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Encuentro mortal (Parte II)

Cuando de pronto...vio la luz fluorescente encima de la puerta a la entrada del parking -1. La luz parpadeaba mostrando destellos en la pared, y en algunos escalones. Otra vez, volvía a sentir la presencia de alguien detrás de esa puerta. Acaso me estoy volviendo loca, pensó sujetando el pomo. Vamos Katie, sabes que al otro lado no hay nadie, apretó con fuerza el mango alargado de la puerta y...la abrió. La puerta golpeó la pared, y un grito ahogado quedó sepultado en su interior.

Movía con rapidez su cabeza, de izquierda a derecha, escrutando cada rincón de ese lúgubre aparcamiento. Silencio. Un silencio que antes disfrutaba, y que desde hacía unos meses intentaba por cualquier medio suprimir. Hacía un par de meses que se había mudado de nuevo a casas de sus padres. No podía estar sola. No lo soportaba.

A lo lejos divisó su coche, eran poco más de veinte metros, pero para ella parecían kilómetros. Abrió con sigilo su bolso, metió la mano, y empezó a rebuscar entre su contenido. Agarró un paquete de pañuelos de papel, su monedero, una pelota antiestres...no había forma de encontrar las dichosas llaves. Porque cuanto más rápido quería irse de un sitio, más tardaba en marcharse. Recordó que casi siempre que veía esas típicas películas de terror de adolescentes, y el malo perseguía a uno de los personajes, este nunca daba con la llave que abría su coche. Esos llaveros tenían mas llaves que el mayordomo del castillo de Drácula.

Por fin, dio con la llave. Sujetó con cierto temblor aquel pequeño aparato negro, y desde allí pulsó el botón. Fue testigo del pitido y del destello que salieron de su coche. Parecía que todo saldría bien, al fin y al cabo.

De repente, una silueta salió desde detrás de una columna de hormigón. Caminaba errático, con movimientos zigzagueantes hacía Katie. Su rostro oculto parcialmente por la poca luz; mostraba unos ojos inexpresivos de mirada perdida, sus labios eran finos, como la hoja de un cuchillo. Sus rasgos mostraban a una persona normal, del montón. Perfecto para pasar desapercibido entre la multitud. Podría ser aquel vecino agradable que te encontrabas en el ascensor, tu compañero de Universidad que te prestaba sus apuntes, o aquel joven que te cruzabas por la calle.

Katie vio como aquella amenazante figura se dirigía a por ella. Dejó de respirar, el aire no salía de sus pulmones. Estaba paralizada de pies a cabeza. Un súbito terror se apoderó de ella, su peor temor se acababa de materializar.

Era él.

A escasos metros, el rostro de él se hizo visible ante el resplandor de las luces parpadeantes. Se detuvo y miró a los ojos de ella.

-Hola Katie -susurró Mike, alargando las sílabas al hablar-. Te echo de menos.

Katie expulsó un poco de aire, su respiración era agitada. Quería salir corriendo, quería gritar, pero el miedo controlaba su mente y su cuerpo.

-No tienes que estar nerviosa, solo quería verte -dijo con un tono más fuerte y seguro-. ¿Acaso no vas a hablarme?

Ella no respondió.

Mike avanzó unos pasos hacía ella, movía con lentitud aquel cuerpo corpulento. No se percató de un ruido de motor que se aproximaba.

Los faros de un coche iluminaron con destellos aquel pasillo. El conductor frenó, y vio la horrorizada cara de aquella chica. Katie vio la oportunidad en ese mismo momento.

-¡Socorroooó! -un hilo de voz salió de su boca; la puerta del coche se abrió, y un hombre mayor salió.

Mike seguía mirando a Katie, parecía estar ajeno a la presencia de aquella persona que se aproximaba a su espalda.

-¿Va todo bien? -preguntó el anciano. Más cerca, y debajo de las luces, en su rostro se percibía el paso del tiempo.

Mike se giró hacia aquella persona que estaba inmiscuyéndose en su relación. Apretó fuertemente los dos nudillos, un hilo de saliva se desprendió de su boca al apretar sus dientes, y su rostro se convirtió en una mascara de locura e ira. Súbitamente empujó al anciano, éste se trastabilló y cayó al suelo. Sin darle tiempo para reaccionar se tiró encima suya, apoyó las rodillas en el suelo, sujetó con fuerza su arrugada cara, y comenzó a machacar su cabeza.

Katie vio su oportunidad de escapar, nada podía hacer para salvar la vida de aquel buen hombre. Los medios titulaban estos actos como heroicos, y nombraban a las personas que morían como héroes. Salía muy caro ver impreso esos términos entre la prensa sensacionalista. Allí bajo el frío suelo de ese aparcamiento, una vida se apagaba bajo la ira de un joven.

El ruido de una portazo sacó a Mike de su trance cuando el charco de sangre llegaba a sus rodillas. Otra vez se le había vuelto a escapar. Pero sabía que algún día volvería a encontrarse con ella, y al final terminarían juntos. Era su destino.

Estaban hechos el uno para el otro.

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