Noche de insomnio
Gavin envolvía su cuerpo tembloroso bajo una sábana blanca. Su corazón palpitaba al galope recordando el trágico final. Estas últimas noches eran una continua condena de agitación y dolor, rememorando los últimos momentos.
Echado boca arriba en la cama su mente revivía la misma escena continuamente; miraba al techo oscuro como si viese diapositivas de viajes. El amanecer pronto le liberaría de otra noche de insomnio.
Siguiendo con su ritual de humo y promesas por cumplir, ponían punto y final a su encuentro. Gavin viajaba a través de los ojos verdes de su amante a un mar paradisíaco dejando atrás esta triste habitación.
Secaba el sudor de sus húmedas manos en su sábana; trepando con sus dedos por la pared buscando el interruptor de la luz. Encendía la luz y alcanzaba una fotografía desgastada de la mesilla. Contemplaba la imagen con sus ojos sin vida. Era la cuarta noche sin dormir y los efectos se traducían en su rostro con unas medias lunas asomando debajo de sus ojos. Viajaba a través de la fotografía recordando ese día perfecto, con una magnífica compañía. Seguía mirando la fotografía y revivía esa fatídica noche.
Mientras exhalaba el humo del cigarrillo, miraba con devoción el rostro de su amada hundido sobre la almohada. Apagó el cigarrillo en el cenicero y sacó las palabras que tanto le quemaban.
— Sabes que te ... — intentó decir Gavin, antes de ser interrumpido abruptamente.
— ¡Calla! No digas nada, Gavin. — dijo compungida, mientras le miraba a la cara —. Es mejor que sigamos como amantes libres. Odio el compromiso de las palabras. Lo sabes no...
— Lo sé — dijo Gavin
Su compañera de juegos de sábanas se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Gavin hizo lo mismo.
— ¿Mismo día y hora la próxima semana? — acercó su cara a Gavin y besó sus labios. Un beso húmedo y apasionado que hizo que Gavin olvidara todo lo ocurrido, volvía a renacer sus pasiones y deseos anestesiados.
— Claro — dijo Gavin, mientras la acompañaba a la puerta. Su corazón actuaba como un tiovivo, subiendo y bajando sin control.
Cerró la puerta y se dirigió a la ventana de la habitación. Abrió la ventana y el frío viento le golpeó en la cara. El ruido de los coches, el bullicio de la gente subiendo y bajando la calle, llenó los oídos de Gavin. Miró fascinado la luna llena, resplandeciente desde el cielo dominando con su embrujo la gran ciudad. Aferró con fuerza sus manos a la barandilla, sacó su cabeza y parte del cuerpo y esperó para poder verla marchar. Con ilusión miró como ella se dio la vuelta y lanzó un beso desde la distancia, sin advertir la llegada de un coche a gran velocidad. Su cuerpo fue lanzado a unos metros; un cuerpo inerte. Un cuerpo inerte sin vida en el momento que el distraído conductor embistió a la mujer.
Impasible, sin reaccionar a lo sucedido, y luego aturdido ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos y que no creía estar viviendo. Los gritos de las personas se levantaban en una plácida noche de invierno.
Ahora revivía este trágico suceso noche tras noche, golpeándole el insomnio cuando encontraba el descanso.
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