Fantasías incumplidas
Los últimos rayos de sol se colaban a través de la persiana bajada de la pequeña habitación. Las sábanas húmedas de sudor se pegaban al cuerpo de Hank. Un sonido estridente le despertó de su letargo; cogió el móvil de la mesilla y apagó la alarma. Más tarde visitaría un local clandestino, un prostíbulo alejado de toda ética y moral. Un sueño para sus placeres carnales.
Hank terminaba de vestirse mirando su cuerpo en el espejo. Contemplaba como su anatomía resultaba tan atractiva hasta para él mismo. Sus primeras canas, un cuerpo menos musculado y unas líneas que aparecían por más rincones de su cara, acentuaban más su atractivo. ¿Acaso su cuerpo estaba venciendo a la belleza de la juventud? Echó un último vistazo a su cara; cogió la cazadora y cerró desde fuera la puerta de su casa.
La calle principal estaba abarrotada de parejas de enamorados cogidos de la mano; adictos al consumismo que entraban y salían de las tiendas con sus bolsas llenas de productos, ropa y demás cosas innecesarias. Y también de chicas que cumplían las fantasías de clientes deseosos de pasar un buen rato y olvidarse de la rutina del día, de la semana y hasta del mes. Mientras se encendía un cigarrillo, inhalaba los olores de la gran ciudad, apreciando cada olor; el olor a patatas bravas que salía de ese estrecho bar, el olor a perfume barato de una mujer que iba hablando con el móvil y ahora el olor a humo que exhalaba de su boca.
Avanzaba con paso lento, a la vez que dirigía su mirada a unas nuevas chicas de la noche. Esa noche no tenía intención de conocer en profundidad a ninguna de ellas. Una chica rubia, con un top negro ajustado y un tatuaje de mariposa en el hombro, fijó sus ojos en él.
—Hola, guapo. ¿Quieres un poco de compañía? —dijo la joven, sancando pecho.
Hank, con el cigarrillo colgado a su boca exhaló el humo.
—¿Acaso crees que necesito compañía? —preguntó, fijándose en la forma de la mariposa.
—La diversión empieza con dos personas y... tu y yo, estamos solos —respondió, mostrando una sonrisa ensayada durante largas horas en el espejo.
—¡Vaya! Qué ingeniosa eres, ¿no? —dijo, tirando la colilla al suelo—. Esta noche tengo planes, pero sin duda jugaremos en otra ocasión. Adiós, rubia.
Hank inició de nuevo su camino, a la vez que la chica rubia buscaba con la mirada a un nuevo objetivo.
Dejó la calle principal, y se internó en un laberinto de calles a izquierda y a derecha, hasta que por fin llegó al lugar. Una calle angosta, de paredes blancas desgastadas, iluminadas por la tenue luz de una bombilla desnuda de un local.
Abrió la puerta y lo que vio sus ojos, no se correspondía en absoluto a la apariencia que pensaba que tendría. Una amplia sala, cuadros impresionistas diseminados por las blancas paredes, sofás y sillones de cuero marrón, y una luminosidad refulgente que desprendía la majestuosa lámpara en forma de araña.
La chica de recepción observaba como el hombre que acababa de entrar, miraba atónito cada rincón de la sala. La estrecha calle mal iluminada ubicada en un laberinto de calles, era el mejor camuflaje alejada de las miradas de los transeúntes. Nadie se atrevería a entrar en un local como aquél, visto el aspecto exterior, intentarían alejarse lo máximo posible.
Al fin, Hank recobró todos sus sentidos y se dirigió a la recepción. Una belleza morena estaba al otro lado del mostrador.
—Señor, bienvenido a "Deseos Cumplidos", donde sus deseos se hacen realidad —dijo, la joven de piel morena. Una diosa de ébano, cuya luz era más resplandeciente que la de la propia lámpara.
—Hola, buenas noches. Es mi primera vez aquí y no se muy bien que hay que hacer —dijo Hank, ligeramente nervioso.
—No se preocupe. Ahora váyase a la sala de espera y pronto vendrán a atenderle —dijo, señalando con la mano el lugar.
Mientras caminaba hacia el sillón, seguía asombrado y perplejo. Una sensación de inquietud empezó a apoderarse de él. Un escalofrío recorría su piel, no podía creer que esto le estuviera sucediendo. Su mente viajó a esas películas de terror que veía de joven. Un lugar tan perfecto tenía que guardar algo oscuro. <<A continuación me llevarán a una habitación y allí comenzarán a torturarme>> pensó. No tendría que haber venido solo. Empezó a recordar cómo conoció ese sitio.
Una semana antes, conoció en un antro, (entre alcohol y confesiones) a un misterioso hombre. Un apuesto hombre de piel curtida, un veterano en las lides del sexo y el libertinaje, le habló de un sitio donde podía cumplir sus fantasías. Durante las siguientes horas o minutos, (con la ingesta de alcohol no podría calcular el tiempo) estuvieron hablando del asunto.
Mientras recorría el espacio entre la recepción y la sala de espera, no podía quitarse de su mente viéndose en una lúgubre habitación. Tumbado en una camilla, mientras un hombre de aspecto rudo y un delantal manchado de sangre, empezaba primero a cortale las manos, seguía con los pies y así sucesivamente.
Siguiendo su instinto, dio media vuelta y con paso ligero se fue del local. Los sueños tenían que seguir siendo sueños, y si los cumplía, que tendría entonces. Además; todavía no estaba perdida esa noche, una joven rubia podía cumplir alguna de sus fantasías.
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