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La muerte de la luz

La carretera se encontraba despejada de coches. La aguja del cuentakilómetros bajó de 90 a 70 a pasar por un bache. Este era uno de los inconvenientes de las carreteras secundarias. La familia Foster iba a pasar un fin de semana alejados del estrés de Chicago.

Will tarareaba "Who whants to live forever" de Queen, una de sus canciones favoritas, mientras ponía otra vez el cuentakilómetros a 90.

Emma, su adorable mujer, se entretenía con un sudoku, un hobby o adicción en el que se había convertido en toda una experta.

Su hija Katy, una adolescente de 16 años, seguía inmersa con su móvil, descubriendo nuevos perfiles en tiktok. Desde que empezó, apenas hace 6 meses, hasta ahora había conseguido llegar a tener más de 11.000 seguidores. Todo un logro para una joven hoy en día.

El viejo Ford seguía avanzando rumbo a la casa que tenían los Foster. Unas escapadas que repetían en verano una vez al mes. Alejados del ruido de la gran ciudad, respirando aire puro y desconectados del móvil. Todo un reto al que hacían pasar a su hija enganchada como cualquier joven al uso indiscriminado del móvil.

—Hija, has visto que frondoso está el bosque —dijo su padre, mirando a Katy a través del espejo retrovisor.

Katy asintió con un movimiento de cabeza y volvió a pasar a otro perfil.

—Emma, vaya hija que tenemos; ahora los jóvenes no saben apreciar las cosas como antes.

—Déjala tranquila Will, son generaciones distintas, en nuestra época no existían los móviles —dijo Emma, dejando el pasatiempo sobre su regazo.

Pasaron por un letrero colgado de un árbol, Will lo tomaba como referencia para saber qué estaban a unos pocos kilómetros.

                            ***
El sol estallaba en su cabeza haciendo que recorriera unas gotas de sudor por su frente. Su leal compañero, un rottweiler de pelaje negro intenso y enorme cabeza, discurría a su lado. La silueta de su dueño se alargaba por el camino de piedras. La mochila en la espalda empezaba a pesarle; la abrió, bebió un poco de agua de la botella, sacó una gorra negra y se la puso. Había que combatir este agobiante calor que se cernía sobre ellos.

                              ***
Will aparcó el Ford en el terreno de arena frente a la casa. Cogieron las bolsas de viaje del maletero y fueron directamente a la puerta.

La casa se encontraba aislada en el monte. Ninguna casa a la vista, ni molestos vecinos; un lugar idílico donde volver a recargar energías. Había sido una herencia de los padres de Will hace diez años, y desde entonces acudían en verano.

Emma alzó la vista buscando a su hija desde la puerta.

—Katy, coge la bolsa que queda en el maletero y luego puedes irte a dar una vuelta al monte —recriminó su madre a su hija.

—Ya voy mamá —gritó Katy, dando un nuevo like a un vídeo.

Will abrió todas las ventanas de la casa y dejó abierta la puerta, para que desapareciera el olor rancio y cerrado que mantenía la casa después de casi un año sin ventilar.

—Emma, has visto que hija más buena tenemos; nos ayuda como un botones de hotel a llevar la bolsa a la habitación —rió echando una mirada de complicidad a su mujer.

El sol se ocultó y dejó un cielo despejado repleto de estrellas. Una noche aparentemente perfecta.

                            ***
Su enemigo de viaje, el sol, estaba perdiendo fuerza en sus arremetidas incesantes a su cara y cuerpo. Un mapa de cicatrices surcaba su rostro impasible, unos ojos carentes de humanidad atisbaba el horizonte en busca de un refugio donde pasar la noche. Su leal perro "Oso", así se refería a él en contadas ocasiones, seguía avanzado junto a él.

                             ***
Las luces de la casa brillaban en la oscuridad de la noche. El olor a pizza llegaba hasta el salón.

—Ya está la cena, venir antes de que se enfríen —gritó Emma.

Will dejó en la mesita el libro de "El profesor" de John Katzenbach, su escritor favorito. Estaba enganchado a sus libros y a su forma de narrar, creando suspense en cada página. Katy aprovechaba su retiro del Wi-Fi y de sus amigos, para sumergirse en una pasión que poco a poco estaba dejando aparcada: la lectura. Un hábito que le habían inculcado sus padres cuando era una niña, empezando con los cuentos de los Hermanos Grimm y Hans Christian Andersen. A los once años había descubierto el que era hasta este momento a su escritor favorito " Stephen King" premonitorio el apellido, para el que era conocido como el rey del terror. En apenas cinco años había leído más de cincuenta libros suyos, todo un récord para una joven, todavía no arrastrada a las perversas redes sociales.

                              ***
El haz de luz de la linterna alumbraba su camino, un camino de piedras bajo una intensa oscuridad. Pronto tendrían que encontrar un lugar donde poder descansar. Había sido un día muy caluroso y el cansancio empezaba a reflejarse en su rostro. Oso, impertérrito en su franco derecho seguía la estela de la luz. Como un espectro seguía con paso errante un sitio donde cobijarse, su ritmo se estaba reduciendo con cada pisada. Decidió que llegaría a un árbol encima del montículo y allí podría reposar su espalda. Solo faltaban unos metros para llegar a coronar; su escasa altitud y altura apenas eran percibidas por un agotado caminante. Al llegar arriba con un rostro agotado por ese largo día y con un respiración profunda y agitada, a primera vista no vio las luces que alumbraba desde la casa. Con la mirada al frente y recuperado el aliento, divisó la casa, la esperanza transformó su cara en una mueca siniestra.

                               ***
Después de la cena, estuvieron hablando sus padres, de las malas influencias que eran las amigas para Katy, quién con un discurso digno de un político supo defenderlas. El cansancio del viaje llegó a la familia Foster y se fueron a dormir.

—Hasta mañana cariño —dijeron al unísono sus padres a Katy.

—Hasta mañana —respondió Katy, que con un semblante apagado, fue directamente a su habitación.

Las luces se apagaron. La noche envolvió de oscuridad el lugar, y solo una línea de luz rompía su tiranía.

                               ***
Su paciencia era una habilidad que había desarrollado a lo largo de su vida; marcada por la violencia desde la adolescencia. Sabía esperar y aguarda para que se presentará la mejor ocasión, y conseguir su objetivo. Se detuvieron junto a la puerta, esperando unos minutos más.

Rompió el cristal de la puerta con el codo y abrió la puerta, una maniobra que conocía a la perfección. De pie en el salón, respiró profundamente captando los olores a pizza. Su humanidad, pérdida a lo largo de los años, le habían convertido en una animal desprovisto de compasión.

La casa tenía dos plantas; abajo la cocina, el salón y un cuarto de baño, y arriba se encontraban los dormitorios y un baño. Típica disposición de una casa a las afueras de la ciudad. Dirigió una mirada a su perro, quedándose éste quieto en el sitio.
Avanzó a la escalera y con cuidado pisó el primer escalón, había que tomar precauciones, algunas escaleras tenían la peculiaridad de chirriar como una bandada de palomas. Subió con cautela todos los escalones y arriba vio dos puertas cerradas. Con pulso de cirujano giró el pomo de la puerta y miró hacia la cama. Una larga melena sobresalía de la sábana, una respiración pausada y un olor a colonia, llenaban el cuarto. Pensó en dejar esta habitación para el final y decidir primero "conocer a sus padres". Conociendo donde dormían los padres, decidió romper su silencio y convertir el acogedor hogar, en un macabro espectáculo.

Impactó fuertemente con su bota sobre la puerta y esta se abrió con estrépito. Will sobresaltado abrió ojos y vio una silueta alzarse en el umbral de la puerta. Emma miró a su marido sobrecogida por el ruido y vio en su cara un terror indescriptible. La silueta profirió un grito agudo ¡Osoooo! Pegados a la cama sin comprender cómo se encontraban en esta situación, oían el crujir estrepitoso de las escaleras. Una fuerza desmesurada se dirigía a la habitación. Will logró salir de la cama y adoptó una posición de defensa. El dueño se apartó de la puerta y dejó paso al rottweiler, quién corría velozmente. Oso se lanzó al cuerpo de Will. Movió los brazos con aspavientos, y Oso con un mordisco certero seccionó la yugular de Will, brotando un chorro de sangre. Convulsionó su cuerpo en varias sacudidas, hasta que dejó de respirar. Emma conmocionada en la cama gritaba con desesperación, su cuerpo rígido era incapaz de moverse.

—¡Ataca Oso! —gritó su dueño, andando en dirección a la habitación de Katy.

Katy despierta por los ruidos desgarradores de sus padres, se incorporó de la cama. Tenía que actuar con la mayor rapidez posible. Asumió que sus padres no tenían escapatoria. La realidad superaba a todas las historias de terror que hubiese leído.

Oso con el rostro cubierto de sangre, se daba un festín de carne, manchando de rojo las blancas sábanas.

Abrió la puerta y vio como la chica tenía medio cuerpo fuera de la ventana. Sus miradas se encontraron. Katy sabía que debía salir huyendo cuanto antes si quería tener alguna posibilidad de sobrevivir. Oso se aproximó a su dueño, un fino hilo de sangre salía de su mandíbula. Katy salto al vacío. A su mente le vino el libro que estaba leyendo "Cujo", a veces la ficción se volvía realidad.

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