió contra la pared donde antes se encontraba Dallas.

Dallas actuó con rapidez, cuando la sombra adoptaba la forma de un disco. Huyó del callejón y entro en Vallejo Street. La gente que discurrían por la calle y la luz de las farolas no hicieron que Dallas se sintiese más seguro. Su cara reflejaba un temor inimaginable y sus piernas entumecidas por el miedo, apenas lograba mantenerse en pié.

Transcurrió unas semanas desde la muerte de sus amigos y todavía su corazón se sobresaltaba al ver una sombra cobrar vida.

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